¿Qué puede ir peor? (Atención: nunca formularse esa pregunta)

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 Inmediatamente le demandé a Finca una clase de teología a lo que ella preguntó por qué y entonces pensé «¿Quien no conocería al dios de su mundo? Es como que alguien en mi pasaje jamás haya oído hablar de Jesús» Sus ojos vagaron en mis rasgos como si quisieran encontrar un vestigio de expresión que le indicara que era una broma.

Seguramente me estaba viendo muy inusual por eso fingí que Tiznado me llamaba y me alejé de ella agradeciéndole la ayuda que me había ofrecido.

Cuando le di la espalda dejé de aparentar indiferencia, corrí escaleras abajo y me encontré con Sobre fregando los trastos. Furtivamente soplaba las burbujas de jabón que suspendían en el aire, tratando de mantener la mente ocupada en algo. Arrastré un banco hacia él y le susurré:

—Necesitamos una clase de teología.

—No me trajiste mis huevos —detuvo su trabajo y sonrió perversamente—. Eso sonó mal, que bien que Miles no está aquí, de otro modo no me habría hecho olvidarlo jamás —volvió a reír—. ¡Qué digo, está sordo! Es triste pensar que el karma si funciona en él, tal vez yo sea inmune. Tal vez yo sea el karma.

—Sobe, necesitamos saber la historia religiosa de este lugar porque adoran a Gartet, lo creen un dios —abrió sus ojos como si no se lo esperara— ¿eso no te hace pensar en algo?

—Sí, lo poco original que es. Yo soy el que se hace pasar por dios en otros mundos.

—No Sobe. Si lo creen un dios es porque él así lo quiso ¿y si lo vieron? ¿y si visita esté mundo? Pero eso es lo de menos. En casi todas las religiones está el bando bueno y el malo. Se supone que es el dios de dioses. Es el bueno —nos señalé—. Odiamos a Gartet y queremos derrotarlo. ¡Nosotros somos los demonios de este mundo!

Sobe me observó, secó sus manos en mis pantalones y me exigió una explicación. Se sentó enfrentándome, apoyó sus codos en los muslos y enlazó sus manos. Le narré todo lo que había averiguado ese día, que la princesa había acusado a mis hermanos de traidores, que Finca tenía una amiga curandera que podría ayudarnos de una manera que no alcancé a preguntar y que Gartet era el dios de ese mundo. Sobe escuchó atentamente lo que tenía que decir y no hizo ninguna broma sarcástica lo que suponía un gran esfuerzo para él.

Tiznado comenzó a descender las escaleras, podían oírse sus pasos contra la madera y sus increpaciones y quejas de cómo todo el mundo era un holgazán. Sobe arrastró su banco y comenzó a fregar los trastes con brío.

—Si no te ve trabajando se enfada —me advirtió.

Me incliné sobre la palangana rebosante de burbujas pero Sobe me apartó con su codo.

—No, consigue la tuya. Yo ya le puse nombre a esta, se llama Margaret.

Me levanté de un salto maldiciéndolo, agarré una escoba que en realidad era un palo con paja seca y me puse a barrer la basura del suelo, la cual era mucha. Tiznado prosiguió con sus instrucciones. La fiesta había terminado pero el trabajo no. Le lancé a Sobe una mirada confundida y él asintió con una sonrisa cansada en los labios.

—Así es —musitó—. En está mágica tierra la servidumbre duerme una vez cada dos días. En mi opinión les dan mucho tiempo de ocio. Son unos holgazanes —exclamó con expresión sarcástica mientras fregaba rabioso una copa como si el trasto fuera Babilon y quisiera librarlo de manchas.

Tiznado me señaló con su dedo rígido y me ordenó que subiera las escaleras. Le lancé una mirada a Sobe y él se encogió de hombros susurrando con deseo que Petra, Dagna, Walton y Berenice se encargaran rápido del rey Nisán.

Tenía los parpados pesados y mis pies se arrastraban sobre el suelo como si quisieran abrazar el acuario para siempre. Cada movimiento era como elevar costales de rocas. Tuve que limpiar el salón de baile con otras decenas de personas. En la multitud busqué un rostro conocido y encontré a Dante pero no hubo rastros de Miles.

Le conté rápidamente lo que había averiguado y él me informó que se había escabullido unos minutos de su tarea para escribir la carta. Lo había logrado exitosamente, si todo salía bien encontraríamos al traidor del Triángulo y averiguaríamos qué hacía allí. También me dijo que cuando se volvía había visto a Morbock pero que había sido más rápido y astuto que la serpiente porque se había escondido debajo de una mesa. Elogió la textura del mantel que fue lo único que vio por media hora.

