Cosas como estas pasan todos los días

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 Ojos de Fuego. Izaro con el cabello como llamas y la mirada encendida todo el tiempo.

Si te lo detenías a pensar tenía un poco de sentido que ella fuera Ojos de Fuego, la misteriosa amiga que había conseguido el miedo del rey para nosotros.

No lograba imaginar cómo se habían conocido y hecho grandes amigas pero eso fue lo último que pensé cuando vi que las siluetas se voltearon hacia la fila de macetas alineadas. Estaban quietos y observaban cómo a Finca le costaba mantenerse de pie. Ojos de Fuego tenía una hermana. Examiné la figura de Ann recortando la lluvia y comprendí que ella había sido la hermana de Ojos de Fuego, había llegado antes que Izaro al castillo y se había hecho pasar por su pariente para concretar el encuentro.

Sólo llegué a entender tres cosas antes de que Izaro comenzara a hablar:

La primera que había conseguido el miedo de Nisán porque no sabía que yo era la persona que lo buscaba. Además, ella manejaba las artes oscuras de modo que no era ningún problema buscar sentimientos igual de oscuros.

La segunda que si se había tomado el tiempo para conseguirlo entonces de verdad quería a Finca.

La tercera era que tendría que escuchar otra vez el habla melosa y sosa de Izaro.

—¿Pero qué haces aquí? Mi hermana Ann te dijo que guardaras reposo y que yo me contactaría con tu estúpido amigo —se acercó a Finca—. Tu hermosura está escondida bajo un velo enfermizo, como una noche que no puede amanecer, permíteme auxiliarte.

—Ya empezó otra vez —se quejó Ann—. Podrías liberarte de esa maldición que lo veo más un castigo para la gente que te acompaña que para ti.

Zigor no la escuchó, es más volteó molesta hacia Morbock y lo miró como si quisiera darle una paliza.

—Te dije que en esta azotea no hay nadie, al parecer tu olfato está tan atrofiado como tu pierna, monstruo.

—Yo sentí trotadores aquí.

—Pues claro yo soy una trotadora —objetó deteniéndose, escuché como Sobe le quitaba el seguro a su arma.

—Pero tú siempre neutralizas tu esencia.

—No estos últimos días mientras gastaba mi energía siguiendo a los trotamundos que dejaste escapar. Y gracias por eso, así podré ganar mi recompensa.

—Maldita mercenaria ¡Pudiste habérmelo dicho! —masculló Morbock entonando la s.

—Creí que lo sabrías sanguijuela.

—A ti solo te importa el dinero —siseó Morbock.

—¿Y a ti qué te importa si lo hago por dinero o no? ¿No te das cuenta de lo hipócrita que suenas? Todos en el ejército de Gartet son hipócritas. Ensalzan la causa de Gartet pero nadie lo sigue por tener los mismos ideales, sólo acatan sus órdenes para obtener un beneficio. A ti y a todos los demás le importa un bledo si los portales se conectan o si los trotadores pierden su anonimato. Sólo quieren la ganancia. Por esa razón el hijack está tratando de echarnos del castillo, así de ese modo él puede cazar tranquilo a William y Jonás —imaginé la cara de Izaro si se enteraba de que esa había sido mi idea y tuve que reprimir una sonrisa—. Igual que tú, sólo quieres cazarlos para conseguir una recompensa no para que Gartet pueda realizar sus planes.

—¡Mientes! —escupió furioso Morbock.

—¿Miento? —Izaro la ayudaba a Finca a mantenerse de pie mientras continuaba discutiendo con Morbokc.

Fue un tanto extraño, nosotros estábamos agazapados detrás de las macetas aunque listos para atacar, no podíamos pasar inadvertidos de esa, debíamos dar el primer golpe pero ninguno encontraba las agallas para hacerlo. Zigor y Ann observaban la discusión como si estuvieran acostumbrados a que Izaro peleara con todos, esperaban sentados en el parapeto a que terminara.

