Parte 42: Wilson Rypriat

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Joseph despertó sobresaltado, sintiendo que el cuerpo entero le dolía de manera exagerada. Se mantuvo quieto por un par de minutos, con la mirada clavada en el techo de la habitación del hostal, intentando que su sistema nervioso volviera a la normalidad. Lentamente, fue capaz de mover los brazos y piernas e intentó sentarse en la cama.

Se secó el sudor que le corría por la frente y colocó ambos pies en el piso, mas no fue capaz de levantarse. Su visión, hasta ese momento difusa, comenzó a aclararse paulatinamente y observó a su alrededor.

Dio un respingo al percatarse que el Embaucador, en su forma de niña, se mantenía sentado en la misma silla en la que había estado desde la noche anterior. El ente caótico observaba a Joseph con una mezcla entre burla y curiosidad.

—Buenos días, Joseph Irolev.

El chico agitó una mano con desgano e intentó pararse por segunda vez sin mucho éxito.

—¿No tendrás el poder para darme energía o algo así?

El Embaucador ladeó la cabeza y lanzó una infantil carcajada. Joseph chasqueó la lengua y, poniendo toda su fuerza de voluntad, obligó a sus piernas a tener el ímpetu suficiente para sostener su cuerpo. Tambaleante, consiguió separarse de la cama y se apoyó en la pared cercana.

Si bien aún se mantenía aletargado, Joseph fue invadido por un hambre descomunal. Recordó que no había cenado el día anterior, de modo que era comprensible que su estómago le exigiera alimentos con tanto ahínco.

—Voy a buscar un lugar para desayunar —dijo Joseph, mirando al Embaucador—. ¿Tú que vas a hacer?

—Te voy a seguir. Es divertido observarte.

Joseph se encogió de hombros ya que, de alguna manera, estar en compañía del Embaucador lo hacía sentirse menos solo en aquella ciudad tan extraña y hostil. Ambos salieron del hostal, recibiendo la tenue luz solar en el rostro y se pusieron en marcha con dirección a la plaza de la ciudad.

A comparación de la plaza mayor de Laseal, el lugar que en Rypriat se llamaba "plaza" no era más que un sucio punto vacío con un par de bancas rotas y una fuente sin una sola gota de agua. El aspecto abandonado de aquella plaza contrastaba considerablemente con la imponente imagen del Infierno que se erigía a su lado.

Joseph buscó alrededor de la plaza algún lugar para comer, pero todos parecían ser bares o lugares de similar índole. Finalmente, luego de una infructuosa búsqueda que duró varios minutos, el chico se rindió y se derrumbó en la única banca de la plaza que mantenía un buen aspecto.

—Voy a morir de hambre aquí...

El Embaucador se sentó a su lado, y comenzó a tararear una canción. Joseph suspiró, cerró los ojos y reflexionó sobre cuánto le gustaría tener a sus amigos cerca para que pudiesen ayudarlo.

Joseph estuvo cerca de una hora sentado sin hacer nada, observando cómo la gente pasaba de un lado a otro. Sus esperanzas habían caído en picado y, en tal estado depresivo, sentía que no podía idear nada para completar el reto.

—Eres mucho menos interesante de lo que creí, Joseph Irolev —suspiró el Embaucador, lanzando un falso bostezo—. Así que te daré una pista para amenizar las cosas.

—¡Escucho! —exclamó Joseph, repentinamente emocionado por la oportunidad.

—A las afueras de la ciudad vive alguien que podría ayudarte. Su nombre es Wilson Rypriat.

—¿Wilson Rypriat? ¿Su apellido es el nombre de la ciudad?

—En efecto, Joseph Irolev. Fueron sus antepasados quienes fundaron esta ciudad aprovechando las ruinas de otra ya olvidada.

Joseph se acarició la barbilla.

—¿Cómo podría ayudarme? ¿Tiene algún tipo de influencia aquí?

—Para nada —respondió el Embaucador, meneando la cabeza—. Es más, es muy odiado por la población de Rypriat, aunque él siente lo mismo por este lugar.

