Parte 52: Paso en Falso

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Joseph despertó cayendo estruendosamente al piso con el corazón saltándole alocadamente en el pecho. Se sentía muy mareado y, dadas la nauseas que estaba sufriendo, probablemente no hubiese podido evitar vomitar de haber tenido algo más que desesperación y vacío en el estómago.

Su cabeza, tan adolorida que parecía estar a punto de explotar, no le permitió hacer uso correcto de sus sentidos por una considerable cantidad de tiempo, obligándolo a quedarse tirado, con la mitad del cuerpo apoyado en el piso y la otra mitad sosteniéndose cómicamente de la cama.

—Felicidades, Joseph Irolev —pronunció el Embaucador en su forma infantil, quien se encontraba sentado en una silla frente a la cama—. Has conseguido algo que hubiese resultado imposible para la mayoría de seres humanos.

—¿Ya se acabó? —preguntó Joseph, obligando a su cuerpo adolorido a volver a subirse a la cama—. ¿En verdad conseguí cumplirlo?

—En estos momentos Markus Chase está fuera del país y logró reunirse con su secta —informó el Embaucador—. Te recomiendo volver a tu ciudad y recuperarte física y mentalmente antes del quinto reto.

Tras ello, el Embaucador fue envuelto en una estela púrpura y desapareció sin dejar rastro. Joseph, por su parte, no se sentía capaz de dar un paso fuera de la cama en ese momento, de modo que decidió descansar un rato más.

Un par de horas después, el chico salió de su cuarto aun en muy mal estado, llevando sus cosas encima. Habló con el dueño del local, el cual parecía de mejor humor que la primera vez que lo había visto, y consiguió recuperar una pequeña parte del pago adelantado.

Joseph, en su estado de letargo semiinconsciente, se dirigió a la estación de Rypriat y tomó el primer tren con dirección a Laseal. El vehículo se encontraba completamente vacío, de modo que el silencio y el suave movimiento del tren imbuyeron al chico de un gran sopor que lo hizo quedarse dormido.

Consiguió despertar poco antes de llegar a su destino, y sentía que había recuperado parte de sus fuerzas. Se estiró, agradeciendo que el dolor corporal que lo había afligido hubiese desaparecido por completo, y salió del tren dando un bostezo. No obstante, su ánimo cayó al suelo al ver a Lilian parada en la estación con los brazos cruzados y un gesto serio en el rostro.

Ambos se miraron mutuamente, sorprendidos y en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. Joseph maldijo para sus adentros, considerando que era el peor momento posible para hablar con la chica. Si bien se encontraba mejor físicamente, aún no estaba mentalmente preparado para explicar lo que le había sucedido. Para empeorarlo todo, conocía demasiado bien a Lilian como para suponer que se contentaría con excusas simples. En otras palabras, Joseph estaba a punto de enfrentarse a una problemática y estresante situación.

Tal como esperaba, tras la sorpresa inicial, el gesto de Lilian se ensombreció hasta llegar a un punto cercano a la ira.

—¿¡Dónde te habías metido!? —preguntó la chica, acercándose rápidamente a él.

—Yo, eh... tuve que...

—Hace un par de días fui a Aserb para darte una sorpresa —cortó Lilian, a tan solo unos centímetros de Joseph, con los puños apretados y el ceño fruncido—. No solo no te encontré, sino que no parecía haberse realizado un congreso literario ni nada por el estilo.

Joseph forzó una sonrisa, como si todo se tratase de un gran malentendido. Se preguntó qué hubiese sucedido si hubiese vivido una situación así con Sia. Resultaba muy posible que ella, al contrario que Lilian, hubiese puesto los brazos en jarras y hubiese hecho un puchero antes de sonreír haciendo prometer a Joseph de no volver a hacer algo así.

—Sí, bueno, en realidad no fui a Aserb ­—admitió Joseph, retrocediendo lentamente a la vez que Lilian cortaba la distancia de una manera incómoda—. Lo que sucedió fue que...

—Hace poco hablé con Hans —volvió a interrumpir Lilian—. Me dijo que se encontraron hace cinco días aquí y que te vio tomando un tren que va a Rypriat. ¿Qué diablos hacías allí? —Lilian suspiró y volvió a cruzarse de brazos—. Pensaba ir hoy a comprobarlo, pero supongo que no será necesario. Bueno, ahora sí, te escucho.

Joseph ladeó la cabeza, mientras que unas ganas inexplicables de reír lo invadían. No obstante, también estaba exasperado hasta un punto muy peligroso y consideró sensato irse de allí lo antes posible.

