👑CAPÍTULO 11 (PARTE 2)👑

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Los agentes especiales del SSI me guiaron hasta la cámara del juicio, donde el tribunal seguía murmurando entre documentos, archivos y pruebas documentales. El ambiente se tensó. No los veía tan tranquilos como al emitir sus acusaciones y dibujé una sonrisa en el rostro. La soberbia me devolvió a mi pose relajada. Los medios de comunicación debían estar gozando mi despliegue de elegancia al desplazarme por el pasillo central.

La conversación con Cass me dejó molesto. No la culpaba por querer beneficiarse a aquella adicta. En cierto modo, lo prefería a que se acostase con hombres. De todas maneras, me sentía irritado por la forma en la que desconfiaba sin que yo le diera motivos. Lo que pasó en la mansión era pasado. Tomamos decisiones contrarias y aceptaba las consecuencias, pero me esforzaba por ella. Y si no veía más iniciativa por su parte, me vería obligado a abandonar el interés por hacerla mía.

—¿Y bien? ¿Dónde está vuestra testigo estrella, señorías? —Abrí los brazos, aceptando que, sin esposas, seguía estando dispuesto a ser enjuiciado.

Confiaba en ganar la apuesta. De momento, iba sobre ruedas.

—Está a punto de llegar. Paciencia —protestó uno de los ángeles.

—Ah, claro. Ya veo que recurrís a la técnica de vendrá en cinco minutos cuando la CIA y el FBI la encuentren tras su desaparición —reía. No eran rivales para mí.

Quien más me aterraba era Hugo. Si era el genio detrás de las acusaciones, debía empezar a aceptar mi destino. Si no, mi reino seguiría en auge.

—Silencio, por favor. —Crester agitaba sus alas desde el asiento, susurrándose con mi querido Jorgito.

—Jorgito —alargué la vocal con alegría— ¿a qué no tienen una mierda? Son patéticos. Tanta tontería os ha servido para poner en duda la palabra de vuestro monarca. Que el mundo vea la clase de escoria que sois.

—Vamos a tener que sancionarte como continúes —exclamó el juez ángel.

Seguí riendo desde mi asiento, bufando y dándome palmadas en el vientre por aburrimiento. No entendía a qué se debía tanta demora. Las puertas de la cámara estaban cerradas y dos guardias las custodiaban. Querían mantenerme atrapado, era evidente. Pero no sabían de lo que era capaz. El poder del ángel caído tenía más potencial que nada de lo que podrían imaginar.

—Queridos espectadores que me estáis viendo a través de las cámaras —me dirigí a la prensa y los periodistas trataron de enfocarme en primer plano—. Lo que han mencionado estos traidores sobre una chica llamada Luna es un intento vano por desprestigiar mi misión.

»Como rey de los pecados, es mi deber asegurarme de que el mundo reciba su dosis de maldad de vez en cuando, pero no pienso permitir que se haga de un modo que no sea el mío. —Me llevé una mano al pecho, ignorando los intentos de la policía por detenerme. Mostré mis alas y se apartaron. Su brillo oscuro los cegaba—. Sin gente buena, nadie nos temería. Necesitamos almas puras, incorruptas. Y después de ver cómo los que se creen que tienen el poder hacen el ridículo, he decidido asumir el control absoluto.

—¿Qué han hecho que? ¿Quién se la ha llevado? —preguntó uno de los ángeles del tribunal.

—Dejaos de cuchicheos y decid en voz alta eso —ordené señalando a los jueces—. Venga, no os estoy oyendo. Adelante...

—Alguien ha secuestrado a nuestra testigo principal —confesó Crester como representante—. Estamos trazando un perímetro para buscarla y...

—¡Qué puto oportuno! —Los señalé con ira. Mis ojos brillaron por la impaciencia—. ¿Es esa la justicia que quiere mi pueblo? —Me dirigí a la prensa—. No. Necesitamos un mundo mejor. ¡Yo seré la justicia!

Nadie hizo el ademán de detenerme. Me temían. Me respetaban. Me idolatraban. La sed de sangre sació mi soberbia. Me bañaba con la gloria de verlos cabizbajos ante mí.

—No vamos a tolerar que nos causes más problemas. Debimos purgarte cuando tuvimos la ocasión, cuando tu padre murió. —Crester apoyó las manos sobre la mesa.

Me quedé en silencio. Pese a estar en un lugar más elevado en la tribuna, sentía que era a mí a quien admiraban con superioridad. Dio un aplauso, riendo ante su comentario. La chica de pelos castaños, Ruz, no estaba por ninguna parte. Aquello me hizo soltar una carcajada todavía más satisfactoria.

—Tienes razón. —Alcé las manos—. Debisteis hacerlo.

De un chasquido de dedos, la cabeza de Crester explotó. Giré la muñeca y el cuello de Jorgito crujió. Su cuerpo inerte se precipitó sobre la mesa.

Apreté el puño. Gertrude se asfixió. Cayó al suelo hasta morir. Chasqueé los dedos. Los cuellos del resto de ángeles jueces crujieron hasta que no quedó ni uno en pie.

Me volví para dirigirme a los agentes especiales de las más famosas agencias de inteligencia mundiales. De uno en uno, por temor, por respeto o por admiración, hincaron la rodilla ante mí. Las cámaras captaron la escena. No fueron los únicos que se arrodillaron.

Quien jugaba con fuego, se quemaba. Y yo era un incendio andante.

Pero entre las sombras de las decenas de cabezas que se agacharon, vi a una joven muchacha mirarme en una de las esquinas de la cámara. Pelo castaño, vestido recatado, mirada inocente. Parecía frágil y desesperada. Pestañeé y una Luna triste y decepcionada desapareció.

