Noche de charlas de las que no sé nada

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 Georgia y Roma Hank, Tian Wang y Edward Anderson estaban sobre una balsa de madera que se veía inquietantemente inestable.

Parecía que la habían improvisado ellos a último momento. Estaba hecha de juncos, que se habían desprendido de los amarres de cuerda, por el oleaje que al parecer llevaba días arrastrándola. El agua se colaba por las hendiduras entre los juncos de modo que tenían los pantalones mojados. Estaban de mal humor, podía vérselo en sus rostros y en la tención displicente que había en el aire.

Rápidamente comprendí que estaba dormido, no me embargó ningún otro sentimiento al igual que siempre que tenía una visión. Sólo me quedé observando el entorno como un dios omnisciente.

Se hallaban en un mundo que no conocía, el mar se extendía vastamente en todas direcciones y cuatro soles verdes alumbraban el cielo y quemaban sus cuerpos, sobre todo el de Tian. Su piel era pálida pero ahora estaba ruborizada, levemente arrebolada como si le hubiesen dicho un cumplido bochornoso. Él se había sacado la camisa, sus omoplatos se veían rojos y tensados. La camisa la tenía sobre la cabeza enroscada como un turbante, sus ojos rasgados los tenía entornados por la intensidad del sol.

Todos parecían fastidiados a excepción de Georgia, la menor del grupo que sólo tenía menos de diez años. Ella tenía verdadero pánico en los ojos. Atenazaba con fuerza la mano de su hermana mayor y observaba el monótono oleaje como si un monstruo de dientes afilados pudiera atacarla en cualquier momento. Temblaba como una hoja mientras que Roma Hank le acaricia la mano con el pulgar en señal tranquilizadora, manteniendo una expresión aburrida y cansada como si hubiese estado repitiendo ese gesto por días. La piel color café de Edward Anderson estaba escamada por el sol, resopló y sumergió sus pies en el agua.

—¿Quieren jugar a verdad o reto? —propuso Tian volviéndose hacia las hermanas Hank.

Georgia dio un brinco nerviosa, lo estudió con la mirada y negó levemente con la cabeza. Ambas se parecían mucho, tenían una hermosa melena rubia recogida y unos ojos azul eléctrico.

—No, Tian no quiero escuchar hablar de juegos por el resto de mi vida —resopló Edward.

Aunque Edward era el tipo de persona que no me molestaría ver en una situación como esa sentí lastima por él, se veía agotado pero no físicamente más bien mental como si sólo hubiera hecho ejercicios de matemáticas en la última semana.

—No puedo creer que Jonás Brown quisiera ofrecerse para esto —masculló Ed perplejo—. Sé que ese chico es tonto pero ofrecerse es una locura.

Que Ed hablara de mí me molestó.

—No puedo creer cómo yo acepté hacer esto —confesó Tian molesto consigo mismo, escudriñando el horizonte del mismo modo que antes.

—Aceptaste porque es tu responsabilidad —contestó tajante Roma, frunciendo el entrecejo no sólo por el sol, se humedeció sus hinchados y secos labios y tensó los hombros como si se estuviera preparando para una pelea—. Es la de todos. Nosotros somos los que debemos establecer el orden de toda la existencia y no podremos hacerlo sin el libro de Solutio. Nos costó tener todo tranquilo en tiempos de paz cuando no contábamos con el libro... si se avecina una guerra el Triángulo no podrá mantener la armonía de los mundos.

—Ya, pero yo tenía entradas para un concierto en el pasaje de Adanot y pretendía ir. En lugar de eso ahora tengo que divertir a un sanctus sádico estando en esta balsa hasta que él crea que fue suficiente —refunfuñó Tian suspirando una bocanada de aire y jugueteando con un trozo de cuerda que sostenía entre las manos y masculló una blasfemia en chino mandarín.

—No sabes de lo que hablas —concluyó Roma con tono lacónico y ácido.

