Mala suerte

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¿Alguna vez estuviste en una clase y cuando el profesor hizo una pregunta la cual nadie respondió, comenzó a buscar con la mirada uno de los alumnos que pueda contestarle y en ese momento trataste de pasar inadvertido mientras deseabas presa del pánico que te no reparara en ti? Tratar de pasar desapercibido en un mundo donde tu cara parece la mayor atracción de la cuidad se le parece mucho.

Tenía la idea atorada en la mente, lo que Sobe había dicho, que por el día libre tenía más probabilidades de ser reconocido y eso me ponía los pelos de punta.

Escarlata me encontró en uno de los jardines. Aleteó a mi alrededor y se colocó en mi hombro como solía hacer. Acaricié su árida cabeza y él lamió mi mano. Como no tenía a donde ir regresé con Finca pero ella continuaba descansando apaciblemente.

Estaba muy oscuro, había algunos heridos durmiendo en hamacas o al ras del suelo. Busqué una vela debajo de unos trapos sucios, la encendí con artes extrañas, el fuego resurgió de la mecha como si siempre hubiese estado ahí y la dejé a mi lado.

Me senté y saqué de la mochila el cuaderno de anotaciones que tenía, las páginas estaban hinchadas de mapas pegados, fotografías de lugares donde creía que había portales hacia Babilon y otros pasajes y muchos recortes de diarios. También había dibujos, bocetos que había hecho. Recordé a mi madre. Le había contado del hombre que pintaba pájaros en un muro para una misteriosa Beatriz y que había muerto por ello (pero no le dije que lo vi en un sueño porque me habían embrujado los coleguitas del tipo más loco de la historia). A ella le encantaba el arte y yo como pasatiempo de último año también había comenzado a dibujar. Pero ninguna imagen me gustaba tanto como la que había guardado entre las hojas.

La foto del día de campo. Cuando les enseñé a nadar a Eithan y Ryshia. La observé bajo la luz del fuego. Estaba tan embobado que no lo noté entrar.

Era el rey Nisán. Su cabello azabache estaba peinado hacia atrás. No traía corona y vestía un traje que parecía un pijama lujoso. En absoluto se veía como un rey, parecía un adolescente feliz y cansado. Casi perdido, sus ojos se veían obstruidos como si alguien hubiese ocultado bajo una sábana lo que de verdad revelaban, supuse que era el hechizo de Petra lo que los había lucir así.

—¿Tú eres el sirviente de Petrawen? ¿El futuro soldado?

—Sí y no lo sé.

No tenía ni la menor idea de por qué Petra me había querido nombrar soldado, es más, eso me metía en problemas y no iba para nada con la regla del anonimato. A Sobe no le había parecido raro y no había tenido oportunidad para preguntarle si sabía qué se pretendía.

Sentí un ruido metálico. Unos soldados vigilaban el corredor, apostados en la puerta. Eran de la mesnada. Maldije para mis adentros y me puse de espaldas a la puerta, enseñando mi cicatriz.

Nisán se sentó a mi lado con naturalidad como si nunca hubiese tenido problemas con el espacio personal y colocó los antebrazos sobre sus rodillas. Juntó sus manos. No parecía molestarle el suelo sucio ni que la sala de heridos oliera a supuración y vertedero. Desvió sus ojos hacia mi foto y abrió su mirada con expresión sorprendida.

—Ese es el mejor retrato que he visto en toda mi vida, es como ver el mundo con mis ojos —se asomó a la fotografía—. ¿Quién lo ha pintado?

—Eh... se llama Nikon.

—Debes presentarme a Nikon, tengo que pedirle uno de sus retratos.

Asentí, no quería decirle a un rey chiflado que se vería loco hablando con una cámara fotográfica, podía enojarse y enterrarme debajo de toda su fortuna o mirarme raro hasta explotar. El último pensamiento me arrancó una sonrisa mental.

Él giró un anillo que tenía en la mano mientras comenzaba a hablar. Su logo era un león sobre un fondo rojo.

