II. Soy un villano mundial de quince años

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Finca sonrió y comenzó a relatar. Tenía una voz tan melodiosa que creí sumergirme en un mundo lejano como si sus palabras fueran un portal y acabara de arrojarme a el.

 —Había caos en todo el vasto universo y sólo alguien pudo notarlo. Él era un viajero solitario con poderes que lo ayudaban a viajar en cualquier dirección, no importaran los límites, los kilómetros, o las estrellas que los separaran. Pero Garter si quería ordenar el caos necesitaba más poder, entonces emprendió una extensa marcha hasta el Páramo de las Hondonadas, una tierra tan lejana que nadie la ha encontrado todavía.

 «Querrás decir otro mundo»

 —Allí halló a un viejo espíritu con sus mismas habilidades pero tenía mucha más fuerza. Gartet entrenó con él muchos años, era viejo y sabio pero lo que conquistó el respeto de Gartet fue que sabía manejar el lenguaje sagrado. El lenguaje sagrado es el idioma de los dioses, son palabras que tienen poder y las cuales, con los movimientos apropiados y la fuerza disponible, pueden crear o destruir. Gartet jamás había visto algo así, el hombre no sólo había creado el Páramo de las Hondonadas, había hecho surgir la tierra de la oscuridad y había plantado cada árbol de allí con las palabras sagradas.

«¿Un Creador que practicaba magia blanca?»

 —Gartet quedó deslumbrado por su poder. Sabía que nunca podría crear esas tierras puesto que no había nacido para eso pero quería saber todas las palabras y movimientos extraños que había descubierto el anciano. Él le suplicó que lo convirtiera en su aprendiz ya que jamás había visto a alguien capaz de manejar con tanta destreza el lenguaje sagrado...

 «Artes extrañas» Tenía que concentrarme porque ella llamaba de otra manera a los Creadores y los trotadores.

 —Gartet vivió muchos años con él, aprendió cada uno de los secretos de este sabio anciano y ambos se convirtieron en dioses, nada podría detenerlos. Ambos tenían tanto poder que podían hacer lo que sea, incluso habían encontrado las palabras para burlar a la muerte. Ambos se dotaron de inmortalidad. Iban viajando por las tierras y ayudando anónimamente a los pueblerinos con su poder. Nadie sabía que eran dioses los que habían calmado sus trifulcas, siempre los veía como modestos viajeros.

«Trotadores» corregí en mi mente, los dioses de los que hablaba son trotadores.

 —Llegaron a ser tan cercanos como cielo y nube, incluso el pupilo llegó a superar al maestro. Esa noche le contó del caos que había visto en todas las tierras que viajó. Un caos que no podían aplacar. Gartet había reunido la experiencia suficiente en sus viajes para notar que el mundo, y las tierras lejanas, estaban en manos de criaturas débiles. Sociedades y monstruos que no hacían más que sentarse en tronos que ellos mismos habían creado y burlarse de las palabras mágicas y quienes las contenían.

 «La Sociedad, Gartet se quejaba de La Sociedad. Y de los confroteras que desconocen la existencia de los trotadores y los tranversus. De toda cosa que no sea mágica» Tres cosas que sin duda Gartet odiaba.

 —Esas criaturas se burlaban de los dioses a pesar de que los dioses utilizaban sus poderes para salvarlos; ellos mantenían la paz entre las criaturas y no dejaban que se mataran unas contra otras pero en lugar de agradecérselo o reconocérselo lo único que querían era atacarlos. El dios Gartet trató de convencer a su maestro. Quiso que actuara. Eran los dos únicos habitantes del Páramo de las Hondonadas, los únicos realmente poderosos, tenían que hacer algo. Vivían tan lejos de cualquier otro... Él quería salir de esa tierra lejana y darse a conocer, sólo de ese modo podría traer el verdadero equilibrio sobre todas las tierras pero su maestro se lo negó. Dijo que el poder con el que ellos contaban debía ser anónimo y que todas las tierras debían estar separadas. Gartet quería unidad, paz y poder...

Traté de contenerme y no reírme en su cara, lo único que Gartet quería era poder, no deseaba nada más. La paz le sentaba tan bien como un mono con vestido.

 —Su maestro no comprendía las ambiciones de Gartet. Él se regía por reglas pasadas que estipulaban que las personas poderosas debían ser humildes y vivir en las sombras como arañas, que las tierras lejanas de todo el mundo deberían permanecer separadas y que nadie debería salir de sus fronteras.

