III. Visita rápida a unos animalitos

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El caballo gigantesco y sumamente veloz siguió las órdenes de Sobe y corrió por una callejuela adoquinada paralela a una de las numerosas murallas internas con la que contaba el castillo, el muro no era muy alto y por suerte no contaba con vigilancia en su base. Cuando llegamos a una sección desolada, donde había chozas simples y cerradas, que eran los talleres de los artesanos, nos bajamos del caballo. Dante palmeó el cuello del animal. Sobe se frotó los brazos con frío mientras se colocaba debajo de la lluvia caliente y se relajaba. Busqué una de mis sudaderas para prestarle pero todo estaba mojado.

Negó ligeramente con la cabeza mientras se frotaba los brazos con las manos. Miró mi remera y se le ocurrió una broma que no pudo evitar decir:

—No quidro sacarte una increíble remera de primer lugar en los campeonatos regionales matemáticos, no estaría bien, no me la habría ganado.

Meneé la cabeza y dije que primero iríamos por Finca, ella había planeado el encuentro y era justo que me acompañara al recibir a su amiga. Sobe bromeó que era una excusa para verla porque la había abandonado por más de un día pero no era cierto porque yo no necesitaba excusas para verla.

Buscamos un callejón que nos llevara a una parte deshabitada del castillo. De allí cortamos camino por el bosque mientras Cam mencionaba que si tuviera un Ipod sería el más popular de su clase; Dante se encogió de hombros mientras esquivaba un arbusto que sudaba sangre y dijo que en su escuela todos tenían Ipods y eso se había convertido en algo chungo.

—¿Los chicos van en jets privados a tu escuela? —pregunté aferrando las correas de mi mochila.

—No, qué va ni que tuvieran tanto dinero —comentó apenado y esquivo—, asisten en limosina.

Vendamos nuestras manos, trepamos un árbol y nos metimos por una ventana que pertenecía a una biblioteca abandonada. Los libros estaban alineados en estanterías y se pudrían por la humedad. Subí último. La ventana tenía punta arqueada, era flanqueada por dos bibliotecas y remarcada por un par de cortinas ajadas. Cuando llegué Dante y Cam se reían de una imagen obscena de un libro donde los dibujos habían sido retratados sin ropa y con extremidades (ya saben a cuales me refiero) diminutas.

Sobe inspeccionó los retratos por encima de sus hombros. Arqueó las cejas y una sonrisa torcida se formó en sus labios.

—¿Dibujaron eso con lupa?

Miré los retratos.

—Sobe, no me dijiste que posabas para libros de Babilon.

Él se rio y me dio un pisotón por insultar su hombría.

Escarlata atravesó la ventana abierta como un proyectil. Trepó a mi brazo, me olfateó con recelo, detectando el olor a los cerditos y luego de unos segundos de deliberación, acarició su cara contra mi mejilla. Tal vez porque olía a comida.

Caminamos sigilosamente hacía el rincón del castillo donde estaba la habitación extensa en la que dormían todos los sirvientes pero sólo había esteras vacías y hamacas quietas. Todos estaban trabajando en la ceremonia y los otros heridos ya no se encontraban allí; no habían dejado nada más en el mundo que una mancha de sangre en el suelo como si antes de abandonar todo quisieran fastidiar a alguien.

La habitación estaba completamente oscura y olía feo, no tan feo como los establos pero aun así no era una fragancia que yo querría en mi habitación, al menos no por segunda vez.

Sobe, Dante y Cam no entraron a la sala. Todo estaba más silencioso que una tumba, nuestros pasos sonaban como sirenas. Escuché silencio y me volteé para ver por qué se habían detenido. Sobe me señaló el interior mientras se recostaba contra la pared y afilaba con aire aburrido su cuchillo. Sabía qué decía, que fuera solo, pero no sabía por qué evitaba a Finca, ella no mordía.

La encontré donde la había dejado, estaba descansando debajo de la ventana, tenía los ojos abiertos, examinaba el cielo y la débil luz de la luna la volvía pálida. Caundo me acerqué supe que la luz de la luna no la hacía verse así, de verdad estaba mal. Temblaba, sus ojos estaban hundidos en dos posos que eran sus ojeras, sus labios estaban pálidos y su cabello rojizo parecía querer iluminar tanta oscuridad. Sin duda algo más que huesos rotos tenía en su interior, algo fallaba, pero a pesar de que uno de sus órganos estaba herido la única que no se rompía era ella. Me sonrió.