—Petrawen te estima mucho —susurró no supe si era para que no despertar a las personas que dormían o si no quería ser visto allí—. Me habló demasiadas cosas de ti, de como la haces reír y como a veces eres meditabundo, un ente errante que busca una personalidad con tanto esmero como busca un amor que perdió, alguien que no conoce su camino y que batalla con la angustia que carga.

—¿Qué? —no entendí nada de lo que dijo.

—Sí —afirmó él.

—Entonces ¿te habló bien de mí? —pregunté con una sonrisa sarcástica pensando en que si fuera bueno en el coqueteo le daría clases a Petra porque hablar de un sirviente en la primera cita no era suficiente, no importara cuan bueno fuera el romanceo.

—Sí, me dijo también muchas otras cosas de donde viene. Que está peleada con sus padres, ellos la creen una deshonra y que extraña mucho a su hermano. Que finge creer que no existen pero eso no la hace sentirse peor. Dijo que se sentía cómoda hablando conmigo...

«Cómoda mintiendo contigo, querrás decir»

Largó una risilla ingenua.

—No puedo creer que ella esté enamorada de mí, es única, me hace sentir tan... purificado como si nada pudiera volverme una peor persona. Es decir, no puedo describirlo con palabras es como si el sentimiento se desplazara dentro de mí, y cada vez que lo cazara se escurriera de mis dedos y no me dejara descubrir su verdadera identidad para poder describirlo después. Pero puedo jurarte algo, es único, dulce y embriagador —cerró sus ojos—. Dioses, cuan embriagador es.

—Discúlpeme... su... ¿majestad?

No tenía idea de cómo llamarlo.

—¿Sí? —abrió los ojos.

—Yo no soy quién para preguntar —de echo sí— pero ¿no le parece muy precipitado este asunto de la... boda.

—¿Boda? ¿Qué cosa?

—El acompañamiento. Digo, la conoce hace menos de un día y su edad es corta —omití el hecho de que en mi mundo era tan pequeño que ni siquiera hubiera terminado la secundaria... qué digo no tenía ni barba.

—Tus palabras no son nuevas para mis oídos —respondió con una sonrisa vergonzosa y forzada—. Mi consejero y todos los sacerdotes trataron de disuadirme pero no pueden obligarme a nada. Y aunque pudieran no les haría caso, ni siquiera seguiría las señales de Gartet. Juro que nada me impedirá acompañarla mañana. Incluso yo sé que es precipitado. No es nada cuerdo lo que estoy haciendo pero si voy a ser un loco independientemente de lo que haga ¿Por qué no ser un loco por amor?

—Porque saldrás lastimado. Si quieres mucho a alguien y después esa persona te abandona...

—Petrawen nunca me abandonará.

—Yo sé lo que se siente y duele, duele mucho cuando estás solo.

Las palabras salieron de mi boca sin que las pensara. Tal vez por eso odiaba la idea de que el rey fuera plantado. Porque él estaba demente no significaba que perdería del amor. Siempre amaría a Petra, aunque el hechizo se fuera y ella también y no tuviera nada más para amar, entonces amaría la idea de tratar de conseguir aquel sentimiento otra vez. Yo no podía permitir que alguien sintiera eso. Era horrible y cada vez que quería mejorar las cosas, las cosas empeoraban.

—Yo también sé que se siente —me respondió en un susurro—. Al igual que tú, viví historias tristes pero más triste aún, tuve que verlas. Tevet, mi hermano mayor, era mi amigo pero no siempre lo fue. Mi padre estaba demente antes de que todo se desbordara, no me dejaba tener contacto con mis hermanos. Nos encerraba en diferentes alas del castillo, las más deshabitadas, lo suficiente para crecer solo pero no para que me mataran y nadie lo notara. No sabía que tenía hermanos, solo una madre y un padre que a veces venían a visitarme. Estaba preso. Yo le tenía miedo a todo, me enseñaron a temerle, no esperaban que algún día llegara al trono, era el segundo hijo, sólo querían mantenerme vivo y por eso me encerraban, en una de las torres más altas.

