II. Hasta que tu miedo nos separe

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Corrí hacia la puerta que se escondía detrás del telón, bajé las escaleras apresurado y me encontré con Sobe sentado en un banquillo y fregando los trasgos.

Tenía una montaña de platos y ollas detrás de él. Parecía aburrido y su cabello mal cortado lo tenía acumulado detrás de la oreja. Elevó su mirada hacia mí y sonrió un poco más animado.

—¡Jo! ¡Era hora! Estaba aburriéndome tanto... ¿Cuántas semanas llevo aquí?

—Sólo medio día.

—Ah —parpadeó como si recién me viera —. ¿Por qué esa cara?

—¡Petra acompañará al rey a no se dónde! ¡Harán una ceremonia, es entonces donde ella planea arrebatarle un poco de sangre para hacer el hechizo!

Sobe se incorporó chorreando agua de sus arrugadas manos.

—Espera ¿cuándo dijo eso?

—¡Después del ataque!

Frunció el ceño.

—¿Qué ataque?

—Unos malignums se infiltraron al castillo y asesinaron a muchas personas.

Él dio furioso una patada a Margaret e hizo ademán de desear arrancarse el cabello.

—¿Pelearon contra unos malignums y me lo perdí? ¡Siempre quise ver uno!

Parecía que hablaba de un concierto de rock que se había perdido en lugar de unos monstruos letalmente peligrosos con los que quería pelear.

—¿Y el traidor del Triángulo? ¿También me lo perdí? ¿Quién era? ¿Peter Funke? Siempre se vestía como mujer estoy seguro que...

—¡No existía el traidor, era un simple colonizador con recuerdos de cacerías!

—Qué aburrido.

Olvidé lo que dijo e hice un resumen de lo que había sucedido en el día. Que averigüé la historia de Gartet y que tenía posible maestro de enemigo, el cual podía ayudarnos, que descubrí que Gartet tenía una mancha o cicatriz en la cara y que si tenía un hijo este tendría la misma marca, no sé si en la cara, y podría significar la ruina. Tal vez era una profecía. No lo sabíamos, teníamos que averiguarlo y para eso necesitábamos el libro de Solutio. Luego le narré brevemente el ataque y como se encontraba Finca. Le conté cómo habíamos esperado al traidor del Triángulo y nos dimos cuenta que no existía para terminar en la promesa de Petra con el rey.

—¿Todo eso en unas horas?

—Sí —respondí sentándome exhausto en el suelo y apoyando mi espalda contra la pata de una mesa. Había dormido cuatro horas en más de tres días. Babilon era un mundo tan movido como una lavadora.

Sobe también se veía cansado pero más que nada molesto por haberse perdido toda la diversión. Aunque para mí tenía tanto de divertido como ir a un museo de estatuillas de cera de historia japonesa (había ido y todas eran exactamente iguales). Secó sus manos, se cruzó de brazos y se sentó en el taburete.

—Pues yo también descubrí bastantes cosas en esta cocina.

—¿Sí?

—Pues claro ¿crees que William Payne conocido como el Soberano de Etrra se queda de brazos cruzados?

—De brazos cruzados no pero aseando cosas tal vez...

—¡Jamás! Descubrí que los gorros que usamos en la cabeza se llaman fez —explicó dándole un golpecito con los dedos, yo ya había tirado el mío la primera hora que llegué—. Y también me familiaricé con varios términos, por ejemplo sé que Petra en realidad le prometió al rey que se casaría con él.

—¿QUÉ? —me levanté de un salto y el taburete donde me había sentado se cayó.

—Sí, se llaman fez, yo creí que eran bonetes pero no...

—¿Se van a casar? ¡Pero tiene quince años! ¡Son unos críos!

—Pero no para Babilon ¡Qué mundo tan romántico! —exclamó con sarcasmo enjugándose una lágrima.

—Petra no puede casarse...

—¿Por qué no? Conseguiremos el miedo del rey sin que él se dé cuenta, ella lo plantará en el altar y el único que saldrá herido es Nisán y la verdad que a mí me tiene sin cuidado.

No me agradaba la idea de todos modos. Aunque era tranquilizante saber que pronto encontraríamos el temor de Nisán y el sanctus nos diría dónde estaban mis hermanos y si nosotros estábamos predestinados a pelear contra Gartet. Aunque la segunda duda no tenía muchas ganas de resolverla. El destino era algo que me daba jaqueca.

