A Berenice le da igual el peligro

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Cuando desperté me vino un torrente de preocupaciones como si fuera a cantar frente a un escenario de preparatoria. Estaba sudando.

Me preocupé por mi madre y tuve que reprimir los impulsos de levantarme, correr a un portal y abortar todo. Me sentí fatal por dejar a mi familia para buscar la otra mitad de mi familia, me pregunté si podríamos cumplir el acuerdo del sanctus, si Ozog sería sucumbido bajo una capa de veneno o si Gartet en realidad era indestructible y me había metido con un enemigo que lamentaría. También pensé en Cornelius Litwin y la manera que, por razones personales, quería capturarme.

Ann. Zigor. La visión había sido de un amanecer, había sucedido esa mañana o la anterior. Sin duda ellos ya estaban en la cuidad, contactándose con los colonizadores y preguntando por nosotros. Por un momento me invadió pánico cuando pensé que podrían encontrarnos pero rápidamente me recordé de quiénes se trataba. Ni siquiera tenía que preocuparme.

Restregué mis ojos. Sentí el amargo sabor de sangre en mi boca, me había mordido. Sucedía siempre que tenía visiones que no quería ver.

Finca estaba mirándome. Tenía los ojos abiertos, los labios secos y las manos juntas sobre el ombligo. Se veía tan mal que iba a picarle un ojo para asegurarme que continuaba viva pero entonces me sonrió débilmente.

—Creí que no volvería a verte.

—¿Creíste que ibas a morir?

—No, creí que tú ibas a morir. Digo, no eres muy vigoroso y no sé si fue un sueño pero lo último que vi fue que corriste con una espada hacia los espectros. O eres muy valiente o muy tonto.

—Te respondería que la primera opción pero creo te mentiría.

—Está bien, no todas las mentiras son malas.

Ah, había olvidado lo fatalistas que eran sus comentarios.

Ya había anochecido. El cielo estaba tachonado de estrellas, había tantas que un astrónomo hubiera babeado. Primero creí que eran lugierganas pero después miré mejor y no se trataba de eso, eran las estrellas pero se movían.

—Se mueven —susurré.

—Claro, las estrellas siempre se mueven, están vivas, todo está vivo.

Lo que también estaba vivo en Babilon eran mis ganas de irme.

Me pregunté por qué no lo había notado las otras noches y recordé que hace tres días había sido atacado por la mesnada, hace dos había estado con los hijacks y ayer estaba encerrado en la cocina y después me hicieron una cicatriz. Perecía una constate lluvia de cometas. Tal vez había una explicación astronómica detrás de todo eso y me hubiera gustado escucharla pero por el momento tenía otra cosa que pensar.

Abajo, en los jardines, se oía música y muchas personas festejando pero no eran nobles, eran sirvientes y una mezcla variadas de malabaristas y acróbatas. Reparé en que la habitación estaba muy alta porque podía ver todo lo que se extendía en el horizonte. Había juegos de fuego pero no en el castillo, mucho más lejos, en la calle de los curtidores. Unas personas estaban montadas a los tejados y escupían torrentes de fuego tan extensos que hendían las nubes, eran coloridos como un arcoíris nocturno. Las luces incluso llegaban débiles y trémulas hasta nosotros, iluminándonos.

—¿Cómo te encuentras?

—Mejor, bueno... mis costillas siguen rotas pero casi no siento nada, la medicina me obstruyó el dolor aunque me siento muy cansada —cerró lentamente sus ojos y su respiración se apaciguó tanto que parecía no necesitar respirar—. Te escuché cuando hablaste, cuando me contaste lo que hay del otro lado de las murallas. Es una pena que el rey dé un día libre y yo tenga que guardar reposo. Tal vez unas cosas no están destinadas a ser...

—Prometo que te sacaré de aquí.

Finca frunció ligeramente su pálido ceño, aún con los ojos cerrados.

—No hagas promesas que no puedes cumplir.

—Si puedo cumplir esta —dije, después de todo no era tan difícil, antes de irme de Babilon podía burlar la seguridad y hacer que ella virea la cuidad que se había escondido detrás de las murallas a lo largo de toda su vida—. Te sacaré de aquí.

—Pero yo te debo a ti... —abrió los ojos, trató de incorporarse pero la recorrió una punzada de dolor, ella hizo una mueca como si el dolor se desbordara por su rostro—. Cuando reposaba aquí vinieron a visitarme algunas personas —agregó cambiando el tema—, Tiznado, la cocinera Macity y la hermana de Ojos de Fuego, no sabía que tenía hermana pero ella me buscó por orden de Ojos de Fuego. Eran dos hermanos, sus hermanos pequeños pero se veían muy maduros. Dijo que mañana al atardecer te esperará en una de las azoteas y allí te dará el miedo de Nisán. Le robaran el miedo unos momentos antes de la ceremonia de acompañamiento, cuando todos estén con la cabeza en los preparativos.

