El bosque de las bestias salvajes.

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 Después de montar guardia con Berenice el resto de la unidad despertó.

Habíamos caminado alrededor del campo protector que había plantado Petra. Era como si no hubiese nada allí, ni siquiera podía verse con la luz de las antorchas pero cuando querías atravesarlo tu mano embestía contra algo sólido y gélido como un muro de hielo. Apenas imperceptible, unos destellos diáfanos de luz opaca se mecían en el sector donde habían intentando pasar el muro a la vez que los árboles detrás ondulaban y se combaban como si fueran reflejos en el agua. Berenice había observado impertérrita el muro invisible y trazado un surco con la yema de sus dedos creando ondas expansivas.

Cam se despertó con su cabello erizado en un extremo, delatando la posición en la que había dormido. Arrastró los pies descalzos con medias húmedas y suelas sucias, hasta la fogata y bebió un poco de agua caliente. El aire de la mañana era fresco, nuestro aliento se suspendía en vahos y el roció en las biznas de hierba se escurría al suelo.

Me acerqué al pequeño que bostezaba con un vaso de aluminio en las manos.

—¿Todo en orden amigo?

Él asintió con aire ausente, se sentó a un lado de la humeante fogata que había muerto hace tiempo y contempló el calor esparcirse de su vaso.

—¿Te duele la mano? —inquirió desviando su mirada del vapor a los vendajes, parpadeó como si recién reparara en que estaba de cuclillas a su lado—. Vaya, se ve feo.

—Tú no viste como quedó el otro.

—No, pero me lo contó Miles y dijo que mucho mejor que tú.

Hice una mueca.

—Bueno, creo que me descubriste —me desplomé sobre el suelo a su lado y me serví de la olla un poco de agua caliente. El metal del vaso de aluminio acobijo rápidamente una temperatura templada que me reconfortaba tener entre manos.

Berenice estaba acariciando al caballo negro azabache ensimismada, la tonalidad de sus cabellos eran similares, verla allí en el extremo del claro, con el vestido rasgado por encima de las rodillas y los contrastes de luz y oscuridad esparciéndose alrededor me hizo recordar las pinturas barrocas que a mi madre solían gustarle. Ella solía llevarme con mis hermanos a los museos para admirar las obras de los antiguos artistas, aunque la única persona que las admiraba era ella. Yo siempre me centraba en los diccionarios que leía.

Berenice cerró finalmente los ojos y se recostó a un lado del animal, el cual no se inmutó al recibir su cuerpo tumbado. Me había dicho que descansaría sólo dos horas y que luego de eso la despertara para emprender la marcha.

Me pareció una manera incómoda de dormir, pero viniendo de ella lo que para las personas resultaría desagradable para Berenice era algo cotidiano.

—Oye, ayer cuando estaba durmiendo ¿dijeron algo de importancia?

Cam dio un sorbo a su vaso y meditó en ello, comprimiendo sus finos labios y murmurando para sí.

—Sí —recordó levantando la mirada rápidamente—. Sobe dijo que jamás había visto a una persona roncar tanto como tú.

—¿Otra cosa?

—Miles quiso dibujarte bigotes con un rotulador pero Dagna no lo dejó.

—Algo que no tenga que ver conmigo —insistí—. Petra dijo que resolvieron dividirse tareas, no todos irán en busca del sanctus.

—Ah, sí —recordó abriendo los ojos como si viera algo de su interés y meció el líquido dentro de su vaso, observándolo con indiferencia—. Yo no iré —levantó los ojos y me miró. Las pecas de su rostro se le esparcían alrededor de las mejillas y su diminuta nariz como gotas de rocío oscuras—. A la noche hablamos lo difícil que había sido escapar del último pueblo del norte. A parecer ya nos reconocen y están alertas a cualquiera de nuestros movimientos, no podemos tener la misma actitud que en Dadirucso.

—Ni me lo recuerdes —murmuré juntando mis manos y sintiendo leves punzadas en la carne, tal vez la magia de Petra estaba desvaneciéndose.