—Fin...

Sus ojos se movieron lentamente hacia mí como si le doliera hasta pensar.

—Volviste —susurró.

—Fin —no podía decir otra cosa, me arrodillé a su lado—. Estás terrible.

—Tú tampoco eres tan guapo pero trato de ignorarlo —bromeó pero no rio—. Estaba esperándote —humedeció sus resecos labios—. Sé que te contactarás con mi amiga. Ayúdame a levantarme, quiero verla, tal vez ella pueda curarme. Cuando me incorpores voy a gritar un poquito pero no te asustes, es normal, gritó de alegría cuando me doy cuenta que no duele tanto.

No pude evitar una sonrisa, asentí tratando de mantener mis emociones al margen como hacía Berenice. No me gustaba que mis amigos se encontraran tan mal y no poder hacer nada para ayudarlos. Sí, mis amigos, no podía considerar a Finca como una desconocida aunque supiera pocas cosas de ella. Pensé en buscarle un maestro de artes extrañas, tal vez alguien pudiera curarla, Petra podía intentarlo.

Agarré sus manos pero me pareció mala idea así que la sujeté de los hombros. No podía moverla sin causarle dolor era como tratar de comer arroz con palillos chinos: imposible.

Mientras ayudaba a levantarla y ella trataba de exterminar sus gritos de dolor y camuflarlos como gemidos pensé que después de conseguir la información del sanctus podría regresar por ella. La ayudaría a curarse. No podía no ayudarla. Se puso de pie, rodeó mis hombros con uno de sus brazos y la sujeté de la cintura.

Sobe, Miles y Dante me siguieron, iba delante de la fila mientras Finca nos indicaba qué caminos tomar. Una música horrible comenzó a sonar en todo el castillo, algunos ruidos sonaban como tambores.

—El himno de Babilon —informó Sobe.

Dante asintió como si hubiera preguntado, continuó caminando y tarareó la canción mientras subíamos a un segundo piso, tomábamos un corredor, trepábamos unas escaleras y marchábamos por una sección abandonaba. Tuvimos que ocultarnos dos veces de un grupo de rastreo de catatónicos. Para nuestra suerte no eran listos y hacían tanto ruido al respirar que no escuchaban otra cosa que su asma.

Desembocábamos en una azotea. La lluvia caliente me empapó, había un viento firme que hacía temblar la ropa.

—Es aquí —dijo Fin en un susurro y su rostro se arrugó en una mueca de dolor.

No había nadie en la azotea, sólo estaba el antepecho de hierro bruñido, unas cuantas mesas de jardín, unas macetas, cajas apiladas en un rincón con otro montón de chatarra y toldos de cuero. Sobe y Dante me desprendieron una mirada preocupada que me recordó todos los enemigos que nos estaban buscando.

Nos escondimos detrás de una fila de macetas mientras le explicaba a Finca que alguien malo nos perseguía y debíamos ocultarnos. Las macetas eran de cerámica roja y tenían plantado algo muy parecido a los pinos. Unas agujas secas revestían el suelo como si se tratara de un bosque.

Sobe se recostó contra una maceta y sacó un arma de la mochila. Dante hizo lo mismo, la cargó con municiones, se volteó y escudriñó la oscuridad mientras las gotas de lluvia se escurrían rápidamente del follaje del árbol-pino; estaba listo para disparar si se presentaba un enemigo. Finca observó las armas de mis amigos y su rostro se ensombreció como si toda la oscuridad de la noche se hubiera sumergido en sus ojos.

—¿Dónde consiguieron eso? —ella estaba pensando algo terrible, lo sabía por su expresión, pero no lograba atinar a qué mientras inventaba una mentira.

—¿Una Oreo? —preguntó Cam quitando la envoltura.

Sobe se volteó desprendiendo el ojo del mirador del arma pero manteniéndola en posición, estaba de cuclillas y la lluvia le pegaba el pelo a la cara.

—¿Estamos montando vigilancia en una terraza mientras un montón de monstruos persiguen nuestra esencia y tú me ofreces una Oreo? ¿En qué cabeza sana alguien ofrecería una Oreo sin 7up?

Cam rio.

—Tengo dos latas de Sprite —respondió hurgando en su mochila y sacando las latas de refresco. Las abrieron y bridaron.

