Bienvenidos a Abandonalandia

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Sentí que me desplomaba y flotaba por unos segundos tan escasos que noté la sensación cuando ya había caído en un suelo de madera. A mí alrededor todo olía a oscuridad, moho y aire estancado, la atmosfera era tan espesa que la sentía acariciando mi piel. Miré en derredor, me encontraba en un lugar deshabitado en el medio de un estrecho pasillo. Walton y Sobe aparecieron a mi lado como si hubiesen estado siempre ahí, simplemente se materializaron frente a mis ojos.

Sonrieron triunfantes y arquearon las cejas.

-¿Llegamos? -preguntaron al unísono.

-Creo que sí...

Miles se presentó en el final del corredor, suspiró aliviado, aflojó sus hombros e hizo un ademán hacia su izquierda indicando que se podía avanzar. El resto se nos unió después de unos segundos. Se habían ido a registrar la casa en caso de que haya más aliados de Izaro o Gartet. Sí, la casa. El portal se hallaba en algo que se parecía a una mansión ruinosa. En realidad, era eso.

El suelo de madera estaba cubierto de musgo al igual que las paredes talladas, manchadas y jirones de humedad suspendían el techo que se elevaba muy por encima de nuestras cabezas. La casa era de otro mundo porque la madera no tenía color, cambiaba como la piel de un camaleón, depende quien la pisara y cada vez que su color variaba la sentía vibrar bajo mis pies.

El portal se había cerrado, no había ningún vestigio de nuestra anterior pelea a excepción mis heridas y algunas expresiones inquietas. Berenice se detuvo abruptamente al verme. Se inclinó, comprimió los labios y me tocó con delicadeza el ojo.

-Tenemos que curar eso -susurró, tenía el rostro empapado de sudor, algunas motas de nieve se esparcían por su cabello como estrellas en un firmamento oscuro.

-No es muy buena idea pasar mucho tiempo en este lugar -soltó Sobe observando a su alrededor y despidiendo un prolongado suspiro.

No sabíamos muy bien dónde nos encontrábamos pero la parte difícil todavía estaba por venir. Teníamos que descubrir en qué parte de Babilon estábamos sin levantar muchas sospechas ya que por lo que había leído el año pasado, allí no simpatizaban mucho con extraños. Y me refiero a que los mataban.

En las tierras de Babilon un bosque había crecido sin precedentes. Al principio era una pequeña extensión de árboles pero paso a paso había comenzado a ganar terreno para las criaturas que escondía en su follaje, obligando a los pueblerinos a concentrarse cada vez más en las llanuras. Algo así como un bosque encantado y prohibido.

El bosque y sus criaturas eran obra de Gartet, él atacaba a cada mundo de una manera diferente. Y para ese mundo había elegido aislarlos de todo, montando un bosque mortífero a su alrededor que crecía rápido. Además de eso debíamos conseguir un lugar para pasar la noche, un poco de confianza de los nativos y ropa típica del lugar para no levantar sospechas.

-Una vez con mi hermano, Tony y Sandra visitamos un pasaje donde todo el mundo andaba desnudo.

-Que espanto -expresó Dante totalmente horrorizado-. ¿Cómo hicieron para camuflarse allí?

Sobe le lanzó una mirada pervertida.

-Yo no voy contra las costumbres de otro mundo -dijo encogiéndose de hombros.

-No, claro que no, pero violas sus leyes e infringes sus reglas -opinó Dagna como si romper reglas le resultara divertidísimo, tan divertido como el kick boxing.

-Es por eso que soy tu ejemplo a seguir, luchadora -le respondió y ella comprimió una sonrisa.

-Ojalá este lugar no se parezca en nada a ese -dije caminando hacia la salida.

-Sí, yo no quiero ver gente desnuda -opinó Dan otra vez.

-Eso no me dijiste anoche cuando suplicabas y suplicabas -se burló Miles- y te tenía que decir que no.

-¡Eso no pasó! ¡Además tengo quince!

-Eso es lo que te dije, que eras menor pero insis...

-Shhh -los chitó Berenice.

Caminamos lejos del austero corredor y sin adornos en comparación a las demás alas de la casa. Todo indicaba que nos encontrábamos en un sector que pertenecía a la servidumbre porque ese pasillo desembocó a una amplia cocina olvidada que no olía nada bien, parecía que habían dejado todo a medio hacer cuando la abandonaron.

Cada ventana estaba cubierta con tablas de maderas y algunas habían sido profanadas por el actuar de la naturaleza; varias ramas frondosas y verdes se colaban por las entradas y de ellas colgaban girones de musgo. Incluso algunas secciones de paredes habían sido fracturadas y por las hendiduras se metían ramas como si fueran dedos raquíticos buscando una presa. El suelo rechinaba bajo nuestros pies, en algunas secciones el techo se había desmoronado, dejando una abertura tétrica como una boca deseando succionarte desde las alturas.

Había muchas puertas trancadas, ventanas tableadas y pasillos estrechos que conducían a salas abruptamente enormes, sin alguna función en específica. También había numerosas estanterías, algunas llegaban hasta el techo y por poco creí que me encontraba en una biblioteca que había sido saqueada.

-Por ser una base de Gartet no es muy estupenda que digamos -analizó Dante con aspecto critico-. Yo le pondría un poco más de color y no sé... un techo que no se desmorone. Claro, si da el presupuesto.

-No es una base, de otro modo estaría infestada de sus monstruos. Es como un lugar de respaldo que no usan hace mucho tiempo o al menos una semana -dije.

-Pero Annette Jones estaba vigilando la entrada, significa que estamos cerca de un lugar concurrido o que lo es de vez en cuando -apuntó Sobe.

