Un triste final para un mes triste

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Berenice observaba las olas chocar contra la orilla, estaba contemplando conmigo la marea. Tenía las piernas flexionadas y las abrazaba con sus brazos. A su lado estaban amontonadas un montón de hojas con partituras.

Ella amaba la música y esa tarde había terminado de dominar el piano, estaba comenzando a tratar con el violín pero no le suponía ningún desafío.

Como la embarcación con los grupos de búsqueda había acordado llegar al anochecer todos los trotadores estaban esperándolos en la costa. Habíamos hecho un picnic desde la tarde.

Nos aglomeramos en la salida de la cueva, que desembocaba a la playa. Muchos decían que se parecían a la playa Benagil en Portugal pero era el triple de grande y la cueva tenía tantos agujeros al cielo y numerosos tragaluces de tamaño descomunal, que se podía contemplar las estrellas sin ningún problema.

Sobe, Walton y Miles estaban ocupándose distribuyendo antorchas junto con un grupo de chicas que practicaban artes extrañas y procuraban encenderlas con palabras. Cam las clavaba en el suelo y cada vez que lo hacía jugaba a golpearse el pecho como gorila.

James River, Veronica Montes y una Cerra llamada Natalia Canfield estaban enlistando una fila de fuegos artificiales que planeaban encender en muestra de recibimiento. Tenían muchos cables y máquinas extrañas que se parecían a proyectores porque se trataba de fuegos artificiales de otro mundo, los cuales copiaban la imagen que capturaba el proyector y la calcaban en las chispas del cielo. Querían hacer algo así como una foto de fuego en el cielo. Un grupo de adolescentes que hablaba una mezcla de italiano y portugués habían traído unos amplificadores y reproducían música de todo el mundo. Un italiano habló por un parlante como un dj.

Sono sicuro che questo piacerà.

No solían hacer ese tipo de recibimiento a las patrullas que salían por misiones por dos grandes razones. La primera era que no siempre volvían. La segunda era nunca avisaban cuando regresaban, la mayor parte del tiempo ni siquiera tenían tiempo para llamar.

Escarlata estaba sumergiéndose en la arena, persiguiendo luciérnagas, devorándolas y molestando a James River y Natalia Canfield que trataban de montar el espectáculo de fuegos artificiales.

Algunos chicos estaban surfeando de noche, tenían pulseras y collares fluorescentes. Se los podía ver flotando en la oscuridad como luciérnagas de colores. Aunque la mayoría, como yo, había tirado manteles sobre la arena y charlaban mientras bebían piña colada o licuados de frutas.

Me recosté sobre el mantel, crucé los brazos debajo de mi cabeza saboreando el ácido sabor del kiwi y miré las estrellas por los tragaluces del techo. Berenice contempló la luna.

—Mångata —susurró.

—¿Qué?

—Se le dice así —explicó —. En sueco, es el reflejo a modo de camino que deja la luz de la luna sobre el agua.

—No lo sabía. Perdí el puesto como el artista de las palabras. Ahora me siento un idiota.

Dante y Dagna se sentaron a nuestro lado.

—No sería la primera vez —dijo Dagna recostándose a mi derecha con una sonrisa.

—Ni la última —agregó Dante.

Tenía puesto un traje de karate, su deporte favorito y su pasión en la vida. Dante lucía un moretón en el ojo, había cometido el error de practicar con ella. Él estaba un poco cabizbajo porque se iba mañana al internado de varones donde pasaba la mayor parte del tiempo estudiando.

Berenice hizo una mueca, algo inusual en ella.

—¿Y ese moretón?

—Fue un error, no controlé mi fuerza. Pero si miras el lado bueno, tiene algo para que me recuerde —informó Dagna—. Y para que recuerde practicar sus clases de karate. Estás oxidado Álvarez, debes avispar.

Dante se encogió de hombros, agarró mi batido y le dio un sorbo.

—Ya sé defenderme lo suficiente de los confronteras del internado que se quieren meter conmigo. Allí soy como una especie de Hulk.

—¿Por lo mal vestido? —pregunté—. ¿O por lo feo?

—Porque muelo a golpes a los chicos que me hacen esas preguntas.

Agarró la pajita del batido y me sopló gotitas en la cara. Reí y rodé lejos de sus proyectiles hasta llegar a la arena. Berenice nos miró con cara de funeral y los ojos de Dagna se iluminaron esperanzados por ver una pelea. Pero una lucha entre Dante y yo la habría decepcionado, serían como dos Umpa Lumpa batiéndose en un duelo por su honor.