—¿Entonces cómo va a ayudarme?

—Así como fueron sus antepasados quienes fundaron la ciudad, también fueron ellos los que mandaron a construir el Infierno. —El Embaucador sonrió—. No es de conocimiento público, pero Wilson Rypriat aún conserva los planos de la prisión como una especie de tesoro maldito. Esa es tu pista.

Joseph se levantó de la banca y comenzó a dar vueltas, pensando en cómo aprovechar aquella situación.

—Tienes tres opciones —añadió el Embaucador—. Puedes asesinar a Wilson Rypriat y arrebatarle los planos...

Joseph lo miró con cara de espanto.

—... también podrías tan solo robárselos...

Joseph ladeó la cabeza, considerando aquello demasiado complicado.

—... o, simplemente, podrías convencerlo para que te preste ayuda —finalizó el Embaucador, sin dejar de observar al chico.

—Iré a la segura... No me siento capaz de matar ni de robar nada a nadie en estos momentos.

—Muy bien, es tu decisión. —El Embaucador se levantó y agitó su cabello rojizo—. Pero deberías ir a verlo cuanto antes si no quieres perder más tiempo. Yo te llevaré.

...

Wilson Rypriat vivía en una gigantesca casa de campo ubicada en una loma desde la que se tenía completa visión de la ciudad. Si bien aquella casa habría podido resultar elegante y apacible en sus mejores épocas, Joseph la encontró destartalada, gris y sucia. Estaba rodeada de una verja oxidada que le daba un aspecto clásico de casa embrujada.

—¿En verdad Wilson vive aquí? —preguntó Joseph, mientras tocaba el timbre del intercomunicador—. Esperaba algo mejor del descendiente de los fundadores...

—Debe ser astuto al tratar con él, Joseph Irolev —advirtió el Embaucador—. Wilson Rypriat no solo odia su ciudad, sino también siente desprecio por su historia familiar.

Joseph asintió en silencio. El Embaucador lanzó un largo suspiro y desapareció en medio de una explosión púrpura.

—¿Quién demonios es? —espetó una voz distorsionada desde el intercomunicador de manera repentina, causando que Joseph se sobresaltase.

—Eh... Soy... —Joseph tragó saliva, recomponiéndose de la sorpresa—. Soy Joseph Irolev...

—¿Qué quieres?

—Vengo de Laseal y...

—No me interesa en lo más mínimo si vienes de Laseal o del mismísimo Infierno. No me hagas perder el tiempo y suelta qué es lo que quieres.

—Bueno... —Joseph pensó rápidamente en alguna excusa creíble para conseguir hablar cara a cara con el tipo y decidió utilizar la vieja confiable—. Estudio en la Universidad Principal de Laseal y he venido a entrevistarlo a usted...

—¿A mí? —respondió la voz del intercomunicador, con un leve tono de sorpresa—. ¿Por qué?

Joseph se mordió el labio inferior. No estaba seguro si era sensato mencionar directamente que lo buscaba por su relación con Rypriat. Si era verdad que odiaba su ciudad y su apellido, entonces no haría más que poner fin a la conversación. No obstante, no tenía más opciones.

—Usted es Wilson Rypriat, descendiente de los fundadores de Rypriat, ¿verdad?

La voz del intercomunicador no contestó.

—Su familia fundó esta ciudad, por lo que usted debe poseer mucha información... Vengo a entrevistarlo ya que quiero conocer sus ideas y propuestas para mejorar Rypriat y borrar la imagen decadente que el país tiene de ella...

Joseph se calló, esperando alguna respuesta, pero el intercomunicador se limitó a emitir un zumbido de estática por unos minutos hasta que, por fin, se apagó por completo. Joseph chasqueó la lengua y pateó el piso con furia. Había echado por tierra su única oportunidad de conseguir información y dudaba mucho que el Embaucador volviese a darle una pista útil.

Joseph empezó a pensar en cual podría ser el siguiente paso a dar. No obstante, la desesperanza comenzó a apoderarse de su alma nuevamente y estuvo tentado a abandonarlo todo. En eso, escuchó que la puerta de la casa se abría con un chirrido.

