III. Un puñado de suerte

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Guardé los papeles en el bolsillo con la vista fija en Emma para asegurarme de que ella no notara nada y salí fuera de la habitación mientras Miles se ponía una remera y Emma los reprendía por el desorden del cuarto sin saber que no era de ellos.

Atravesé la sala de estar, bajé por las escaleras y caminé entre las columnas que trepaban hasta el techo y estaban talladas como árboles de modo que el techo eran sus hojas pétreas y amontonadas en bóvedas. Berenice iba a mi lado sumida en sus pensamientos, creí que me preguntaría muchas cosas o haría preparativos para el viaje, que afirmó emprender conmigo hace menos de un minuto, pero se guardó sus comentarios y dudas.

Yo ya tenía planeado lo que haría. A final de ese día pensaba irme hacia Canadá, todavía no sabía muy bien cómo pero planeaba meditarlo en el desayuno y atar cabos en el almuerzo.

Avanzamos hacia el comedor donde se encontraban algunos trotamundos desayunando. El comedor estaba conformado por todo tipo de muebles, diversas mesas y sillas, para darte la idea cada mesa era de un mundo diferente. Nos gustaba la diversidad y conocer cosas nuevas así que por qué no llevarnos un recuerdito de dónde fuimos. Éramos como unos ladrones intermundiales. En las vigas del techo, suspendidas a muchos metros, pendían pantallas que transmitían canales de todos los países e incluso de otros pasajes. A lo largo del recinto había trotamundos sentados en torno a manteles extendidos o mesas de todo tipo como cuadradas, redondas, de dos pisos, de cristales, rocosas, metálicas e incluso mesas que se movían como si tuvieran vida propia, aunque esas no solían usarse mucho porque no sabías en que momento querría hacer una cabriola y volcarte el café sobre la ropa.

Vi a Dagna, Walton y Cameron sentados alrededor de una barra hablando de la anterior noche. Dagna estaba ceñuda pero eso no significaba nada porque siempre estaba así. Berenice apuró el paso y estrechó en sus brazos a Cam que saltó lejos de la barra al verla.

Estaba más grande desde la última vez que lo había visto. Cam tenía once años, un rostro cubierto de pecas, estatura baja y cabello castaño. Solía ser sentimental y sus ojos se humedecían cuando se frustraba aunque no era de llorar. Al menos no cuando estabas viéndolo.

Luego de saludar a Berenice me observó por encima de sus hombros, le brillaron los ojos y corrió saltando a mis brazos.

—¡Jonás!

—¡Cam! ¿Todo en orden? —le pregunté observando su sonrisa radiante, él no era muy bueno ocultando sentimientos así que si le sucedía algo lo sabrías antes que él.

—Estoy bien, mi mamá también —me informó—. Pero Walton le insistió que sería mejor que esté en el Triángulo por un tiempo. Fue a buscarme hace tres días.

—La pasamos bien en el viaje ¿O no Cam? —dijo Walton girando su silla y dejando una taza de chocolate caliente sobre la barra.

Walton me estrechó la mano y esbozó una sonrisa, el viaje no había sigo nada fácil pero jamás lo diría, él era así, siempre omitiendo lo negativo de la situación. Llevaba el uniforme del Triángulo ceñido al cuerpo, sus músculos entallaban la remera como si la hubieran lavado mal en la tintorería. Se veía nervioso, algo revuelto, repiqueteaba sus dedos contra la mesa como si estuviera pensando algo que no soportaba.

—¿A dónde fuiste la otra noche? —me preguntó Dagna un tanto ceñuda—. Te estábamos buscando, queríamos decirte algo importante.

—¿Quién pidió un desayuno? —inquirió Sobe a viva voz aproximándose a la mesa con cuatro bandejas.

Le dio a cada uno sus órdenes.

En el Triángulo los desayunos, los almuerzos y las cenas eran hechos por un grupo de gente que contrataban los guardianes. Era una aldea de unas treinta personas que vivían en uno de los pasajes abiertos de la selva y se habían enterado de nuestra existencia hace generaciones. Como no podían borrarle la memoria y la idea de sellar portales es nueva, hicieron un trato. Ellos hacían el aseo y se les pagaba bien por eso. Pero rara vez los veías, nunca me había topado con uno. También era muy común que como castigo los guardianes te hicieran suplantarlos, gratis.