—Como juntos llamaremos la atención decidimos dividirnos. Walton, Dagna, Albert y yo detendremos los cargamentos al mundo de Ozog. Es la tarea más difícil —admitió con un brillo de entusiasmo infantil en los ojos— pero somos tres Abridores si se nos presentan problemas podremos saltar a un portal y fugarnos rápidamente. De ese modo Dante, Miles y tú que son Cerradores tendrán que atravesar el bosque y dirigirse al sanctus junto con Sobe, Petra y Berenice. No podrán arribar a ningún portal. De cualquier modo, nos pareció lo mejor después de ser derrotados por la mesnada.

—¿No les será difícil encargarse sólo ustedes tres de toneladas de veneno y a la vez tener un ojo fijo en Albert? —inquirí al momento que Cam se terminaba su vaso de agua, se secaba los labios con la manga y arrojaba el trasto por encima de su hombro con un brillo de diversión en los ojos como si siempre hubiese querido hacer aquello sin que nadie lo regañe.

—Ni lo digas, Albert se ofreció para ir con nosotros. Fue algo extraño. Walton estaba dividiendo los grupos después de que todos concordamos que lo mejor era separarnos por una semana. Al recibir su grupo Albert se puso de pie, parecía un poco furioso pero viniendo de él era como si sólo le hubiera molestado que alguien se comiera el último bocadillo de malvadisco. Dijo que iría con él y sólo con él. Walton se cruzó de brazos y le informó que no tendría tiempo para cuidar de Dagna y de mí y a la vez vigilarlo como prisionero; a lo cual Albert respondió que no tendría ningún problema, él cuidaría de mí y Dagna porque dijo que temía no volvernos a ver, dijo que la misión era muy peligrosa para sólo tres. Se sostuvieron por unos segundos la mirada hasta que Petra accedió y dijo que no era mal plan, Sobe concordó con su idea y Berenice miró todo como suele mirar todo y asintió con la cabeza estando de acuerdo.

—¿Buen plan? —inquirí enderezando mi espalda totalmente alarmado—. Es un plan terrible, tal vez Albert se levante contra ustedes cuando estén espiando el campamento detrás del castillo.

Cam se encogió de hombros.

—Si así pasa, huiremos y los esperaremos en el Triángulo, o trataremos de hacerlos regresar de otra manera. Tal vez yo no porque quiero ver a mi mamá. Ella me dijo que alquilaría una casa en un lugar lejano donde nadie nos prestaría reparos y donde los sicarios no nos encontraran pero yo no quiero cambiar de cole otra vez.

Parpadeé desconcertado. Cameron nunca era de narrarte los problemas que lo molestaban, ni siquiera te mencionaba ningún aspecto de la vida; era tan reluciente, sentimental e inocente que a veces me tenía que recordaba que él también tenía una vida difícil como todo trotamundos. Quise decirle que los sicarios o los magos que trabajaban para Gartet no pretendían buscarlo, sólo tenían los ojos puestos en Sobe y en mí, pero las palabras no pudieron ir más allá de mi mente. Cam enmudeció al instante y me suplicó con la mirada que finalicemos la conversación.

—¿Quieres ir a caminar? —dije a la vez que me ponía de pie y restregaba el polvo de mis pantalones con leves palmadas.

Él se puso de pie con una sonrisa radiante. Mientras se calzaba las botas Dante, Miles y Sobe se nos unieron. Berenice continuaba durmiendo apaciblemente. Petra estaba todavía debajo del árbol, sus hombros estaban flácidos y recaídos debajo de mi chaqueta, estaba tan relajada que parecía muerta.

—¿No deberíamos despertar a los demás? —preguntó Miles calándose una gorra para ocultar sus cabellos anaranjados como el fuego.

—No es divertido despertar a los demás si no es con la sirena de emergencia del barco —se lamentó Sobe meditando en cómo podría despertarlos—. De todos modos, saldremos dentro de una hora cuando el sol se ponga totalmente en el cielo —explicó indicando con la mano en lento amanecer de un sol mucho más pequeño que el nuestro—. Sino andar en la espesura del bosque en el amanecer será lo mismo que marchar de noche. Además, necesitan descansar, caminaremos mucho en este día.

—¿Y entonces por qué vamos a caminar ahora? —preguntó Dante un tanto nervioso mordiéndose las uñas que habían comenzado a crecerle sólo un milímetro.

—Cam y yo despejaremos la cabeza.

