II. Mala suerte

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

 Me había puesto mi ropa de combate como me pidió pero no tenía intención de usarla. Oculté la pechera de cuero, y los brazales donde guardaba navajas, con una capa raída. Finca me vio cuando me até la capa al cuello, abrió sus empañados ojos y sonrió débilmente.

—¿A dónde vas tan misterioso?

Su voz me sobresaltó aunque fue un murmullo. Faltaban unas horas para que amaneciera. Me incliné sobre ella y le susurré:

—Tranquila, ya regreso. Tengo que ayudar a alguien, está asustado y no quiero que nada interrumpa sus planes de mañana porque eso me ayudará a encontrar a mis hermanos.

—Los quieres mucho. No parece real, cuando hablas, te juro que no suenas real, suenas esos personajes de leyendas, valientes, leales e irreales...

—Tal vez estás en un sueño —dije al ver lo cansada que estaba.

—Debe ser un buen sueño entonces.

Volvió a cerrar los ojos.

—Tu nombre —murmuró.

—¿Qué hay con él?

Pero no volvió a hablar. Tomé su pulso y cuando comprobé que todavía seguía en el mismo mundo que yo me levanté y me marché.

Los pasillos del castillo estaban repletos de personas festejando, bailando, bebiendo o riendo. Estaban sentados en el suelo, apiñando leña para hacer fogatas o sentados en las barandillas de los balcones, charlando y señalando las estrellas. Muchos artistas habían venido y gran parte de los refugiados deambulaba de aquí por allá como si estuviera en una visita turística.

Había tanta libertad por los corredores que parecía otro edificio. Mi abuelo diría que era vandalismo.

Me colé a un grupo de refugiados que caminaba con los ojos ensamblados al techo, examinando la inmensidad de las bóvedas. Les pregunté si habían visto la habitación del rey pero estaban bebidos y no pudieron responderme con coherencia. Un chico joven estaba sentado en un extremo del pasillo, afilando un cuchillo en frente de una fogata. Estaba reunido con un grupo de hombres y mujeres que parecían montaraces. Muchos de ellos fumaban.

Escuchó mi conversación, dejó a un lado la manta con la que cubría sus hombros, se colgó el cuchillo al cinturón y se acercó hacia mí. Me dijo que conocía el lugar y que hace unas horas había pasado por allí.

—Te guiaría con gusto pero el tiempo es dinero y no puedo malgastarlo.

—Pero no estás haciendo nada.

—Tú tampoco —me observó con detenimiento—. Vamos no me mires así, casi me duele decirte que no.

Le di con discreción un puñado de monedas y le pedí que me guiara con disimulo en esa dirección. Su mirada aburrida cambió y sonrió como si nos entendiéramos. Agarró el puñado de monedas y se lo guardó en alguna parte de su camisa.

—Sé donde queda el lugar pero está muy vigilado tendremos que ir por un pasadizo peligroso que encontré. Pero fue tomado por el bosque.

—Da igual si lleva a la habitación del rey.

Él asintió y emprendió la marcha. No sabía cómo se había memorizado todos los recorridos en sólo una noche pero mientras más rápido y con menos problemas resolviera el asunto mejor. No iba a sacar nada bueno preocupándome por eso, además el castillo era tan grande como toda la isla del Triángulo, tenía que tener un guía.

El chico tenía unos veinte años. Su piel era literalmente blanca como si fuera fanático de los videojuegos, su cabello tampoco traía color y sus ojos lechosos me daban miedo. Todos en Babilon tenían un color en la piel pero al parecer él estaba defectuoso porque era blanco de la punta de la cabeza al extremo de los pies.

Se detuvo en la bifurcación de un corredor, sopesó las monedas como si lo inspirara, escudriñó el entornó y me indicó con una mano que lo siguiera. Él también tenía una capucha, se la caló hasta el fondo y anduvo con determinación por los corredores, tomando caminos largos e intrincados.

Me llevó a una bodega oscura, cargaba una antorcha que se consumía en su mano. Se dirigió detrás de unos barriles de cerveza, se inclinó frente a una rejilla, me dio la antorcha y levantó la herrumbrosa tapa de la alcantarilla.

—¿Me estás diciendo que en tu día libre caminaste por túneles abandonados?

—¿Y eso qué? En tu día libre quieres ver la habitación del rey, eso no me parece muy emocionante.

Touche.

—¿Qué?

—Nada, es una palabra para dar la razón de donde vengo.

—Que interesante —dijo con poco interés y de un salto se metió en el túnel.