Me incorporé y me alejé de la ventana.

—¿De verdad?

Eran excelentes noticias. Me pregunté cómo podría conseguirlo Ojos de Fuego, tal vez era una trotadora y sabía utilizar las artes oscuras. No me importaba, fuera como fuere me ayudaría. Si ella podía conseguirlo para nosotros entonces Petra no tendría que continuar romanceando a Nisán y entonces él no tendría que sufrir al ser plantado. Además, tenía la ligera impresión de que Morbock comenzaba a sospechar que nosotros también nos habíamos infiltrado entre los nativos de Babilon, no importaba qué tan drogado se encontrara.

Iba a levantarme, buscar a Petra o Berenice y decirles pero me detuve. Ella estaba sola en la habitación y no quería dejarla con los ronquidos de Sobe, sería muy cruel de mi parte.

—Sí, —Finca trató de asentir—. Yo conozco la azotea, ven a buscarme y te daré indicaciones. Entonces ella te entregará el miedo de Nisán. Podrás dárselo al espíritu... podrás encontrar a tu familia —comentó resuelta como si se tratara de la suya y no de la mía.

—Nunca me dijiste que Tiznado era tu padre.

—Ya espanta saber que no lo es, aunque no es mala persona sólo está triste porque perdió a su acompañante, mi mamá. La gente le tiene miedo y si hubieses sabido que él era un padre protector entonces ni te habrías acercado a mí.

Sonreí atrapado.

—Puede ser posible...

—Hablando de acercar ¿Qué le sucede a Ofelia? No la veo desde la mañana, creí que ella vendría antes que tú. Siempre ha sido como una madre para mí. Es mi mejor amiga. Le pregunté por ella al hermano de Ojos de Fuego, se la describí y aunque nunca la había visto me prometió que preguntaría si alguien sabía dónde se encontraba.

Tragué saliva sin saber qué responder. Yo no era bueno dando esas noticias. No sabía qué debía decirle primero ¿Toma asiento? Ya estaba acostada y con los huesos rotos ¿Quieres que llamé a algún amigo? Me había dicho que no tenía a nadie más que Ofelia, el mensaje estuvo claro cuando dijo mejor amiga y mamá en una misma oración. No, no era bueno mencionando cosas como esas, cuando Eithan y Rishya me preguntaron qué le sucedió a la madre de Bambi tuve que inventarles una historia de que se fue a Disneylandia, no se me daba lo fúnebre. Me rasqué la barbilla.

No todas las mentiras son malas.

—No lo sé, me dijo que iba a ver a un familiar. Aprovechará el día libre.

—Me alegro por ella —susurró con los ojos decepcionados.

—Oye —dije inclinándome, Finca alzó los ojos y sonrió, su cabello rojizo estaba abierto alrededor de su rostro, tenía las mejillas sonrosadas lo que era malo porque debería tener todo el cuerpo de ese color—. Mira esto.

Agarré la punta de su estera y arrastré el tejido de palma sobre el suelo hasta que la coloqué debajo del alfeizar de la ventana, de modo que aunque estuviera recostada pudiera ver el cielo y los fuegos de colores que ascendían hacia las nubes.

Sus ojos se encendieron como si tratara de imitar a las llamas y pude ver todos los colores reflejados en ellos, por una razón fulguraban más en sus pupilas. Me recosté a su lado, apoyé mis manos sobre el estómago y contemplé el cielo. Las estrellas se agrupaban en constelaciones que desconocía y luego volvía a reagruparse y dispersarse como fuera bolas de billar. Había una decena de lunas alineadas en el cielo. No sabía que tenían tantas lunas, resultaba extraño.

—Son hermosos —susurró y luego giró su cabeza hacia mí—. Gracias, eres una persona muy gentil.

—Lo sé.

—Humilde no tanto —rio ella y continuó contemplando el cielo.

—¿Por qué te gusta tanto el fuego? Da miedo, puede provocar incendios —dije recordando las palabras de Ann sobre buscar en casas quemadas.

—No me gusta.

—Mejor.

—Me encanta.

¿En ese mundo existían los psiquiatras? Porque ella necesitaba uno.

—Me gusta lo que me hace pensar y lo que me hace sentir. El pensamiento vino una vez a mí cuando era pequeña, luego lo siguió el sentimiento como sigue el verano a la primavera. Tenía cinco años... casi —se acercó más a la ventana y eso le provocó una mueca de dolor, levantó una mano y señaló el firmamento—. Mira como manejan al fuego, parece que le dan sugerencias como si fueran cómplices de algún secreto que desconocemos. La gente suele pensar en el fuego como el elemento de la destrucción pero para mí es algo vivo. El fuego es cálido y siempre la calidez fue la que representó a la vida y al amor. El fuego es el único de los elementos que te otorga calidez ¿Porqué algo con tanto calor es sinónimo de muerte? Parece que la oscuridad del mundo trata de engañarnos y hacer de las cosas más bonitas un apelativo a la destrucción. Desvaloriza las cosas hermosas pero aun así el fuego no deja de extinguirse. El se limita a brillar y no le importa qué pensamiento tenga de él la persona que lo usa, simplemente brilla como si su único propósito fuera ese.