De repente una caracola sonó. La música se detuvo. Los surfistas nadaron hasta la orilla o se sentaron expectantes en sus tablas, James River apuró su trabajo con los cables diciendo algo como «No lleguen, todavía no termino»

Una niña de cinco años corrió y se internó en una de las grutas para salir de la cueva y marchar hacia la selva. La caracola continuó sonando, ajena a todo, tres toques más y luego silencio. El trotador italiano aguardó para reanudar la música. Berenice se puso de pie, manteniéndose alerta hasta que un grito, procedente del mar, anunció:

—¡Llegaron! ¡Las patrullas llegaron! ¡Están yendo al salón comedor!

Me puse de pie. Una avalancha de chicos eufórica se precipitó hacia la salida. James River protegió sus fuegos artificiales con su cuerpo. Había fila de espera para salir. Berenice me agarró de la mano y me indicó con la cabeza que la siguiera. Dante y Dagna la escudriñaron recelosos pero hicieron lo mismo.

Nos señaló con el mentón una pequeña fisura donde tuve que caminar en lateral porque el pasillo era muy estrecho, la roca raspaba pero sabía como era Berenice y mejor no hacer preguntas. Dante le preguntó como había descubierto ese lugar.

—Dando vueltas por ahí —contestó ella.

El estrecho pasillo daba lugar a un claro cubierto de roca caliza con agua en el centro, tan cristalina que parecía un espejo. Había un camino contorneando el estanque y una escalera natural en un rincón, los escalones de roca te llevaba a la selva. La escalamos.

La humedad y los chirridos de los grillos me recibió. Examiné el entorno y vi un camino de chicos que se dirigían al salón comedor. Las antorchas de ellos brillaban en la oscuridad, algunos murmuraban dónde creían que se encontraba el libro de Solutio, la mayoría apostaba. La voz de un niño llego hasta allí:

—Patrick, te apuesto mi mapa de Otnirebal a que el libro está en otro planeta.

—¡No inventes! ¡Lo tiene La Sociedad pero no saben usarlo!

Cuando Dante emergió de la tierra, desfilé hacia el camino central que estaba repleto estudiantes. Se escuchaba el crujido de la gravilla bajo su marcha. Dante parecía relajado.

—Creí que se retrasarían más y llegarían cuando yo no esté —me explicó—. Quiero saber lo que nosotros no pudimos descubrir.

—Técnicamente —añadió Dagna colocándose a mi izquierda—. Si dicen que Gartet tiene un hijo y puede que sea su punto débil entonces el merito es nuestro. Tú lo describiste antes, Jonás.

Asentí. La muchedumbre bulliciosa y ajetreada caminó por los pasillos del edificio hasta llegar al salón comedor. Vi unas siluetas a lo lejos, unos adolescentes y Adán estaban parados sobre una mesa, al parecer informarían ante todos lo que habían descubierto. Me resultó extraño porque siempre decidía el Consejo qué hacían saber a los estudiantes y qué no.

Más de doscientos adolescentes se reunieron alrededor de la mesa, podía divisar algunos profesores o guardianes entre la multitud, estaban consternados y no comprendían lo que sucedía. Adán se veía molesto, estaba cruzado de brazos, con los labios arrugados y el ceño fruncido, parecía que alguien hubiera estrujado su cara. Todos guardaron silencio.

Adán caminó por la extensa mesa que usaba como tarima. Se cruzó de brazos y habló a los espectadores.

—Muy bien la haré corta. Todos ellos consiguieron información confusa como la suele dar un sanctus pero dicen que es tan disparatada que sólo la dirán una vez y frente a todos. Incluso —gruñó—, el secreto no me lo contaron a mí, a pesar de que yo los recogí. Sé que el protocolo es reunir la información con el Consejo y luego ellos deliberarían qué dar a conocer y qué no pero nuestros colegas de aquí —los señaló vagamente con la mano— afirman que arriesgaron mucho sus vidas como para que la información que recaudaron se quede en el anonimato. Con ustedes —exclamó—, los buscadores.

Hubo unos aplausos aislados, alguien tosió y el silencio se perpetuó. Reconocí a un grupo de estudiantes sobre la mesa. Estaba Tian Wang, Ed Anderson y una chica llamada Gabriela Bosch. No pude localizar a las hermanas Hawk, miré todas las personas paradas sobre la extensa mesa de madera pero no había ni rastros de Georgia o Roma. Ed colocó, como un soldado, las manos detrás de su espalda y dio un paso adelante.

—Hago esto por el guardián que nos acompañó, Bernardo Rivera, quien no pudo regresar. Descubrimos las personas que darán fin a esta guerra, pero el sanctus dijo que de ellos depende nuestra derrota o nuestro triunfo y que es muy probable que peleen en nuestra contra; especificó que concorde a la acción de esas personas los trotadores vivirán o se extinguirán para siempre. En todas las respuestas nos dio nombres, sólo eso. También nos dijo que Gartet tiene un punto débil y obtuvimos una ubicación del libro de Solutio un tanto parcial. Hablo ahora y aquí en representación de todas las patrullas de búsqueda —rodeó la multitud con la mirada— porque todos recibimos las mismas respuestas.