—Tenía unos bordados que eran una pasada, de verdad, en mi opinión es una técnica que nace de la muñeca— suspiró agotado y bisbiseó esperanzado—. Dagna me dijo que tenían un plan y que verían si surtía frutos hoy. Espero que las chicas y Walton se den prisa porque no soportaré tres días así. Llevamos sólo un día y ya estoy hasta aquí —levantó su mano lo más lejos que pudo de su cabeza y continuó trapeando el piso mientras guardias del castillo, envueltos en sus corazas de hierro, paseaban de un lado a otro.

—Yo puedo soportarlo si todo esto me lleva a mis hermanos —susurré viendo pasar a los soldados de hierro.

No eran soldados de la mesnada porque no pertenecían a la elite oficial del rey. La armadura de ellos era un metal oxidado y hacían un ruido estruendoso y cómico al caminar aunque no por eso eran más amables.

Un soldado le dio un golpe en la nuca a Dante por hablar y desfiló para otro rincón. Dante masculló algo de que en momentos como ese deseaba estar en el colegio internado que pagaban sus padres para él. Le habían dado una camisa, no le pregunté por qué pero le iba muy grande y por la abertura del cuello se le podía ver el hombro y su morena clavícula. La venda azul parecía un collar para perros.

—¿Dónde está Miles?

—Esquilmando.

—¿Qué?

—Significa recolectar, recoger el fruto de la tierra. El genio escuchó «¿Quién quiere esquiar?» y se ofreció. La verdad no sé qué pensó, que le darían un receso y lo dejarían practicar deporte o algo por el estilo —meneó la cabeza con melancolía—. Tuve que fingir no conocerlo para no ir con él, espero que no se lo tome a mal pero ya no quiero tocar mucho el sol.

—¿Por qué? —susurré furtivamente y mojé el trapeador en la cubeta de agua.

Un soldado de hierro marchó a nuestro lado y caímos en silencio. Observé los peces dorados que nadaban bajo mis pies, zambulléndose en las profundidades del acuario. Era como nadar con ellos, como flotar sobre un mar sin límites que nunca tocaría pero que te arrastraría hasta la eternidad con él.

—Por mi color, —explicó avergonzado con voz apenas audible— no quiero volverme más moreno, ni broncearme. Al mundo que vaya ese color es mal visto.

Detuve súbitamente mi trabajo. No podía creer lo que escuchaba, me entraron ganas de cargarme a todo ese asqueroso mundo. De repente no tenía caso limpiar, sentí que estaba en un lugar tan sucio que ni todos los sirvientes del mundo podrían sacarle brillo.

—Oye, Dante, no vuelvas a decir eso jamás. No dejes que ningún mundo te haga desear ser diferente. Tu color de piel está bien, es como el color de las bellotas ¿A ti no te gustaban las bellotas?

—Sí, aún me gustan —admitió en un murmullo.

—A mí también pero mi abuela las detesta. Pero que ella las odie, o que no sé... que Adán sea alérgico a las bellotas no las vuelve menos ricas para nosotros ¿no es cierto?

—Supongo que no —sonrió y escudriñó temeroso el entorno por si alguien lo pillaba—. ¿Estás diciéndome que estoy rico?

—Vamos hombre —dije riendo—, no tienes nada malo y que los demás... que los demás sean demasiados tontos como para no comprender eso no significa que de repente sea malo ser como eres.

Dante asintió con los ojos húmedos. Había sido una linda charla pero ¿Lágrimas? ¿De veras?

Dimos por finalizada la conversación. Le dije a Dan que tratara de conseguir la información necesaria sobre la religión del lugar, tal vez podía descubrir algo de Gartet, él asintió y me prometió encontrarse conmigo en la cocina si le era posible.

Tiznado iba de un lado a otro con sus mejillas magentas encendidas, asignaba tareas nuevas a diestra y siniestra y acudía a los gritos cuando quería manifestar que estaba nervioso. Me ordenó que lo siguiera y Dante me despidió alzando una mano con aire cabizbajo.

Me condujeron a los jardines y barrí hojas. Limpié cristales y junté la basura que se disgregaba por cada rincón y en todos los pasillos. Después de ensuciar y festejar los cortesanos habían ido a dormir y no habían dejado más rastro que el suelo cubierto de papeletas de colores y un silencio sepulcral en el castillo.