Eran las reglas del Triángulo, traté de que no se me notara lo pálido que estaba y asentí.

—Gartet quería marcharse pero su maestro le dijo que jamás dejaría que aniquilara a las bestias salvajes, no importa que tan salvajes fueran, debían quedarse en sus tierras, causando su propio peligro. Le dijo que no podría traer unidad porque la paz no estaba hecha para todos los corazones, para poder unir las tierras lejanas Gartet tenía que erradicar a varias criaturas. El maestro deseaba que la oscuridad viviera, pero lejos, en su lugar. Lo que el benévolo Gartet deseaba era arrancarla de cuajo.

 No podía escuchar ¿Oscuridad? Gartet mataba a cualquier que no siguiera sus reglas no importaba si fuera bueno o malo. Si un ser asesino lo alababa entonces no sólo lo dejaría vivir sino también le permitiría adueñarse de un pasaje, había visto que lo hizo con muchos colonizadores. Había visto cómo permitió que Dadirucso fuera sepultado bajo las reglas de unos monstruos. Gartet no quería quitar la oscuridad, él apagaba las luces.

De repente odie más a Gartet y sentí lastima por Finca, ella jamás sabría la verdad.

 —Tuvieron una disputa. Gartet no quería dañar al otro dios porque estaba seguro que sólo con alguien como él podría llevar adelante su empresa.

«Claro, con un Creador, con alguien como Sobe podría conquistar todo»

 —Estuvieron peleando por años y casi desbastaron el Páramo de las Hondanadas. Finalmente, Gartet salió triunfante y trató de convencer por última vez a su maestro pero él continuaba negándose a pelear contra la oscuridad.

 Me pregunté quién habrá sido el imbécil que le enseñó a Gartet todas esas artes extrañas.

 —Ellos sabían las palabras sagradas y sólo los dos dioses había descubierto la inmortalidad, como ya te mencioné, son dos palabras ominosas que pueden volver inmortal cualquier alma u objeto. Pero Gartet, además de burlar a la muerte, también había descubierto las palabras para dominarla. Cuando su maestro se negó a erradicar la oscuridad le escupió en la cara a su pupilo. Le dejó una mancha de vergüenza en el lado derecho, justó donde lo había humillado y lo maldijo, le dijo que su hijo estaría destinado a, algún día, de alguna forma u otra, ganarse la misma mancha de vergüenza que él tenía.

 —¿Cómo es esa mancha?

 —Los sacerdotes dicen que es como si una serpiente de fuego le hubiera recorrido el rostro. Tiene la piel arrugada como tierra árida y su hijo estuvo destinado a la misma marca. Esta es la parte más injusta de la historia, a mi parecer, porque cargaba con una marca de vergüenza por haber tratado de hacer el bien. Pero además de maldecirlo le afirmó a Gartet que haría lo posible por frustrar sus planes, no le dejaría reinar en armonía todas las tierras.

 «Bueno, al menos reconoció que había educado a un loco»

 Una esperanza se abrió paso en mi mente, tal vez ese maestro existía y continuaba saboteando a Gartet, de ese modo no tendría que preocuparme en el curso de la guerra, ni siquiera el Triángulo, podríamos dejar que la batalla entre los dos enemigos siga solita su curso. Es más, tal vez el maestro contaba con un ejército también pero como mantenía las leyes sagradas del anonimato de un trotamundos jamás eran vistos.

 —Pero entonces...

 «Maldición» Toda la esperanza se esfumó tan rápido como había venido.

 —Pero entonces Gartet le pidió que desistiera, que le permita seguir su rumbo en paz, su corazón sangraba porque no quería dañar a su maestro pero no le dejaba opción. Entonces Gartet llamó a la muerte con las palabras y condenó a su maestro a la muerte eterna. Podría vivir para siempre pero en todo ese trayecto sentiría que se moría. Gartet abandonó a su maestro en los restos del Páramo de las Hondanadas pero sólo para que aprendiera la lección tenía en mente volver por él. Creyó que el castigo sería su cárcel y no se movería del lugar. Reunió a un grupo de seguidores que compartían sus pensamientos y tenían sus mismos poderes. Les enseñó el lenguaje sagrado pero se reservó para él las palabras de la vida y la muerte. Creo el Ejercito de los Dioses Mortales.

 —Vaya...