Era como las historias de las princesas encerradas únicamente que en este caso era un chico y estaba loco y todos estaban igual de chiflados.

—Pero no Tevet, él heredaría todo, tenía que ser intrépido y le enseñaron a desafiar y a usar todo lo que estuviera a su alcance para matar. Por esa razón le fue muy difícil mantenerlo encerrado. Siempre se escapaba y cuando descubrió que yo y Tamuz existíamos fue a visitarnos. Cuando me vio se asustó por primera vez en mucho tiempo, dijo que era muy parecido a él y eso lo aterraba y maravillaba, estaba contentísimo. Recuerdo que no dejaba de sonreír, quería saber si los hermanos eran tan amigos como las historias que había escuchado donde los hermanos eran guerreros empedernidos o ladrones sinvergüenzas. Recuerdo que hablamos todo el día. Nos hicimos rápidamente amigos, me habló de Tamuz y de las formas que había para matar. Yo le hablé de mí y de las formas que había para morir. Solía reír cuando hablaba, me dijo que por conocer tan bien a la muerte le tenía mucho miedo «¿Por qué temes algo que conoces?» Me preguntó «Si lo conoces sabes cómo va a atacar y puedes evitarlo o no?» Entonces yo contestaba «La conozco y sé de lo que es capaz» «Entonces has que ella te conozca a ti»

Meneó con la cabeza.

—Yo había nacido hace diez años cuando me dijo eso pero puedo jurar que en ese momento él me trajo a la vida. Después de un tiempo desafió a mi padre y nos liberó para poder terminar la infancia de la manera más posiblemente normal. Recuerdo que pasábamos todo el tiempo juntos, corríamos carreras por los pasillos, molestábamos a los soldados, observábamos al bosque y cazábamos. Me enseñó a montar. Pero llegó el día en que aparecieron los hombres no humanos. Él fue a rescatarlos, ayudarlos y esas vestías lo sabían, se aprovecharon de su bondad. Y desde entonces no pude volverlo a ver. A veces creo que no está muerto porque los monstruos no se quedan con los cadáveres, los arrojan en el pueblo y con el cuerpo de un príncipe habrían hecho toda una obra de arte pero no. Simplemente nunca regresó.

Guardó silencio.

—Creo que está vivo, no sé dónde pero lo está, si se encontrara muerto lo sabría aunque lo que no logro comprender es por qué, si está vivo, no regresa. Lo necesito y es un tormento que el reloj corra sin él. Hace el tiempo más lento. Somos dioses con el tiempo ¿Sabes?

No entendí lo último, pero sacando eso, era como escuchar mis pensamientos.

—¿No te parece injusto? —largó un resoplido, sus ojos estaban perdidos—. Era la persona que más quería en todo el mundo, tuvimos que crecer separados y ahora debemos envejecer separados. Es tan injusto que dos personas que se aman no puedan estar juntas nunca más, parece irónico como un mal chiste, lo quiero y él me quiere pero ese sentimiento por más fuerte que sea para nosotros, no puede volvernos a juntar. Aun así, lo siento en mi pecho y palpita, un sentimiento tan intenso que juraría que puede mover planetas... pero no puede moverme a su lado. Pero Petra...

—Petra te hace sentir mejor aún.

Ya sé que muchos pensaran que los chicos de quince años que hablan de sentimientos son unos fenómenos. Narel se reiría de mí y me ofrecería un té con bizcochos para mi plática. Pero sentía que él lo necesitaba y yo más.

Parecíamos dos sanctus comentando que tanto le gustaban las cosas incomprensibles.

Sentí pena por Nisán, era otro pobre diablo atrapado en el medio de los problemas que Gartet había llevado a su mundo. Habría sido el niño más feliz y suertudo de todo Babilon si ese bosque o la corona o lo que fuera no hubiera vuelto loco a su padre ni a su abuelo. Recordé el sueño de Izaro, la corona era lo que volvía locos a los de su familia, eso y una pequeña parte ser criados por dementes que los trataban como si fueran presos.