Fregué pisos, cristales, y acomodé las mesas en su lugar. Luego hice un inventario de los objetos perdidos con un grupo de niños menores de diez años que habían dejado a mi cuidado. Tiznado me encomendó dirigir el grupo. Había abrigos perdidos, joyas y otras pertenencias fáciles de reemplazar para alguien con dinero.

Luego de eso me llevé a mi pequeño grupo a la lavandería donde Tiznado me dijo que fuera. Nos tocó limpiar la ropa sucia, plancharlas con rocas calientes y doblarlas sobre papel para envolverlas. Después tuvimos que devolverlas a los dueños. Los nobles se habían levantado y tuvimos que asear las habitaciones con mi cuadrilla de niños. Organicé roperos, moví la basura debajo del sofá e incluso dejé la cama sin ninguna arruga. Mi mamá hubiera estado asombrada de lo bien que limpié las cosas, mi abuela me hubiera sacado una foto y mi abuelo habría dicho que era mi obligación y cortara con toda la novela.

Un niño llamado Prado me resultaba muy gracioso, mientras estábamos en la lavandería se cubrió de bajo de una pila de sábanas y gritó mientras rodaba:

—¡Soy un jabón! ¡Ja, ja, ja!

Estuve limpiando, incluso después del medio día. Hasta ese momento había esperanzado que las palabras de Sobe acerca de dormir poco fueran una de sus bromas que no tenían gracia, pero para ese trayecto sabía que era verdad con el mismo énfasis con el cual dudaba que Tiznado trabajara, simplemente llevaba sirvientes de un lado a otro y gritaba como un entrenador con problemas de ira.

Me despedí de mi grupo de niños chocando el puño, un saludo que les había enseñado. Todos se rieron cuando lo hacían como si fuera la mejor cosa del mundo, no podía creerlo, allí era un chico en onda.

Después de unas fatigosas horas en el campo, recogiendo fruta bajo el sol que resplandecía muy intensamente, mucho más que en mi mundo, encontré a Miles. Él cargaba una canasta con correas en la espalda, al igual que yo, sus mejillas estaban encendidas por el sol y su cabello resplandecía con tanta intensidad que era imposible creer que no le quemara. Sin decir nada me puse a su lado y le devolví la amplia sonrisa que me dedicó.

Pasaron las horas y los cortesanos se despertaron, su fiesta duraba muchos días.

Tiznado apareció nuevamente, se llevó a unas cuantas personas mientras arábamos la tierra, se volteó dispuesto a irse pero entonces se detuvo. Sus pies se inmovilizaron a medio paso, tenía las manos juntas detrás de la espalda y su seca cabellera plateada se le vertía entre los omoplatos.

Una vez Rishya se había puesto a llorar porque jugaba con Eithan. En lugar de decirle que no me gustaba jugar con ninguno de los dos porque ellos eran muy pequeños y quería hacer algo mejor con mi tiempo, hice el buen papel de hermano mayor y traté de mostrarle que no era cierto. Para eso jugamos al peluquero. No sabía que mi hermana tenía unas tijeras de verdad y que sabía usarlas. Mi pelo amputado no quedó ni la mitad de mal que la cabellera de Tiznado.

Cuando volteó me examinó fijamente. Con un movimiento de cabeza me indicó que lo siguiera.

Le dejé a Miles mi rastrillo y me marché con el grupo. Pero antes de poder dar unos pasos Tiznado me agarró del hombro. Sus raquíticos y ásperos dedos se cerraron alrededor como si quisiera descolocármelo.

—Tú eres el amigo de Finca ¿Lo eres?

—Sí —contesté y el comprimió los labios, evidentemente molesto—. Sí, señor.

—Escúchame bien descolorido, ella nunca hizo amigos —me señaló con un dedo acusador— y es la única razón por la que tienes trabajos fáciles, si ella no me pidiera colocarte todo el maldito tiempo a su lado te enviaría a limpiar las cuadras de los lagartos con alas —se colocó desgraciadamente frente a mis ojos y comprobé que su aliento era igual de agradable que las gotitas de saliva que escupía al hablar—. ¿Entendiste clarito? Si la dañas haré que te arrepientas ¿Te quedó claro?

—Tan claro como yo —la broma no pareció agradarle pero logré que me soltara el hombro.

Se marchó con expresión ultrajada, despotricando contra niñas retozonas y jóvenes tontos.

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