—Yo buscaré un desayuno —informó Sobe desperezándose—. Tal vez con un poco de artes extrañas pueda hacer que unas hierbas sepan como unos Chupa Chups, una golosina española que esta para chuparse los dedos.

—Tiene sentido —reconocí y nos pusimos en marcha.

Enfilamos fuera del muro de Petra que podías atravesar si recitabas unas palabras y colocabas una mano sobre su firme y gélida textura. La frase era intrare et penetrare voluerit, ut a amicus según Sobe significaba «Un amigo quiere atravesarte» Él ya estaba familiarizado con el hechizo porque solía usarlo con Petra para escapar de La Sociedad, aunque admitió que crear el campo protector te consumía mucha energía.

Atravesamos el muro que vibró como si nos sumergiéramos en agua y el campamento a mi espalda osciló de un lado a otro. El sonido del bosque al amanecer era tan activo como en la noche; algunos pájaros con gargantas potentes trinaban sonidos que parecían gritos de tortura, un sonido similar al croar de las ranas pero mucho más grave se esparcía por el ambiente, las copas de los árboles se mecían con brusquedad como si algo pesado e invisible se desplazara sobre ellas y muchos chillidos y risas reverberaban en el aire como si hienas salvajes corretearan alrededor. Incluso podía oír a alguien llorar.

—Mejor volvamos —sugirió sin ánimos Dante, volteándose irresoluto.

—Qué tontería, dentro de unas horas debemos caminar en este bosque por casi un día, o lo hacemos ahora o no lo haremos nunca —dijo Miles cruzándose de brazos con resolución.

Sobe dio un paso adelante, alejándose del muro protector y apoyando la gruesa suela de su zapato sobre el bosque, una rama crujió bajo su pie e inmediatamente como si estuvieran sincronizados todos los aullidos, chirridos, gorjeos y sonidos casi humanos enmudecieron esparciendo como eco un silencio zumbante que sonó más terrorífico que cualquier otro ruido. Sólo se oyeron nuestras respiraciones cautelosas. Me sentía vigilado. Dante palideció y alzó una espada, Miles sacó una pistola nueve milímetros con los hombros tensos; Sobe dio un par de pasos al centro del bosque, desafiando el silencio inalterable, con aire interesado, sin armas como si su experiencia fuera suficiente.

—Creo que algo las asustó —dije aproximándome hacia Sobe.

—Sin duda, amigo mío —concordó Miles burlón observando a Sobe—. Sólo una bestia horrorosa puso haber hecho que retrocedieran y cerraran la boca.

Sobe cesó de escudriñar el entorno, le dio una sonrisa socarrona a Miles y le tiró su gorro de lana al suelo a la vez que Cam contemplaba el bosque con aire aventurero. Dante lo recorrió críticamente con la mirada, colocando sus brazos en la cadera, envainó la espada, respiró profundo y desorbitó sus ojos como siempre que estaba a punto de aconsejar algo.

—Bueno, tengan, todo el tiempo, la mirada encima de cada sombra y cosa oscura.

—Si quieres que te vea sólo tienes que decirlo, morenito —respondió Sobe guiñándole.

Miles rio mientras se colocaba nuevamente la gorra y ocultaba el color de su cabello entre la lana gris que destaca el azul de sus ojos. Cam largó una risilla, Dante suspiró resignado y se adentró en las profundidades seguido por el resto, que pisaba su sombra como si fuera un guía espiritual.

Estábamos armados, naturalmente, no nos fiábamos del bosque que tantas muertes tenía en su contador, pero extrañamente en el transcurso hasta allí no nos había atacado nadie y no cambió cuando comenzamos a caminar. Incluso con nuestra presencia las bestias enmudecieron.

El suelo del bosque estaba cubierto de una mullida capa de musgo, era como si camináramos sobre una alfombra que liberaba un leve suspiro al ser pisada. Los troncos nudosos de los árboles estaban húmedos y cubiertos por una capa minúscula de moho. Por encima de nuestras cabezas se alzaban pinos, robles, secuoyas y otros árboles imponentes que no pude reconocer pero que eran tan grandes como edificios. El cielo estaba cubierto por un trenzado de ramas y hojas que se superponían filtrando la luz del sol y permitiendo sólo que unos leves destellos solares se derraban oblicuamente sobre el bosque. Estaba tan oscuro que parecía a punto de atardecer.