—Vaya...

Esperaba que me dijera algo como «¡Me encanta cómo quema cosas!» no me esperaba una explicación profunda ni nada de eso.

—Así que te encanta cómo quema las cosas.

—A veces deseó ser una llama de fuego, o una estrella suspendida muchos metros arriba, entonces sólo me limitaría a brillar y no tendría muchas preocupaciones. Las personas aman la luz. Siempre lo ha hecho.

El aire de la noche era fresco y nuevo como si nadie lo hubiese respirado jamás, desde los jardines se suspendía el olor a leña. Había música. Giré la cabeza y observé sus rasgos finos, iluminados por la luz de los fuegos luminosos y coloridos.

—Pero a veces puedes encontrar cosas hermosas en la oscuridad —dije—. Hace un año viajé a una tierra que se llamaba Dadirucso, había mucha penumbra allí, encontré cosas oscuras y por ser oscuras no dejaban de ser hermosas. Ellos no necesitaban brillar, sabían que no podían ser un faro de luz pero se contentaban bien siendo lo que eran. Y llegaron a ser más valiosos que un poco de luz.

—¿Dadirucso queda lejos?

—Ahora sí —respondí con nostalgia.

—Cuéntame cómo es —pidió con la voz perdida en su susurro.

Comencé a narrarle cómo se veía Dadirucso. Agarré un mechón rojizo y suave de su cabello y lo giré en mis dedos mientras ella me escuchaba con atención. Hace tiempo que no me sentía tan relajado.

—Suena alucinante —dijo cabo de unos minutos pero parecía triste.

—Este lugar también es alucinante —intenté.

Ella trató de encogerse de hombros.

—No hay muchas cosas alucinantes en el castillo. Sólo las historias que se inventan los sirvientes y las canciones. Deberías escuchar cantar a Ofelia, ella parece un ángel. Siempre tararea una canción, que inventó cuando tenía quince para la Ceremonia de Agradecimiento.

—¿Qué es eso? —pregunté sintiendo un picor en mi nuca.

Ella me lanzó una breve mirada de incertidumbre, humedeció los labios y agregó:

—A los quince años, no importa de qué estado social vengas, tienes que inventar algo, dar un tributo. Puede ser un poema, una canción, o una cosa que hayas creado, es decir, un invento. Debes hacerlo para los dioses, cantar en el momento que cumples esa edad, recitar el poema o, si se trata de un objeto material, dárselo al rey. Los sacerdotes juzgan si tu tributo demuestra agradecimiento. Si no lo haces es el último cumpleaños que tendrás ¿Tú lo hiciste verdad?

Barrité:

—Claro, no seas tonta.

—La canción que siempre canta Ofelia la creó ella. Dura horas y Ofelia es la única que la conoce de memoria. Si el indicado la canta entonces... créeme es alucinante. Cuenta una historia de dos personas que se separan. Ellos viven en diferentes mundos. Uno está vivo y otro muerto. Pero sólo uno de ellos está desesperado por encontrar al otro. El vivo... el vivo sabe que se volverán a encontrar algún día y toma las cosas con calma pero el muerto canta de agonía y cree que fue el otro que se marchó y no él.

—Suena... puf... suena a que... puf.

No sabía qué decir. Sonaba a que Ofelia era una chica de quince con problemas, aun así eso me hizo extrañarla más.

Ella humedeció los labios.

—Supongo que ahora vas a cantar —deduje.

Me observó molesta como si la hubiera acorralado y suspiró:

Estoy encima de las estrellas

y le pregunto a todas ellas

Dónde te llevó el viento

porque se apaga mi aliento

si no te tengo a mi lado.

Veo los cielos azulados

y le pregunto a los varados

A dónde fue que te llevó la brisa

porque si no te encuentro muere mi risa

Ellos me dijeron, las voces me dijeron

Los años que perdieron te guiarán,

Los años que perdieron.

En la tierra de la vida ellos te extrañarán

En el cielo de estrellas tú lo esperarás.

Cierra los ojos y descansa por un segundo

que de ti no me separa ni la muerte, ningún mundo.

Cierra los ojos y descansa para siempre, mi querido,

contigo al final ningún año de espera está perdido.

Hubo unos segundos de silencio y me pidió que continúe con los relatos de Babilon. Parpadeé anonadado. Cantaba hermoso pero no dije nada. Seguí hablando. Perdí la noción del tiempo. Después de unas horas quedó profundamente dormida.  

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