II. El bosque de las bestias salvajes

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng



Cinco cadáveres estaban al pie de la roca. Todos conservaban el último movimiento que habían ejecutado, se retorcían de dolor removiendo la tierra a sus pies y dos estaban recostados en posposición fetal con los músculos rígidos. Eran recientes porque todavía tenían piel arrugada sobre los huesos prominentes, sus rasgos se distinguían angulosos y un poco alejados de lo que habían sido. Uno de ellos estaba encogido como un guiñapo, la punta de una espada sobresalía de su vientre, unos nudillos amarillos, heridos y delgados se cerraron alrededor de la empañada.

Sólo podía significar dos cosas: o había muerto tratando de extraer la espada de su abdomen o el mismo se había dado final. No sabía cuál de las dos respuestas era peor. El cuerpo más apartado de todos estaba con su espalda recostada sobre una roca, las cuencas lechosas de sus ojos hundidos contemplaban eternamente el resto de los cadáveres, sus rodillas estaban flexionadas y allí apoyaba los codos. Había muerto escudando sus oídos. La cabeza le caía flácida sobre las rodillas.

Los cadáveres vestían el mismo uniforme. Era el uniforme de la mesnada, pero su armadura no brillaba en ese rincón oscuro, es más, el metal parecía engullir la única luz disponible. Supe que no se trataban de los soldados infiltrados de Gartet, eran un grupo de elite de la verdadera mesnada de oro, la antigua que sí servía al rey de Babilon. No eran monstruos, sus rasgos parecían los de hombres que habían muerto aterrados.

Dante trastabilló unos pasos hacia atrás, el color de sus mejillas había desaparecido, se encontraba tan lívido como los cadáveres y sus labios tenían un temblor imperceptible. Giró en redondo, combó su espalda y vomitó encima de las botas de Miles. Pero Miles estaba demasiado ocupado traumatizándose que no lo notó hasta que el líquido se escurrió al suelo. Dante apoyó una mano en el hombro de su amigo buscando fuerzas. Miles sacudió la cabeza y comenzó a retroceder mientras sacudía sus pies y fulminaba con la mirada a Dan.

—Están muertos —musité, nadie me oyó, de lo contrario habrían creado un comentario sarcástico respecto a mi aguda observación o tal vez sí advirtieron lo que dije pero no se encontraba de ánimos.

—Se mataron entre ellos —repuso Cam observando los cadáveres con aire alarmado.

—¿Por qué se matarían entre ellos? —inquirí.

—Tal vez uno vomitó en las botas de otro —masculló Miles alejándose de allí y limpiando sus zapatos con musgo.

Uno de los cadáveres que estaba recostado de espaldas se movió ligeramente, sus hombros se estremecieron. Alguien chilló de una manera no muy heroica y todos retrocedimos alarmados. Lo ojos de Cam se empaparon de lágrimas de pánico las cuales no dejó escapar. Sobe fue el único que se aproximó cojeando al cuerpo. El moho bajo sus pies exhalaba un sonido acogedor, los dedos de sus manos estaban extendidos como si tocaran corrientes eléctricas. Apoyó la mano sobre la armadura del cadáver y lo hizo a un lado ligeramente, volteándolo hacia nosotros. El cadáver laxo cedió al leve movimiento. Un hedor a putrefacción me revolvió el esófago y Miles se apartó de mi lado para prevenir accidentes.

El rostro del cadáver estaba comido, le caían algunos jirones negros de carne y piel putrefacta, el lugar donde deberían estar sus ojos lechosos sólo había unas cuencas oscuras que permitían ver dentro de su cráneo. Su boca estaba abierta delatando su última mueca de pánico. Los dientes, detrás de lo que ante habían sido sus labios, estaban amarillos y rotos. Algo se movió dentro del cráneo del hombre. Sin saber lo que hacía activé la función nocturna de mis gafas. Fui más allá de la cuenca de sus ojos y pude ver unas hojas retorciéndose dentro de su cráneo.

—Las plantas —musité casi para mí mismo.

Sobe y Miles se veían abatidos por encontrar esos cadáveres, pero no sorprendidos, la vida de un trotamundos era muy ajetreada y movida, seguramente ellos se habían topado con algo similar en más de una ocasión.