Enfilamos por un rincón que estaba cubierto de helechos, las numerosas hojas se abrían a los lados y nos cubrían las piernas hasta la rodilla. Al pasar junto a ellos sentía como si las plantas se enredaran levemente alrededor de mis piernas, conteniendo los deseos de arrastrarme al suelo. Despegué, inquietado, un vistazo fugaz hacia ellas. Los zarcillos de las hierbas silvestres acariciaban con avidez los pliegues de mi pantalón y sus hojas se extendían como dedos codiciosos. Miles también lo había notado y las pateaba frenético a la vez que extraía un machete que tenía colgando del cinturón, se veía como un bailarín asesino.

—Creo que deberíamos alejarnos de las plantas —sugirió Dante reparando horrorizado en algunos helechos que trepaban por su pantalón y jalaban los pliegues como si quisieran dejarlo en ropa interior, sin duda no eran unos helechos listos.

—Se mueven —advertí.

—Que observación tan aguda, Jonás —bromeó Miles pero también se veía un poco nervioso.

—¡Ja, ja! —soltó Camarón, a él las plantas le llegaban a la cintura—. Me hacen cosquillas.

—Sí y no hacen nada más que eso —repuso Sobe encogiéndose de hombros con desgana y decepción como si hubiera esperado más peligro—. Tranquilícense, si estas plantitas de jardín quisieran hacernos daño ya lo habrían hecho, sobre todo a ti Jo. Tú eres presa fácil.

—¡Eh!

—Tal vez algo las asusta —intervino Cam levantando la mirada del suelo y extendiendo sus brazos a los lados, tratando de mantener el equilibrio.

—Sigo pensando que es un monstruo aterrador —insistió Miles observando a Sobe con una sonrisa que no terminaba de nacer.

—No son más que plantas de pacotilla —informó Sobe tratando de disipar la preocupación—. No hacen más que hacerme masajes en los pies. ¡Gran máquina mortífera, Gartet! —gritó al cielo—. También podrías añadir unos masajes del terror o un restaurante del pánico.

Aguardó a que sucediera algo como si esperara que Gartet descendiera de las nubes en un vaho luminoso y defienda su arma mortífera. Contuvimos el aliento pero nada sucedió, Sobe se encogió de hombros nuevamente, pateó los helechos y las hierbas y se abrió paso cojeando por ese tramo de bosque hasta que desembocó en un lugar despejado.

Un amplio claro, con el suelo cubierto de cantos rodados forrados de musgo que se esparcía irregularmente, haciendo que fuera muy difícil caminar por allí. Las rocas eran resbaladizas, altas y pronunciadas. La espesura de los árboles sobre nuestras cabezas se alzaba abovedada y oscura. La luz en ese sector era tan escasa que mi primer impulso fue estirar los brazos para orientarme, parpadeé unas cuantas veces y mis ojos se adaptaron a la oscuridad. El lugar olía a aire estancando, sangre, tierra húmeda y un hedor muy fétido como algo descomponiéndose. Me tapé la nariz conteniendo las nauseas y cuando respiré por segunda vez lo único que percibí fue una intensa fragancia a diccionarios nuevos... no, a tinta de cómics. No, olía a Petra.

—Huele a congrí —exclamó Sobe.

—No, huele a la colonia de mi papá —exclamó Cam y se corrigió—. La que él solía usar.

—Entonces tú papá tenía olor a congrí —insistió Sobe.

En el centro del claro descansaba un arbusto puntiagudo, con las ramas retorciéndose como cuernos y prolongándose hacia el único rayo de luz. Sus hojas eran oscuras como el alquitrán, acerosas, lustrosas y erizadas. Entre las hojas del arbusto crecían unas cilíndricas moras rojas como la sangre. Allí, en el medio de las rocas discontinúas, el arbusto se veía como una trampa gritando ser activada.

Sobe se encaramó a una roca que le proporcionaba la posición estratégica para observar todo el claro, silbó, entornó la mirada hacia el arbusto y sonrió triunfante.

