¿Perdón? Ja, ja

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Tuve sueños muy raros.

El primero empezó con Finca.

Zigor e Izaro la arrastraban por el bosque. Los árboles continuaban alzados, frondosos y vivos así que eso había sucedido antes de que liberara el veneno. Finca se veía como un cadáver. No había rastros de Ann. Ambos se veían agotados, le costaba mantenerse de pie y mucho más cargar con ella.

—Ya llegamos. Ya llegamos —susurraba Izaro sin cesar pero no sabía a quién se lo decía.

De repente el follaje se movió, las ramas crujieron y las hojas temblaron. Ambos se detuvieron, desenvainaron armas y esperaron. Una persona emergió del bosque, era Nisán, estaba llorando a lágrima viva, no podía respirar.

—¿La vieron? Yo la vi por aquí. Desde una ventana, la vi caminando al boque.

—¿Nisán?

—¿A quién buscas? —preguntó Izaro, dejando caer con fatiga sus brazos.

—Ella me dijo que me amaba yo... No puedo perderla ¿Por qué tengo que perder a las personas que amo? —miró el cuerpo de Finca y parpadeó como si despertara de una ensoñación—. ¿Qué hacen con la dama de Tamuz?

—Se muere. No podemos cargarla. Debemos llegar antes al portal.

—¿El portal?

Izaro asintió.

—Un lugar tan lejos que tu sufrimiento no podrá alcanzarte.

La imagen cambió. Estaba en una fiesta, en la sala del castillo donde se habían dado los anuncios y los banquetes. De las columnas de turmalina colgaban guirnaldas con flores. Había velas por todos lados, sobre las mesas, en las paredes, arracimadas en el suelo y pendiendo del techo. La gente bailaba y reía. Incluso los sirvientes se la estaban pasando bien. No miraban al suelo como si hubiesen perdido una moneda, algunos también danzaban y otros trabajaban cuando querían. Era la ceremonia de acompañamiento y al parecer Nisán quería que todo el mundo se la pasara tan bien como él.

Nisán y Petra estaban sentados en una mesa repleta de todo tipo de comida que yo había aprendido a preparar en los últimos días. Él la contemplaba alelado, parecía que estaba viendo su película favorita por primera vez. Petra tenía el cabello recogido con flores enlazadas, estaba maquillada y con un vestido verde que resaltaba las motas de sus ojos. Estaba hermosísima, más que nunca. Jugaba inquieta con algo que parecía un tenedor, tenía la vista puesta en nada y sus ojos estaban tristes. Nisán, por su parte, tenía un lujoso traje de dos piezas al estilo pijama de mi mundo y una capa dorada que se desabrochó.

Los soldados se marcharon, la mayoría se murmuraron unas palabras al oído antes de retirarse discretamente del salón. Era nuestra distracción con los lagartos, iban a ocuparse del asunto. Había surtido efecto después de todo. Nisán parpadeó al reparar en la mirada compungida de Petra.

—¿Te encuentras bien?

Ella levantó tristemente la mirada del utensilio con el cual jugaba. La luz de las velas le daba una tonalidad irreal a sus ojos y su piel, su mirada estaba húmeda como si estuviera a punto de llorar pero no quisiera. Tomó aire y asintió distraída.

—Sí.

Nisán comprimió los labios sin creérselo, abrió la boca para decir algo pero se arrepintió y la cerró. Vi su cara, estaba armándose de valor y buscando en su mente razones para actuar, era la misma cara que tenía yo cuando discutía con Berenice. Deslizó su mano por encima del mantel hasta que encontró los dedos de Petra, ella comprimió un sollozó y lo hizo pasar por un suspiro.

—Tengo un juego —dijo él con timidez e inseguridad como si se preguntara por qué ella lloraba y quisiera arreglarlo de inmediato—. Lo jugaba cuando estaba encerrado en mi habitación.

Ella asintió sin mirarlo a los ojos.

—Se llama Yo cambio. Debes ver a tu alrededor y elegir algo que quieres cambiar. Pero hay reglas, no lo puedes cambiar porque te desagrade o simplemente no lo quieras ver más. Puedes cambiar algo cuando tengas una idea para mejorarlo, para ayudar a los demás o hacer las cosas más fáciles. Por ejemplo —miró la habitación con aire crítico, luego la miro a ella divertido y se echó a reír—. No puedo, no cambiará nada de esta noche. Es perfecta. Aunque le diría a Tiznado que se calme un poco, estuvo todo el día de un lado a otro y me trae sin cuidado si falta comida para mis invitados —se inclinó hacia Petra—. Aquí entre nosotros creo que a los cortesanos les vendría bien no comer una noche, su salud me lo agradecerá.

Petra largó una risilla.

—¿Qué cambiarías de esta noche?

