III. Soy un villano intermundial de quince años

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 De repente una sombra se alzó detrás de Finca. Primero creí que el fuego proyectado por los cristales se había apagado pero entonces supe que no podía ser porque continuaba viéndola con claridad. Me incliné hacia un costado para escudriñar mejor. A Escarlata se le erizó el lomo de escamas.

La sombra extrajo de su informe cuerpo unos miembros filosos, como las patas de una araña pero en el extremo tenía unas garras punzantes que hizo repiquetear como si fueran sus navajas. Sus piernas eran largas y delgadas, su piel oscura y difusa parecía engullir toda pizca de luz. Tenía una cabeza sin rostro que se movía, era como si tuviera muchas caras porque rasgos se sacudían debajo de la penumbra, que era su piel, sin definir nada. Aunque sí tenía dos ojos humanos, bien abiertos, sin parpados como si los hubieran arrancado y colocado allí. Medía dos metros.

La sombra dio un paso, envolvió sus manos de oscuridad en el cuello de Finca y la aventó sin contemplaciones contra una pared. El cuerpo de Finca emitió un crujido inquietante.

La sombra se movía a la velocidad de la luz. El fuego que alimentaba la única vela se extinguió como si no quisiera presenciar lo que venía a continuación. Desenvainé a anguis. Escarlata abrió las alas listo para el combate. Aleteó hasta situarse delante de la sombra y lo distrajo por unos segundos.

Acometí contra el monstruo. De un rápido movimiento traté de cortarle los talones para rasgar sus tendones y que cayera. Pero el filo de mi espada lo atravesó como si... como si de verdad estuviera luchando contra una sombra.

Era como tratar de acuchillar el aire. Lo único que logré fue que el metal de anguis cobrara una temperatura tan gélida que me quemó la piel como si una ola arrolladora y fría la recorriera. El metal se cubrió de escarcha y lo solté retrocediendo un paso. Anguis cayó al suelo emitiendo un estridente ruido metálico.

La sombra rio o algo como eso, sus hombros se sacudieron, apoyó sus manos en el suelo y se inclinó cuadrúpedamente sobre mí como un perro descomunal olfateando una presa. Sentí un frío glacial recorrer cada hendidura de mi cuerpo. Un dolor punzante se alojó en mi cerebro como cuando tomas muy rápido un raspado. Caí de rodillas, agarré nuevamente a anguis, su frío me entumeció los dedos y sentí como la escarcha trepaba por mi cuerpo.

Dolía. Mucho.

La sombra me vadeó como si lo molestara y caminó hacia la salida. Hice acopió de todas mis fuerzas y probé nuevamente con la espada pero el metal simplemente atravesó su espalda como si la blandiera contra el aire. Volteó airada.

«Uy»

Jamás había combatido con algo que no podía tocar.

La criatura chilló furiosa. Sus gritos sonaban como cristales quebrándose, su espalda corcovada marcaba un definido arco cuando se inclinaba. Gruñó como si quisiera matarme y no pudiera. Se irguió, su altura le hizo alcanzar el techo, de una patada derribó la puerta y se marchó corriendo a una velocidad asombrosa. En cambio, yo me moví con la velocidad del wifi de una cafetería.

Me volteé hacia...

—¡Finca!

—Están aquí... las bestias salvajes —ella se estaba incorporando temblorosamente del suelo—. Nos atacan, debemos dar la alarma...

Envainé la espada antes de que la viera pero el anillo continuaba gélido sobre mi piel. La ayudé a caminar fuera de la habitación abandonada. Ella apoyaba el peso de su cuerpo en el mío y caminaba lentamente, arrastrando sus pies. Era más alta que yo pero mucho más delgada por lo cual me fue fácil cargarla.

El golpe había sido grave y su semblante lo atestiguaba, supongo que después de eso no le gustaría más el bosque.

—¿Qué fue eso?

—Un espectro, un demonio de la oscuridad que con frío engulle el calor de tu alma.

—¿Acá no puede existir algo que de besos húmedos o abrazos incómodos? —pregunté exasperado.

—No, te borra los buenos recuerdos hasta que te convierte en un cadáver o si tienes mucha penumbra en alma, y te inclinas a la maldad, te conviertes en una sombra como él, como todos los demás.

—Suena a lo mismo que hace un reality show —en el momento me odié por decirlo.

—No sé... qué es eso —jadeó, algo le dolía.

—Perdón, los nervios.

—Tuvimos mucha suerte. Nunca salen de día y jamás van solos, no comprendo qué hacen aquí. A ti no te hizo nada...

Iba a decirle que las bestias salvajes del bosque no atacaban a los trotamundos por un acuerdo pero todavía tenía secretos para ella. Tenía la mente abrumada con la información de Gartet, debía contársela a mis amigos pero sobre todo tenía que prevenirlos porque Berenice no era una trotadora y podrían herirla.

Gimió, debería tener algo roto. Paré y quise levantar su remendada remera para ver sus heridas pero ella detuvo mi mano con un movimiento que de seguro le abría consumido muchas fuerzas.

—No. Debemos alertar a los demás antes de que lleguen...

Entonces su voz fue dilapidada por el estridente tañido de una campana de alarma. Y luego como si fueran los ecos del tintineo los gritos acudieron a nosotros. 

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