Berenice parecía molesta sosteniendo su bandeja como si quisiera cavilar en algo, pero no tuviera la privacidad suficiente. Suspiró y se decidió a permanecer en silencio y sentarse. El resto ocupó su lugar mientras Cam decía que hacía tiempo no desayunaba con amigos; él no era de los que hablaba de su vida fuera del Triángulo. Él único que sabía algo era Walton pero solo sabía su dirección. Supuse que no tenía muchos amigos fuera y le dije que si se quedaba un tiempo tendría montones más de desayunos como esos.

Sobe se deslizó su platón de cereales y apoyó los codos sobre la mesa y comenzó a decir que esos cereales eran de un mundo llamado Adabec, lo sabía porque él había estado una vez ahí y dijo que el portal se encontraba en Polonia. A Sobe le fascinaban hablar de las cosas que sabía sobre todo cuando tú no tenías ni idea de lo que hablaba y no podías cuestionarlo.

Él continuó parloteando y Cam lo oía con una atención incrédula.

—Jonás —susurró Berenice, se encontraba sentada en frente. Sus ojos me penetraron como dos escáneres, examinándome y arrancándome de la conversación—. ¿Cuál es tu plan para salir del Triángulo? Iré contigo.

Me revolví inquieto en el asiento, acomodé mis gafas y articulé vacilando:

—Bueno... este... necesitamos un bote porque ayer en el helipuerto no me lucí mucho con el dron.

—No podemos tomar los botes —negó con la cabeza—. Desde el año pasado Adán...

—¿Cómo estuvo el viaje? —inquirió Sobe.

Walton relató su viaje hacia allí que no había tenido muchos inconvenientes y Dante y Miles se unieron al rato; se habían quedado a limpiar mi habitación a pesar de que le insistieron a Emma que no era la suya, ella no dio brazo a torcer. Sobe dijo que los invitaría a dormir más seguido y Dante lo llamó pueril, pero nadie sabía lo que significaba, solo yo que amaba los diccionarios, pero preferí callármelo.

Berenice continuó en silencio al igual que yo, sumido en mis pensamientos.

Dante estaba vestido como si mi abuelo lo hubiera aconsejado esa mañana. Llevaba una camisa abotonada hasta el cuello, pantalones grises de raya diplomática, el cabello bien peinado y unos zapatos formales. Miles por su parte vestía unos pantalones de chándal y una sudadera con la capucha calada.

—Oye, Berenice —la llamé al rato—. ¿Qué querías decir con eso de que el bote no es una opción?

—Sí qué querías decir Berenice —se unió Sobe con una sonrisa burlona.

Lo maldije.

—Quería decir que Adán desde el año pasado duplicó la seguridad de los botes, ya no quiere que se vuelvan a fugar en uno y que sería más fácil salir nadando que tomar prestado aunque sea una balsa de goma —respondió ella con tono displicente.

—¿Se van? —preguntaron Dagna y Walton al unísono.

Les narré brevemente lo que había sucedido hoy a la mañana.

Que habíamos encontrado la localización del portal a Bibilon, tenía una pista ambigua de que allí había un sanctus y necesitaba uno si quería encontrar a mis hermanos. Por su parte Berenice deseaba hallar a Logum y vengarse, pero no sabía dónde se encontraba, sólo un sanctus se lo diría, entonces lo buscaría y lo mataría aunque ella no lo dijo de ese modo dijo: «Lo buscaré para resolver algunos asuntos con él»

De repente la mesa entera enmudeció, Cam se detuvo a medio acto mientras engullía un par de tostadas. Dagna frunció su ceño más de lo normal lo que significaba que o estaba molesta, pensando o le había dado luz en la cara.

—Íbamos a decirte algo ayer después de que terminaran los anuncios de la fogata —confesó con aspecto grave y su marcado acento alemán.

—Es decir, después de que te ofrecieras voluntario y hicieras el ridículo —me recordó Miles.

—¿Recuerdas que el año pasado tuviste un encuentro con un anciano misterioso llamado Eco y él te dijo que nuestro destino era participar en la guerra contra Gartet pero que tendríamos un papel muy importante, no como simples soldados? —inquirió Dante y asentí lentamente—. Bueno ayer en la noche también deseamos ser seleccionados en el sorteo, fue una sensación extraña.