Dante se metió un puñado de Oreos en la boca y regresó con urgencia a su puesto como si alguien le hubiera gritado que era un negligente. La lluvia continuaba cayendo y la oscuridad apenas me permitía ver a mis amigos. Dante se había puesto un impermeable que sacó de su mochila y se lo colocó tan apresurado que parecía una carrera cronometrara. Agarró otra vez el arma. Le ofrecí una galleta a Finca pero ella negó con la cabeza con aire desgastado.

—Se ven como esferas de tierra —señaló arrastrando las palabras como si se encontrara dentro de un sueño.

Eso sonaba a que deliraba. Le toqué la frente. Estaba hirviendo de fiebre y temblaba esporádicamente.

Saqué una sudadera de mi mochila y se la puse sobre los hombros mientras contestaba.

—Créeme que si la tierra tuviera ese sabor entonces en este momento ya no tendría hambre.

Dante comenzó a tararear el himno de Babilon y Cam meció su lata en el aire al compás de la canción.

—¿Estás cantando el himno de Babilon? —preguntó Sobe.

—Sí, es tan pegajoso como la mermelada.

—O como la mala suerte a Miles —opiné.

—Oh no, no tan pegajoso —respondió con una sonrisa timida y agregó—. Miles me dijo que tomó su sordera como una señal de que es un Cerrador y nunca debe volver a cruzar un portal.

—Hay una teoría de Thomas Edison que se llama: La teoría del mundo lana. Dice que todos los mundos están de alguna manera conectados y que son todos lo mismo. Como madejas de lana que se enredan, algo así como una misma historia pero contada de maneras diferentes. La teoría en sí afirma que lo que te sucede en un mundo sucederá de una forma similar en otro. No está demostrado.

—¿Thomas Edison? —pregunté sin creérmela y Finca parpadeó interesada.

—Sí, era un trotador ¿de dónde crees que sacó la idea de la bombilla? Viajo a otro portal y se robó el invento. En fin, si la teoría fuera cierta, en nosotros estaría funcionando un poco.

Yo no quería pensar eso porque alguien había muerto en Dadirucso antes de irnos y Finca...

Ellos continuaron hablando de teorías que yo no había estudiado y luego su conversación retomó a las Oreos. Dante decía que eran la comida más rica de todo el mundo y Sobe insistía en que no olvidaran el sabor del congrí. Cam veía la conservación como un partido ping pong mientras bebía de su lata.

Finca me sacó la galleta de mi mano.

—Cambie de opinión —masculló resignada, la observó con asco, mordió la mitad, cerró los ojos mientras se relajaba debajo del calor de la sudadera y sonrió—. Vaya, es riquísimo y muy dulce. A Ofelia le encantarán. Guárdale una —me observó con los ojos entornados de desconfianza y por poco creí que había visto mi cara de horror al nombrar a Ofelia—. ¿No las robaste del banquete del rey o sí?

Suspiré relajado y negué con la cabeza.

—Pertenecen a la tierra de donde vengo.

—¿Dónde dijiste que vivían tus amos?

—En... el sur.

—Hay otra cosa que nunca me dijiste —bisbiseó tímida como si no supiera continuar con la frase.

—¿Qué?

—Hay alguien ahí —susurró Dan.

Sobe dejó cuidadosamente la lata en el suelo, se giró con velocidad, cautela y silencio. Agarró su arma al igual que Cam y examinó la penumbra que era rasgada por la lluvia que reflejaba la poca luz como una corriente de estática.

Era una figura oscura y provocaba un ruido metálico al caminar. Un soldado. Era casi invisible en la penumbra, después de subir las escaleras se sostuvo del antepecho y resolló cansado, le costaba caminar. Miré con mis gafas lo que me ocultaban las tinieblas y vi a Morbock. La lluvia se escurría por su armadura, su cabeza con escamas y calva reflejaba la luz de la luna como un espejo.

Buscaba algo, estaba concentrado, tratando se sentir... nuestra esencia. Mi estómago se me hizo del tamaño de una paza y reprimí el impulso de retroceder. Pero él no estaba sólo, tenía otros acompañantes.

Uno de ellos era Izaro. Los otros eran Ann y Zigor.

Finca también escudriñaba la oscuridad, entrecerraba los ojos para ver mejor. Sonrió en mitad de un jadeó fatigado cuando vio lo que había del otro lado de las macetas.

—Ojos de Fuego llegó —dijo Finca emocionada.

Se levantó y las siluetas voltearon.  

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