Negó con la cabeza y susurró.

—No, no puedo hacerlo.

Él parpadeó.

—Descuida, no te preocupes, es un juego aburrido, debí informarte antes que no había muchas cosas entretenidas en mi habitación...

—Nisán, —lo interrumpió y él enmudeció inmediatamente— eres el chico más dulce que he conocido, eres gentil y amable... tu cargo no se te sube a la cabeza —él sonrió complacido—. Me siento una bruja... pero lo digo como insulto, soy una porquería por hacerte esto. Yo... yo no sé si puedo continuar.

—No te entiendo —su sonrisa se desvaneció.

—Te engañé, creí que podría pero no, yo no soy fuerte como Dagna ni sé mentir como Berenice. Yo soy sólo Petra...

—Me gustas así, sólo Petra.

—No, no te gusto. Soy mandona en ocasiones, no me gusta reconocer que fallo además de que pocas veces lo hago y no puedo dañar ni una mosca sin sentir remordimiento, soy débil. Simplemente no puedo engañarte. Quería tu sangre, necesito su sangre, esa es la razón por la que estoy aquí.

—Si quieres mi sangre puedes tomarla —dijo extrañado, un hombre vino a saludarlos pero él le indicó que se marchara con un movimiento de cabeza—. No llores, por favor.

—No me quieres —insistió ella—. Sólo me quieres porque te hice creer que así era...

—No, yo te amo...

—Soy una maldita hechicera, una bruja, una maga, una alquimista, una maestra de artes extrañas, llámalo como quieras. Te apliqué una fórmula... un hechizo, no es de magia negra, es fácil, te hice que me vieras diferente. Necesito tu sangre para ayudar a unos amigos y sólo la conseguiría si me la dabas voluntariamente. Hice que te enamoraras de mí y cada vez que eres gentil conmigo me siento fatal. Creí que estabas loco pero me equivoqué sólo necesitabas un poco de amor para funcionar —acarició con el pulgar el dorso de su mano.

Estaba echando todo a perder. No pude evitar sentirme molesto.

—Me siento acorralada. No quiero hacerte daño pero tampoco puedo dejar a mis amigos, son todo lo que tengo y me destroza que haya hecho que yo sea todo lo que tengas. Ese es mi secreto para ti pero me temo que no puedes solucionarlo.

—Sí que puedo.

Ella negó con la cabeza.

—Lo siento. Lo siento tanto, perdóname.

—Te perdono.

De repente Camarón apareció en el salón. Estaba frente a ellos, tenía las mejillas rojas, sudaba y jadeaba. Se agarraba de los bordes de la mesa para no caer, parecía que estaba a punto de dar a luz y no que había corrido rápido. Petra abrió enormemente los ojos y se incorporó al verlo.

—Cameron, cuidado, puede verte un colonizador.

—¡Olvídate de eso! ¡Estamos en problemas! ¡Gordos problemas! ¡Vámonos!

Petra le desprendió una mirada fugaz a Nisán que contemplaba todo sin comprender. Musito un lo siento y se marchó a toda carrera con Nisán llamándola a sus espaldas. No volteó atrás.

Todo se esfumó y estaba Walton en una habitación que no identifiqué, se encontraba oculto en penumbras. Estaba escribiendo frenético en un papel. Cuando terminó dirigió su mano al bolsillo. Iba a sacar algo. La imagen se desvaneció y desenfocó como si la estuviera viendo a través del lente de una cámara.

Aurora se encontraba frente a Adán. Estaba tan enojada que parecía a punto de darle un guantazo. Levaba un vestido corto de flores con sandalias como una turista en un hotel, tenía el cabello dorado comprimido en una trenza y se cernía sobre Adán, escrutándolo críticamente. Adán estaba sentado en su sofá cubierto de pelos. Frente a ellos había una mesa con dos tazas de café pero ninguno de los dos las había tocado. Los gatos maullaban de un lado a otro, correteando por el suelo o durmiendo en las vigas.

—Es muy poco tiempo —exclamó Aurora, sus manos se extendieron a los extremos de la mesa, mostrando autoridad, muy pocas veces la había visto realmente enojada, me resultó extraño, era igual de raro que ver llorando a tu tío divertido—, nadie ha regresado, ni siquiera los grupos que sí autorizaste para la misión. Calculamos mal el tiempo, dos semanas de viaje es muy poco. Extiéndelo a un mes.

Adán negó con la cabeza y un gato se posó en su regazo. Él estaba suficientemente molesto para olvidarse su regla de no subir animales al sofá.

—Los que regresen serán sometidos a un interrogatorio, encarcelados o expulsados —respondió él—. Yo dictaminé un plazo y deben cumplirlo.

