II. Se cuidadoso con lo que robas.

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Su piel mortecina y grisácea se veía blanca en tanta oscuridad, a pesar de que la luz de las antorchas que cargaban sus soldados la iluminaba. Su cabellera plateada se encontraba revuelta y suelta. Estaba arreglada con su vestido de funeral para la tarde. Sus labios estaban pintados de un color oscuro, parecía una adolescente gótica y adicta a los vampiros que nunca había tocado el sol. Tenía una expresión tan triste que creí que acababa de ver una película de Hachikō... oye, eso es muy triste. Acarició su dedo índice con la otra mano.

Sabía que Sobe y Yab estaban tratando de escuchar.

—Mi hermano me mando aquí abajo —esbozó una pequeña sonrisa—. Un sirviente le dijo que te enviaron aquí y la verdad que quiero verte porque me has traído muchos problemas. Al parecer eres aliado de mi hermano, uno de los pocos porque ahora tiene la loca idea de que todos son sus enemigos. Se que fuiste tú el de la idea, unos contactos me lo hicieron saber y te odio por eso. Ya vi la ruina de toda mi familia y te aseguro que tú no me darás esta.

Estaba muy enojada. De repente me vinieron las palabras de la mujer catatónica: «Ahora persuadimos al fantasma de plata. No podrán escapar de ella» Si quería odiarme que lo haga, no sería la primera.

—Despidió a todos los sacerdotes —agregó exasperada—, espero que no caiga sobre nosotros la furia de los dioses — perdió lo serio y se rio, conservó su porte pero no pudo y volvió a reír hasta doblarse de la risa.

Siempre creí que hacer reír a una chica bonita se sentiría bien pero esa chica estaba tan chiflada que verla reír me daba deseos de correr.

—¡La furia de los dioses pero que ocurrencia! ¿Podrías creerlo? ¡La furia! —sus soldados continuaban serios como si estuvieran acostumbrados a esos ataques de risa, ambos soldados tenía la piel verde—. ¿Qué cosa podría ser peor de lo que ya nos ha pasado? Con mis padres desaparecidos, mi hermano mayor perdido en combate y mi otro hermano a punto de acompañarse con una desconocida. Ya tengo todas las desgracias encima. Yo le dije que no haga la ceremonia. Él no me oye, no es más que un extraño para mí —traté de ignorar que hace dos segundos me odiaba porque creía que estaba saboteando a su querido hermano, su único pariente—. Si pudiera, si lo tuviera frente a mí escupiría en la marcada cara de Gartet y luego lo golpearía.

—Créeme que yo haría lo mismo —agregué.

Su risa se desvaneció de pronto.

—Cuidado con lo que dices es un dios poderoso.

—No es más dios que yo.

—¿Eres dios? —preguntó con ojos curiosos.

—Claro que no ¿No entendiste mi idea? Quise decir que Gartet es igual de divino que mis calcetines.

—¡Sí! —convino la voz de Sobe desde la otra celda—. ¡Lo único divino que tendrá es la divina paliza que le daré en su trasero si se le ocurre volver a encerrarme!

Tamuz escudriñó el calabozo con recelo, rápidamente interceptó con sus ojos el hueco.

—En todo caso Nisán me ha enviado para sacarte de aquí a ti, pero si tienes unos aliados en otra celda con obligación los liberaré también, el gusto de hacerlo déjaselo a mi hermano. No estoy aquí por propia voluntad, es como un trabajo, como el de ellos —señaló con ambas manos a los soldados y con la derecha le sacó a uno la antorcha—. Ponte de pie aliado y haz justicia a tu nombre.

—Bueno.

Se escucharon gritos jubilosos desde la otra celda.

—¡No me equivocaba! ¡Sabía que nos salvarías, tontito!

Traté de contener la alegría y demostrar que no estaba tan aliviado. Podía volver a mi papel aunque ya no fuera tan incógnito. Además, sólo quedaban unas horas o menos para que la misteriosa amiga de Finca apareciera en nuestro punto de encuentro.

Fui hacia mi mochila.

—¿Qué es eso? —preguntó Tamuz pero no había curiosidad en sus ojos, lo hacía por mera formalidad.

—Es como... una bolsa —expliqué—. Aquí guardo mis cosas, por lo general ropa, libros y armas. La llamo mochila.

—¿Tiene compartimientos? —inquirió mientras acercaba el fuego.

—Sí, mira.

Sólo di un paso hacia el fuego cuando Tamuz retrocedió horrorizada dos. Me observaba asustada como si fuera un monstruo o una camisa de fuerza. De repente su piel se tornó más gris y macilenta. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su labio tembloroso se comprimió en una fina línea. Casi tiró la antorcha de la sorpresa.

Yo sabía que no tenía la mochila más chula del mundo y a veces mi ropa se parecía a la de un ñoño pero su reacción era cruel.

—Mataste a mi hermano, eres uno de ellos.

Estuve tentado a darle la razón para que se callara, tal vez era un delirio ocasional. Pero estaba muy alterada por ser un delirio.

—No...

—Esos brazales, esa era una parte de su traje de combate. Lo sé, no me lo niegues ¡No te atrevas a negármelo! Yo se lo regalé cuando partió. Así una parte de mí lucharía a su lado —estaba llorando, las lágrimas se resbalaban por sus mejillas tan rápido que parecía que sus ojos competían cual de los dos podía derramar más, los tenía rojos como si le hubiera rociado pimienta—. Lo mataste ¡Eres un maldito asesino!

—Cálmate no lo mate sólo lo robe de... —¿de su cadáver? Sí gran manera de hacer que deje de llorar.

—Queremos retractarnos —dijo la voz de Sobe—. No conozco a este chico. Ni somos sus aliados.

—En absoluto —agregó Yabal y volvieron a enmudecer.

Tamuz me observaba con toda la furia que podía, no sólo estaba enojada, estaba indignada, fatigada, afligida y muy, muy inestable. Los soldados desenvainaron sus espadas con semblante aburrido como si no fuera la primera vez que vivían ese episodio, pero ella los detuvo alzando una mano rígida.

—¡Alto! Así no. Esperé años hasta tener al asesino de mi familia.

—Creí que creías que tus padres estaban desaparecidos...

—¡Silencio!

—¡Oye, deja en paz a Jonás!

Si creí que estaba enojada y loca me equivoqué, ahora sí lo estaba.

—¡Jonás! ¡Eso es lo que decían los niños asesinos!

Me acerqué hacia ella.

—¿Niños? ¿Qué niños? ¿Hace un año? ¿Qué decían?

Los guardias me empujaron con brutalidad hacia la pared, para apartarme de Tamuz. Ella me miró erguida de la ira:

—¿Sabes cuál será tu fin? Pues uno muy lento y doloroso. Tu muerte durará los años que yo estuve buscándote —se volvió hacia el soldado—. Encuéntrenme la habitación más apartada del castillo. Donde nadie pueda escuchar sus gritos. Quiero que la preparen porque tendrá un huésped por mucho tiempo. Por tu parte, aliado —exclamó la palabra con la voz comprimida en un nudo de resentimiento y asco—, le diré a mi hermano que fuiste liberado de esta celda tal como son sus deseos pero desde que te saqué te perdí. No mentiré porque ahora ante mis ojos no eres un aliado, eres un despiadado asesino, una bestia salvaje y te repudio.

Me escudriñó con la mirada mientras me juzgaba.

—Quédate con la pieza, quiero que la mires mientras agonizas.

Se dio la media vuelta, subió la escalera y se marchó.

Si tuviera una moneda por cada amenaza que me dijeron, no soy bueno con las matemáticas pero tendría muchas. Sus palabras no me afectaron pero si me hicieron desear escapar de allí ¿Alguna vez sentiste ese sabor amargo de entrar a un lugar y saber que todos allí te odiaban? Pues así me hacía sentir Babilon y no era para nada agradable. Habíamos estado tan cerca de liberar a ese mundo y sacarle un poco de oscuridad. Pero habíamos fallado. Gartet nos atraparía de todos modos.

De repente sentí un deseo muy grande de regresar a mi casa y escapar de los problemas pero las palabras de Tony repercutían en mi cabeza como si Tamuz las hubiera desenterrado «Sólo quiere advertirte que no vuelvas a casa o lo que llames casa en Sídney porque no vas a encontrar nada bueno allí» Izaro había mencionado un incendio.

Ya estaba cansado, cansado del odio ¿Merecía todo eso por ayudar a otros mundos? ¿Merecía perderlo todo por tener poderes que no había pedido? No me parecía justo. Estaba triste y furioso. Y me enardecía reconocer que al tratar de mejorar las cosas me envolvía en más líos.

Uno de los soldados de piel verde, nativo, me desprendió una mirada arrepentida y el otro recelosa como si se preguntara cuál era la verdad detrás de ese asunto. Finalmente todos se fueron y la luz y el fuego cálido que traían también abandonó el lugar. La oscuridad ocupó todos los rincones y el frío no tardó en llegar.

—Estaba pensando en por qué Nisán tenía novia y ella no —dijo la voz de Yab—. Pero ahora ya no tengo que pensar nada.

—Ahora sí que tenemos que salir de aquí —dijo la voz de Sobe—. Oh, a veces me preguntó si hacer que la gente que nos odie es un tipo de don o algo así ¿Podría ganar dinero con eso? Deja en qué pensar.

Me quedé en silencio y me senté en el suelo meditando en casa y en cuanto se había arruinado todo. No iba a llorar pero tampoco podía sentir otra cosa que no fuera melancolía. Sobe pudo interpretar mi mutismo, por ser alguien que no le importaba cómo estaban los demás sabía deducir muy rápido qué era lo que pensaban.

—Oye Jonás, todo estará bien, ya verás que saldremos de aquí. Y encontrarás una pista para hallar a tus hermanos. Podrás unir a tu familia y todo se resolverá.

—Es que no es sólo eso Sobe —nunca le había contado lo que Tony me había dicho hace cinco días. Suspiré y le relaté todo.

Mis sueños, lo que Izaro había mencionado en el cañón y el extraño mensaje del agente que ahora tenía sentido. De alguna manera lo había sabido desde el principio pero había querido ignorarlo para que doliera menos pero estaba equivocado, nunca había dejado de doler.

—Eso no significa nada Jo. Mira, no soy bueno con las palabras...

—Sí, yo también diría algo —opinó la voz de Yab que sonaba muy ronca— pero no entiendo nada, hablan en otro idioma para mí. Mis condolencias por tu familia muerta.

—¡No está muerta! —protestó Sobe—. Está separada y Jonás la juntará otra vez. Y estoy seguro de que lo hará, de eso no hay duda. Tú no eres Tamuz, no dejas que la pena te vuelva un loco siniestro con suficientes ideas para torturar a alguien por un año... —carraspeó como si de ese modo pudiera borrar sus últimas palabras, hubo un ruido de cadenas—. Olvídate de eso, tú eres Jonás Brown y no dejas que el futuro se te escape y se te pierda. Si ellos saltan, tú saltas. Vas hasta el infinito y más allá. Tú agarras las oportunidades y no permites que este mundo, ni ningún otro, ni el tiempo pueda separarte de los que quieres...

—¿No eres bueno con las palabras? —inquirió Yab.

—Cállate, estoy tratando de recordar los diálogos emotivos de películas que vi a lo largo de mi vida —susurró furtivamente—. Acá tengo otra: El mejor amigo de un chico es su madre

—Pero gracias de todos modos Sobe y... Yab.

—No hay de qué —respondió el segundo.

—Nunca debí haber escuchado a Miles y profanar las tumbas —se arrepintió Sobe.

Iba a decirle que lo de profanar tumbas también había sido su idea pero no quería arruinar el momento. 

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