Pero por mi parte era la primera vez que veía tantos cadáveres de desconocidos, olvidados en aquel claro oscuro como fotografías en un ático, mientras sus restos eran consumidos por unas plantas carnívoras que crecían en su interior.

Cam y Dante se veían igual de aterrados que yo, sus ojos se movían de un lado a otro como si no pudieran decidir qué imagen los horrorizaba más, tenían las manos caídas a los costados como si de repente no supieran qué hacer con ellas. Los adolescentes de quince años y los niños de once no estaban acostumbrados a protagonizar situaciones como aquellas, al menos no en el ámbito que vivíamos fuera del Triángulo.

—Dan tiene razón, al parecer algo de aquí hizo que se maten —dedujo Sobe.

—Tal vez escucharon cosas —respondió Miles—. La voz de Dante cambió cuando me hablaba, estaba diciendo incoherencias como siempre pero las entonaba con otra... onda. Y me molestaba tanto.

Dante tragó saliva volviendo en sí y escudriñó a Miles como si fuera un cadáver más, negó con la cabeza y se abrazó los codos.

—Creo rotundamente que deberíamos volver —sugirió con la voz oprimida—. No me gustan los cadáveres.

—¿A quién le gustan? —preguntó Miles conteniendo una sonrisa.

—Pues a mí no —dijo Sobe cruzándose de brazos—. Pero creo que deberíamos quitarles las armas y algunas de sus corazas de protección. No podemos ir desprotegidos en el bosque, no después de toparnos con esto —concluyó señalando retraídamente la batalla.

—¿Quieres que profanemos los cuerpos? —pregunté sintiendo el cosquilleo de una intensa sensación nauseabunda.

—Yo diría darle una utilidad a las armas y protecciones que están olvidadas cerca de personas... que perecieron —respondió muy formal juntando las yemas de los dedos de ambas manos y creando arcos opuestos con sus palmas.

—Quieres que profanemos los cuerpos —repetí confirmando lo que él acababa de decir.

—Pues sí —se le unió Miles—, no creó que a ellos les importe.

—Yo no voy a hacerlo —dictaminó Dante con firmeza.

Cam observaba la conversación con sus ojos deslizándose de un lado a otro como si viera un partido de tenis. El único rayo de luz enfermizo que se vertía oblicuamente sobre nosotros recortaba las sobras en la oscuridad.

—Miren eso —arguyó Sobe señalando una cota de malla—. No tenemos algo como eso, teníamos pero la abandonamos en el barco, en la mansión olvidada o en las casas donde nos cambiamos. Necesitamos algo que nos proteja de lo que sea que mató a los soldados.

—Pues al parecer no les sirvió mucho a ellos —repliqué.

—¡Oigan, oigan! —gritó Miles interviniendo—. Ya sé lo que haremos.

—¿Cerraras tu bocaza? —preguntó Dante con el entrecejo fruncido como si fuera Dagna.

Todos nos volvimos a él boquiabiertos, Dante nunca era tan rápido respondiendo ofensivas y si lo hacía respondía de tal manera que hubiera sido mejor para él quedarse cayado. Miles balbuceó y Sobe reprimió una sonrisa, iba a decir algo sarcástico, pero se contuvo para no empeorar las cosas.

La planta que se revolvía dentro del cuerpo se sacudió de manera que el cadáver giró su cabeza hacia Camarón. Él retrocedió tambaleante y casi tropezó con una roca.

—Miren, entiendo que para ustedes tres esto es nuevo. Nunca se han topado con cadáveres antes, por eso no voy a presionarlos. Pero de verdad necesitamos estas armas, tal vez si una bestia nos ataca la cota de malla podría transformar una herida letal en una herida casi letal —titubeó, sacudió su cabeza como si no hubiese querido decir aquello—. Quiero decir que podría sacarnos de un apuro, no quiero que terminemos como ellos —dijo refiriéndose a los cadáveres—, porque... porque los quiero chicos.

Sobe comprimió una risa, Miles estaba utilizando el cariño como excusa, sabía que no diríamos nada contra eso, nos abochornaríamos. Nadie le replicaría nada porque de otro modo se abriría paso una charla intima y conmovedora la cual ninguno quería oír. Dante suspiró y aflojó su postura nerviosa y tensada.

—Bueno —accedió—, los esperaré en la entrada del claro.

—Igual yo —dije.

—Nos llaman luego —repuso Cam.