Finca descendió su mirada hasta mi escondite. Me observó. Algo en sus ojos ató cabos, oprimió sus labios y alzó las cejas como diciendo «Vamos ¿Por qué no sales?» Estaba nerviosa, en el interior sabía que ellos eran las personas de las que huía.

—¿Miento? —volvió a repetir con una colérica ingenuidad—. Tú eres él que miente. Si te interesara la causa de Gartet y esa estupidez de conectar todos los mundos y romper las reglas de los trotadores entonces te daría igual quién capturara a los trotamundos más importantes de la historia. No importaría si fuera una mercenaria o un hijack, te importaría un bledo con tal de que la guerra se apresurara. Pero no. Quieres cazarlos tú para obtener beneficios. Trabajas por dinero. No te diferencias en nada a mí. No dices más que mentiras.

Sobe se puso de pie y apuntó a Izaro con el arma.

—En realidad dijo la verdad, estábamos aquí —apoyó el cañón del arma en su cabeza—. Y te juro que si haces un sólo truco, si quieres decir tan sólo una tonta palabra mágica o un gesto extraño te vuelo tu odiosa cabeza y tus días de hablar como una aburrida dama medieval se acaban. 

 Hubo un gritó, fue agudo y sonó como el chillido de un hámster:

—¡Iiiihh un arma! —gritó Ann cuando vio a Sobe y corrió escaleras abajo.

Zigor permaneció petrificado. Estaba demacrado, su ropa se encontraba hecha jirones y su remera que decía «Liberen a Willy y persigan a los perseguidores» con un arpón en llamas estaba tan manchada que sólo se leía: «Liberen a Willy y persigan a los pedos» Me hubiera resultado gracioso en otras circunstancias.

Tomé aire y salí al exterior. Sobe y Dante cargaron contra Izaro que se preparó de un salto y se puso rígida como si hubiera tragado un palo, Escarlata fue directo a la cara de Zigor y Cam emprendió la persecución de Ann. No lo ayudé porque a pesar de que él once diez años, Ann era un oponente muy fácil para él, como un gatito peleando contra una excavadora.

Izaro con un rápido movimiento empujó a Morbock hacia la fila de macetas y lo dejó pegado al ras del suelo como si estuviera magnetizado. La serpiente trató de zafarse pero una fuerza invisible lo tenía atrapado, todos sus movimientos de resistencia lo hacían verse como esas muñecos inflables que bailan en las gasolineras o agencias de autos.

Corrí para ayudar a Dante y Sobe que pelaban contra Izaro.

Ella rio cuando nos vio, esperaba que riera como bruja malvada pero su risa era gangosa y sonaba como la de un cerdo. De repente unas sogas emergieron detrás de su espalda como si fuera el doctor Octopus. Estaban flotando en el aire, parecían poseídas por espíritus. Izaro las apuntó hacia nosotros y las sogas se deslizaron prestas como serpientes, reptaron por nuestro cuerpo y en un abrir y cerrar de ojos nos tenía sometidos contra el suelo. Atados de pies y manos.

Sabía que era poderosa ¿Pero tan rápido? ¿De veras?

Cam parpadeó como si tardara en comprender qué había sucedido, a él también lo había atrapado, ni siquiera había logrado bajar el primer escalón.

—Oye, yo tengo unas sogas parecidas —exclamó Cam retorciéndose en suelo—. Aunque son de metal. Funcionan sin magia y eran de La Sociedad pero me las olvidé en casa.

—Que interesante —exclamó aburrida y agotada por las artes extrañas mientras de una zancada saltaba a Cam.

Izaro estaba vestida como si fuera a hacer un recorrido por la sabana. Pantaloncillos cortos color caqui, una camisa suelta y botas de montaña. Yo también tenía ropa de mi mundo, supongo que nos habíamos cansado de las farsas.

Escuché el tintineo de metal contra cerámica. Era Morbock tratando de liberarse de las artes de Izaro que lo tenía amordazado contra el suelo. También había otro ruido y era Zigor perdiendo contra mi increíble mascota.

