III. Se cuidadoso con lo que robas

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Me recosté en el suelo. Daba frío. Estaba tan fatigado, necesitaba descansar. Estar inconsciente por artes extrañas y recibir palizas te aseguro que no es para nada vigorizante, es más me había despertado más agotado de lo que estaba. Pero no sólo quería dormir. Quería soñar.

Soñar los sueños que Gartet me había arrebatado para siempre. Jamás los había extrañado tanto. Deseaba cerrar los ojos y que mi madre apareciera, emergiera de la oscuridad como los árboles crecen de la tierra, quería tener un recuerdo de mis hermanos y soñar con ellos toda la noche. Quería con tanta fuerza cerrar los ojos y pasar la noche con el recuerdo de Petra, porque había llegado hace tres días y no había podido preguntarle cómo estuvo su año.

Pero no necesitaba soñar para estar con ellos. Si escapaba de la celda y me reunía con la amiga trotadora de Finca podía saber dónde estaban mis hermanos, buscarlos y encontrarlos, regresar con mi familia y ayudarlos a desaparecer de la mira de La Sociedad y los mercenarios. Entonces cuando mi vida se normalizara podría viajar con la unidad ocasionalmente como lo hacía Dante y Cam. Incluso podía ir al mundo de Petra. Pero todo tenía que comenzar saliendo de la celda.

—Sobe.

—Jonás.

—¿Estás intentando? Ya sabes me refiero a abrir...

—Desde que entré —rio—, esta situación es tan similar a la de hace un año ¿Esperas a estar encerrado en una celda para practicar tus poderes?

—Generalmente me gustan las celdas pero también suelo practicar cuando estoy en medio de una persecución —bromeé.

Si Sobe no podía abrir un portal tal vez yo sí podía. Después de todo Gartet quería cazarme porque las leyes de los portales se alteraban cuando estaba cerca, sólo había pasado un par de veces y en ninguna de ellas me había percatado de hacerlo. Una parte de mí deseaba que fueran coincidencias y que esos misteriosos portales hubieran aparecido de la nada pero esa parte, aunque soñadora, ya no estaba tan segura.

Me incorporé y restregué mis manos, di unos pequeños saltitos y concentré mi mente en un lugar. Tenía que ser un lugar de Babilon y preferentemente cerca. Pensé en los bosques. No, ahí otra vez no. Una parte del castillo. Las habitaciones...

—¿Estás intentando? —me interrumpió la voz de Sobe del otro lado.

—Estoy en eso —mascullé frotándome mi adormilada cara.

—¿Qué intentas? —preguntó Yab.

—De todos modos —agregó Sobe—. Que convoques el portal o lo traigas o lo que sea que hagas... no nos servirá. Eso podía resultarnos útil hace un año cuando todos compartimos celda pero ahora estás solo. Supón que por arte de magia el portal que esta cerca de ti no se cierra, de todos modos no podrás atravesarlo. Tu inclinación es Cerrar, o al menos a veces te siento como Cerra, hagas lo que hagas no podrás cruzarlo. De nada nos servirá, así que no te esfuerces y te desmalles otra vez porque tú abusas de tus poderes como si fueran descuentos.

—¿Podrían explicarme de qué hablan? —preguntó Yab un tanto molesto.

—Es una larga historia —respondió Sobe.

—Eso lo dices con la misma frecuencia que la palabra trotamundos, portal y Gartet.

Comprimí un gritó golpeando la pared. No había pensado en eso, en que no podía cruzarlo.

—Ajá, sip, eres menso a veces —me dijo la voz de Sobe, adivinando en qué estaba pensando.

Antes me traía sin cuidado saber qué era, Cerra, Abridor, Creador... daba lo mismo. Pero ahora no saber cuál era siquiera mi inclinación resultaba frustrante.

¿Cómo era posible que no supiera qué clase de trotador era? Una vez había estado en presencia de un portal y no se había cerrado, había sido el portal al pasaje de Escarlata. Pero tuvo que haberse cerrado al estar cerca. Nunca había encontrado una explicación para eso. Me senté sobre la cama cubierta de basura del bosque y susurré para mis adentros:

«Eres un Cerra. Cerra. Cerra. Eres un Cerra. Tu cierras portales como una llave cierra una puerta, cierras portales como Tiznado cierra tu apetito»

Hacía frío en la celda. Ya no tenía caso seguir fingiendo con la vestimenta de un sirviente. Busqué en mi mochila una remera y elegí la que había ganado hace dos años por inscribirme a los mateatletas y ganar el primer lugar en una competencia regional. La remera era una calculadora corriendo y compitiendo contra un cerebro, la audiencia esperando en la meta eran números.

Todos en mi familia odiaban esa remera y mi abuela me decía que era una penda tan linda que debía usarla sólo en casa para no arruinarla.

Se escucharon pasos en el pasillo. Eran soldados. Venían por mí. Bueno, al menos lo había intentado y al menos moriría bien vestido.

Pero entonces algo comenzó a cubrir el sonido de los pasos, era una voz melodiosa, alguien que entonaba. Era la voz de Frank Sinatra cantando My Way. Los pasos metálicos se detuvieron como si trataran de comprender qué era lo que sucedía.

De repente hubo un estruendo ensordecedor. El suelo tembló, no pude sostenerme y caí de rodillas. Del techo se escurrieron hilillos de polvo, las rocas de las paredes crujieron. Escuché como bloques de piedra chocaban contra sí como si se produjera un derrumbre. Y luego sólo se oyó la música. Una luz opaca y grisácea me alumbró, el ruido de la lluvia se intensificó, acompañando la melodía. El polvo suspendiendo en el aire me quitó el aliento y mientras me incorporaba sentí cómo arenilla se escurría de mi ropa.

Volteé hacia donde antes estaba la cama y la ventana pero ahora había un montón de rocas apiladas que eran mojadas por la lluvia, coronando el montón de escombros había una grieta. Parte del techo se había desmoronado y por poco no me había aplastado. También había un camión, el carro de tracción estaba vertiéndose por el agujero. La música venía de la cabina pero ahora la voz de Frank Sinatra se trababa como si hubiera olvidado la letra y repitiera el último verso.

Parpadeé y restregué mis ojos. No podía creer lo que veía ¿Un camión de mi mundo? Traté de procesarlo era como ver un pingüino en mitad del desierto Sahara.

El frente del camión rojo estaba hecho trizas, la chapa era un amasijo abollado, humeante y completamente desfigurado. El cristal delantero se había quebrado y estaba desperdigado por todo el suelo.

Albert me saludó desabrochándose el cinturón de seguridad, detrás del volante, mientras Cameron asomaba su cabeza por uno de los costados de la hendidura que antes había sido mi techo. Sonrió hasta que se le formaron hoyuelos, tenía una nota en su mano y a Escarlata en los hombros.

—¿Esto es tuyo? —preguntó sacudiendo ligeramente el papel.

—¡Ya era hora de que este mundo sepa lo que es un refrigerador! —aulló Albert sacando un puño arrugado por la ventanilla.

—Es un camión de carga, Alb —le dijo Cam como si no fuera la primera vez—. Pero no cualquier camión, el metal es más resistente, de otro pasaje, sino nos hubiésemos hecho puré contra la pared.

—¿Qué es esto? —pregunté sin creerlo de verdad.

—¡Esto es un rescate!

—¡Y esto es un camión! —agregó Albert orgulloso a medida que abría la puerta y descendía.

—Sí —asintió Cam—. Y fue robado del campamento, que por lo cierto se dieron cuenta y vienen por nosotros.   

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