Se alzó un murmullo débil. Alguien me volteó del brazo con rudeza. Era Roma y Georgia Hawk. Me pregunté por qué no estaban con el resto de sus compañeros de búsqueda. Ambas hermanas me observaban alarmadas pero sólo la mayor tenía arrepentimiento en los ojos. Sus dedos se cerraban en mi brazo con agarré de hierro, estaba nerviosa y desecha. Habló con la voz comprimida.

—Jonás, lo siento mucho. Yo traté de advertirles... de verdad, tratamos pero... lo siento tanto.

—¿Q-qué?

Pero entonces la voz de Adán ocupó toda la resonancia del salón y sentí un escalofrío descender por mi espalda. La cicatriz de mi cuello quemó como si se burlara de mí. Sobe estaba a mí lado y me lanzó una mirada inquieta.

—¿Cuáles son los nombres de las personas que causarán nuestra ruina o serán nuestra salvación? —inquirió Adán.

—William Payne y Jonás Brown.

 Algunos gritaron del asombro, otros exhalaron bocanadas de aire y muchos murmuraron que ya lo sabían. Los estudiantes que estaban a mi alrededor se voltearon, Roma Hawk se agarró la cabeza como avergonzada y se sumergió en la multitud para apartarse de todo. 

 Contuve el impulso de seguirla, quería escapar pero no podía. Ya no tenía hogar en donde refugiarme. Sentí mi nombre como si hubiera sido un escupitajo en el ojo. No podía ser cierto. Yo no mataría al Triángulo, lo defendería con mi vida, jamás podía considerar la idea de aliarme con Gartet. Lo odiaba, ellos deberían saberlo ¿Por qué el sanctus había dicho eso?

Tantas miradas juzgadoras me hicieron sentir una sabandija. Algunos se apartaron un par de pasos como si ya se sintieran traicionados por mí. Pero yo no los traicionaría. Debía haber un error.

—¿Cuál es el punto débil de Gartet?

—Un trotador —respondió Ed.

—¿Te dio su nombre?

Negó con la cabeza.

 —Esa parte es confusa. Habló de muchas posibilidades. Especificó que posiblemente puede ser su punto débil. Sólo posiblemente. Me dijo que unas personas de la isla ya se cruzaron con él. Son nueve los que lo vieron, pero sólo dos están en guerra con este trotador. Sólo dos también tienen la posibilidad de ser sus puntos débiles, además del primero que no averiguamos su nombre. En total, con estos dos trotadores del Triángulo y sumando el desconocido del cual se negó a darme datos, tenemos tres trotamundos que pueden ser el punto débil de Gartet. Me dio el nombre de dos. Posiblemente pueden, sólo, pueden.

Adán parpadeo confundido, la multitud tampoco entendió bien lo que dijo Ed, pero soltó de sopetón:

—¿Y bien? ¿Quiénes son?

Todos parecían saber la respuesta.

—William Payne y Jonás Brown.

Cuando creí que las cosas no empeorarían Adán hizo la última pregunta. La que todos estaban esperando, la que yo había buscando por casi un mes.

—¿Dónde está el libro de Solutio?

 Ed tardó en responder. Se humedeció los labios y me buscó en la multitud. Su mirada se cruzó con la mía pero por primera vez no sentí odio y rivalidad. Parecía confundido y me examinaba como si lo hubiese traicionado pero jamás haría eso, se veía dolido al igual que el resto.

—Me dio el nombre del último trotador que tuvo el libro en sus manos.

Adán suspiró profundamente como si esperara que su alma se le escapara y preguntó:

—¿Quién es?

 —Jonás Brown.











Final del segundo libro.











 Hola, primero que nada quiero saber que les pareció esta entrega :D

 (Sí, Jonás ya tuvo a Solutio en sus manos e incluso leyeron explicitamente esa parte, en uno de los dos volúmenes, pero la oculté a medias jojo)

 Segundo, la continuación de la historia ya está en mi perfil pero su avance será muy lento.
Abandoné esta narración hace años y tengo que leer los otros dos además de revisar mis apuntes para acordarme de detalles esenciales de la trama o para recuperar la frescura de los personajes. Mientras tanto me ayudarían mucho leyendo otro de mis libros o compartiendo este, así llega a más gente ;)

 Por último, te deseo, de verdad, un año donde rías mucho y puedas ser muy feliz, ahora sí, adiós.

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