III. Me topo con mi mejor amiga

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—Vaya —susurré sin saber qué decir—. El poco respeto que tenía por Izaro acabo de perderlo.

­—Pues tu respeto por ella no es lo único que perdimos. Porque ese emotivo encuentro acaba de retrasaros horas —soltó Sobe enfurruñado golpeado con el puño cerrado el suelo—. No podremos dirigirnos en la misma dirección que Witercomosellame debemos esperar, esperar a que él regrese por el portal que vino, esperar horas tal vez.

—¿Qué? —pregunté despegándome de la corteza nudosa y mullida del árbol—. Debemos llegar cuanto antes con el sanctus, cada momento que pasamos lejos del Triángulo es un puñado más de desconfianza.

—Lo sé Jo, pero no me arriesgaré a que chico lindo nos descubra, esperemos unas horas y reemprendamos la marcha.

—Está bien —mascullé desaplomándome sobre el suelo sin ánimos de regresar al sendero.

Sabía que Sobe tenía razón no podíamos reemprender el camino como si nada hubiera pasado. Teníamos enemigos rondando por los alrededores y si no queríamos terminar debajo de sus garras deberíamos aguardar a que se disiparan. Berenice enterró un cuchillo en el suelo. Petra suspiró preocupada colocando la palma de su mano sobre su frente como si quisiera retener los pensamientos intranquilos. Había luchado con Izaro hace un tiempo y al parecer ese encuentro había sido por más de desagradable porque tenía una expresión disgustada como si quisiera patear algo.

Dante y Miles emergieron de la espesura del bosque haciendo que las hierbas y ramas crujan debajo de sus pies.

—¿A dónde irá todo ese ejército? —inquirió Dante con mirada inquisitiva.

Todos sabíamos por qué habían irrumpido en el camino, el mundo de Babilon se usaba como puente entre otros mundos. Sólo tenía ese fin, así que seguramente esos soldados atravesarían un portal y formarían filas en algún pasaje que estén a punto de tomar. Sin duda Gartet no se quedaba con las manos cruzadas por mucho tiempo. Aun así Miles respondió:

—Yo creo que se dirigen al funeral de la amistad entre Izaro y Witerico —bromeó.

—A la fiesta de boda entre Piedad y Witerico —corrigió Sobe.

—Ya, no se metan en la vida de los demás —dijo Petra reprimiendo una sonrisa, colocando sus brazos en la cadera y arqueando su espalda como si espiar una multitud le hubiera dormido los músculos. Pero finalmente no pudo con ella misma y añadió soltando una risa—. A alabar la magia de Izaro.

—¡Mi magia, la que no comprendes! —añadió Miles con el mismo fervor que Izaro.

Solté una carcajada y elevé mi cabeza para verlos mejor, Dante rio nervioso y escudriñando los alrededores como si alguien pudiera oírlo.

—¡Oigan, oigan! Quién soy —exclamó Sobe, enterró sus manos en los bolsillos y observó compungido el suelo.

—Zigor —solté.

—Zigor e Izaro —musitó Miles pensando en ello—, parecen que ambos forman algo así como un escuadrón de la Z.

—¡Oigan cotillas, si ya terminaron de burlarse y chismotear miren esto!

Berenice se había parado y dirigido silenciosamente hacia un extremo del bosque.

Hablaba tan poco que nadie se había percatado de su ausencia. Estaba debajo de un robusto árbol que sin duda era de ese mundo porque su corteza parecía piel ligeramente rosada, tenía una vellosidad firme y negra que le crecía alrededor de toda la corteza, sus ramas eran finas como dedos y en los extremos florecían unas hojas tan solidas y traslucidas como uñas. Algunas hojas eran más gruesas, largas y retorcidas que otras.

—Vaya que cosa asquerosa —exclamó Sobe extendiendo una mano vacilante para tocar la corteza velluda—. ¿Crees que esté vivo?

—Me recuerda a Adán —dijo Miles— no me pregunten por qué.

—No te lo preguntamos —respondió Dante desviando la mirada del árbol.

—No, eso no, eso —señaló Berenice consumida de impaciencia e hizo un gesto aspaventoso para captar su atención.

Desvíe la mirada hacia donde ella señalaba.

Anteriormente habría sido un letrero de madera tallada colgando de dos cadenas que formaban parte de un poste. Pero ahora el poste se había torcido, una de las cadenas se desprendió dejando al letrero suspendido de un solo cable metálico que chirriaba ante la más mínima briza. Todo estaba cubierto de telarañas y enredaderas pero aun así se podía leer lo que decía: «Catatonia»

Las letras marcadas por un punzón estaban sobre una escritura en cursiva que anteriormente rezaba «Los tres ojos»

—Parece que alguien le cambio el nombre al pueblo abandonado —advertí.

—No me suena bien —murmuró Petra casi para sí y colgó vacilante su báculo en la mochila.

—Para mí suena genial, Catatonia —leyó Sobe con aire admirado y se encogió de hombros alzando la cabeza—. Hubiese estado mejor que se llame La cuidad de las tripas o Prepárate para morir pero creo el impacto no hubiera variado mucho.

—Es mejor continuar —sugirió Petra lanzando una inspección metódica al camino que surcaba el bosque y se situaba unos seis metros de donde estábamos—. ¿Se dan cuenta lo que indica este letrero?

—¿Qué el mapa de Sobe no está actualizado? —sugerí.

Sobe dirigió una mano al bolsillo donde tenía el mapa como si el mapa pudiera oírme. Petra negó rotundamente con la cabeza, colocando los brazos en jarras.

—No, que ese letrero en realidad marcaba el camino anterior. ¿Quién si no pondría un letrero diez metros apartado del camino real en medio de tantas plantas? Es decir, que ese sendero fue creado recientemente, por alguien o algo que quiere que lo crucemos —señaló el camino surcado de huellas, recordé que antes de toparnos con Izaro habíamos pensado lo mismo—. Es extraño que todos los árboles lo respeten y lo eviten. Noten que no tiene ni siquiera una raíz que interrumpa el paso, es como si el bosque entero lo respetara.

—Pero no podemos seguir adelante de otro modo nos toparemos con Witerico.

—Creo que prefiero a Witerico en lugar de monstruos. Además, Izaro dijo que cuando llegara a la ciudadela los buscaría a través de un hechizo de persecución. No podemos demorar mucho si queremos que no nos atrape. Sé cómo se realiza ese ritual, debes tener un objeto de la persona que buscas, trazar espirales en el suelo, uno en cada dirección cardinal y colocar el objeto en el medio. Recitar unas palabras oscuras y el objeto se moverá a la dirección en la que debes avanzar. Funciona mejor con sangre de la persona pero un objeto no está mal.

—Pero ella no tiene nada nuestro —le recordé reprendiéndome por haber olvidado aquello.

Los colores de sus ojos se ensombrecieron, se percató de que la estaba observando y desvío su mirada hacia el techo entretejido de hojas.

—Yo no estaría segura de ello. Si le confesó a su amigo Witerico que lo haría entonces con certeza consiguió algo, tal vez regresó a tu casa después de que la perdieron en la bahía.

Una culpa agotadora reapareció aunque nunca se había ido. Procuré disiparla pero permaneció allí, haciéndome sentir más pesado y lento. «Mi familia, debo contactar a mi familia» pensé.

—Supongo que tienes razón —accedió Sobe reemprendiendo la marcha hacia el camino—. Supongo que si hay algo guiándonos al final del camino no podremos evitarlo introduciéndonos seis metros lejos.

Se levantó, sacudió el polvo de sus pantalones, apartó algunos matorrales y regresó al sendero arrastrando su pierna con dificultad, Berenice desenterró su cuchillo y siguió a Sobe, Petra suspiró agotada y Miles afirmó que las cosas habían sido más fáciles en Dadirucso.

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