 —Los Dioses Mortales lo ayudaron a gobernar las tierras lejanas y pudo adueñarse de varios mundos aunque entonces comenzó a ganarse enemigos que odiaban la paz. Aborrecían sus ideas de unidad y no deseaban que las tierras lejanas estuvieran conectadas como una sola. Pero se le hacía muy difícil adueñarse de todas. Fue entonces cuando comprendió lo que sabía desde un principio, que sólo lo lograría con su maestro. El poder que tenía su maestro para crear tierras podría ayudarlo, así que volvió por él para saber si había aprendido la lección. Pero no encontró nada más que un Páramo abandonado. Lo buscó por años y movilizó a sus dioses mortales pero no pudo encontrarlo había desaparecido y no sabía si algún día volvería a encontrarse alguien así.

 —Vaya...

 Resultaba chistoso que había tenido en sus manos a un Creador y lo había perdido y luego había descubierto a Eco pero se había escapado antes de que se acercara y más tarde habían logrado tener a Sobe y lo había perdido también. Y luego cuando descubrió que hay una clase extraña de trotador igual de poderosa que los Creadores, a la cual pertenezco, pudo tenerla pero terminó perdiéndola de todos modos. Debería de sentirse muy tonto.

 —¿Y cómo se convirtió en su dios?

 Yo no conocía mucho la realidad con la que habían sucedido los eventos pero podía comprender un poco. Sabía que Gartet había aprendido artes extrañas en un pasaje lejano, de esa manera era muy poderoso e inmortal, eso lo había escuchado abstractamente hace un año en el Triángulo, mientras espiaba una reunión del Consejo. No me tragaba que controle la muerte, eso sonaba a exageración mitológica, Petra me había dicho que podías ser inmortal si matabas a otra persona y le robabas sus años de vida. Lo que sí creía, sin duda, era que había tenido un amigo Creador, un maestro, alguien a quien había maldito con la muerte en vida. Una persona que estaba prófuga y saboteándolo.

 —Los sacerdotes del padre de Siván fueron quienes nos dieron la historia de nuestro dios.

 «Querrás decir los colonizadores» Esa parte me era fácil deducirla, todo mundo tenía chamanes o algo espiritual y como Gartet invadía cada mundo de una manera diferente había decidido darle a ese una religión y luego de eso atacarlos con bosques. Él no sólo había matado a casi todos, les había sacado sus casas y los había hecho perder la seguridad, había hecho que lo adoraran por eso. Los engañó, era un canalla.

 —¿Pero Gartet no nos creo?

 —¡No, por todos los cielos! ¿Cómo haría tal cosa?

 Al parecer la apalabra dios tenía otra connotación en ese mundo.

 —¿Pero entonces qué te hace saber que Gartet es bueno?

 Sus ojos se abrieron y enarcó las cejas ante mi incisivo tono. Finca enderezó su columna como si estuviera a punto de contestar una pregunta muy filosa.

 —Pues nos salva todo el tiempo, su plan es nuestra esperanza: que algún día descubramos nuevos horizontes y que las bestias salvajes oscuras se mueran o alguien las mate. Pero tiene enemigos que no comparten sus expectativas con el mundo.

 —¿Tiene alguna debilidad?

 Ella largó una risilla y la llama de la vela tembló.

 —¿Cuál es el temor del rey? ¿Cuál es la debilidad de Gartet? Parece que sientes un atractivo hacia la desdicha.

 —Somos muy buenos amigos, algún día te la presentaré.

 —Dicen que Gartet será derrotado por su hijo pero son rumores, no saben si su vida será derrotada. Sólo un sacerdote lo informó hace un año y luego lo echaron del Círculo Sagrado y desmintieron sus palabras. Además, también habló de disparates como que su destrucción o victoria dependería si él, Gartet, encuentra alguien tan poderoso como su maestro para que se complementen. Pero las personas, la mayoría dicen que perdió la cabeza por eso lo destituyeron.

 Interesante. Me pregunté si ese hombre estaría hablando de una profecía como las que  aparecen en el libro de Solutio. Pero antes debía saber otra cosa. Me incliné tan rápidamente que apagué la vela.

 —¿Tiene hijos?

 Su silueta era orlada por el fuego de la vela que era proyectada por los cristales, una luz bermeja como su cabello y mejillas.

 —Nadie lo sabe. Los sacerdotes cuando pueden saber algo de él nos los hacen conocer pero hace más de cien años que no dicen nada. Claro, si descuentas las invenciones del chiflado de hace un año. Fue triste y extraño, casi menos de una semana después de que los asesinos hayan pisado este castillo.

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