II. Mejor suerte la próxima, perro rastrero

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Traté de pensar en ello y ordené rápidamente las ideas en mi mente.

Una de las últimas cosas que me había dicho mi papá era que no podría cubrir por siempre el hecho de que yo había sido su hijo por un tiempo; él creía haber criado a un Cerra ordinario, no a una clase de trotamundos que nadie podía identificar. Cuando se enteró de que La Sociedad me estaba buscando inventó una historia disparatada como que yo, un maniático vengativo, había secuestrado a sus hijos y los había tirado en un portal lejano. Eso podía calmar un poco a los agentes pero no por tanto. Tenía que cubrir muchos otros cabos sueltos como mi madre, por ejemplo, ella ya no vivía con él y se suponía que no estaba enterada de la existencia de La Sociedad.

Recordé lo que me había dicho Tony: «A tu padre le habría encantado verte y explicarte que lo hizo porque desea protegerte y tiene un cargo muy elevado en La Sociedad como para ocultar que su hijo y el mejor amigo de su hijo son la cosa más buscada en secreto por muchos países, pero tampoco tiene tanto poder. Las investigaciones aumentaban y él ya no podía alterar tantos datos. Así que se encargó de atar unos cabos sueltos antes que sus socios lo notaran. Pero todo lo hizo para protegerte a ti y a tus hermanos. Quiere que recuerdes eso. Y que, aunque no creas, que ellos estén en otro mundo los está salvando de muchos líos» «Tú también deberías ocultarte un poco»

«Así que se encargó de atar unos cabos sueltos antes de que sus socios lo notaran»

Cuatro cuerpos. Yo no era uno de ellos aunque todos creían que había muerto. Jonás Brown había muerto y mi mamá y abuelos. Pero lo más probable era que si ese no era mi cuerpo los otros tres que encontraron tampoco fueran suyos. Él tenía poder suficiente como para alterar unos datos forenses. ¿Había dejado cuatro cuerpos para darme un mensaje a mí? Pero si no estaban muertos ¿Dónde estaban?

«Tú también deberías ocultarte un poco»

Lo sabía en el interior, lo podía sentir en los huesos y en el aire que respiraba. Mi familia estaba viva, oculta pero viva. No tenía idea de dónde estaban, podía contactarme con ellos. Usar una cuenta de correo, ver interferencia en depósitos bancarios si es que iniciaban una nueva vida, podía encontrarlos pero luego pensé ¿Para qué? Estaban mejor sin mí, no podía decir lo contrario porque era verdad. Tenía muchos enemigos en este y otro mundo. Seguiría buscando a mis hermanos y seguiría ganándome enemigos. No podía verlos por ahora. Al menos no hasta que parara toda la locura de trotamundos.

Pero quería despedirme. No era justo de mi parte apartarme sin más. Quería golpear algo. No sabía qué hacer. Quería golpear algo o moriría. Cerré la libreta. La tiré con cólera al interior de mi mochila, me la puse a los hombros y salí de la casa. La señora Hofer me llamó y Sobe también pero yo ya no quería velos.

Bajé los peldaños de la galería, me arranqué la bufanda y comencé a caminar.

«No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar»

Lloré.

Agarré mi mochila y comencé a golpearla contra la acera ¿Por qué no gritar? Uno se siente mejor cuando grita. Me lastimé los oídos y la garganta. Las luces de la calle me alumbraban, escuché a Sobe disculpándose con la señora Hofer. Unos pasos se aproximaron a mi espalda. Era Berenice. Apoyó una mano en mi hombro.

—Controla. Tus. Emociones —reclamó con firmeza.

—¡No quiero! —le grité más de lo debido, ella aparató su mano pero no retrocedió—. ¡No quiero, Berenice!

Solté mi mochila y cayó al suelo emitiendo un sonido sordo. El chirrido de los grillos llegaba a mis oídos. A veces me dormía con ese sonido pero eso nunca más. Temblaba.

—¡Tampoco quiero ser raro! ¡No quiero ser un trotador mucho menos uno extraño! ¡No quiero no tener una clasificación!¡Ni quiero perderlo todo! ¡No quiero fingir que mis hermanos desaparecieron y continuar con mi vida porque yo no soy así! ¡No quiero dejarlos! ¡No quiero apartarme de mis abuelos! ¡Yo no abandono!

—¡Entonces no abandones! —gritó ella también, se agarró la frente con las manos y luego las dejó caer—. ¿Sabes qué Jonás? Yo sí abandono. Yo dejé todo mi mundo y a mi familia porque la sangre no significa nada. Ellos ya no eran los mismos ni yo tampoco, entonces me fui ¡Los dejé! ¡Regresé hace tres meses con Sobe y ni siquiera se habían dado cuenta de que ya no estaba en Dadirucso así que los abandoné!

La miré sin comprender. Sobe estaba en la galería observándonos junto con la señora de Hofer.

—Pero tú... Jonás, haces mucho. Haces mucho por lo que amas y eres el chico con la peor suerte del mundo. Pero deja de culparte por lo que no puedes controlar ¡Por los cielos! ¡Tienes quince años y con tu grupo de amigos liberaste dos mundos, además de prevenir el ataque a Ozog! ¡Buscas a tus hermanos desaparecidos mientras tratas de ocultarte de dos bandos opuestos que tratan de usarte y de destruir el Triángulo al mismo tiempo! ¡Así que deja de culparte por todo!

—Ellos están vivos Berenice —susurré—. No sé... no sé qué hacer.

—Tomate tu tiempo, te lo mereces, no tienes que actuar ahora. Tienes mucho tiempo Jonás, tienes años y años de futuro. Falta un año para que puedas contactar a Dracma Malgor. Tú dijiste algo, en el sector deforestación cuando ibas a liberarlo, yo te lo repetí cuando creí que no volvería a verte: No necesitas estar al lado de una persona para estar con ella. Si te sientes peligroso, si crees que sólo le darás calvario a las personas que están cerca de ti entonces aléjate. Aléjate pero no abandones.

Tenía ambas de sus manos en mis hombros. Me examinaba penetrante, sus ojos iban de un lugar a otro de mi cara, estaba estudiándome. Sobe se acercaba a nosotros. Me senté en el suelo porque se me antojó. Ella se sentó conmigo. Sobe se arrodilló a nuestro lado. No había ningún alma en la calle.

Nos abrazamos. Era raro pero nos lo merecíamos.

Sonaban los grillos y de repente una canción me vino a la mente y después me fue a los labios. No era el mejor cantando pero no pude retenerla. Sobe y Berenice me vieron como si no me comprendieran. Ellos apestaban en sentimentalismo pero aun así me siguieron con la melodía. Antes de que me diera cuenta estábamos los tres sentados en círculo, en mitad de la calle, murmurando:

Estoy encima de las estrellas

y le pregunto a todas ellas

Dónde te llevo el viento

porque se apaga mi aliento

si no te tengo a mi lado.

Veo los cielos azulados

y le preguntó a los varados

A dónde fue que te llevo la brisa

porque si no te encuentro muere mi risa

Ellos me dijeron, las voces me dijeron

Los años que perdieron te guiarán,

Los años que perdieron.

En la tierra de la vida ellos te extrañarán.

En el cielo de estrellas tú lo esperarás.

Cierra los ojos y descansa por un segundo

de ti no me separa ni la muerte, ni mundo.

Cierra los ojos y descansa para siempre, mi querido

Contigo al final ningún año de espera está perdido.

Ningún año de espera está perdido.

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