👑💋CAPÍTULO 11 - UN MUNDO MEJOR👑💋

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En los dos días que pasé vigilado por los servicios de inteligencia y los guardias de la Unión de Países Internacionales, tuve tiempo para pensar en los próximos pasos a dar. Sabía que me juzgarían por la muerte de Johanna y por la confesión de Pol en su juicio. Esas serían dos excusas para quitarnos el poder que nos pertenecía a la Camarilla por ser Pecados Capitales. No durarían mucho bajo esa premisa. Los persuadiría de lo contrario.

Dos agentes de la CIA me escoltaron esposado por un largo pasillo de luces blancas. Sonreía. Ellos me llevaban de los brazos, pero yo era quien tenía el control. Si hubiese querido, habría escapado, pero si quería a la opinión pública de mi lado, necesitaba hacer el espectáculo. Los humanos no podrían actuar en mi contra, no tenían los medios ni la fuerza para creerse superiores al ángel caído.

Entramos en una cámara a puertas cerradas. Los medios de comunicación grababan desde las esquinas. Hice una reverencia y saludé para que los espectadores supiesen que no le temía al juicio. Me burlaba de mis captores sin pena ni gloria. Su punto de vista era irrelevante, vacío y humano. No merecía mi atención. Un rey no se preocupa por los insultos de sus ovejas.

Me sentaron en una silla frente al tribunal de jueces. Aquello fue el primer punto de inflexión.

No borré el humor de mi expresión, pero ver a mis propios Ángeles de la Muerte entre los miembros de la justicia me repugnó. Sucios traidores. Ratas sin conciencia. Esperaron el momento apropiado para cambiar de bando. Los veía uno a uno, memorizando sus rostros. No estaba Anya, la pelirroja, ni tampoco estaba Olaf, el ángel calvo de barba rubia. A ellos les ofrecería un puesto de honor junto al trono en cuanto me deshiciera de sus estúpidos hermanos.

El segundo punto de inflexión desató una serie de descargas eléctricas por mi columna vertebral. El Servicio Secreto de Inteligencia formaba parte de los miembros de la policía que me detuvieron. De hecho, Ruz Belfegor, la supuesta universitaria que dirigió mi detención, se presentó delante de los jueces como ayudante voluntaria del verdadero genio detrás de las acusaciones.

Si Hugo estaba detrás, no parecía tener interés en hacer acto de presencia.

—Señoras y señores —anunció Crester, el Ángel de la Muerte sentado como juez principal. Le perdoné la vida a cambio de lealtad y así me lo pagaba—, nos hemos reunido en esta sala para enjuiciar a su Alteza, Lucifer Morningstar.

Empezaron a hablar de mi boda y de las últimas declaraciones del puto Pol Gamón antes de que uno de ellos lo asesinara en secreto. ¿Cómo iban a defenderse de lo que hizo Augusto, eh? ¿Es que Hugo no recordaba nada de lo que vio? Eran traidores por naturaleza. Nada fiables. Pero aquello cambiaría. Les demostraría que quienes incumplían su promesa de lealtad, sufrían las consecuencias.

—Vale, vale, ya lo hemos pillado. —Rodé los ojos, suspirando.

—Ha cometido usted terribles ofensas contra la humanidad. Se ha propasado con las leyes básicas que le impusimos a cambio de conservar su poder. —Me señaló uno de los jueces ángeles.

—¿Sabes qué es lo que pasa, Jorgito? ¿Te puedo llamar así? —Lo miraba con orgullo, entre enfurecido y burlón. Sus mejillas enrojecieron de ira—. Me la suda, lo voy a hacer igual. Lo que pasa, Jorgito de mi vida, es que vosotros habéis incumplido la única norma que os di a cambio de mi protección y lealtad —ensombrecí el gesto—: Nada de traiciones.

Recordaba las palabras de Roman durante la ceremonia de premios y meditaba en su dimisión implícita como miembro de la Camarilla. Pensaba ganarse a los demás humanos y apoderarse del trono a partir de las grandes instituciones mortales. Otro al que debía purgar por sus insolencias.

