Hípsomnia(I)

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Me desperezo mientras el sol es tenue y se asoma por el este. Hoy es 17 de julio y nada ha cambiado. No escucho en la radio que me regaló David, que la tormenta haya existido, tal vez nuevamente fue un mal sueño. Giro su perilla para cambiar de estación, necesito algo de música que me ayude a despejar mi mente tan atosigada de pensamientos sobre lo que sucedió con Ingnisute.

«Te hará compañía si las baterías se acaban ven en mi horario de trabajo y te daré otras» dijo con una gran sonrisa.

No se preocupó por mi piel que estaba roja y por mi cabello chamuscado, me miró con extrañeza y negó con su cabeza mientras sonreía. Debe haber asumido que había cometido alguna pequeña travesura pero no recordó que siempre me mantengo lejos del fuego. Lo respeto en la misma proporción que le temo.

Ese mismo día decidí cortar el cabello, me escabullí en la noche a la peluquería de la señora Flowers y le utilicé su maquinaria. Mientras me miraba en el espejo, pulcro y de grandes dimensiones, vi las marcas de quemaduras en mi rostro y caí en la realidad de que nada fue un sueño. Lo sé, parece tonto no haberme dado cuenta cuando mi cabello estaba chamuscado pero de alguna manera tenía que escapar de una realidad que aún no entendía.

La máquina con su sonido silbante y agudo, comenzó a arrancar mechones de lo que alguna vez fue el cabello que cuidaba con tanto amor. Tomé una decisión drástica, me rapé.

A los pocos minutos, me encontré con un nuevo Luke, uno al que no le gustaba lo que veía. No obstante, hace tiempo que no soy el mismo de antes y quedarme estancado en un pasado que no volverá ya no es una opción, sino una condena. Limpié el lugar, dejé todo como estaba y suspiré con tristeza cuando mis pies tocaron el afuera. Nadie merece lo que estoy viviendo y creo que de alguna manera culpo a mis padres por dejarme solo. Mis manos no dejaron en ningún momento de acariciar mi calvicie diciéndome que todo volverá a crecer, pero nunca volverá a ser lo mismo.

Preparo la mochila, tengo que conseguir comida, sin embargo, esta vez lo haré por las buenas, no robaré, sino pediré en el mercado que me den las sobras. Aprendí por las malas que puedo encontrarme con otro demonio y no quiero que eso suceda. Ahora no puedo confiar en nadie, hasta David puede ser uno que me vigila desde su casilla de seguridad.

La radio, con su sonido ahogado e inentendible, suena sin cesar y me ayuda a no pensar en Reiga, Hintam, Ingnisute y Lucius. Salgo del vehículo estirando mis brazos mirando el cielo, que esta vez resplandece y al norte no se ve la tormenta que hace dos días amenazó con destruir a Mane. Todos estaban a salvo si algo ocurría, yo no, Oxi se llenaría de agua, destruyendo lo poco que tengo.

Camino unos metros, necesito enfocarme en la forma de enfrentar este día, hoy se cumple un mes más desde que mi familia no esta a mi lado. Tuve la idea de ir a dormir a mi antigua casa pero mi tío anda merodeando y no quiero enfrentarme a él, no hasta que sea mayor y pueda reclamar las tierras. El sol me abraza por detrás como un fiel amigo y el calor es tenue y acogedor. Llego hasta la Y, un lugar donde los vehículos descansan de forma placentera y ordenada. Odio el orden, pero en este caso es bello, y puedo analizar cómo los arrojaría si tuviera súper poderes.