Escalamos las rocas y nos alejamos de allí con un nudo en el estómago. Cam tenía escalofríos, se esforzaba por cubrirlos, pero no hacía más que intensificarlos. Dante se encontraba pálido a pesar de su piel oscura. No sentamos de espaldas al claro y contemplamos el campo de helechos y hierbas por el que habíamos venido.

—¿Porqué las cosas no nos atacan a nosotros y al resto sí? —preguntó Dan abstraído en sus pensamientos, acariciándose la barbilla insipiente que nunca terminaba de crecerle.

—N-no lo sé —respondí—. ¿Suerte de principiante?

—Tal vez o tal vez esté relacionado con algo en común que todos tengamos.

—¿Una carisma increíble? —intenté.

—¿Muestras de que nos patearon el trasero? —pregunto Cam contemplándose el antebrazo donde tenía un moretón tan oscuro como la noche, con tonalidades verdosas alrededor.

—No, no algo más —insistió meditando en ello.

Se alzó un silencio absoluto que sólo era interrumpido por el repiquetear de las armaduras de los cadáveres, Sobe y Miles estaban trabajando detrás de nuestras espaldas. Quería estar apartado unos segundos y me dispuse a trepar el árbol más cercano. Les dije a Cam y Dante lo que haría y asintieron concentrados en afilar un cuchillo.

Un pino nudoso y recto fue lo primero que encontré. Subí unos metros hasta que las cabezas de ellos me parecieron pequeños puntos. Me recosté contra su corteza e inspiré profundo. No había siquiera pájaros en las ramas pero si surcos de garras que se esparcían como estrías sobre la madera, la savia brotaba a borbones de los surcos y supe que eran rasguños nuevos.

Algo pegajoso se escurrió por mi mano, escudriñé la palma que no tenía vendada. La piel quemada y cicatrizada se encontraba cubierta de un líquido espeso y ambarino, no tenía olor pero era demasiado pegajoso. La escurrí en mi pantalón aguantando una muesca de asco. Sentía mis dedos viscosos como si los hubiese lavado en azúcar y agua. Suspiré resignado y lo dejé estar.

Con el silencio a mi alrededor no podía hacer otra cosa que pensar. Acaricié el anillo anguis enfrascado en mi mente; recordé lo que había dicho Morbock, la serpiente, que los trotamundos hacían mal en mantener todos los mundos separados. Pensé en que él estaba equivocado pero después de todo si los mundos no estuvieran separados yo ya habría encontrado a mis hermanos. Ir a buscarlos hubiera sido tan fácil como ir a Canadá o tomar un tren. Si ya habría encontrado a mis hermanos, no habría puesto al resto de mi familia en apuros y habríamos podido apartarnos a algún lugar donde nadie nos notara. Si los pasajes estuvieran conectados no existiría La Sociedad. Todo en mi vida iba mal por ser un trotamundos y por seguir las reglas del Triángulo ¿todo para qué? Si me creían un espía.

Me tranquilicé recordando en que tenía a mis amigos y ellos también eran una familia para mí. Aunque nunca les confesé por qué Gartet nos buscaba tanto. Era un secreto que ambos concordábamos mantener reservado aunque los amigos verdaderos no se guardan secretos, se cuentan todo. Me revolví inquieto en la corteza. ¿Por qué no confiaba en ellos? Eran mis amigos ¿o no? O simplemente eran mi consuelo para engañar la dura realidad: estaba solo.

Un abismo negro se abrió paso en mi cabeza. Sentí que algo me estrujaba el pecho hasta comprimirlo del tamaño de una pasa, el órgano que antes bombeaba sangre ahora sólo distribuía un líquido gélido y espeso como el hielo triturado que enfriaba todo mi cuerpo. Wow, esa metáfora debía anotarla. Pero eso tampoco me puso feliz.

La respiración se me cortó.

—¡Jonás! —me llamó Camarón—. ¡Dante!

Sacudí mi cabeza y miré hacia abajo. Dante había subido unos metros al igual que yo. Estaba sentado en una gruesa rama, a medio camino del suelo, balanceaba sus piernas con desgana y tenía los hombros hundidos.

—¡Jonás, baja! —volvió a alzar la voz Cam, ahuecando sus manos alrededor de los labios.

—¿Qué sucede? —pregunté desconcertado y sintiendo como el frío de mi cuerpo se iba poco a poco.