—Es una ceremonia compleja, en este mundo no se dan un anillo ni nada, se dan secretos —explicó Sobe cuando lo miré con reproche—. En la ceremonia cada uno debe tomarse de las manos, ver los ojos del otro y susurrarle un secreto propio, un secreto que nadie más sepa, de esa manera le muestras confianza. Tu pareja debe anular tu secreto y tú debes hacer lo mismo con la confidencia que te fue susurrada. Si es una carga debes aligerarla, si se trata de una memoria alegre tienes que recrearla, si es una duda resolverla, si se trata de una actitud amarla... sea lo que sea no puedes limitarte a escuchar el secreto, debes actuar y si no actúas a los ojos espirituales no están acompañados. Se llama acompañar porque es para siempre. Los vínculos que forman no se rompen con la muerte, se dice que las almas están juntas para la eternidad. Acompañarse es algo serio, muy pocos lo hacen. En este mundo los sacerdotes no son como la iglesia que no puedes tener hijos con una persona o intimidad sin casarte, acá si se puede.

—Vaya se toman muy en serio en tema del amor —sentí culpa por Nisán a cada palabra que Sobe daba y para peor él no se cayó.

—Pero hay más, si alguien mata a tu acompañante tienen dos opciones: matar al asesino, no importa si fue un accidente, o suicidarte. Su muerte no puede ser la única, uno de los dioses de la muerte se enfada si así pasa, creo que el dios se llamaba Trompen. Con la muerte natural no se hace nada —se encogió de hombros—. Como sea, es muy serio todo ese asunto de acompañarse. Que Nisán quiera estar acompañado de Petra por conocerla tan poco es deschavetado, debe de tener el cerebro muy lavado. Espero que haya reglas de qué hacer si tu acompañante desaparece porque Petra lo abandonará cuando haya acabado la misión y eso lo dejará hecho polvo.

—Eso suena cruel... —dije al cabo de un rato.

—Oye, estamos tratando de salvar a su mundo y todos los demás de un villano que ya le ganó y lo veneraron por eso. Echaremos a ese villano y lo haremos gratis. Si Nisán lo supiera nos agradecería por romperle el corazón —no estaba tan seguro pero Sobe prosiguió—. Además, nos queda un día. Sólo un día para concretar el trato y la ceremonia se hará al anochecer de mañana los que nos deja una horas contadas para hacer un viaje largo.

—Dagna dice que hay camiones en el bosque. Podríamos tomar uno e iríamos más rápido. O Dante y Walton podrían robar otro dragón.

Sobe chasqueó los dedos. Sus rasgos chuecos eran alumbrados por la luz de las velas. La cocina estaba sumida en luces naranjas como la sala de las estrellas. Un caño goteaba a la distancia.

—¡Me gusta como piensas! De todos modos es un día libre —se acomodó su chaleco, limpió algunas volutas de polvo de su pecho al descubierto y arrojó el gorro hacia el suelo—. Es día libre ¡Bendito sea Nisán! ¿sabes lo que voy a hacer?

—¿Ayudaremos a Dante, Dagna y Miles en el bosque?

—¡Qué va! ¡Dormiré una siesta! ¡Llevo un día entero lavando cosas! ¡Buena suerte a todos, yo me largo! —pateó una olla que estaba en el suelo y el trasto voló hasta chocarse con la pared—. Buenas noches Margaret, no me esperes despierta.

Nos alejamos rápidamente de la cocina. Sobe se dirigió al rincón, tres pisos arriba, donde dormían los sirvientes. De veras quería ayudar a mis amigos con el campamento de colonizadores pero tres razones importantes me hicieron cambiar de planes:

1-Estaba tan agotado que me costaba pensar.

2-No quería pasar por la tumba de Ofelia.

3-Deseaba ver cómo se encontraba Finca.

 Sobe se recostó en la primera estera que vio, encogió las piernas y utilizó sus brazos de almohada. Me pidió que lo despertara después de unas horas porque iba a dirigirse a las afueras de los campos de refugiados para comprobar cómo le estaba yendo a Cam y Albert vigilando al verdadero consejero real y sus sirvientes. Cuando cerró los ojos comenzó a roncar. Sus ojos estaban hundidos en dos manchas oscuras que eran sus ojeras, las pecas estaban cubiertas por una capa de polvo como un mueble que hubiesen olvidado encerrado y su cabello castaño era una maraña.

Localicé a Finca al pie de una ventana, estaba acostada donde la había dejado y con el mismo aspecto.

Me incliné a su lado, observé como su pecho ascendía y descendía con calma. Recosté mi espalda contra la pared y apoyé mi cabeza en el alfeizar. Esperé a que despertara y se arrastré lejos de los sueños normales, los que yo nunca jamás volvería a tener.

Pero me quedé dormido.


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