Izaro se volvió molesta. Sacudió una mano en el aire como si espantara una mosca y Escarlata fue golpeado por una masa invivible. Su cuerpo cayó flácido al suelo. Zigor retrocedió libre y resopló sujetándose con ambas manos del barandal. El agua se escurría por su pálida piel y bajaba de sus omoplatos como si siguiera un cauce.

—¡Vas a pagar por eso! —grité rogando para mis adentros que Escarlata se encontrara bien.

—Lo siento no tengo dinero por ahora, pero cuando te entregue a quién se me cante la gana tal vez podamos llegar a un acuerdo y ver cómo te lo puedo pagar.

No sólo lo había dicho por mi mascota también por Annette Jones. Ella había corrido lejos de la azotea pero aun me chocaba que mi compañera de cole este en otro mundo con mi archienemiga. Sus artes extrañas estaban volviéndome loco.

—Izaro —mascullé como si fuera una blasfemia y de hecho para mí sonaba así.

—Cállate o haré sufrir a tu querida mascota convirtiéndola en humano —detuve mi intento de liberarme al escuchar eso. Ella me dedicó una sonrisa amplia y triunfante cuando vio mi desconcierto—. Sí, se puede hacer eso con la magia... pero hay ciertos defectos. Si fuera algo simple ya habrías vito el truco. No, no, hay defectos. Es obvio que yo no los conocía de otro modo jamás hubiese convertido a Zigor en un humano, al menos en aspecto. Como verás su cabello es blanco, es medio lelo y todo el tiempo está incómodo, es porque no se debe jugar con ese tipo de magia, el cambio duele. Ahora cada vez que vuelve a convertirse en el monstruo que fue siempre se siente vacío. Por esa razón debo todo el tiempo gastar mi energía para darle una apariencia con la que tampoco está satisfecho. Y si no cooperas le daré ese tormento a tu mascota.

Me hice la idea en la cabeza y guardé silencio. Había visto tantas cosas en la semana que no fue muy difícil creer sus palabras, con las artes extrañas podías hacer prácticamente todo, lo imposible se volvía posible como, por ejemplo, hacer a Izaro más insoportable.

Zigor gimió por sus manos profundamente arañadas y miró hacia otro lado como si de ese modo no supiera que hablaban de él. Pobre diablo, sabía cómo se sentía el dolor de futuras cicatrices en tus manos y no era agradable, era como ir al dentista o peor ver a tus abuelos en traje de baño.

—Ya, ya —lo calmó Izaro sin mirarlo—. Ayúdame a cargar a estos dos al portal y luego te curo ¿A dónde se fue Ann?

Se ató el cabello rojo como el fuego en un húmedo nudo mientras divisaba las sombras buscando a mi compañera de cole. Se sacó la camisa y la arrojó al suelo, debajo tenía una remera sin mangas. La lluvia arreciaba sin parar.

—Seguramente te sientes muy fuerte ahora, con tus truquitos y todo eso —exclamó Sobe enfurruñado, pudo haberla matado con el arma pero había dudado el tiempo suficiente como para que ella nos capturara.

No tener sangre fría a veces era un defecto que te costaba la libertad. Pero nosotros no éramos peces o reptiles.

—Pues claro, la magia es extraña pero me ayuda. A veces ni yo la comprendo —Sobe suprimió una sonrisa y supe que por su mente rondaban las imitaciones que habíamos hecho de ella peleando con Witerico en el bosque: ¡Mi magia la que no comprendes!

Dante, Cam y yo nos revolcábamos en el suelo tratando de librarnos del amarre de la soga. Pero Sobe charlaba tranquilamente con Izaro como si estuvieran tomando el té. Finca observaba todo horrorizada, levantó en brazos el cuerpo flácido de Escarlata. Había estado quieta y petrificada, a mí también me habría congelado la sorpresa, claro, si mi vida no hubiera estado en peligro.

Me sentía fatal, no podía dejar de recordar el momento en que conocí a Finca, ella estaba alimentando al bosque, el arma de Gartet. Era el enemigo y yo me había entregado de lleno a una trampa.