—Dante subió a buscarte porque no contestabas pero no sé qué le pasa. Dejó de subir y ahora tampoco baja.

«Dante»

A través de las agujas de pino contemplé sus delgadas clavículas marcándose en la remera, acariciaba sus pulgares abstraído. Descendí las ramas con cuidado, sintiendo la madera crujir debajo de mis botas, la palma herida comenzó a emanar gotas abundantes de sangre y me suministró grandes punzadas de dolor, lo que me recordó que tendría que visitar a Petra lo antes posible para una segunda dosis de medicina mágica.

Me coloqué a su lado cuidadosamente y observé sus ojos vacíos. Tenía ambas manos cubiertas de sabia, mucho más que yo, había intentado quitársela pero sólo logro que el jugo se untara hasta la mitad de su antebrazo.

—¿Qué sucede Dan?

Tenía unas profundas ojeras debajo de los ojos que antes no había percibido, se veía más cansado, casi derrotado y su postura, la posición laxa de sus músculos, se parecía mucho a la de los cadáveres.

No estaba llorando pero mantenía un aire afligido como si ya hubiese llorado tanto que no tenía más lágrimas que derramar, sólo pena que desbordar con la mirada. Sus ojos se veían como los de Berenice, un abismo tan ancho de palabras de las cuales yo no podía leer ninguna porque todas se amontonaban, mezclándose detrás de sus negras pestañas.

—Dante, Dan ¿Qué sucede? Hace dos minutos estabas de maravilla.

—Mis padres adoptivos me envían a un internado para que no moleste en casa —musitó casi para sí, como si no estuviera hablando con nadie—, en el internado no me quieren así que me escapo al Triángulo pero allá me tratan de espía —suspiró prolongadamente—. Es irónico que conociendo tantos lugares no pertenezca a ninguno.

—Pero ¿qué dices? —parpadeé desconcertado—. Tú perteneces conmigo, con tus amigos. Te quiero Dan —intenté con lo sentimental como había hecho Miles.

Él me miró pero no me observó, sus ojos estaban en otro lado.

—Tal vez por eso le tengo tanto miedo a los cadáveres ¿son mi mayor miedo sabes?

—N-no lo sabía. Estoy seguro de que nadie lo sabía...

—Sí, después de los reyes magos son mi mayor miedo. Pero los cadáveres... tal vez le tengo miedo a ellos porque no tenemos diferencias, somos iguales. Nadie quiere a los cadáveres, incluso Miles lo dijo, a todos le desagradan. Nadie quiere a Dante. Un nombre horrendo. Dante —repitió—. Rima con turbante ¿Quién querría a alguien que lleva un nombre que rima con turbante?

—Dan, estás diciendo incoherencias —dije sacudiéndole un hombro.

—Parlante, desquiciante...

—Dante...

—Irritante —murmuró.

—Abundante —traté—. Comediante, fascinante.

Él se calló.

—Oye, creo que la savia te hace pensar cosas desagradables. Es mejor que bajemos.

—¿Quieres decir que saltemos? ¿Juntos? —sus ojos se iluminaron.

—¡No, no quiero morir!

—Es cierto —convino—, a nadie le agradan los cadáveres.

—Anda Dan, ven conmigo.

Dije agarrándolo de la camisa y jalando levemente, lo suficiente como para que reaccionara pero no para que se cayera. Parpadeó desconcertado y comenzó a descender. Las ramas estaban resbaladizas por la savia.

Le vendé las manos con jirones de telas húmedas que pendían de mi mochila y luego vendé mi única palma libre que todavía conservaba rastros de la savia. Descendimos despacio, Cam nos aguardaba en el pie del árbol con semblante intrigado.

Nuestras suelas emitieron un sonido sordo al aterrizar. Dante se veía como un zombi, incluso babeaba y arrastraba los pies. Preferí omitir el comentario teniendo en cuenta que su mayor temor era la gente muerta. Le arranqué los vendajes, busqué dentro de mi mochila una cantimplora y comencé a lavarnos las manos al momento que le explicaba rápidamente a Cam lo que había sucedido.

Cam estaba a punto de llorar. No quería que llorara, no podía con los dos y no quería llamar a Miles y Sobe.