—¡Miren eso! —llamó a los demás—. Es un arbusto Onenev del mundo Adiparetreum, esas cosas saben a chocolate con pasas —vaciló— o tal vez sean otras bayas y las estoy confundiendo con las del mundo Seclud...

—Vaya, Adiparetreum. Te reto a que lo repitas muchas veces y rápido —desafié a Cam y di un golpecito con el dedo a su nariz.

Cam sonrió aceptando el reto pero sus rasgos eran apenas perceptibles en la oscuridad y por poco le piqué el ojo. Su voz fue lo único que se oyó mientras Sobe descendía a trompicones de la roca, escurriéndose ligeramente como si estuviera aceitada y se abría paso por el mar de subidas y bajadas resbaladizas.

La voz de Cam se oía amortiguada como si hablara debajo de una almohada, aunque estaba a mi lado, luego el tono de su voz decreció para remontar y sonar como antes. Comprimí desconcertado los labios, escuchaba la voz de Camaron como si fueran ecos distantes. Después cambió y la escuché como si se riera, aunque él no reía. La voz de Cam me estaba llamando asesino, decía que me odiaba y que a la noche me ataría a una silla y me haría comerme mis propias mejillas. Di un paso atrás.

Deslicé mi atención al resto de la unidad, Miles estaba bromeando con Dante pero él también parpadeaba desconcertado, notando algo extraño. Se llevó una mano al odio pasando el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—Miles qué te pasa en la voz —susurró pero Miles se escudó los oídos rápidamente y se encogió de la sorpresa

—¡Dan, no grites así! ¡No te enojes!

—Yo... yo no hice nada —musitó pero Miles retrocedió molesto con un deje de desconcierto en los ojos.

—Deja de hablar así que me asustas viejo, por favor —pero la voz de Miles ahora llegaba diferente a mis oídos, era como si dos Miles hablaran al mismo tiempo y uno de ellos estaba muy furioso.

De repente quería dañar al Miles furioso, no me gustaba escucharlo y él hablaba mucho.

—Ah ¿Sí? —respondió Dante—. ¡Yo también finjo ser tu amigo! ¿Y recuerdas cuando me preguntaste si creía que tenías posibilidades con Amanda? ¡Te mentí! ¡Tienes más oportunidad de convertirte en princesa que de ser su novio!

—¡Puedo tolerar que insultes a mi madre pero no a mi abuela!

Cam retrocedió unos pasos, no sabía lo que escuchaba él, pero no podía ser nada bueno. Su sonrisa había desaparecido.

Sobe había arrancando unas bayas de arbusto y las había recolectado en una pequeña bolsita de cuero oscuro que colgó en su mochila después de cerrarla con un cordón raído. Silbó una melodía, sonrió, dio unos pequeños pasos de baile con su andar desgarbado y se dispuso a bajar de la roca donde estaba encumbrado cuando se detuvo en seco como si hubiera sido golpeado por algo. Sus ojos se desorbitaron mostrando el primer atisbo de terror y pánico en semanas, resbaló por la roca y cayó de culo al suelo de guijarros.

—¡Por los pasajes! —gritó y se descolgó la mochila. El golpe nos ayudó a volver en la realidad.

—¡Sobe! —gritó Miles corriendo hacia allí, hubo un zumbido en al aire como el eco de algo estático que me arrancó de mi estupor. El segundo gritó de Miles llegó a mis oídos como todos los gritos de Miles: agudos y femeninos—. ¿Qué sucedió? ¿Qué viste menso?

—Cadáveres —musitó poniéndose de pie y restregándose las nalgas. Sus cabellos cortados hasta la barbilla se le caían por encima de los ojos, se los apartó sumido todavía en su asombro y escudriñó algo a los pies de una roca que medía cuatro metros.

Miles fue el primero que llegó a su lado y se petrificó al observar lo que había a los pies de la roca. Corrí hacia ellos. Podía escuchar todo con normalidad pero a medio camino el olor a diccionarios nuevos se esfumó como si alguien decidiera que ya no tenía caso que oliera aquello. Un efluvio putrefacto llegó y me golpeó en el estomago. Era el olor húmedo de algo descomponiéndose. 

 Me uní a su lado y observé lo que ellos contemplaban horrorizados. 

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