—Bueno pero Jonás Brown tampoco sabía en lo que se metía —Ed lanzó un gruñido en modo de protesta—. No entiendo cómo el Triángulo le perdona tantas negligencias. Digo, todos nos escapamos, de eso no hay duda, pero cuando lo hacemos no liberamos mundos, ni carceleros o regresamos sumidos en un hechizo.

Que hablaran de mí se sintió extraño, recordé cómo mi madre decía que cuando alguien conversaba de ti a tus espaldas las orejas te picaban en el instante. Me pregunté si la misma regla aplicaba en ocasión que lo presencies.

Tian se encogió de hombros.

—Una vez le vendí aceite de motor a él y su amiga la bruja —indicó encogiéndose de hombros nuevamente y reflejando una mueca de dolor en su rostro por hacerlo—. A mí me cae bien, creo que es osado y eso lo respeto.

—¡Eres como los integrantes del Consejo, siempre perdonándole todo!

—Yo no dije eso —protestó Tian con la voz crispada, perdiendo el temperamento fácilmente.

—Yo creo que William Payne, Petra, Walton y todos ellos son valientes. Se toman muy enserio lo que de verdad deberíamos hacer todos.

—Claro, defiéndelos Roma —rezongó Ed volteándose enervado hacia ella como si repentinamente no le confiara la espalda.

—¡Qué demonios te sucede! —protestó ella con una voz demasiado aguda, enfada y pasmada.

—No se lo toman en serio —intervino Georgia hablando por primera vez y sobresaltando a los demás, al parecer no hablaba hace mucho tiempo porque todos enmudecieron al oír su voz. Su hermana mayor le acarició con gentileza la mano como disculpándose por participar en la pelea—. Creo que ellos sólo fueron los primeros en ver está guerra —prosiguió ella ajena a todo como si pensara en voz alta—. Cualquiera que hubiera estado en su lugar actuaría igual, sólo tuvieron mala suerte... fueron los primeros trotadores en ver cómo Gartet es malo con mundos enteros ¿Recuerdan que en una clase de supervivencia nos drogaron con una hierba de otro mundo? Se lo hacen a todos los niños de diez años que están en el Triángulo... esa hierba te hace ver lo que ellos quieren que veas.

—Ni me lo recuerdes —rezongó Ed.

—En esa clase nos hacen creer que estamos en un pasaje y que un trotamundos amigo nuestro se subleva y trata de usar su poder para matar criaturas o nativos. Es una prueba y más de la mitad de los trotamundos deciden salvar a la familia o al animal o al que está en peligro. Al menos casi todos los chicos que pasan esa prueba lo hacen bien, algunos mueren en lugar del nativo y otros desafían a su amigo sin saber que en realidad no está sucediendo. Está en nuestra sangre.

—¿Y eso a qué va? —inquirió Wang.

—Si lo que contaron es cierto, ya saben, si es cierto lo de los marcadores y que muchos mundos están viviendo como esclavos... no se lo toman en serio, eso creo yo. Sólo actúan como todos actuarán cuando vean lo que ellos vieron. Nosotros también actuaríamos. Cuando estuve en esa clase creí ver que Roma se volvía mala y quería atacar a unas niñas yo... yo las defendí y dejé que ella me matara a mí. Era mi hermana mayor, la desafié por unas desconocidas y morí por ellas. La profesora me felicitó. Por eso sé que actuaría igual que ellos.

No sé por qué la gente creía eso de mí. Liberar Dadirucso había sido solo una vez, yo no quería participar en una guerra, quería encontrarme con mis hermanos y regresarlos a casa.

Por la balsa se alzó un silenció que nadie se molestó en quebrantar. Tian suspiró prolongadamente como si ese fuera su único entretenimiento y añadió al cabo de unos segundos.

—Me decidí, si se avecina una guerra gorda no quiero estar en el Triángulo cuando pase. Lo siento, pero morir por los demás no es mi estilo —confesó—. Tal vez yo soy el resto, la minoría que no pasa la prueba. Aunque la pasé en su momento fue una tonta alucinación para proteger un koala no para morir en una guerra.