—No estamos aquí para juzgarnos a nosotros, Majestad —zanjó Gertrude, una de las mujeres que más colaboró como ángel de policía en las Iralimpiadas. Reconocía sus mentiras y sus falsas obediencias—. Sus comportamientos no solo han resultado fatídicos para las sesenta y tres personas que perdieron la vida en el incidente de las estatuas del coliseo y que usted trató de encubrir. También afectan a sus propios compañeros, las reencarnaciones de los Pecados Capitales.

Apreté los puños, pero me contuve. Solté una carcajada confiada, sabiendo que en cualquier momento podría levantarme y marcharme sin problemas. Quería demostrarles mi punto.

—¿Quién? ¿Quién ha sido la rata traidora? ¿El dormilón? ¿La adicta? ¿La envidiosa? ¿Uno de los nuevos como esa universitaria simplona? —Miré a Ruz con violencia y ella se estremeció. Regresé a enfocar mi atención en el tribunal—. Decídmelo. Quiero saber qué testigos tenéis para acusarme.

—Los presidentes de los países que conforman la unión internacional han decidido iniciar una investigación contra los Pecados Capitales tras las declaraciones tan sinceras del señor Pol Gamón. —Sonaron papeles cuando Crester, el juez jefe, alzó la voz. Las alas de los tres ángeles se abrieron—. Hemos dado una orden de busca y captura contra Amanda Morn, Hugo Sloth, Cassandra y Thiago Asmodeus y Bela Ces.

Así que ella era la culpable. Debí imaginarlo desde que la acorralamos acusándola de negociar con el octavo pecado capital. Ya apuntaba maneras desde el odio que le lanzó a Amanda en el concierto. Era de esperar de una mujer sin más ambición que la pura envidia.

—¿Por qué si se puede saber? Pol fue el único responsable del atraco al banco. Ninguno de los demás estuvo implicado. —Las palmas me ardían de escozor al clavarme las uñas. Un rey protege a su pueblo.

—Tenemos pruebas que determinan que usted, Lucifer, formó parte de la banda que actuó. Un par de guardias de seguridad afirmaron haberlo visto entrar esa misma noche en el banco —habló otro ángel al que ni siquiera miré. Chisté.

—¡Pura palabrería! —exclamé—. No veo prueba alguna en vuestras manos. ¿Qué pruebas tenéis de que yo maté a Johanna?

—No sé si sabrás cómo funciona el traspaso de identidades entre pecados —empezó a decir la mujer—, pero cuando uno muere, su identidad pasa a formar parte de sus antecesores antes de encontrar un reemplazo. Verás... Nosotros nos encargamos de elegir al candidato que sustituirá al asesinado.

»Emilia Levian murió a manos de un asesino, pero las identidades pasadas que seguían en su cadáver vieron lo que vino a continuación a través de sus ojos. La escena del maletín, los disparos, tu esposa y Thiago... —La vi sonreír con malicia. No sonaba a un hecho real, sino más bien a una invención para que quienes nos vieran por televisión me juzgasen. Aunque, de ser así, ¿cómo sabían lo del maletín?—. Nuestro principal testigo es Annalise Collins. Ella puede confirmar cada detalle por el que se te acusa, y las cámaras de seguridad del banco confirmarán el resto.

—¿Algo más, señores jueces? —Me sentía seguro de mí mismo. Sabía que podía escapar de aquella situación.

—En efecto, sí —rio el puto Jorgito—. Se te acusa por la corrupción de un alma pura llamada Luna.

Al pronunciar su nombre, rompí las esposas de un tirón y me puse en pie. No se atrevería a ensuciar su imagen. Lo que le hizo el octavo pecado capital ya fue suficiente.

—¿Sabes qué? Bueno, qué cojones, seguro que no tienes ni idea. —Sentía la presencia de los agentes especiales cerca—. Luna recibió la corrupción del octavo pecado capital, que es una amenaza mucho mayor que nosotros. Lo que ocurre es que os obsesiona tanto la venganza y las ansias de poder que no veis más allá.