Cuando tenía seis años me perdí en un bosque cercano a la casa de mis abuelos, quería investigar y como me dijeron que no podía, igual lo hice. La noche tiñó el lugar, los árboles parecían gigantes con sombras terroríficas y comencé a temblar detrás de una piedra. Nadie me encontraría en ese lugar desolado. Era un niño temeroso, pero niño al fin, y mi mente, aún inmadura, divagó en los pensamientos más fantásticos; donde el bosque era mi guarida, y la naturaleza me cedía su poder para controlarla. Los gigantes con sombras terroríficas eran mis leales guardianes y las grandes rocas mis armas contra el viento abismal que intentaba derrotarnos. De mi bolsillo saqué un antifaz que me regaló mi madre, de tela cuadrada y colorida, cubrí mi rostro y jugué a ser el pequeño niño protector. Corrí con mis brazos hacia adelante como si volara, escuché aullidos de diferentes animales e imaginé que eran gritos que me alentaban a seguir. Me tropecé con una raíz de un gigante, un árbol que quería detener mis poderes, la sangre brotaba de mi rodilla, pero no iba a llorar, los superhéroes no hace eso. El capitán Luz, no lo hacía en mi programa favorito de las cinco de la tarde. Si el capitán Luz podía vencer a cualquier enemigo, yo vencería al mío, el malvado viento y su aliada la perversa soledad. El día llegó como un leal aliado, el bosque, mi guarida, y mis protectores estaban detrás de mí y yo, el superhéroe, llegué a los brazos de mi madre, que se secaba las lágrimas. Yo no entendí que podría haber muerto, solo quería contarles a todos lo que había logrado, pero nadie me quiso escuchar y el poderoso niño que venció a sus enemigos, terminó en una larga penitencia en la cárcel del olvido, que era mi habitación, y sin ver al capitán luz por mucho tiempo.

Me acerco a un viejo automóvil, el primero de la última fila, al escuchar un pequeño ladrido. No me sorprende lo que voy a encontrar, no sería la primera vez que alguien arroja lo que sea a este basurero. Hace tiempo encontré un pequeño gato negro, sin su cola y sin una oreja, sufrió en mis brazos hasta que la vida se esfumó frente a mis ojos. Lo enterré con ayuda de David y él recitó un pequeño discurso: «que el alma de este ser desprotegido por las personas que deberían haberlo cuidado, descanse en paz y donde quiera que esté, pueda dejar de sufrir». Yo no quise mostrar emociones pero ese día sufrí, nunca nadie había muerto así frente a mí. Ahora Lucius lo hizo, y no puedo quitar de mi mente la forma en que su alma fue absorbida por el Hellish.

Me asomo por la ventana y en el asiento del conductor hay un pequeño perro blanco al cual se le marcan todas las costillas. Su hocico tiene sangre y me mira con mucho temor.

—Te entiendo amiguito, los que te hicieron daño ya no están y yo te llevaré a un lugar donde te puedan curar y te den un hogar.

Lo agarro con mis dos manos, él tiembla hasta que se orina. Nada importa, su miedo es el mismo que tuve cuando me desperté en mi habitación y supe que mi familia ya no estaba. Se rieron cuando supieron que un niño de diez años se había orinado en la cama. Le hablo al pequeño explicándole que veremos a David y que él me dirá que veterinaria se hará cargo de sus heridas. Sus pupilas son blancas, algo que nunca vi y creo, que tal vez, sea ciego y por eso lo hayan arrojado al olvido. No sé de razas de perros pero parece ser uno que no crecerá demasiado.

Llegamos a la casilla y David desayuna viendo la televisión, creo que el programa se llama Noticias matinales, no estoy del todo seguro, nunca le presté atención cuando me lo dijo. Su cabello hoy presenta unos rulos negros, la humedad le afecta de diferentes formas y su peinado no siempre es el mismo, y supo decirme que le gusta modificarlo así no mira al mismo hombre dos veces en una misma semana. Hoy seguro viste su pantalón desteñido con tirantes y su remera azulada con grandes manchas de aceite, es su vestimenta preferida cuando hace calor y hay mucho trabajo. Sus borceguíes negros con las puntas desgastadas siempre golpean el suelo de la casilla cuando él desayuna, es una manera de ocultar su ansiedad. Lo miro antes de hablarle, necesito verle los ojos que hoy parecen tristes y distantes, no hace mucho tiempo que se divorció y perdió lo poco que tenía. Su esposa, Maritza, decidió que necesitaba salir de Mane por la gran ola de robos y quería avanzar como médica; David por su parte no quería abandonar el lugar al que tanto tiempo le dedicó, es comprensible, pero siempre le dije que se confundió, no debió dejarla ir por un simple trabajo. Él con la mirada angustiada y con su voz entrecortada, me dijo que soy pequeño para comprender las decisiones de los adultos. Es la única manera que encontró para finalizar una charla en la que se quedaba sin argumentos y nuestra amistad es más importante que las decisiones individuales.