—¿Y a dónde irías si no? La Sociedad te cazaría por ser un Cerra y los monstruos te comerían por ser un trotamundos, acéptalo, no hay lugar en toda la existencia donde nos quieran, así que a dónde irías —preguntó Roma, mordaz, como si esperara sólo su respuesta para golpearlo en la espalda tostada por el sol.

—No lo sé... tal vez pueda trabajar con Taylor.

—Debes estar jugando.

—Por favor no mencionen la palabra juegos —suplicó Georgia—. Me da dolor de cabeza.

—Yo me decidí a que no esperaré más aquí —anunció Edwart incorporándose y bamboleando la barca mientras el resto de la tripulación lo fulminaba con la mirada, a la vez que gritaban groserías o abrían los ojos anonadados tratando de mantener el equilibrio.

—¡Deja de moverte, tonto! —ordenó Tian aunque sonaba a un ruego.

Ed se limitó a juntar sus manos alrededor de la boca, curvándolas como un megáfono y aullando con todas sus fuerzas hasta que el aire se le fue de los pulmones:

—¡¡¡SÁCANOS DE AQUÍ!!!

Roma se había cubierto los oídos con expresión latosa como si meditara en empujarlo por la borda y huir antes de que pudiera volver a subirse. Dejó caer las manos lentamente mientras su hermana se petrificaba como una roca.

—¿Qué fue eso?

—¿Qué crees, bobita? Ya terminé con esto. No voy a entretener más a ese sanctus de las fiestas.

—Es el sanctus de la diversión —corrigió Georgia sin advertir el sarcasmo—. Le encanta la diversión.

—Esto no es divertido —observó Tian—. No sé que le ve de divertido a que estemos en una balsa por tres días. Dijo que nos daría información si nos divertíamos con él pero no lo veo por aquí quemándose con nosotros.

Georgia examinó en derredor como si el sanctus hubiera estado todo el tiempo allí, mientras su hermana se cruzaba de brazos y negaba con la cabeza rotundamente.

—Bueno, él dijo que la diversión siempre varia de acuerdo a la persona ¿Qué no lo oyeron? — preguntó exasperada—. Lo único que decía era que la diversión en una palabra usada por los hombres para definir algo que jamás conocerán.

—Pues que se divierta con esta —dijo Ed, llevando una mano a su entrepierna y sacudiendo todo allí.

—Que mediocre eres —masculló Roma desviando la mirada.

Deseé poder apartar la vista al igual que ella. Noté que no estaban con su guardián, el adulto que se suponía los guiaría en la misión y supervisaría minuciosamente que nada les sucediera. Pero todos conservaban el aspecto de haber estados solos hace varios días.

Unos truenos retumbaron en el aire, tan sonoros como una montaña desmoronándose. Una ventisca tormentosa los rodeó. El cielo estaba despejado y antes de que pudiera comprender que en realidad lo que se oía era una estridente carcajada ya me había ido de allí abandonando ese lejano mar de cuatro soles.

Deseé poder ver a mi familia pero el hechizo no funcionaba así, sólo podía presenciar sucesos involuntarios en donde no me había encontrado. Acontecimientos que le habían sucedido, o estaban transcurriendo en ese mismo instante, a personas que conocí o que conocía. Vi los monótonos días de mis compañeros de clase, el profesor de ciencias asistiendo a una cita, era su primera cita desde que falleció su esposa hace más de siete años lo supe porque se lo comentó al mesero, al final fue plantado, él lloro al llegar a su casa. Luego mi vecina la señora Hofer deambuló por el hipermercado con aspecto aburrido, sus arrugas caían flácidas por su rostro.

La noche transcurrió tan larga como una vida. Observé cómo se la pasaban bien y mal y en el fondo deseé ser uno de ellos. 

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