De vuelta en el avión, escuché que Hugo se había subido para hablar conmigo en privado, en el trayecto que haríamos hasta Londres. Me sorprendió su ausencia en el juicio, pero tenía la esperanza de que resolvería mis preguntas enseguida.

Lo vi aparecer con la capucha puesta de una sudadera vieja y deshilachada azul clara. Alzó el mentón a modo de saludo y yo lo correspondí del mismo modo. Agarraba un vaso de ron entre los dedos. Le propuse uno que rechazó.

Se tumbó entre dos asientos del jet privado, colocando las piernas de un modo incómodo. Los rizos rubios le caían por la frente.

—¿Y bien? —Di un trago a la bebida—. Doy por hecho que debo darte las gracias ¿cierto?

—Prefiero otro tipo de agradecimiento, pero no de los que les gustan a los mellizos. Esos no me interesan. —Suspiró, sacudiendo la cabeza para evitar dormirse. Se recolocó en una pose distinta, erguido.

—Por curiosidad, antes de pasar a la ceremonia de premios, ¿cuál era la función de esa tal... Ruz?

Hugo rio. Asentía, pero no decía nada. La lentitud de su comportamiento me estresaba.

—Llevarse a la soplona. Deben de estar cerca del norte de África a estas alturas. Creo que iba a testificar de verdad, tío...

Chasqueé la lengua, decepcionado. Miraba el paisaje del aeropuerto por la ventana. No tardé mucho en decidirme. La chica de rizos esmeraldas perdería el puesto en la Camarilla. Si tan lejos quería ascender por su envidia, la haría descender de manera proporcional.

—Celebrémoslo. Pese a nuestras diferencias, hemos conseguido quitarnos de en medio a los ángeles más molestos —alcé la copa y brindé con un vaso fantasma antes de dar un segundo trago.

—Ya... Respecto a eso —soltó un gruñido al recolocarse en una postura todavía más extraña—. Me cansaba desconfiar de ellos. No sé. Decidí que era hora de hacer una criba como ellos intentaron hacer con nosotros.

—¿Decidí? —reí con satisfacción. Así que había sido él—. Ya entiendo. Eres un dormilón listo ¿eh? No sabía que te iba la lucha de poderes.

—Oh, no. Qué va. Sigue sin irme. —Se encogió de hombros, jugueteando con una moneda que sacó del bolsillo—. En realidad, venía para explicarte por qué no me va.

Arqueé las cejas, expectante. Di otro trago, nervioso. No llegaba a visualizar las intenciones de mi acompañante.

—Procede. No te cortes.

—Antes, en el juicio, cuando has dado tu discurso, no he podido evitar quedarme con una frase. —Ladeó la cabeza, intrigado—. "Yo soy la justicia", era. Conozco el concepto. Lo tengo presente desde que era un crío.

Lo escuchaba con atención, interesado en lo que tenía que decir.

—Lo único que deseo es un mundo mejor. Es lo que me toca por la responsabilidad que asumí al heredar mis alas. —Sonreí, amable.

—Cuando era pequeño, mis padres me llevaron a un rascacielos donde los candidatos a la pereza eran entrenados. Tendría unos seis años cuando me abandonaron. —Hacía piruetas con la moneda, ágil y atento—. Yo lo único que quería era quedarme tumbado, viciado a la consola o durmiendo. Me sentía solo y triste y me refugiaba en la oscuridad. El resto de muchachos se forzaba a pasar las pruebas, pero a mí me la sudaban. No valía para ello. Lo veía aburrido.

»El día de la selección, mi antecesor me seleccionó para ocupar su puesto cuando muriese. "Tú eres la viva imagen del pecado", me dijo. Y al resto de críos los veías llorar y quejarse. Con doce años lloraban como bebés. Decían que no era justo, que no me había esforzado nada. ¿Era más justo abandonar a un niño a los seis años para ganarse la fama de su triunfo en el futuro? —Sostuvo la moneda entre dos dedos, recordando con amargura el pasado—. Mi antecesor murió asesinado por un sicario enviado por el profesor Levi. Se supone que lo mató porque descubrió sus secretos.

—¿Y fue así? ¿Lo hizo?

—Se enteró de cosas. —Suspiró—. Pero eso da igual, porque Augusto, ese maldito ángel traidor, fue quien vino a convertirme en lo que soy. Me permitieron formarme y empecé a estudiar. Y vi lo que les costaba a muchos de mis iguales salir adelante, y lo fácil que era para mí y para otros vivir del cuento. Como alguien que aprendió a reconciliarse con sus sombras, sé lo duro que es. Dime ¿es eso justicia, Lucifer? —Me miró a los ojos, directo—. ¿Es justo engañar por poder? ¿Manipular por control? —Hizo una breve pausa, serio—. ¿Mentir por orgullo? ¿Traicionar por amor?

Lo observaba en silencio, apoyado sobre una mano. No llegaba a ver qué quería transmitirme.

—Lo de Cass fue necesario —me limité a decir.

—¿Lo fue? —rio Hugo—. No, Luci. No eres la justicia. Eso significaría que eres capaz de traer el orden, y eso no es verdad.

—Dime sin tapujos qué deseas y te lo daré. Así de simple. Déjate de filosofías.

Se inclinó hacia mí.

—Espero que con este juicio hayas aprendido que no por ser rey tendrás el control siempre. Y que no por tener el control tienes libertad para usarlo a tu antojo sin consecuencias. —En sus ojos vi la imagen de un joven roto por su pasado—. Si no aplicas justicia real sobre las víctimas cuya responsabilidad recae sobre tu poder, las sombras te comerán. Créeme, las conozco muy bien. He convivido tanto tiempo con ellas que diría que me he convertido en una.

NOTA DEL AUTOR:

Sirva este párrafo para amar a Hugo Sloth.

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