Del interior emergió un hombre que contrastaba con la imagen mental que Joseph se había hecho basándose en su voz. Había imaginado a Wilson alto y con cara de pocos amigos, pero la persona que había salido de la casa y se acercaba a la entrada de la reja era un hombre regordete de estatura baja. Si bien tenía el ceño fruncido en un eterno gesto de molestia, sus pequeños ojos y su gran papada le daban un aspecto cómico más que atemorizante.

—No me gustan las visitas —dijo Wilson mientras abría la puerta de la verja—. Pero, por hoy, haré una excepción.

—Muchas gracias, señor Rypriat...

—Solo dime Wilson.

—Bueno, Wilson. —Joseph ingresó al interior de la reja, imbuido con nuevas esperanzas—. Te aseguro que la entrevista resultará beneficiosa para ambos.

—Sí, sí, lo que digas. ­—El hombre comenzó a caminar con dirección a la casa—. ¿Cuándo llegaste a la ciudad?

­—Ayer por la tarde.

—Supongo que no habrás comido nada desde entonces —dijo Wilson, abriendo la puerta de su casa e invitando a Joseph a pasar—. Lo último que hay en esta maldita ciudad son servicios para turistas.

El interior de aquella casa no parecía guardar relación alguna con su exterior. Estaba bien amueblada y su tenue iluminación le daba un aspecto apacible. Era considerablemente grande y poseía dos pisos, conectados por una escalera de madera cerca de la recepción.

Wilson guio a Joseph hasta una sala de estar, donde el chico pudo sentarse en uno de los mullidos sillones. El hombre le pidió que esperara un rato y fue a otra habitación. Tras unos minutos volvió a la sala llevando unos bocadillos y un par de refrescos que Joseph agradeció con sinceridad.

—Lamento mi actitud de antes —se disculpó Wilson—. Casi todos los días viene gente a intentar que le venda mi casa y me he acostumbrado a tratar mal a los visitantes.

—No te preocupes —respondió Joseph, terminando de devorar los bocadillos—. Eres la primera persona agradable que he encontrado aquí.

Tras ello Joseph comenzó su entrevista haciendo preguntas simples, tales como el año de fundación de la ciudad y demás trivialidades. Según lo que Wilson le contó, el territorio donde se erigía Rypriat había estado desocupado antes del Gran Cataclismo debido a un accidente radioactivo.

Al comienzo, Rypriat había sido ideada como una ciudad modelo exclusiva para las clases acomodadas del país. Los Rypriat se habían encargado del control político del lugar durante los primeros años de fundación y habían llegado a crear un verdadero paraíso en la tierra.

Sin embargo, al cabo de unas generaciones se tomó una decisión que condenó el destino entero de la ciudad: la construcción del Infierno, que pronto llegaría a ser conocida como la más atroz prisión de todo el país. La economía de Rypriat cayó en picado debido a eso y la población huyó a sitios más seguros, siendo reemplazada por personas indeseables y desadaptadas. Wilson no tenía ni idea de por qué sus antepasados había cometido el error de permitir que una prisión se construyera en su ciudad, pero algunas leyendas urbanas afirmaban que un poderoso grupo de influencia mundial los había obligado a hacerlo. Así, los Rypriat perdieron poder político más se negaron a abandonar su ciudad.

Wilson concluyó diciendo que el Infierno era la causa de todos los males, tanto de la ciudad como de su población e incluso de él mismo. El hombre no tenía miedo de afirmar que daría lo que fuera con tal de ser testigo de la desaparición de aquel foco del mal. Eso le brindó una idea a Joseph que no dudó en aprovechar.

—La prisión sería clausurada si algún criminal peligroso llegara a escapar, ¿no?

—Eh... en teoría, sí —contestó Wilson, acariciándose la barbilla—. Pero es casi imposible entrar al Infierno y salir vivo... o cuerdo. Tampoco sé qué tipo de criminal tendría que escapar para que lo consideraran lo suficientemente malo como para cerrarla.