—Es un idioma... olvídalo.

—¿Francés, verdad?

—¿Qué?

—Nada.

Estábamos marchando por un lugar subterráneo por donde corría el drenaje. El chico me dio sus suposiciones de qué creía que era el lugar.

—Corre agua pero no creo que sea un drenaje. Mira las paredes —indicó aproximando el fuego a la mampostería revestida de pintura desconchada y manchas de humedad—. Tiene grabados, pinturas y asideros para colocar adornos. Creo que fue un túnel de escape que fue construido hace muchos años para los reyes, cuando se podía escapar del enemigo. Ahora está abandonado y por las grietas se filtra el agua del arrollo que rodea el castillo.

Examiné lo escalofriante que se veía aquel pasadizo. El suelo apestaba, el agua hedionda nos llegaba a los tobillos y el techo sudaba, había plantas creciendo entre la roca y algunos helechos que se sacudieron cuando caminamos a su lado. Había unos bultos en el agua, cuando vi el primero, flotando en la oscuridad creí que eran Cheetos enormes pero luego vino un olor que me hizo saber dos cosas: que eran cadáveres y que jamás volvería a comer un Cheeto en mi vida. Eran animales.

El chico se detuvo y examinó los bultos oscuros.

—Eso no estaba aquí antes. Mmh... si no fuera honrado echaría a correr con el dinero y te dejaría aquí ahora mismo.

—Qué bueno que eres honrado.

Él resopló.

—Bueno para ti.

Rasgué el dobladillo de un pantalón que tenía en la mochila y me cubrí la boca con la tela pero eso no ayudaba a mitigar el olor. El chico reprimió una arcada.

—Sé que no es de mi incumbencia pero ¿puedo saber por qué deseas ir a ese lado?

Sobe respondería algo ingenioso como «Tienes razón, no es de tu incumbencia» pero yo no era tan rápido.

—En realidad lo tomo como referencia, deseo encontrar una sala que es vigilada —un trotador con experiencia jamás involucraría a un nativo en sus misiones pero yo era un novato—. Tengo que destruir un objeto que es la pieza maestra de una conspiración contra Babilon. Hay traidores en este castillo.

—¿Corrupción?

—Algo como eso.

Él me desprendió una mirada inquisitiva, aunque sus ojos eran como un lienzo en blanco podían verse algunos sentimientos fugaces en ellos.

—¿Tiene que ver con el Bosque de las Bestias Salvajes? —preguntó y asentí en respuesta—. Entonces conserva el dinero —me tendió las monedas en frente de mi rostro y me detuve sin comprender lo rápido que cambiaba de opinión—, lo haré gratis. Odio el bosque, me arrancó de mi casa y no quiero que gane esta ciudad aunque no pertenezca a ella.

—Yo igual —respondí.

El chico curvó ligeramente sus labios pero no le acepté el dinero. Negué con la cabeza y empujé ligeramente su puño lejos de mi cara.

—Consérvalo, no lo necesito.

—Los únicos que no necesitan dinero son los muertos y la gente feliz. Y si no me quedo con esto probablemente termine como los primeros.

—Pues te aseguro que si no salgo de este mundo no seré como los segundos.

Él se encogió de hombros, guardó el dinero nuevamente y reemprendió la marcha.

 Todavía seguía pensando en la charla de Nisán.

 Hace un año estaba en mi casa tranquilo, ahora caminaba con un chico desconocido por un pasaje que era una tumba para salvar un mundo que odiaba mientras esperaba obtener información para cambiar con un espíritu. Sentía que al perder la manera en como era antes también perdía la manera en que iba a ser, extraviaba una parte de mi futuro

Pensé que si escribía una bitácora de viajes esa parte sería difícil de explicar.       

Llegamos a una sección del corredor subterráneo donde el pasillo se separaba en tres direcciones. De repente una briza fantasmal nos recorrió y apagó el fuego dejándonos en total penumbra, sólo podía escuchar mi respiración y el sonido de las gotas caer contra el agua.

Giré hacia donde antes estaba el chico pero comprobé decepcionado que sólo había un abismo negro, una parte de mi había deseado que su blancura viniera con poderes especiales como brillar en la oscuridad.

—Bueno, eso fue raro —exclamó, su voz reverberaba en el pasadizo—, me asustaría si fuera cierto que esta mañana hubo un ataque de espectros en el castillo.

—Es cierto, esta mañana hubo un ataque.

—Y... ya me asusté.