—Yo no estaba pero me hubiese gustado salir y ayudar de alguna manera, no soporto a Gartet —apostilló Cam introduciéndose en la conversación y depositando toda su atención.

—Yo sólo me ofrecí porque quiero saber donde están mis hermanos...

No tenía nada valeroso ni profético.

—Lo sé, lo sé —respondió Dagna y esbozó una sonrisa—. Lo que queremos decirte es que todos sentimos lo mismo. Fue como si algo nos jalara hacia allí, como si nos revolvieran dentro, quería pararme, correr y buscar el libro de Solutio yo misma para encontrar una debilidad de Gartet. Me sentí furiosa, decepcionada y casi inútil al no moverme —Sobe se revolvió incomodo en su asiento como si también hubiese experimentado la sensación pero había querido ignorarla como siempre que le molestaba algo.

—Me gustaría saber qué tan transcendentales somos —se lamentó Walton dejando su taza de café de lado y jugueteando con la cuchara—. El libro de Solutio te otorgaba todo tipos de soluciones, decía qué personas terminarían con un problema o qué evento daría fin a una guerra, quiénes y cómo. Al menos me gustaría saber cuál es mi papel, si es lo suficientemente importante o no. Tal vez el hombre nos hizo una broma, nos tomó el pelo y... —humedeció los labios— pudo acertar en casi todo. Es raro.

—Sabía nuestros nombres aunque no se los dijiste —farfulló Sobe observando la mesa abstraído.

Asentí.

—También supo que todos reaccionábamos de una manera especial al escuchar el nombre de Gartet, o sus colonizadores. Es como si estuviésemos destinados a actuar. No sé, tal vez seamos tontos, o no estemos bien entrenados pero tenemos algo en común y es que si tenemos la posibilidad de ayudar a personas que sufren entonces nos apegamos a esa posibilidad. No podemos hacer la vista gorda.

Yo ya no sentía que estaba destinado para ello desde que vi morir a Wat Tyler y mis manos se quemaron pero preferí omitir el comentario. Me sentía cobarde y malvado al decir que no quería ayudar a la gente.

—Creo que todos estamos pensando lo mismo —dijo Miles cruzándose de brazos detrás de su cabeza, asintiendo y observando fijamente a los integrantes de la mesa—. Iremos a Babilon juntos y trataremos de negociar con el sanctus para conseguir información. Tú Jonás le preguntarás dónde están tus hermanos, Berenice buscarás a Logum y nosotros le preguntaremos si de verdad que nuestro destino es participar en la guerra.

—Además —añadió Dagna—, en el caso de que sea verdad y de alguna manera tengamos un papel en la guerra el Consejo no nos lo dirá. Esa es la regla del libro de Solutio, no puede ser leído por cualquiera, debe ser leído por un maestro. Se supone que no puedes saber de antemano lo que harás o perderás la cabeza, volverás tu futuro una gelatina inestable y toda esa chorrada de maestros extraños.

—Es cierto, no nos dirían nada. Aunque en el libro se encuentren nuestras muertes... ellos simplemente dejarán que pase —reconoció Dante.

Muertes. Eso me caló hondo.

Querían preguntarle al sanctus si futuro, a pesar de que era peligroso, pero era posible que su colaboración en la guerra sea morir por la causa.

En parte me tranquilizaba que ellos vinieran conmigo, no deseaba a nadie más pero todos juntos, un grupo tan grande de trotamundos, en un mundo gobernado por los colonizadores de Gartet no era muy seguro. Aunque ya se les había metido en la cabeza y nada podría persuadirlos de no ir.

—Sí pero el sanctus pedirá algo a cambio —señaló Sobe mordisqueando una tostada abstraído.

—Se lo daremos o le haremos el favor que nos pida —respondió con seguridad Walton—. No creo que sea tan difícil.

—También podríamos preguntarles quien es el verdadero infiltrado —sugirió Miles—, ya saben para sacarnos de encima las acusaciones que de seguro vamos a tener. O en cualquier caso si existe un espía.

Walton carraspeó.

—Tratemos de no preguntarles tantas cosas, si no pedirá más.

—Los botes están todos vigilados o ahora se encienden sólo con llave, una llave que tienen los guardianes —explicó Dagna dando puños a la mesa—. Así que no podemos contar con los botes, ni con lo drones o helicópteros porque el helipuerto está cerrado por reparaciones.