—Sí, es por eso que quiero hacerla feliz, entonces yo voy a ser feliz. Sé que me pidió que te convierta en soldado. Y eso haré, ahora mismo lo estoy haciendo. Sin ceremonias ni sacerdotes. Te doy mi palabra, ya eres caballero de la Mesnada de Oro.

Forcé una sonrisa agradecida y no supe que decir: «Gracias, pero si quieres matarme es más fácil que me arrojes a tiburones»

—Pero quiero hacer más, deseo demostrarle que aunque no la conozco bien estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Petrawen se preocupa mucho por ti y por Soberano. Dice que tiene muchos amigos queridos, los llama la unidad, pero de todos sus seres queridos ustedes son los que más enterrados en líos están. Por eso quiero ayudarte, si le importas a ella me importas a mí. Dime lo que creas necesario que debería mejorar, o lo que crees que a ella le gustaría que cambie. Dioses, hasta derrumbaría cada pieza de la cuidad si me lo pidiera y lo hiciera conmigo.

 ¿Daba miedo? Sí ¿Sonaba romántico? No ¿Me quedaría callado y perdería esa oportunidad? Por supuesto que no.

Parecía que hablaba en serio.

Medité en su triste historia y luego la imagen del cuerpo de Ofelia me azotó la mente, estaba otra vez coronando la pila de cadáveres como la estrella de un árbol de navidad, pensé en su hermano y en todas las personas que eran derrotadas por la oscuridad de ese mundo. Pero más que nada pensé en Finca. Y entonces vino esa sensación, era conocida rígida como el coraje, ardiente al igual que el fuego.

Era seguridad. Estaba convencido de que trataría de liberar a Babilon de los castigos de Gartet, lo haría o moriría en el intento. Ahora no podía dejarlo, a pesar de que seguía pensando que la mayoría de los nativos eran un asco no podía abandonarlos. Tenía que salvarlos de ese bosque.

Si los abandonaba entonces esa parte de mí se iría para siempre y se llevaría todo lo demás.

A veces detestaba ser así de bueno o blando como quieras llamarle. De repente una idea surgió en mi mente.

—Puedes hacer algo —dije, observé por encima de mi hombro a los soldados y susurré —. Petrawen no quiere hacerte sentir mal —él asintió como si eso fuera verdad— pero tiene corazonadas y cuando advierte algo rara vez se equivoca. Me lo dijo el otro día pero planea resolver el asunto sin alterarte.

—Típico de Petrawen.

—Eh... sí. Ella creé que Morbock es un traidor, él vino del Bosque de las Bestias Salvajes. Y no quiere hacer nada más que destruir este mundo. Viene de una larga hermandad de... asesinos, ellos a lo largo de los años se han encargado de volver locos a tus antecesores.

Nisán desprendió una mirada a los soldados y de repente se convirtió en alguien asustado.

—¿Hablas en serio?

—Jamás hablé tan en serio. Ellos están traicionándote, toda la mesnada y gran parte de los sacerdotes, el único en que puedes confiar es Cuervillo pero por lo poco que lo conocí es una persona que necesita clases de moral y mucha humildad. Sé que tampoco me conoces a mí pero debes escucharme. La razón por la que tu abuelo y tu padre se volvieron locos al ser coronados reyes es por que la corona esta envenenada. Infecta tu mente.

—Los sacerdotes no dejan de insistirme en que la lleve puesta. Le prometí que la usaría mañana en la ceremonia de acompañamiento —susurró como si hablara consigo mismo—. Pero Petrawen me advirtió de algo similar, me pidió que no la use.

De repente recordé que Petra había pedido que me convierta en soldado para que Nisán me pregunté sobre una inquietud. Debía tratarse de eso, de la corona envenenada, no había otra opción.

—Es por esa razón que tuviste que crecer con personas chifladas. Escúchame, deshazte de ellos, poco a poco, no abruptamente porque de otro modo se darán cuenta y moverán fichas para sacarte de juego. Si quieres una mesnada de soldados puedes encontrar muchos candidatos en los campos de refugiados. Elígelos tú, en persona, no le des nada a otro. Y tu consejero podría ser... no sé, alguien de confianza como tu hermana —esperé que no se tomara de enserio lo de su hermana ya que ella estaba tan loca que sus consejos serían hacer un rastrillaje de los asesinos de sus padres por toda la cuidad—. Pero debes moverte rápido. Tal vez las cosas maliciosas del bosque no dejen de crecer pero puedes cortar las malas hierbas que crecen en tu propia casa. A Petra... wen le encantará saber que están en sintonía.

Él asintió.

—Gracias por tu consejo. Lo seguiré como si fuera el camino de mi vida y de hecho creo que lo es —juntó sus rodillas contra el pecho y observó de reojo a la mesnada—. Pero tengo que admitir que tu declaración me perturbó un poco. No puedo actuar como me pediste, siento que si no me deshago en este momento de Morbock moriré ¿Tienes armadura? —inquirió.

Asentí sintiendo como mis músculos se petrificaban y señalé torpemente la mochila donde guardaba mi ropa de combate.

—Entonces vístete con ella y deshazte de ese artefacto envenenado. Debes robarla porque la corona esta resguardada por los sacerdotes en una sala especial de reliquias. Me temo que si doy la autorización para que te la lleves y despido a Morbock en la misma noche la discreción de la que hablas habrá quedado aniquilada. Por ese motivo no puedo ayudarte y te pido disculpas por eso, deberás pelear por ella. Quiero que lo tires en las fraguas de los hereros y no te vallas hasta que se funda y deje de ser lo que es, luego dime dónde la fundiste porque tengo fines para el metal. La corona se encuentra en una sala, cerca de mi habitación. No puedo iniciar mi vida rodeado de traidores es de mala suerte. Debemos deshacernos esta noche de la mayor parte de deslealtades que haya en el castillo.

Deseché la idea de hacerlo cambiar de opinión. Parecía muy convencido.

Pero yo no quería pelear con Morbock esa noche, ni robar la corona o perder mi anonimato. Sólo se lo había dicho para que tomara medidas sobre el asunto ¡Cuando yo me fuera!

Pero Petra me había hecho caballero y un caballero antepondría la vida de Nisán a la suya. Reprimí la palabra grosera que tenía atorada en la garganta.

Después de todo no podía esperar otra cosa de él, era feo saber que todos tus amigos en realidad eran lo que siempre creíste que eran: unos traidores. Siempre había sido un loco paranoico y el primer día que había dejado de desconfiar se había enterado que tenía razón. No podía enfadarme con él por querer deshacerse de todo en esa noche.

Además estaba la posibilidad de que quisiera postergar la ceremonia y eso no podría suceder. No porque crea que necesitemos su sangre, no, yo odiaba esa idea pero si mis amigos se enteraban que había interferido en lo que llevaban tramando días enteros me matarían. En especial Dante y Dagna, el tartamudearía nervioso y ella me haría polvo con sus golpes.

Pero yo no podía llevarme su miedo, usarlo y abandonarlo a su suerte como si nada hubiera pasado. Yo no era así. Quería ayudarlo y esa era la manera de hacerlo.

No era una misión difícil. Como trotamundos me había topado con cosas más complicadas, sólo un simple hurto y Nisán estaría tranquilo con el mundo, la buena suerte o lo que sea que le inquietara para continuar con la estúpida e innecesaria ceremonia.

—Trataré de hacerlo —dije al fin.

Nisán me sonrió ampliamente pero con un nerviosismo en los ojos, se rascó la cabeza con inquietud, se paró y vaciló.

—Ustedes fueron lo mejor que me sucedió. Estoy muy agradecido por eso y espero compensárselos algún día.

Se levantó y se marchó.

—Créeme que lo harás —susurré.   

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