—¿Qué no entiendes que ese plazo nadie lo cumplirá? No estamos hablando de empresarios, soldados o relojes humanos, estamos hablando de trotamundos, esos chicos llevan viajar en la sangre. Nadie podrá estar encerrado en el Triángulo por tanto tiempo. Todos viajan más de dos semanas por portales. Y sabes que no pueden viajar como los confronteras, las terminales y los cruceros están repletos de agentes de La Sociedad. Ellos deben ir a pie o en vehículo. Les toma semanas visitar su casa en otro país. Hasta los Cerras viajan. Si sigues así, todos terminaran por abandonar la isla, excepto los verdaderos espías. Si es que existen espías, recuerda que muchas cosas peligrosas se meten por los portales y tratan de matarnos.

—Ya te lo dije Aurora. Debemos ser rígidos y eso seré. Debo tratar el tema de inseguridad que hay, recibimos con los brazos abiertos a quién quiera venir...

—Porque se supone que somos un santuario y eso hacemos.

Él suspiró como si quisiera mandarla a un lugar que no fuera ese y se contuvo.

—Tendré piedad con los que yo autoricé para que se marchen no con los que liberaron a un prisionesro de guerra. No sé por qué te compadeces de esos niños. No hacen más que quebrar reglas sin ninguna represalia. Pueden ser espías. Ellos sin duda lo son.

—¡Salvaron Dadirucso!

—¡Nadie los vio! ¡Puede ser una farsa! ¡Los colonizadores mismos pudieron ceder un mundo para crear una coartada para sus espías!

—¡Regresaron con una nativa! ¡Ella tiene un marcador en su brazo! ¿Eso te parece una coartada?

Adán acarició al gato y negó con la cabeza.

—No voy a discutir esto contigo...

—¡Ah, no, no! —se cruzó de brazos—. ¡Llevas eludiéndome días enteros! ¡Me niego a ver como expulsas a esos niños! ¡Miles Harrys y Dagna Sheck están aquí desde los cuatro años!¡Son como hermanos para mí! ¡Me crié con ellos y luego los crié a ellos! Puedo jurar que si se llevaron al prisionero fue por una razón. Debemos darle sólo un interrogatorio...

—¡En tus manos no sería un interrogatorio sería una charla de té! Yo soy el que decide aquí Aurora y si no te gusta puedes probar suerte fuera de la isla con La Sociedad.

—Tú no eras así, Adán. No dejes que sus muertes te hagan una máquina fría. Eras bueno antes de ella y él. Estamos hablando de niños. Niños que han hecho lo que ninguno de nosotros ha hecho en está guerra.

—Sí, espiar.

Su tono dulce se apagó. Ella estaba tan roja y furiosa que pateó uno de sus adornos en el suelo y lo hizo pedazos cuando se fue, después de tirar un marco de pared.

—¡Esto no se quedará así!

Berenice.

Ella agarraba del cuello a un chico con siete ojos en la cara. Era un transversus, su forma era casi humana pero estaba por descontado que no lo era. En lugar de nariz tenía un cuerno pequeño, piel gris y dura como la de un rinoceronte y de su boca se asomaban varias hileras de dientes puntiagudos. Pero aun así él le tenía miedo.

Estaban en el corredor del castillo pero ella tenía la ropa con la que la había encontrado en el bosque, aguardando en el camión. Estaba vestida como una adolescente de mi mundo pero su expresión era como una asesina de videojuegos.

—Dime donde está —desenvainó una navaja y recorrió con la punta el rostro del chico, no lo cortó pero le hizo sentir el frío del metal—. Dime dónde está o juró que te haré picadillo. Literalmente. Nadie reconocerá tu cuerpo.

El chico tragó. La expresión de ella era igual de impasible que siempre, ningún sentimiento en sus ojos. Sólo una amenaza gélida que peligraba la vida del monstruo.

—Para qué quieres saberlo ¿Quieres morir? Jamás podrás vengar a Logum —el chico rio, tenía dos lenguas largas y babosas—. Él gano.

—¡Dime! —gritó ella golpeándolo contra la pared.

Y de repente Berenice también se fue.

Negro. Oscuridad.

Esperé tranquilamente que viniera otra visión pero no podía ver otra cosa que un inquietante y vacío abismo negro. Alguien me llamaba en el interior. Había una voz, era un hombre y su mera presencia me congelaba toda la espina. No comprendía lo que decía. Susurraba.

Quería irme pero no podía, quería despertarme pero tampoco me era posible. No podía hacer nada que quisiera, ni siquiera pensar en cosas agradables. Era como estar otra vez en el primer día de curso.

Estuvo así por varios minutos. Yo sentado en aquella oscuridad, escuchando los sonidos incomprensibles.

Cuando desperté supe lo que me decía:

«Te atraparé» 

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