—Mira, Lilian ­—dijo, tomando a la chica de los hombros tal vez con un poco más de fuerza de la necesaria—. Estoy cansado, sucio y apenas puedo mantenerme en pie. Lo último en mi lista de deseos es tener que inventar excusas que, de todas formas, no te vas a tragar.

Lilian, alguien comúnmente acostumbrada a ser admirada como a una diosa sin nadie que se atreviera a cuestionarla, quedó con la boca abierta y las cejas levantadas sin saber qué contestar. Joseph aprovechó la situación y salió apresuradamente de la estación, muy irritado. Tuvo el temor de que Lilian decidiera seguirlo para continuar la discusión, cosa que podría resultar fatídica para ambos, pero no sucedió nada.

Joseph consiguió arribar a su casa, donde su familia no le pidió muchas explicaciones, y pudo encerrarse en su cuarto a descansar.

...

Luego del almuerzo, Joseph continuaba extremadamente fatigado, de modo que volvió a su habitación para echar una siesta. Mientras intentaba conciliar el sueño, escuchó que alguien tocaba el timbre de su casa. Luego de unos instantes, oyó unos suaves golpes en la puerta de su cuarto.

—Joseph, afuera hay alguien que pregunta por ti —informó Kathe a través de la puerta cerrada.

—¿Quién es? —preguntó el chico, suponiendo que solo podría tratarse de Lilian intentado hacer la paces, o de Edward buscándolo para sacarle información de la situación general del Club del Terror.

—Dijo que se llama Ericka.

Joseph se levantó, sorprendido de escuchar aquel nombre. Con todo lo que había sucedido últimamente, había olvidado por completo la existencia de su rival.

—Dile que bajo en un rato.

Joseph salió de su cuarto unos segundos después, preguntándose qué es lo que Ericka podría querer atreviéndose a ir hasta su casa. Joseph recordaba la gran ayuda que la chica le había prestado para completar el primer reto del Embaucador, por lo que resultaba posible que buscase un favor en retribución. Joseph suspiró con resignación, ya que no tenía los ánimos necesarios para hacer nada.

Se dirigió a la entrada de su casa y, tras abrir la puerta, efectivamente encontró a Ericka esperándolo.

—¡Ericka! —exclamó Joseph—. No puedo decir que sea una agradable sorpresa, pero sí que resulta sorprendente verte aquí.

—Si te dedicaras a la comedia seguramente morirías de hambre, Joseph —contestó ella, no pudiendo evitar una sonrisa—. Solo vine a entregarte esto.

La chica se descolgó un maletín que llevaba al hombro y se lo ofreció a Joseph, quien lo miró sin saber qué podría contener.

—Encontré tu laptop en el salón de tu club cuando fui a revisarlo antes de vacaciones —explicó Ericka—. Les pregunté a tus amigos donde estabas, pero me dijeron que te habías ido de viaje por lo que decidí esperarte para entregártela en persona.

—¿En serio? —Joseph tomó el maletín y se lo colgó al hombro—. Muchas gracias, Ericka, no esperaba tan buena voluntad de tu parte.

—No te acostumbres, solo tuviste suerte.

Luego de ello se impuso un silencio incomodo entre los dos. Joseph esperaba que Ericka dijese que no tenía nada más que hacer allí, pero ella no parecía tener la intención de irse. Viendo que la situación se tornaba muy extraña, Joseph decidió despedirse para poder seguir descansando.

—Bueno, creo que mejor voy a seguir durmiendo —dijo Joseph, retrocediendo dentro de su casa—. Gracias de nuevo, Ericka.

—Eh... —La chica ladeó la cabeza, con una timidez impropia para su personalidad—. La verdad es que no pude evitar prenderla para revisarla. Aunque fue gracias a eso que descubrí que era tuya.

—Mi máquina está tan limpia como mi conciencia ­—afirmó Joseph en un fingido tono solemne.

—No puedo negar de que solo tenía terror por todas partes, cosa esperable de ti —continuó Ericka, jugando con su largo cabello negro—. Aunque lo interesante fue ver lo que contenía tu memoria portátil.

—¿Memoria portátil? —se extrañó Joseph, con una sonrisa confusa—. ¿Qué memoria portátil?

—Había una en el maletín. ¿No es tuya?

En ese instante, la sonrisa de Joseph desapareció y quedó helado, comprendiendo a lo que ella se refería. Salió de su casa por completo y cerró la puerta tras de sí. Se acercó a Ericka, y la tomó de un brazo sin contemplación.

—¿Qué fue lo que viste exactamente?

Ericka se sobresaltó por la reacción impulsiva de Joseph, sin lograr comprender qué lo había alterado tanto.

—Tan solo... leí la historia del Embaucador —confesó ella, inocentemente.

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