—¿Cuál de los corredores era el que íbamos a tomar?

—El del medio.

Se escuchaba el ruido líquido que hacían nuestros pies al caminar sobre el agua. El chico guardó silencio y me concentré para seguir sus pasos. Nuestras voces se oían extrañas en la oscuridad, cavernosas y graves.

—Si voy a morir me gustaría sacarme la duda ¿Por qué tu cara está en todos los rincones de la ciudad? —me detuve súbitamente preguntándome en que dirección correr lejos de él—. Tranquilo, no se leer, lo único que sé es que no eres del bosque y para mí eso es suficiente ¿Qué eres un mercenario?

 —Algo como eso, trabajo gratis.

 —¿Un caballero? Vaya, yo también lo era. Era soldado pero deserté hace más de un año. Estaba metiéndome en un ejército que seguía a un tipo raro... se volvía más difícil cada hora. Sólo estuve un día.

—¿Nada más?

—Necesitaba dinero y ellos no pagaban pero robaban mucho y podía quedarme con algo del botín. De todos modos, era muy complicado, demasiada competencia. Con unos montaraces que estuvieron treinta horas, se cansaron y decidieron desertar conmigo.

—¿Qué clase de ejército?

—Es mejor que no lo sepas.

—¿No te acuerdas verdad? —pregunté.

—No, pero en mi defensa estuve en muchos ejércitos. Reales, de maleantes o agrupaciones de vecinos que trataban de defenderse. Deserté de todos.

Hubo un silencio tan espeso como la oscuridad que él no dejo crecer.

—¿Cómo te llamas? Sé que es de mala educación preguntar un nombre cuando la otra persona no te lo ha dicho pero no pude leer el cartel.

—¿Es de mala educación? —pregunté, no sabía los modales a los que acostumbraban las personas de Babilon pero ellos hacían cosas más groseras que interrogar nombres. El muchacho respondió que sí después de una larga pausa—. Me llamo Jonás.

—Jonás... ese nombre lo escuché antes.

—¿Dónde?

—No lo recuerdo. Pero lo nombraban mucho.

—¿Era una chica y unos niños?

—Lo siento —se lamentó en la oscuridad—. No lo recuerdo.

Hubo un silencio que tardó en romperse.

—Yo soy Yabal pero la gente suele decirme Yaba, Yab o ¡MALDITO JOVEN ENTROMETIDO FUERA DE AQUÍ!

De repente se escucharon otros pares de pasos en el corredor. El ruido rasposo y metálico de la hoja de la navaja de Yabal me hizo saber que la desenfundo. Giré mi anillo anguis y vislumbré un escudo en mi mente, uno macizo y ancho para protegerme de lo que fuera que viniera. Desenvainé una navaja del brazal que había encontrado en el bosque y agudicé el oído.

De repente los pasos se detuvieron, el agua dejó de sacudirse y lo único que se oyó fue el constante goteo del techo. No podía verlos pero sabía que estaban ahí. Alguien se desplazó hacia la izquierda, arrastró los pies. Su respiración era agitada, casi ronca.

«Un catatónico»

Varios de hecho. Me pregunté que hacía en ese lado de la cuidad, tal vez había una convención de catatónicos y en su día libre se reunían a respirar agitados y ver quién lograba hacer más ruido.

Entonces recordé el sueño de Sobe, uno de los hijacks estaba en el castillo con Berenice. El hijack tenía poder para persuadir a personas y utilizarlas como títeres, seguramente tenía muchos más como esos en todo el castillo, merodeando y buscándonos. Se me había olvidado esa posibilidad, me odié por eso.

Rogué en mi interior que Yab adivinara de qué se trataba y guardara silencio. Él agua se sacudió con violencia, eran movimientos agitados, dos catatónicos estaban pelándose. Un hombre aulló de dolor y su gritó reverberó en todo el pasadizo. El perdedor se estaba ahogando porque sus alaridos eran ocasionalmente engullidos por el agua. Se oyeron golpes sordos, respiraciones agitadas y gemidos ansiosos que alentaban al ganador.

Luego no se oyó nada, ni siquiera un paso o un resuello.

Medité mis alternativas. No podía escapar sin provocar ruido y estaba seguro de que sus oídos eran más agudos que los míos. Si iba a pelear contra ellos necesitaba luz. Deseé que mi guía no se asustara.

Me preparé.

Nihilum —susurré, las llamas brotaron de mis dedos y lamieron la navaja. Sentí el calor pero no me quemó.

El fuego iluminó el túnel.