-Con mayor razón larguémonos de aquí.

Todavía tenía la ropa húmeda por la nieve. Las manos me temblaban.

Walton derribó de una patada una puerta obstruida y por poco cayó en una habitación cuyo suelo se había desmoronado y te conducía a la oscuridad de un sótano. Después de eso y la derrota de los jugadores, la cual nadie había mencionado como si nunca hubiese ocurrido, ninguno estaba de ánimos para probar suerte y demoler otra puerta.

-¿Saben que haría ver este lugar más bonito? -preguntó Miles para sacarle hierro al asunto.

-¿Fuego? -peguntó Sobe.

-Un póster del maestro Miyagi -soltó Dagna con seguridad.

-¿Una salida? -esperancé.

-Volver al barco -dijo Albert y me estremecí por poco había olvidado que vino con nosotros.

-No, un poco de...

-Podemos bajar por aquí -gritó Cam.

Se había asomado a una abertura de la pared, donde las ramas eran unos finos brotes y podían apartarse con facilidad. Un árbol la había roto, el robusto tronco descendía hasta el piso, fuera de la mansión.

-¡Muy bien Cam! -encomió Walton echando una mirada hacia abajo, hizo a un lado algunas ramas y atravesó la mitad de su fibroso cuerpo por la abertura-. Podemos descender por este lado del árbol hasta el suelo.

-Ese tramo de tronco no se ve muy sólido para descender -acotó Sobe su granito de positividad y se volteó hacia Berenice y Dagna-. Las damas primero.

-Bien dicho, voy detrás de ti -contestó Dagna.

Berenice revoloteó los ojos, atravesó el hueco de cuclillas y descendió primera. Todos estábamos agolpados alrededor de la hendidura pero desde donde me encontraba no se podía ver nada. Escuché los pies de Berenice al aterrizar contra el suelo, emitieron un sonido casi imperceptible. Cam aguardó a mi lado un tanto orgulloso por su trabajo, tenía en las manos a Escarlata que no le molestaba en absoluto que lo acaricie.

-Bien hecho, Cam.

-Sólo me había acercado a ver el dibujo y entonces noté que podíamos bajar. Fue como una señal del destino. Sí, creo que ese dibujo fue una señal.

-No creas es esas bobadas de destino y supersticiones Cam, te queman el cerebro -aconsejó Miles.

-¿En qué momento tú si creíste? -indagó Sobe fingiendo interés.

-Ja, ja qué gracioso.

Me aparté unos pasos para contemplar el dibujo al que se refería Cam. Se encontraba trazado en la pared a unos metros. Estaba hecho con carbón y unos dedos muy pequeños lo habían pintado. No se entendía mucho su forma, pero parecían los torsos de unas personas riendo en un círculo.

-¡Jonás! -me llamó Walton con aspecto serio-. Te toca.

Descendí por el trozo de tronco y caminé por el como si bajara por una rampilla hasta el suelo. Sobe ya se estaba encaramando a otro árbol para tener una vista más amplia de donde nos hallábamos.

Por mi parte comencé a inspeccionar los alrededores con Dante, Miles y Albert. Escarlata se trepó a mi hombro y me olisqueó el ojo herido como si dijera «Yo estaba seguro de que no tenías eso así».

-Vamos a cubrir terreno, patan, padam, parabum -canturreó Miles haciendo malabares con unas dagas.

-¡Guarda eso podrías sacarle un ojo a alguien! -lo retó Dante y Albert, asustado, se masajeó el ojo de su nuca.

-¡Lo único que no sacaré es tu camisa, Dan!

-¡Ya para con eso!

-Miren, hay más -dije.

Más casas. Nos encontrábamos en mitad de un barrio deshabitado. La casa en la que habíamos aparecido era una de las pocas que lindaba con un profundo, oscuro y espeso bosque. Habíamos descendido por el ala occidental del edificio, después de caminar unos minutos y saltar una verja que se inclinaba a un lado derrumbándose al igual que todo, enfilamos por una calle ancha que unía el resto de las mansiones.

Todo tenía pintaba haber formado parte de unos suburbios muy elegantes pero aun así las estructuras mantenían cierto aspecto que mi madre llamaría barroco.

A ella solía gustarle la arquitectura y el último año se había comprado unos cuantos libros de ese tema sólo para que no me sintiera raro tragándome toneladas de páginas de turismo o artículos de rincones inhóspitos del mundo. Pensar en ella me hizo sentir fatal, no es que la había olvidado porque jamás podría suceder eso, pero no la había llamado. Tendría que esperar a tratar con el sanctus y regresar para contactarme con ella. Pero por ahora no quería pensar en eso, me había convencido de que darle vueltas a un asunto que no podía resolver no ayudaría a ninguno de los dos. Por el momento debía creer que ella estaba bien.

Había unas cincuenta casas a la redonda y cada una medía varias manzanas, tenían un amplio jardín delantero y rejas ornamentadas. El perímetro estaba despejado. Creímos que sería mejor regresar con el resto del grupo pero entonces Albert divisó una mancha en la distancia. Caminamos unos metros hasta ella y poco a poco la imagen se fue dibujando. En medio de la calle habían marcado con una pintura roja o con sangre un enunciado, la caligrafía estaba puntiaguda y hecha deprisa:

«Vuelvan en sus pasos caminantes a no ser que quieran que sean sus últimos instantes»

Lo extraño era que la inscripción te exhortaba a que no te introdujeras en el territorio donde nosotros nos encontrábamos: en la sección de bosque que se colaba por los suburbios.

-Creo que va a ser una semana muy larga -comentó Miles con tono sombrío y nos volvimos en nuestros pasos.

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