Todos me lanzaron una mirada arqueando las cejas y Sobe me palmeó el hombro totalmente orgulloso.

—Qué suerte tiene el Triángulo de tenerte, Brown, qué suerte.

—Entonces ¿En qué vamos? —interpelé pensando en que todas las posibilidades se habían agotado.

—Fácil, en el barco que vine —me respondió Berenice.

—¿Quieres decir el de Albert? —inquirí.

Berenice revoloteó los ojos.

—¿Cuál más?

—Creo que no es muy buena idea teniendo en cuenta de que nos acusan de traidores —sugirió con sutileza Dante aunque su expresión perturbada mostraba que todas las consecuencias desastrosas aparecieron en su cabeza.

—Adán dijo que mientras nos valláramos y volviéramos en dos semanas o menos no habría problema con eso —señalé y todos asintieron más animados.

Un pitido agudo resonó en todo el comedor, los trotamundos taparon sus oídos y un niño de seis años salió corriendo despavorido de allí.

Adán se montó sobre una mesa con un megáfono para dar el anuncio. Tenía aspecto de no haber pegado el ojo en toda la noche y tenía la misma ropa que el día anterior, los adolescentes que desayunaban en esa mesa le lanzaron una mirada molesta pero no dijeron nada.

—Muy bien, escuchen una vez porque no tengo ganas de decirlo dos veces. Haremos simulacros el resto del fin de semana y todos los fines de semana de ahora hasta que la guerra termine para que estén preparados y no se mueran si somos atacados —un niño levantó la mano—. Sin preguntas. Cada vez que escuchen las sirenas no importan lo que están haciendo seguirán las instrucciones que les daremos o se irán a la cueva donde ya verán qué hacer.

El megáfono profirió otro pitido ensordecedor antes de apagarlo, Adán se bajó de la mesa derramando cuantas tazas podía y pateando algunos tazones, diciéndoles a los adolescentes que se mantuvieran alertas hasta que se retiró del salón comedor.

—Eso es lo que necesitamos —anunció Berenice poniéndose de pie y empujando la silla a un lado, colocó sus manos muy separadas sobre la mesa en señal de determinación—. Usaremos la confusión del simulacro para escaparnos. Sobe, Jonás y yo iremos por Albert es el único capaz de conducir su barco, los controles de la sala eran demasiados como para siquiera intentarlo...

—No creo que sea buena idea liberarlo —cuestionó Dante, juntando sus manos por debajo de la mesa.

—No hay otra alternativa, lo devolveremos después de usarlo, volverá con nosotros cueste lo que cueste. Lo más probable es que nos acusen de espías por un tiempo tal vez nos hagan un interrogatorio al volver...

—Pero podemos soportar eso —zanjó Dagna con una sonrisa inquietante.

Todos asintieron. Recordé lo que Adán había mencionado de pudrirme en una cárcel, pero si fuera por él haría eso haya o no liberado a Albert. Escaparnos por unas dos semanas con un prisionero del bando enemigo y luego volver era la excusa perfecta para hasta incluso matarnos, la idea no terminaba de agradarme. Pero luego recordé a los demás adultos como Emma, Aurora, Chia, John y muchos más, ellos no permitirían que eso sucediera.

—Dagna y yo nos encargaremos del dinero —anunció Miles con una sonrisa de mercader interesado en un trato—. Supongo que tendré que abrir mis cajas de ahorros por si surge algún inconveniente en el camino, tengo dinero de varios países y de otros mundos, les pido a mis clientes que paguen con todo tipo de efectivo.

—Dante, Cam y yo les prepararemos el equipaje —anunció Walton poniéndose de pie con determinación—. Los esperaremos donde atracaron el barco.

—Traigan muchos pantalones de repuesto —sugirió Sobe—. Los necesitaremos si veremos un sanctus. Créanme lo que digo, mi hermano, que en paz descanse, muró por una infección en el...

—Bien. Nos vemos cuando el primer simulacro suceda —confirmó Berenice segura y firme.

Todos se pusieron pie y se marcharon en diferentes direcciones. Sobe engulló un puñado de cereales y se fue dando trompicones siguiendo los pasos de Berenice, yo me había quedado en la maesa un poco asombrado por la rapidez con la que decidieron las cosas. Una sonrisa boba cruzó mis labios. Estaba lejos de casa pero por una razón sentí que acababa de llegar. 

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