Le golpeo la ventana con mi codo, David me mira con sus ojos marrones bien abiertos y una sonrisa que no demuestra alegría. Sale limpiándose las manos en su pantalón y se seca la frente con un pañuelo mientras mira al cachorro; debe estar insultando por dentro, siempre se enoja con la gente que descarta a los animales como basura. Nuestras alturas no son diferentes pero esta vez, David, parece más pequeño, más encorvado que de costumbre. En su rostro arrugado veo cansancio, soledad y pequeñas líneas en su frente que muestra que anoche debió haber estado preocupado ahogando sus penas en cerveza.

—Parece que tenemos otro amiguito —dice estirando la mano para agarrarlo—. Yo en una mala época críe perros, cosa que no se debe hacer, y tuve un rottweiler blanco llamado Tornado. Era un ejemplar particular, uno que nace cada mil años, eso dijo mi padre cuando no pudo venderlo. Tenía una enfermedad que le decoloró el pelaje, entonces se quedó con nosotros. ¿Cómo alguien puede descartar a un animal simplemente por ser diferente?

—Porque no lo pueden vender —respondo encogiéndome de hombros.

—Y tu amiguito, ¿qué piensas? —Le habla como si fuera un bebé, es una nueva faceta que desconocía de David—. ¿Qué haremos contigo?

—Pensé en llevarlo a alguna veterinaria que atienda perros callejeros para que lo curen y luego le consigan un hogar.

—Necesito que alguien cuide este lugar de noche, que te cuide a ti —me mira con preocupación—. Me olvidé de decirte que mi jefe, el señor Jefferson, me regaló el cementerio de chatarras para que haga lo que quiera. Por lo tanto no destruiré tu hogar, solo si me prometes pronto irte a otro lugar, mereces un hogar.

—Intentaré hacerlo —miento—, buscaré donde se me acepte tal cual soy —sonrío—. No quiero tener otra familia como los Willians que solo querían cobrar el seguro por tenerme. Tampoco encontraré un lugar donde me sienta completo como aquí, te agradezco que me permitas quedarme.

—No tienes que agradecerme, eres un excelente muchachito —le hace muecas graciosas al cachorrito—. Comprendo lo que sientes, me sucede lo mismo con mi hogar, que es tan pequeño como mis deseos de seguir allí, sin embargo, lo que tú llevas no es vida, no es lo que me gustaría que hagas. Cuando llegaste vi en tus ojos inteligencia y tenacidad, otros en tu lugar hubieran caído en las drogas y el crimen —me guiña el ojo pero sigo viendo tristeza en ellos. Su sonrisa ya no me ilumina y no me llena de energía—. Entonces —carraspea—, ¿tenemos un trato?

—Trato —afirmo inseguro y miro el suelo.

No quiero irme, no quiero dejar el único lugar donde me siento seguro. Aunque los olores de Oxi son espantosos no lo cambiaría por nada. Mi vestimenta está sucia, mi cuerpo y mi alma, sin embargo, un hogar con una familia cálida, haría que yo huya. Aquí nadie entra a robar, no hay vandalismo y las noches son silenciosas, y eso me permite sentirme seguro. La luna es redonda y blanca, las estrellas que son distantes puntos brillosos, y los grillos que cantan sus melodías agudas, por el momento son la perfecta armonía entre la soledad y la calidez de un abrazo.

—Ahora te pido que cuides este lugar hasta que yo vuelva y prometo traerte comida como forma de pago, ¿te parece?

—Es perfecto —le sonrío.

—Dentro de mi casilla hay tostadas con queso y una cachiporra por si alguien anda molestando, ten cuidado que tiene poderes, pero estoy seguro que tú los podrás controlar —me guiña el ojo y se retira para llevar a nuestra mascota a la veterinaria.

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