Tenía un hombre enfrente a mí. Estaba tan cerca, había estado conteniendo la respiración para que su aliento no lo delatara. Tenía sangre fresca en los labios y la barbilla. El cuerpo inerte en el suelo me indicó que había matado a su adversario masticándole la garganta. Había cinco personas vivas en el túnel, dos soldados y tres sirvientes. Todos nos contemplaron como si trataran de encontrar un punto débil.

Al parecer el soldado que tenía enfrente encontró uno porque dio un paso hacia mí, me protegí con el escudo y retrocedí. Él aferró los bordes y trató de empujarlo hacia un lado mientras mordisqueaba el aire. Quería llegar a mi cuello y dejarme como su anterior oponente. Tenía mucha fuerza, cuando se abalanzó dispuesto a degollarme hice un movimiento vertical con la navaja y le abrí un tajo profundo por encima de los ojos.

El hombre se retiró cubriéndose la cara y gimiendo de dolor. Su grito sonó como un rugido animal. Se incorporó con rudeza:

—No me dolió —me amenazó—. ¡Ja, ja! ¿Eso es lo mejor que tienes?

—Eh...

No sabía que los catatónicos hablaban.

—¿Eso es lo mejor que tienes?

—Este... ¿Sí?

Los demás se abalanzaron. Yabal estaba a mi lado y no tardó en batir a dos en menos de unos segundos. Se movía rápido a pesar de que sólo tenía una navaja. Estaba entrenado, nadie normal sabría tantas tácticas de ataque.

Sólo quedaba una mujer famélica que retrocedió con la mirada perdida y se quedó petrificada en su lugar. Su ropa estaba sucia y mojada. Su piel demostraba que había estado todo el día en una intricada búsqueda porque estaba arañada y cubierta de polvo.

—No vas a escapar. Están encerrados en este lugar. Los encontraremos sucios trotadores —siseó con desdén —. Ahora persuadimos al fantasma de plata. No podrán escapar de ella. No po...

Yabal se aproximó sin problemas hacia ella y en un rápido movimiento le enterró la hoja de la navaja en el corazón. La mujer cayó al suelo como un saco repleto de tierra.

—Lo siento, la maté ¿Ibas a hablar con ella? Me pareció muy irritante.

Me desprendió una mirada desconcertada secando la hoja con su capa. Pero estaba demasiado anonadado para responder.

—Yo una vez vi a una persona que podía hacer eso —exclamó señalando vagamente las llamas—, se hacía pasar por malabarista de fuego pero hacía más que manejarlo, lo convocaba. Era una locura, se hacía llamar brujo o algo así. La verdad es que la marmaig me tiene sin cuidado.

—¿Qué cosa?

Yab me examinó como si cada vez que volteara a verme encontrara algo nuevo.

—La marmaig, lo que practican los brujos, cosas sobrenaturales.

Se refería a magia, Petra me había dicho que la magia era como la luz y la oscuridad, existía en todos los mundos pero con nombres diferentes.

Sentí como a pesar de portar las llamas me embargaba un escalofrío abrumador. La energía se escurría de mis manos y podía experimentar cómo me consumía lentamente. Hice que la llama desapareciera.

—¿Cómo hiciste para ganártela de enemigo? —inquirió emprendiendo la marcha en la oscuridad.

—¿A quién?

—Al fantasma de plata. Así le llaman a Tamuz, la princesa loca. Le dicen así porque es blanca y descuidada.

—Parece que te estás describiendo a ti.

—Yo no soy blanco —protestó, su voz sonaba confundida.

—Ah... me confundí entonces.

—De veras estás en problemas si ella te odia por alguna razón.

No se oía asombrado. Eso me agradaba, aunque no conocía a Yab sabía que era alguien que estaba acostumbrado a rarezas porque cualquier persona normal se iría corriendo lejos de los túneles, los catatónicos, el chico extraño y una misión mal pagada.

Pensé en sus palabras. Tal vez el catatónico quisiera asustarme y no eran más que mentiras lo que dijo. Alguien que no conocía quería matarme, tenía que admitir que no era una noticia nueva y si Tamuz andaba con ganas de atraparme entonces tendría que hacer fila.

Suspiré y me tranquilicé pensando que al atardecer estaría recibiendo de la misteriosa Ojos de Fuego el miedo del rey, habríamos negociado con el sanctus, habría ayudado a ese mundo y no volvería a verlo en toda mi vida.

Seguí caminando pensando que jamás llegaría el día de mañana. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro