III. El monopoly de la muerte

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Petra giró en redondo y fue la primera que echó a correr en dirección opuesta, llevando al absorto Miles consigo y gritando por encima del estruendo que huyeran.

Los jinetes avanzaron barriendo a la muchedumbre que se hacia a un lado, chillando horrorizada. Les di la espalda y me introduje en las hendiduras de la multitud avanzando torpemente. Escarlata emergió volando de su escondite, aleteó observando todo el lío a su alrededor y se internó raudamente en la oscuridad del cielo. Algunas personas nos insultaban al ver la prisa que teníamos y luego regresaban a los festejos.

No avanzábamos rápido pero marchábamos mucho más rápido que los soldados de Gartet que tenían que abrir paso para sus majestuosos caballos forrados de metal. Hicimos unas dos cuadras. Walton derribó a un equilibrista que caminaba en zancos y este se desplomó sobre dos caballos de la mesnada. Las personas intentaron ayudarlos pero eso sólo complicó las cosas.

—¡Lo siento! —gritó pero no parecía sentirlo mucho.

Abandonamos el camino y nos filtramos en un callejón que desembocó en el campo de refugiados. Allí el fuego resplandecía dentro de las carpas. Había banderines suspendidos cada unos metros y personas bebiendo en los pasillos estrechos. Alguien había traído barriles de cerveza que eran rodeados por una gran multitud chispeante. Miré el cielo nocturno y quedé boquiabierto había una serie de planetas en el cielo, eran tantos como estrellas y se veían enormes. No había reparado en ellos de día pero dejé de verlos y me concentré en escapar.

Caminamos con normalidad como si no fuéramos perseguidos por nada ni nadie. Intenté de apaciguar mi respiración acelerada y el resto hizo lo mismo. Dante incluso fingió bailar un poco pero se vio raro porque estaba tan rígido como un cadáver.

Petra había cambiado su aspecto al de una anciana con la espalda combada que no aparentaba mucha amenaza, su ilusión temblaba y tenía una voz gastada por el tiempo. Ese disfraz era más extraño que el de chico. Al parecer el último año había perfeccionado sus poderes.

Miles tenía una pandereta en la mano, se la había arrebatado a un niño que despotricaba e insultaba todo el linaje de Miles y maldecía a su familia con cien años de enfermedades estomacales.

—¿Cómo estuvo tu día Petra? —preguntó Miles agitando la pandereta—. Espero que mejor que el mío. Mi día estuvo un tanto aburrido.

—Esto no pasaría si estuviéramos en el barco —apuntó Albert pasando unos dedos sobre su bigote gris como cavilando en todo lo que podría estar haciendo en su barco.

—¿Los perdimos? —preguntó Cam yendo verdaderamente a lo importante. Tenía puesta una capa y su semblante angelical denotaba alarma.

Petra negó enérgicamente con la cabeza.

—No, siguen aquí. Separémonos —sugirió a modo de orden—. Encuéntrense cerca del portal por el que entraron. En menos de una hora ¿Se puede llegar en ese tiempo?

—Sí, si corremos —contesté, la adrenalina me había arrebatado el cansancio del cuerpo aunque todavía sentía mi cabeza dar vueltas.

Pensé que el último descanso que había tenido ese día era cuando dormía con Dagna en las literas del submarino. Una parte de mí deseó estar nuevamente allí, pero me recordé que hacía esto por mis hermanos y me obligué a continuar.

—No quiero separarnos otra vez —protestó Cam con los ojos húmedos de lágrimas.

—No hay de otra, chico —lo regañó Dagna dándole un apretón en la mano.

Todos nos lanzamos una mirada deseándonos suerte y avanzamos por pasillos opuestos perdiéndonos entre las carpas, al momento que a lo lejos el redoble de unos tambores daba apertura a un espectáculo de música. Walton, Dagna y Miles vinieron conmigo. El clima allí estaba mucho más apaciguado, sólo bailaban y bebían con trajes normales del lugar.

Corrimos por unos minutos en el laberinto de carpas hasta que nos topamos con un oficial de la mesnada. Me detuve justo delante del hocico de su caballo negro. El aliento del animal me golpeó en la cara y se suspendió en una nube vaporosa. Era el caballo más grande que había visto jamás tanto como una camioneta, una de sus patadas me habría matado. Retrocedí sin ser visto por el hombre que acechaba la distancia con sus ojos tan oscuros como el pelaje de su caballo y la piel de una ligera tonalidad roja.

Miles agarró la capa ajada de un tendedero y me la puso sobre los hombros, calándome la capucha. Me até apresurado el cordón alrededor del cuello, nos dimos la media vuelta y caminamos con parsimonia mientras el animal relinchaba detrás de nuestras espaldas.

Su soldado no advirtió nuestra presencia, escudriñaba los entornos del campo de refugiados como si nos imaginara mucho más lejos, evitándolo como verdaderos expertos del crimen.

—En Dadirucso no fue tan difícil que recuerdo —rezongó Dagna calándose la capucha hasta el mentón.

—Bueno antes no tenían documentos con nuestros rostros —respondió Miles y me dedicó una sonrisa torcida. Sus cabellos anaranjados estaban revueltos y parecían arder al igual que las llamas—. Sí Jo, también hay papeles de se busca con nuestra cara aunque Petra, Sobe y tú nos ganaron. Ustedes son el empapelado de la cuidad.

Él y Dagna todavía tenían un poco del tinte naranja en la piel aunque se lo habían borrado con la maga de sus camisas y el sudor de la huida. Miles le arrebató una jarra de cerveza a un hombre que estaba lo suficientemente ebrio como para no notarlo, tomó un sorbo y lo escupió arrugando sus facciones en una mueca de asco:

—¡Carajo, esto pica! —refunfuñó— ¡Mi garganta!

—Además Dadirucso fue el primer mundo de Gartet al que nos metimos para sabotear. Ahora ya están alertas. Cada vez será más difícil introducirnos en su territorio — expuso Walton continuando con la charla y haciendo una mueca por admitir algo desagradable.

—Como un juego de monopoly —dije—. Cada vez más difícil.

—Yo siempre pierdo en monopoly —se lamentó Dagna—. Es un juego estúpido, prefiero las peleas de puños.

—De veras no prueben esa cosa —recomendó Miles señalando con el pulgar la jarra que había arrojado.

—Deja de robar cosas —gruñó Dagna comprimiendo los puños como si quisiera golpearlo—. Estamos intentando ocultarnos y tú llamas la atención.

Alguien me atenazó de la muñeca y me arrojó en un movimiento veloz. Caí de rodillas sobre las hierbas y el lodo.

Levanté la vista y vi como el hombre de piel reticulada sonreía eufórico, sujetándome el brazo con firmeza. Tenía un guante de cuero forrando su mano y unas garras aguzadas emergían de la piel. Me rasguñó la carne y aullé de dolor. Largó un siseo alborozado que se asemejaba a una carcajada. Walton se abalanzó sobre el hombre pero unos oficiales lo detuvieron a la vez que aplacaban a Miles y Dagna empujándolos de una patada al suelo.

Nos habían tendido una emboscada a pie.

—Cuanto he esperado este día, Jonás Brown —siseó escupiendo gotas de saliva en cada s—. Ahora no pueden dejarme otra vez gritando en una alcantarilla.

La serpiente. Él era la serpiente ¡Sabía que su voz me resultaba familiar!

—Yo diría gimiendo en una alcantarilla —corregí reafirmando mi voz para que no sonara como la de un adolescente asustado aunque así me veía y así soné.

La serpiente se veía fornido con su armadura como un luchador profesional, se había bajado de su caballo pero aun así tenía una buena estatura. Estaban tan rígido que parecía una estatua tenebrosa, cerniéndose sobre mí. La armadura de intrincados diseños fulguraba ante la luz de las antorchas como si el fuego ardiera en la misma coraza. Pero el fuego no ardía allí, ardía en sus ojos, era una furia febril y supe que nada bueno vendría de ello.

La última vez que había visto a la serpiente lideraba una cuadrilla de esclavos. Lo habíamos abandonado después de derrotarlo en una alcantarilla que se situaba debajo del palacio de Logum.

—Yo no he olvidado nuestro último encuentro —vociferó comprimiendo los labios como si quisiera gritarme muchas más cosas, pero no deseara llamar la atención. Me atenazó aun más la mano y hurgó mi piel con sus uñas.

Sangre comenzó a desbordarse por el corte y se escurrió hasta llegar a la tierra donde fue absorbida con avidez. Morbock observó regocijado mi herida. Comprimí la mandíbula, me tragué el miedo y lo miré a los ojos. No tenía parpados y su nariz era muy chata como si lo hubiesen golpeado tantas veces hasta aplanársela, no tenía tabique, sólo tenía dos leves hoyos donde inhalaba al reír.

—Qué bien que no has olvidado nuestro último encuentro —articulé—. Porque entonces no tendré que presentarte a Escarlata otra vez.

Silbé con todas mis fuerzas hacia el firmamento y aguardé a que él apareciera. Después de unos segundos de humillación en los que creí que se había ido con Cam apareció surcando el cielo al igual un cohete dirigido. Descendió a velocidades sorprendentes, trazando espirales en el aire, se zambulló en la tierra como si se sumergiera en una piscina y desapareció. La serpiente aguardó a que sucediera algo y luego emitió una estridente carcajada.

—Vaya, parece que alguien no quería dar sssssaludos —sacudió su cabeza y prosiguió—. Antessss de que te encierre de una vezzzzz por todassss quiero que me contestessssss una cosssa.

—Sí, tienes mal aliento.

—¿Por qué has venido a Babilon? —preguntó ignorando mi anterior respuesta.

Sus soldados nos observaban aguardando órdenes como marionetas que alguien había dejado de utilizar. Retenían a mis amigos contra el suelo, sujetándolos de los brazos o parándolos de rodillas, le cubrían las bocas con el dorso de sus guantes de hierro.

—¿Por qué has venido a Babilon? —repitió—. Sé que sabotear los cargamentos de veneno no son tu única razón. Sabemos que buscas algo Jonás Brown, dinos qué es ¿Que buscas?

«Mis hermanos»

Las personas sobrias de la fiesta observaban el espectáculo desde lejos. Las ebrias continuaban bailando a nuestro alrededor, ajenas a todo. Una sonrisa se asomó por sus finos labios que le recorrían la mejilla de lado a lado, tenía unos dientes puntiagudos y sucios de los cuales colgaban hilos de baba. Aparté la mirada para no verlo y para que él no observe mi semblante alarmado.

—Dímelo —ordenó con la voz seca, gutural y salvaje como si fuera un demonio el que hablaba—. Los magos saben que buscas algo pero no pueden averiguar qué es lo que buscas. Hay un bloqueo mágico en ti. Seguramente sabes eso porque lo escuchaste con tus propios oídos en la reunión de guerra a la que te colaste burlando a miembros importantes de la Cofradía. Dímelo. Dime qué buscas o mi compañero mata a tus amigos.

—¡No! —aullé con el pecho rezumando rabia y temor.

Sabía a qué se refería. Buscaba a mis hermanos. Alguien golpeó a Walton, sentí sus gemidos.

—Yo...

—¡No se lo digas Jonás! —gritó Dagna y le encestaron un golpe en el estomago.

Los estaban lastimando. Mi sangre corría por el brazo de la serpiente. Me lastimaba y los lastimaría a ellos. No podía permitirlo.

—¡Dímelo!

De repente la tierra debajo de los pies de Morbock se desplazó como si fuera una alfombra que corrían de lugar. Él me soltó con los guantes manchados de sangre, agitó sus brazos buscando equilibrio pero terminó cayendo de bruces sobre un ebrio que continuaba bailando. Incluso continuó danzando con Morbock encima. Escarlata emergió de la tierra como si nadara en ella, saltó raudo y eléctrico como un relámpago y atacó a uno de los soldados que sostenía a Walton, dándole la oportunidad de forcejear con otro.

Desenvainé a anguis, su fulgor oscuro como la boca de un animal hizo retroceder y vacilar al oficial de Dagna. Le di un corte en el tórax, la sangre comenzó a manar de la armadura como si hubieran abierto una represa de líquido granate y oscuro, el soldado presionó su pecho intentando detener la hemorragia. Dagna se desprendió de él y acudió en ayuda de Miles que estaba tendido en el suelo recibiendo golpes.

El metal invicta perforaba la armadura como si cortara algodón, en realidad penetraba cualquier cosa incluso el miedo, estaba encantada o algo así me habían dicho al regalármela. Le hizo perder la seguridad al guardia que tenía cerca.

—Vete por el otro lado, por favor —sugerí con la voz temblorosa pero no entendió el mensaje porque desenvaino su espalda y acometió con todas sus fuerzas.

Quiso asestarme un mandoble en la garganta pero detuve su ataque colocando la espada en medio. El filo de anguis cortó su hoja por la mitad como si su arma estuviera echa de madera. Hubo un chillido metálico y saltaron chispas. Con media espalda en mano y sin vacilar procuró estocarme el abdomen pero retrocedí dando un salto. Golpeé con el pomo de anguis su yelmo el cual se abolló en el acto. El hombre cayó aturdido y desequilibrado. Un segundo soldado se me abalanzó y con los nervios en punta lo hice retroceder.

La serpiente se había incorporado e iba directo hacia Walton mientras él les echaba una mano a Dagna y Miles. Sus capas se arremolinaban en la pelea, sólo quedaban dos soldados que batir. Las personas se habían alejado lo suficiente de allí pero a la distancia la música se seguía tocando. Una de las carpas estaba ardiendo por un brasero que se había volcado. El humo y las chispas volaban sobre nosotros como luciérnagas.

Más soldados de la mesnada se precipitaban hacia nosotros por casi todos los pasillos, podía oír el relincho de sus caballos y cómo intentaban abrirse paso por los estrechos pasillos, derrumbando tiendas de campaña y cajones. La serpiente desenvainó decidida su espada y con la mirada destilando una furia febril. Walton estaba muy cerca y de espaldas. Todavía estaba combatiendo a un oficial.

—¡Walton! —aullé con todas mis fuerzas.

Me incliné para esquivar un golpe del soldado que decidió dejar de retroceder, se había quitado el casco dejando traslucir una piel oleaginosa y oscura como el exoesqueleto de un insecto. Tenía unos jirones de vello en el cráneo y era lo único que tenía en el rostro. Me dio una patada en el pecho. Caí sobre la hierba. Me pregunté cómo era que veía sin ojos hasta que quiso atravesar mi espalda con el golpe de una lanza que había encontrado tirada por allí. La esquivé rodando a un lado. La punta de la lanza se enterró en el suelo, emitiendo un sonido áspero como una paletada, a centímetros de mi rostro. No tuve tiempo para incorporarme que acometió con todas sus fuerzas desplegando un látigo de cuero que colgaba de su cinturón. El látigo tenía piedras filosas en la punta.

Sin titubear lo alzó dispuesto para azotar, sacudiendo el látigo en un movimiento ascendente pero Escarlata apareció veloz como una figura fugaz que se desplazó del suelo a su brazo. Rodeó con su escamosa cola la muñeca que sujetaba el látigo. Lo inmovilizó y con sus zarpas puntiagudas como dagas se debatió en un combate con el soldado. Él no podía contra Escarlata que se movía raudo, arañando y cortando su piel grasosa y dura. Aproveché estar a centímetros del suelo y le hice un tajo en cada una de sus rodillas. El monstruo lanzó un chillido agudo y se tendió sobre la hierba. Lo salté.

Escarlata reptó a mi hombro con sus escamas erizadas como un puercoespín, profirió un gruñido orgulloso como si dijera «¿Viste la pasada que acabo de hacer?». Acaricié distraídamente su cabeza mientras intentaba percibir los cuerpos a mi alrededor. Entre el humo de las carpas consumiéndose divisé a la serpiente aproximándose hacia Walton y eludiendo un muro de fuego. La serpiente estaba muy cerca de mis amigos ya se había aproximado lo suficiente. Corrí hacia ellos aullando con todas mis fuerzas:

—¡WALTON, CUIDADO! —pero la serpiente no tenía en mente atacar a Walton después de todo había ordenado que nos capturaran vivos lo que resultaba mucho más difícil para ellos.

Salté hacia Morbock y para mi sorpresa él también avanzó dejando de lado a mis amigos y observándome como si fuera un desafío que lo insultaba. Me siseó amenazante como una animal, sus labios se erizaron dejando al descubierto dos incisivos relucientes.

—No podrás escapar está vez Jonás Brown, la cuidad entera está advertida de su presencia. No huyas —aconsejó sin interés—, sólo resultarás herido.

Los pómulos le resaltaban de sus mejillas, sus rasgos se veían filosos y amenazantes. Blandía un cuchillo en la mano.

—Sólo vete Morbock, déjanos en paz. Ya te lo dije hace un año, no conseguirás nada con Gartet. Él quiere matar a los... —iba a decir monstruos pero no me pareció apropiado— a los que son como tú.

Él negó impetuoso con la cabeza. Los sonidos de la pelea y la fiesta, aun más lejana, llegaban apartados.

—No me lo parece. Jonás tu no entiendes que Gartet sirve a una causa noble, él es el único que comprende que los trotamundos y los transversus como yo —supuse que se refería a todo lo que no era un trotamundos o un confronteras, es decir un monstruo— deben gobernar todos los mundos. Los pasajes deben estar conectados, cada uno debe saber la existencia de otro, de ese modo habría armonía.

—Sólo abría caos —dije repitiendo lo que había oído en el Triángulo. Allí me enseñaron que los trotamundos éramos los que se encargaban de mantener la paz en los mundos, ya que si se enteraran la existencia de otros pasajes sólo habría guerras y dolor, una era oscura de la que no se podría escapar jamás—. En mi mundo ya pasó una vez, descubrieron nuevos continentes y los más fuertes no fueron los más listos. Mataron a todos, extinguieron especies y culturas. Murió mucha gente y volverá a pasar. Los mundos todavía no están preparados para comprender ese tipo de cosas.

—Al parecer tú tampoco —masculló y amagó a cortarme la mano con la que sostenía la espada, dispuesto a desarmarme.

Sin armas no tenía posibilidad contra él. No lo pensé. Atajé el cuchillo con mi otra mano y traté de atravesar su pecho pero eludió la maniobra apartándose a un lado. Retorció el filo de la hoja que mi mano sostenía, otorgándome un profundo y punzante corte.

Un grito de dolor se alzó en mi garganta, retrocedí temblando como una hoja. Escarlata desprendió una protesta gutural, desaprobando airado lo que Morbock acababa de hacer. Saltó como un relámpago y se introdujo en su coraza, volviendo su forma más volátil como si fuera un montón de tierra arrastrada por el viento.

Desapareció dentro de la armadura.

Morbock golpeó desesperado su coraza dorada, sin muchos resultados, intentado desprenderse de Escarlata que seguramente estaba cortándolo por dentro como si fuera un rosbif de tamaño humano.

Utilicé su desconcierto para atizarle un golpe con anguis. El metal de la armadura que protegía su muslo cedió como si no fuera más que barro, la hoja de la espada cortó su carne y se incrustó en algo duro que se rompió y sonó al igual que una rama al quebrarse. Él se echó al suelo soltando un alarido de animal. El corte había sido muy profundo.

Su pierna había quedado pendiendo por algunos jirones de músculo y piel, el metal dorado se embollaba a su alrededor como un retoño floreciendo. Sangre verdosa comenzó a borbotear de su herida. Comprimí mi mano contra el pecho. Sentía mi propia sangre vertiéndose por la camisa.

El estomago se me revolvió. No me esperaba aquello, bueno en parte sí, pero no quería que se viera así de asqueroso.

Alcé mi espada. Quería matarlo, dios iba a matarlo pero verlo revolviéndose en su propia sangre, respirando con el pecho tan agitado como un océano y gimiendo de dolor me hizo dudar. La sangre verdosa y espesa manaba aprisa de su herida, no sobreviviría y yo no tenía que ensuciarme más las manos.

Le había dado la oportunidad a mis amigos de correr lejos de allí, eso era lo importante.

La mesnada se aproximaba, podía oír el casco de los caballos y los relinchos. Ellos habían huido, sólo necesitaba que no los siguieran. Me introduje en las tiendas más cercanas con Escarlata pisándome los talones. Comprobé que estaban vacías, jadeé, afirmé mis pies en el suelo y aullé con todas mis fuerzas:

—¡Nihilum!

Las tiendas ardieron en unas flamas intensas, anaranjadas y punzantes. Un remolino de fuego floreció a mi alrededor, me encontraba en el centro observando el fuego atontado. Las chispas y cenizas volaban de un lado a otro como mariposas. Salí de la carpa antes de que se desmoronara sobre mi cabeza. Los alaridos de los refugiados colmaron el aire. La música se detuvo para ser suplantada por chillidos de terror. Todo llegaba demasiado lento para mí. Las piernas me temblaron. La vista se me nubló y Miles me sostuvo por los hombros apareciendo junto con los gritos.

—Tenemos que irnos de aquí —murmuré sin muchas fuerzas.

—¿Lo dices de enserio? —preguntó Miles con el rostro cubierto de hollín—. Yo planeaba quedarme un poco más, acaba de empezar el espectáculo de la pirotecnia.

—¡Se suponía que no tenías que usar las artes extrañas por un tiempo! Un tiempo no es una semana, Jonás —me regañó Dagna agarrándome del otro brazo—. La enfermera te lo dijo ¡A sí no podrás llegar a la cascada!

Me arrastraron lejos del tumulto de gritos y aullidos. Los caballos de la mesnada se detuvieron por el fuego, relinchando encabritados. Nos alejamos del rincón de refugiados, no podía ver a Walton por ningún lado. Lo había perdido cuando me había introducido en la carpa. Reafirmé mis pies, busqué fuerzas y corrí junto con Miles y Dagna por las callejuelas de los artesanos donde la fiesta continuaba sin interrupciones. Escarlata aleteó sus alas curtidas a mi lado, volando unos metros por encima.

—¿Dónde está Walton? —pregunté entre jadeos.

—Dijo que no lo siga —respondió Miles apartando a un hombre rechoncho del camino—. Que tenía que hacer algo. Fui por ti primero.

Asentí y continúe abriéndome paso en la multitud. Sentía la herida de mi brazo abriéndose, la palma de mi mano sangrando y siendo arañada por la áspera tela de mi camisa. Un graznido feroz y gutural retumbó sobre nuestras cabezas. Alcé la vista y vi una criatura volando sobre el cielo, montado en su lobo iba un soldado de la mesnada.

Creí que era un dragón y estuve tentado a tomarle una fotografía para Cam pero la fatiga, el miedo y el hecho de que esa criatura nos perseguía me dijo que era mala idea. Entonces la miré mejor, parecía un reptil con alas curtidas pero sus escamas eran tan erizadas como un alfiletero.

Continuamos corriendo hasta que llegamos al muro de estacas. Nos detuvimos allí resollando. El cielo estaba tachonado de estrellas y la fiesta del pueblo despedía un color cobrizo y cálido. Del otro lado de la muralla se propagaba un frío gélido y una oscuridad aterradora e impertérrita.

Dagna pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro y largó unas palabras en alemán que sonaron a maldición. Walton apareció al otro lado de la calle, cabalgando un corcel negro como ala de cuervo y cubierto de una armadura dorada. Tenía una sonrisa crispada en los labios y un moretón oscuro en la barbilla.

—Maldito infeliz —murmuró Miles observándolo como si viera un ídolo—. Les ha robado un caballo.

—Lo necesitaremos para ganar terrero y despistar nuestras huellas —explicó Walton vigilando frenético en derredor.

No nos intercambiamos ninguna palabra. Walton desmontó, cogió de las riendas al caballo y lo condujo al bosque. Cruzamos la muralla evitando las estacas. Me pregunté si el resto de la unidad había podido huir también. La criatura del cielo esquivó el bosque como si de fuego se tratara, si nos había visto no nos seguiría, me pregunté a qué le tendría miedo una criatura así de enorme.

A lo que sea que le tuviera miedo nosotros nos dirigíamos. Era el único lugar seguro.

Sólo se oían el rumor del funeral y nuestras pisadas contra el suelo húmedo y resbaladizo. La luna y los otros astros nos iluminaban y despedían un fulgor peltre, el aire sostenía nuestros alientos en un vaho. La sangre me chorreaba del brazo. Todavía sentía el fuego en mi rostro y las garras de Morbock en la piel.

Y su pregunta. Su pregunta la escuchaba junto al latido de mi corazón.

«¿Qué buscas?»

«Qué buscas Jonás»

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