Reparé en que Dante se veía más despejado a medida que se despojaba de la savia, ya no tenía la mirada perdida en el vacío, sólo se limitaba a observar el trabajo que hacía para limpiarnos. Parecía sumido en un transe como aquellas caricaturas que solían gustarle a Eithan y Ryshia donde las personas pedían la conciencia siendo hipnotizados y sólo regresaban si alguien los golpeaba o los mojaba.

—Sigue igual —susurró Cam.

Miré la boquilla de la cantimplora, sólo me quedaba un poco de agua. Lo pensé unos segundos y se la arrojé a la cara.

Dante abrió enormemente los ojos y retrocedió. Se escurrió las gotas de agua del rostro a la vez que parpadeaba desconcertado. La pena de sus ojos se había ido y ahora sólo se encontraba el nerviosismo histérico que conocía. Sus cabellos negros y lustrosos se le pegaban a la frente en finas líneas que goteaban en los extremos. De repente la luz que se filtraba por los árboles me resultó más brillante y cálida. Le sonreí de oreja a oreja y Cam hizo lo mismo.

—Yo... —musitó Dante con el entrecejo ligeramente fruncido— yo no quise decir esas cosas.

—¿Qué cosas? —inquirí.

—Ya sabes, lo que te dije allí arriba —añadió apenado.

—No lo sé, la savia me dio amnesia —respondí agitando una mano, restándole importancia al asunto.

Él me lanzó una mirada agradecida mientras enroscaba la tapa y guardaba mi cantimplora nuevamente en la mochila con las armas, algunas historietas, mi cuaderno de dibujos y todas las cosas que había podido llevarme de casa.

—¿No vas a llenarla otra vez? —preguntó Cam refiriéndose a la cantimplora.

Comprimí los labios y no tuve siquiera que pensarlo.

—Después de saber que las plantas te comen, la oscuridad te hace escuchar cosas y la savia crea pensamientos siniestros en tu mente no me encuentro de ánimos para experimentar qué hace el agua.

Dante estaba acariciando la corteza como si se le acabara de ocurrir una idea tan siniestra que no parecía haber salido de su mente. Supe en lo que pensaba cuando dirigió una mano al cuchillo que Cam había estado puliendo. Podíamos cubrir los filos de las armas con savia, de ese modo dejaríamos perplejos a los que quisieran atacarnos sin herirlos demasiado, con suerte tal vez actuaran como zombis babeantes por un tiempo limitado.

La idea no me agradó pero después de la noche anterior sabía que no tenía otra alternativa si volvía a toparme con Morbock.

—Es mejor irnos —dijo Dante resoluto como si los pensamientos melancólicos todavía formaran parte de su mente—. Cam, apura a Miles y Sobe.

Cam asintió y se introdujo corriendo al claro como un relámpago.

Dante comenzó a untar la savia en el cuchillo y preparó su espada colocándola a un lado. A través de un acuerdo tácito convertí el anillo anguis en una espada, su hoja se desplegó emitiendo un chasquido, la arrojé a sus pies con desgana. Dante enarcó las cejas preguntándome si eso era todo. Busqué el calibre en mi mochila, saqué el cartucho de balas y lo dejé a un lado de la pila que comenzaba a formarse. Luego añadí unos cuchillos más. Todavía tenía la mente embotada como si una resaca abrumara mi cuerpo.

Bufé, quise recostarme en el suelo pero después de lo sucedido no confiaba siquiera en el aire que respiraba. No habíamos estado si quiera una hora en el bosque y ya nos encontrábamos profanando tumbas y envenenando armas. Habíamos caído bajo en sólo un puñado de minutos. En mendos de una hora y tendríamos que estar más de un día en el bosque. Mi estomago se retorció al pensar en todo lo que tendría que hacer.

Pero allí no se encontraban Petra o Walton para plantar un poco de moral y perspectiva optimista. Sólo estábamos nosotros y todo lo que poco que habíamos visto.

Un pensamiento afloró en mi mente como una de las plantas mortíferas del bosque. Nos habían dicho que era el bosque de las bestias salvajes y los depredadores pero ningún monstruo nos había atacado, ni a nosotros o a los cadáveres. Los únicos monstruos que había encontrado eran nuestros pensamientos, nosotros mismos.

Una sonrisa tétrica y sardónica se formó en mis labios reparando en que las bestias más salvajes de todas no se escondían en las ramas, los arbustos o la espesura del bosque, las bestias salvajes se hallaban en nuestra cabeza.

Y la mía ya estaba despierta. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro