II. Me topo con mi mejor amiga en el mundo.

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El sendero por donde discurríamos se ensanchó hasta dar lugar a un gran camino, amplio y llano. Los árboles se cerraban por encima de nuestras cabezas creando una bóveda de hojas. Se veía como el tipo de caminos que te conectaban con un pueblo. Nos pareció raro que haya un sendero tan definido teniendo en cuenta que el bosque engullía y devastaba pueblos enteros, resultaba extraño que respetara un simple camino.

Sobe nos dijo que dentro de unas diez horas nos toparíamos con una aldea deshabitada, el lugar anteriormente se llamaba Los tres ojos, eran tres pueblos, uno tan próximo de otro que se unificaban a la hora de plasmarlos en el mapa. Estábamos debatiendo si evitar caminar sobre el sendero misterioso que parecía una trampa o retrasarnos caminando por la maleza del bosque cuando escuchamos un leve murmullo en nuestros oídos.

Al principio fue casi imperceptible, sólo un sonido vago arrastrado por el viento. Luego aquel murmullo fue creciendo hasta convertirse en una articulada marcha. Cascos de caballos, pasos arrastrados, suelas de zapatos quebrando ramas, ruedas de carretas chirriando, algunas voces perdidas y armaduras repiqueteando unas contra otras. Eran cientos de personas que se precipitaban por el sendero. Todavía no podía verlos, pero si oírlos. El vello de mi cuerpo se me erizó y en un acto reflejo cerré mis dedos alrededor de anguis. Petra humedeció preocupada sus labios y retrocedió sin intención.

—¿No se suponía que no habría nadie en el bosque? —pregunté volteando hacia ellos.

Sobe extrajo el mapa del interior de su bolsillo y lo escudriñó buscando respuestas, Miles se encogió de hombros, Dante palideció y Berenice continuó con la misma expresión insípida que antes. Petra comprimió el puño por el que sostenía el báculo, lo había llevado cargado en la mochila y a través de un movimiento raudo ya lo tenía listo entre sus manos.

—Se supone que no hay nadie en estos rincones del bosque. Si algo se aproxima no es de los nativos —habló tan rápido que cuando había comprendido lo que dijo, ella ya se marchaba a la espesura de las sombras— ¡Vengan, no somos suficientes para pelear!

—Habla por ti, yo podría combatir a mil —respondió Sobe con arrogancia.

—Sí, pero eso no significa que ganes —le recordó Miles mientras seguía a Petra.

Rápidamente nos ocultamos detrás de una fila de árboles robustos que contorneaban el sendero. La oscuridad allí era un tanto más espesa y las sombras se abrían paso como si te dieran la bienvenida a su mundo oscuro, pero de todos modos no era un buen escondite. Si alguien se aproximaba tan sólo unos pasos a los extremos del camino, entonces podría vernos sin problemas.

Una extraña sensación me abrumó, me sentí encerrado, muchos metros bajo tierra, sin posibilidades de escapar pero a la vez un poco de libertad cosquilleaba en mis dedos, como si estuviera en la proa de un barco en pleno mar abierto. Aquellos sentimientos se revolvieron por unos segundos hasta que comprendí lo que sucedía. Percibía a un gran número de trotamundos aproximándose.

Le desprendí una mirada a Sobe y él asintió confirmando mis sospechas. Sólo podía ver sus siluetas contorneadas por la escasa luz.

Berenice se agazapó detrás de unos matorrales, tenía las piernas encogidas en una posición que le permitía pegar un salto y atacar, si era necesario, como si fueran dos resortes comprimidos. Cuchillo en ristre. La mirada hermética la había abandonado por unos ojos salvajes. Petra se comprimió contra la mullida corteza del tronco cuando las extrañas personas irrumpieron en el camino.

Despegué un vistazo fugaz del otro lado y reprimí un grito. Era una multitud conformada por muchas especies. Había hombres, mujeres y adolescentes trotamundos, los más grandes tenían veinticinco y los más pequeños once. Nunca había visto a los trotamundos que servían para Gartet pero con sólo verlos supe que eran ellos.

Tenían un aspecto mucho más curtido y experimentado que los trotamundos que acostumbraba a toparme en el Triángulo, algunos incluso tenían la misma mirada despreocupada, aburrida, arrogante y aventurera que Sobe, como si nada ni nadie pudiera superarlo y tomarle una sorpresa. Eran personas que se habían criado solas, crecido con peligro desde niños, abandonados en otros mundos, trotando de un lado a otro sin nada permanente más que sus poderes.

Algunos monstruos caminaban a la par con ellos; bestias de numerosas patas que se desplazaban emitiendo un leve rose con sus alargadas extremidades, unos se parecían mucho a cucarachas a diferencia que tenían el tamaño de un león. Criaturas mitológicas que jamás creí que existieran estaban armadas con espadas, arcos o rifles que cargaban en sus manos sin intención de usarlos; minotauros, centauros, mujeres con piernas de pájaro y colas compuestas de plumas oscuras y arqueadas que brillaban de color azul, purpura o verde, ellas tenían un pico grande y puntiagudo.

Yo me había topado con uno de esos monstruos el año pasado, se llama Gastonia pero era mitad crustáceo, todos ellos provenían de un mundo que albergaba criaturas mitad hombre mitad animal. Me entraron ganas de dibujarlos a todos por muy perturbador que fuera verlos. Sobe hizo ademan de tomarle una foto mental.

Si esos monstruos nos encontraban harían pedazos a mis amigos, le rasgarían su carne, se la comerían y nos golpearían a Sobe y a mí hasta dejarnos inconscientes.

Entre la multitud pude identificar a una persona que reconocí en el acto. Su cabello rojizo lo tenía suelto sobre los hombros, vestía una túnica blanca que parecían sábanas confeccionadas, de hecho se le podía ver una etiqueta que delataba haber robado la sábana de un motel. La piel de su rostro estaba levemente pintada como un chamán, marcas negras le contorneaban los ojos. Izaro caminaba resuelta con la muchedumbre. Siguiéndole los pasos como si fuera su sombra la acompañaba Zigor. Sólo pude ver los cabellos plateados del muchacho que enfilaba cabizbajo, clavando sus ojos en la punta de las botas, tenía las manos hundidas en los bolsillos de su sudadera y se veía desmoralizado. No como su amiga o dueña que caminaba enérgica, con la barbilla comprimida en una mueca disconforme.

Desprendí una mirada a Sobe y él revoloteó los ojos al contemplar a Izaro como si su presencia lo fastidiara en lugar de asustarlo. Se volteó como si los extraños hubieran perdido todo lo divertido y se tumbó despreocupado en el suelo, con la espalda contra el árbol, esperando que la multitud terminara de transcurrir.

—¡Izaro! —gritó alguien abriéndose paso a través del gentío.

Contuve el impulso de asomarme mucho más al borde y comprimí mis dedos contra la corteza rugosa intentando dominarme. Un chico con unos ojos grises, cabello azabache como el de Berenice, piel bronceada y cubierta de cicatrices se aproximó jadeando con cara de pocos amigos. Parecía tener unos dieciséis años y rasgos angulosos. Izaro detuvo su marcha y lo contempló anonadada, Zigor elevó su mirada del suelo y retrocedió como si le tuviera miedo. El muchacho estaba vestido con una camisa negra, una coraza de cuero y pantalones militares también negros, ataviado con varios bolsillos que le daban un aspecto formidable.

Era el tipo de chicos que le gustaban a Narel.

—¿Quién es ese cretino? —susurró Sobe recuperando su atención y alzándose lentamente.

—No lo sé —respondió Miles desde un rincón del bosque donde no podía verlo—, pero mira con el deseo que lo contempla Izaro.

—Es de la misma manera que tú miras a Dagna —le respondió Sobe con una sonrisa torcida y los ojos fijos en Izaro.

Mordí mi mano para reprimir una carcajada mientras Miles lo negaba. Petra me lanzó una mirada asesina por habérmeles unido y los regañó a ambos.

—Shh.

—¡Izaro! —gritó nuevamente el muchacho corriendo agotado como si llevara horas en esa marcha. Respiró grandes bocanadas de aire, arqueó su espalda y colocó las manos sobre las rodillas, luego volvió a incorporarse—. ¿Qué demonios estás haciendo?

—¡Qué te importa, Witerico! —respondió ella a la defensiva.

Me mordí la lengua.

—Piedad y yo descubrimos que estás negociando con Cornelius Litwin no puedo creer....

—¡Piedad y tú, Piedad y tú! —protestó ella hecha una fiera, sus mejillas se tornaron tan rojas como su cabello, elevó una mano firme hasta su sien—. ¡Me tienes hasta la coronilla con Piedad y tú, por amarla tanto nunca se lo demuestras!

Él retrocedió como si no quisiera oírla y alzó sus brazos a ambos lados con un deje de desesperación como si quisiera romperle el cuello.

—¡Por qué actúas así siempre que la menciono! ¡Parece que la odiaras!

Izaro largó una carcajada que no tenía nada de divertida. Aulló con todas sus fuerzas, lo suficiente como para que las venas de su cuerpo se hincharan de rabia y para que los monstruos y trotamundos desviaran los ojos hacia ella.

—¡SI ERES LO SUFICIENTEMENTE TONTO PARA NO DARTE CUENTA ENTONCES SÍ! ¡LA ODIO! —articuló como si él fuera lo suficientemente tonto para no comprenderla, Izaro estaba al borde de las lágrimas algo muy inusual en ella.

Pero si estaba a punto de llorar no lo hizo.

—Mira, ella sólo quiere ayudar —probó el muchacho aplacando su enojo aunque era él quien la había buscado—. Todos estamos de acuerdo en que no debes ir en busca de ese deseo, no negocies con Corneluis ni siquiera su padre lo ama, su propia familia lo desterró al anonimato. Es sanguinario e inestable, siempre busca aprobación que jamás tendrá. Somos uno de los pocos que saben su origen gracias a ti y eso debe ser razón suficiente como para que te alejes...

—Sí —asintió ella, comprimiendo en su voz la ira febril que brotaba—. Sabemos la verdad de la vida de Corneluis por mi magia —se señaló a ella mima mientras Zigor la contemplaba maravillado—. ¡Por mí! Yo sola descubrí todo. Sólo yo conozco la magia, ustedes no la comprenden. ¡Por mi magia, la que no comprendes! —recalcó como si no la hubiera odio—, no pueden comprender que Gartet hizo un pacto con las artes extrañas —bajó el tono de su voz hasta convertirlo en un susurro que me costó horrores percibir—. ¿No lo entiendes? Si prometió un deseo a cualquiera que lo capture entonces hizo un pacto con las fuerzas mágicas y lo hizo en las lenguas sagradas. Él está jugando con fuego al buscar a Jonás Brown, no sabe que él mismo está dictando su muerte. Si él... si me concede el deseo que pacto a través de la magia... podría...

—Basta Izaro ni siquiera tienes a Jonás Brown.

—No, pero cuando llegue a la ciudadela haré un hechizo de persecución. Ya sabes que es un ritual difícil pero lo hice una vez ¿o no? Lo buscaré a él y a William Payne —sentí que unas nauseas me revolvían el estomago y un frío gélido me recorría el dorso de la columna. Le desprendí un vistazo fugaz a Sobe y él negó con la cabeza, desaprobando las palabras de Izaro—. Si están en el Triángulo entonces intentaré colarme allí, infiltrarme... de otro modo los perseguiré a cada mundo que vayan.

—¡Basta Izaro! —el muchacho quiso aproximarse hacia ella y colocar las manos sobre sus hombros pero se abstuvo. La multitud de monstruos y trotamundos se había adelantado. Sus huellas eran lo único que atestiguaba que habían pasado por allí— ya sabes lo que dice la profecía, no podemos adelantar el futuro ni prevenirlo, tu deberías saber eso.

—Los Creadores tampoco existían antes y ahora quiero capturar uno. Las leyes y las costumbres están para romperse. Todo lo que siempre se creyó cambió, quién sabe tal vez el destino también puede cambiarse. Tú no sabes las cosas maravillosas y oscuras que puede ocultar el mundo.

—Tú tampoco —él negó rotundamente con la cabeza, templó su clavícula y se tensó como un arco—. Izaro eres mi mejor amiga, por favor vuelve. No puedes alterar esto tú sola.

La furia de los ojos de ambos amainó, sólo había decepción y... ¿Cariño? Pero qué asco.

—¡Yo puedo ganar, puedo hacer que te todo vuelva a ser como antes! Por qué... por qué nunca crees en mí, haré que nuestro bando gane. Haré que ganemos —más que una afirmación parecía una pregunta.

—Si sigues adelante con esto...

—¡Vete, vete con ella y esos asquerosos duendes! ¡Regresa por el portal en el que hayas trotado!

—Izaro...

—Vete como me dejaste antes.

—Ellos me necesitaban más que tú...

—¡Yo siempre te necesite! ¡Me rompiste el corazón Witerico...

—Sí —murmuró Sobe como si le alegrara que alguien haya hecho eso.

—No lo sabía —susurró Witerico.

—¡Ya no te necesito!

Él resopló a modo de risa y caminó medio círculo alrededor de ellos como si los provocara.

—Claro, claro olvidé que tenías a tu lacayo —se dirigió a Zigor como si recién reparara en su presencia, llevó las manos detrás de su espalda con aire burlón—. ¿Todo bien Zigor? Seguramente tú tampoco me necesitas.

Zigor retrocedió pálido y tembloroso como una hoja. Pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro, aunque tenían casi la misma edad y le ganaba unos centímetros, se veía indefenso ante el otro chico.

—No me lastimes —suplicó.

Witerico parpadeó desconcertado, su aire de petulancia, furia, burla e indiferencia se había esfumado, se veía casi decepcionado. Dejó caer sus hombros.

—No iba a hacerlo...

—¡Siempre lo golpeabas! —protestó Izaro interponiéndose entre ambos, trabando la mirada con su amigo y protegiendo a Zigor que respiró aliviado—. Pero desde que a la princesa perfección le molesta tú no lo haces, siempre te pedí que no maltrataras a mi mascota, discutíamos todo el tiempo por eso, claro pero no era suficiente porque lo decía yo... desde que ella te lo pidió eres gentil con los transversus. Eres asqueroso Witerico, me das repugnancia. Pero lo que más repugnancia me da es que alguna... alguna vez te quise.

Se volvió hacia el camino surcado de huellas. El silencio del bosque era tranquilizador pero ninguno se encontraba tranquilo detrás de los árboles, en la espesura del bosque o en mitad del camino.

Izaro comenzó a caminar resuelta, muy lejos de su amigo, sin voltear atrás. Zigor le dedicó una mirada confusa al muchacho Witerico, que permanecía quieto, observándolos marchar como si una parte de él se rompiera pero quisiera ignorarla.

Zigoririgió una mano al collar de plástico que colgaba de su cuello, él cerró sus dedos alrededor del artefacto como si extrañara a alguien y debatiera con muchas emociones. Finalmente enterró sus manos nuevamente en la sudadera y siguió a Izaro como una sombra, sin vida ni sentimientos.

—«Él que intente prevenir o cambiar al destino sufrirá la muerte que gano por desatino» —citó Witerico, alzando la voz. Parecía que narraba la cita de un libro o algún verso que Izaro reconocía porque las palabras golpearon duro en ella. Se estremeció y continuó caminando con paso firme, sin desviar la mirada del frente como si caminara a una meta.

Witerico emitió un gruñido rabioso y se volvió por donde había venido, es decir por donde nosotros deberíamos ir. Tal vez en esa dirección se encontraba el portal por donde llegó porque no siguió las huellas del ejército de Gartet. Sentía la sensación que me abrumaba cada vez que alguien hablaba de capturar a Sobe y a mí como si fuéramos una atracción de feria.

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