Pero ella no sabía que era una trampa, Finca no sabía que Garter me buscaba ¿Cómo podría saberlo si nunca salió del castillo y nunca vio mi cara? Tal vez conocía mi nombre ¿Me había traicionado? Le miré la cara, estaba confundida, dolorida y asustada no era la expresión de una fría calculadora. Ella me había traicionado sin saberlo.

Cuando levantó a Escarlata del suelo él abrió sus ojos radiactivos de súbito pero Finca lo abrazó contra su pecho para que no escapara y le desprendió una mirada desconfiada a Izaro. Le dolía. Estar de pie y sostener a Escarlata le dolía.

—La magia...

Largué un grito.

—No quiero escuchar clases de magia. Ganaste Izaro ¿también tienes que torturarme?

—La magia no diferencia cuerpo —continuó Izaro, respondiendo a Sobe—, no encuentra diferencias entre monstruo, humano, trotamundos... no, la magia sólo siente almas, sólo ve energía, la magia siente fuerza vital sacudiéndose debajo de huesos, movilizando músculos, uniendo articulaciones. Por eso puede usarla el que tiene la capacidad y la fuerza necesaria. La magia escucha energía subsistiendo debajo de exoesqueletos o piel, la magia escucha pensamientos rezumando en jarras llenas de vida, oye llamados, escucha fuerza...

—¿La magia también escucha esto? —interrumpió sobe—, porque en este momento siento lastima de la magia.

Izaro puso los ojos en blanco y comenzó a arrastrar a Sobe hacia la escalera.

Noté que anguis se había convertido nuevamente en un anillo. Traté de girarlo pero cada vez que me movía las sogas vivas se comprimían más. Nunca me habían gustado las sogas, siempre habíamos tenido una fea relación sobre todo en la clase de gimnasia cuando me obligaban a treparla o cuando en el Triángulo Adán impartía lecciones de cómo amarrar un barco y me aullaba: «¿A eso llamas un nudo Brown? Los nervios que me das crean nudos más fuertes en mi cuello» Adán tal vez se sentiría orgulloso de las sogas de Izaro porque estaban tan ajustadas que comenzaban a amputarme partes del cuerpo. Si no salía rápido de esa, los dibujantes de Babilon me agarrarían de modelo para sus retratos.

Pero aun así llevé toda mi concentración a mis dedos, me esforcé por moverlos y convertir a anguis en una filosa espada que cortara la cuerda.  

—Estás pesado —mascullo Izaro mientras arrastraba a Sobe.

—Tú tampoco eres un encanto.

—Cargarte es tan divertido —exclamó Izaro con sarcasmo.

—Si esto te parece divertido espera porque se pondrá mejor.

—¿Se pondrá mejor?

—Sí, cuando me aburra haré cosas como pedirte que comiences a llamarme Nadie.

—¿Nadie?

—Sí, porque nadie es perfecto.

—¿Crees que tu verborragia podrá incordiarme?

—Generalmente diría que sí pero tú me ganas en molestar cuando hablas ¿O te lo digo en tu lengua? Vuestras palabras poseen un matiz frustrante que te inclina a arrancarte los canales auditivos y comértelos.

Izaro hizo que Sobe chocara su cabeza contra el suelo, soltándolo de golpe. Sonrió cuando el emitió un quejido.

—Ups.

—¡Qué despistada!

—Cállate los atrapé, seguí su rastro incluso en otro mundo, implemente trucos y artimañas con mi audaz inteligencia. Cayeron bajo mi poder. Soy una genio.

—Eso es discutible —dijo Sobe.

—Todo en esa oración es discutible —añadí.

Mientras Zigor recobraba la compostura, se alejaba de la baranda y arrastraba los pies hacia mí, anguis se desplegó como espada, aquella arma ya la sentía tan familiar como un grano en la cara. Levanté la hoja. Las sogas perdieron firmeza y cayeron flojas a mis costados. De un rápido movimiento me incorporé y con dos mandobles corté las sogas de mis amigos sin que lo notara.

 Aunque libres preferimos seguir con la farsa de estar amarrados en el suelo.

Escarlata se liberó de los brazos que lo acariciaban y cargó contra Zigor, rugiendo agudamente.

 Segundo round. 

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