—Creo que uno de los últimos en ser atrapado fue Markus Chase, ¿verdad? —dijo Joseph—. Si el Vampiro de Rypriat consiguiese escapar, los medios no podría resistirse a publicarlo por todos lados y la opinión pública ordenaría la clausura inmediata del Infierno... supongo.

—Puede ser. —Wilson lanzó un largo suspiro—. Lamentablemente dicho suceso nunca sucederá en la realidad...

—¿Por qué no volverlo real, entonces? —propuso Joseph con emoción—. Lo que me has contado me ha inspirado, Wilson... ¿Dijiste que estás dispuesto a hacer lo que sea con tal de ver desaparecer esa prisión? ¡Entonces, vamos! ¡Liberemos a Markus Chase y acabemos con el Infierno!

Wilson miró a Joseph con una mezcla entre sorpresa e incredulidad durante unos segundos, tras los cuales lanzó una gran carcajada.

—¡Me gusta tu estilo, chico! He vivido toda mi vida lamentando mi historia familiar y, si bien es un suicidio, no tendría reparos en entrar al Infierno para destruirlo pero... —Wilson volvió a lanzar un suspiro—. Eso solo va por mí, un hombre solo y triste. Tus eres joven, Joseph, no debes tirar tu vida a la basura.

—Aun así, quiero ayudarte. Sé que podríamos conseguirlo... —Joseph se acarició la barbilla, preparándose para dar el golpe final—. Pero no sabemos cómo es el interior de la prisión con exactitud. Si tan solo tuviésemos un mapa o algo así...

Wilson se pasó una mano por el cabello, con una gran duda corroyéndole la cabeza. Ver la determinación de Joseph le recordaba sus días de antaño, cuando era joven y fuerte y se sentía capaz de cualquier cosa. No obstante, mientras que él siempre se había acobardado a realizar algo contra el Infierno, en esos momentos tenía a alguien dispuesto a arriesgar su vida por ello.

—¿Estás seguro de esto, Joseph? ­—preguntó Wilson—. No se trata de un juego o un reto por pura diversión. Ingresar al Infierno representa la muerte en sí misma.

—Lo sé.

—Bien... —Wilson se acomodó en el sillón—. Mencionaste que tener un mapa nos facilitaría las cosas y, lógicamente, yo heredé los planos de la prisión...

Joseph fingió sorpresa, mientras sonreía para sus adentros.

—... pero su utilidad será limitada para este caso —añadió Wilson.

—¿Qué? —preguntó Joseph, confundido—. ¿Por qué?

—Hace cinco años más o menos, vinieron unos hombres extraños a Rypriat. Parecían ser una especie de científicos, acompañados por tipos con aspecto importante. Nadie supo quiénes eran ni lo que querían, pero luego de hablar con el gobernado de aquel tiempo, se realizaron ciertas remodelaciones al Infierno.

—¿En serio? —Joseph chasqueó la lengua, molesto por que el Embaucador no le hubiese mencionado algo que parecía ser crucial—. ¿Qué remodelaciones?

—Nadie lo sabe... excepto yo —contestó Wilson con la mirada ensombrecida—. El gobernador murió en un "accidente" un mes después de concluidas las reformas, pero yo pude hablar con él antes del fatal suceso. Me contó que lo habían obligado a aceptar la construcción de pisos subterráneos.

Joseph abrió la boca con sorpresa.

—Dichos pisos están reservados para los criminales más peligrosos —añadió Wilson—. Sospecho que Markus Chase, o cualquier otro criminal lo suficientemente importante como para hacer cerrar el Infierno, se encontrará allí abajo.

—Entonces lo planos no nos servirán... —murmuró Joseph.

Viendo que no tenía nada más que hacer allí, el chico se despidió agradeciendo toda la información brindada. Wilson afirmó que su encuentro lo había hecho sentirse joven nuevamente, pero lamentaba que no hubiese forma real de acabar con el Infierno.

Joseph se negó a volver a caer en la desesperanza y decidió encerrarse lo que quedaba del día en su habitación del hostal para planear una forma factible de liberar a Markus Chase.

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