Podría confesar lo que sabía de la muchacha y apelar a la empatía del público, pero antes monstruo que débil. No podía ser un monarca respetable si decía quién era en la profundidad de mi alma.

—Haremos un breve receso antes de proseguir con el testimonio. —Crester golpeó la mesa con el martillo.

Unos brazos me rodearon entre el eco de la cámara. Me dejé hacer. Quería que el mundo viera que era una persona capaz de conversar en paz. En cuanto me creyeran y tuviese al público de mi lado, les mostraría lo que era capaz de hacer un ángel caído.

Me alojaba en un hotel de lujo de Londres cuando decidí atender a la llamada que estaba recibiendo. Giré la cabeza para comprobar que Bela no se peleara con Thiago por ver quién se duchaba primero en la máquina que regulaba la temperatura según las preferencias de quien se metiera en ella. Suspiré.

—¿Aló, guapetón o guapetona de turno? Línea erótica ¿en qué le puedo servir? Dígame. —Me miré las uñas alargando la vocal. Me senté sobre el alfeizar de la ventana.

—Cass, soy Luci. Me han dejado hacer una llamada. Sigo en el juicio.

Me incorporé de un salto. La sangre se me heló cuando me coloqué al borde de la cama, seria.

—¿Cómo ha ido? —pregunté, tensa—. ¿Qué te han dicho?

—Me están acusando por el atraco, por la muerte de Johanna y por la movida de las Iralimpiadas —bufó con frialdad, como si no fuese con él—. No solo vienen a por mí. Creo que hay ángeles buscándoos. Yo de vosotros me ocultaría. Intentaré arreglarlo por mi parte, pero os vais a tener que apañar por vuestra cuenta hasta que podamos reencontrarnos.

—Estamos lejos de casa. No nos encontrarán. Íbamos a volver a Oxford para investigar más sobre los sellos de la profecía y cómo evitar que se rompan. —Miré a la puerta del aseo y vi a Bela salir por el empujón de mi hermano—. Es que no te he explicado nada porque no tuvimos tiempo. Pasó todo muy rápido en el barco. Joder, ni siquiera sé si fiarme de lo que hablamos cuando nos pilló la policía. Ya sabes... La propuesta esa...

Junto a la puerta cerrada, la cantante se cruzó de brazos, haciendo pucheros. Al verme hablar por teléfono, su radar de celos captó la señal y dio unas zancadas hasta mí. Se me sentó sobre las rodillas.

—Lo sé. Siento las prisas. No tengo mucho tiempo, así que vamos a dejar ese tema para la próxima vez que nos veamos. —Sus palabras me generaron un hormigueo en el vientre. Bela captó aquella ilusión y empezó a darme besos en el cuello. La humedad de su boca me hacía sonreír. Eran cosquillas cálidas y mordiscos cariñosos. La presioné contra mí con un brazo—. Te prometo que fui sincero cuando te dije que quería crear nuestro propio bando. Tú y yo contra el mundo.

—Entiende que siga desconfiando de ti. Te he cogido el teléfono porque me interesaba saber cómo te iba y porque hasta ahora no has hecho nada de lo que me dijiste en la mansión.

Recordaba la conversación con dolor. Si viese una pizca del ángel caído que quería hacer suyos todos los pecados, no dudaría en abandonarlo.

Bela me acariciaba la piel con un tacto suave. Se frotaba contra mí y soltaba tímidos gemidos como si tratara de transmitirlos al otro lado de la llamada. No me gustaba aprovecharme de ella, pero de ese modo comprobaría si Luci estaba dispuesto a quererme por cómo era.

—Sigo siendo el rey. Lo que pasó con Luna me abrió los ojos. Tengo un papel que ejercer en este mundo. Quiero crear uno mejor. —Su voz parecía más furiosa, como si le cabreara lo que escuchaba de fondo—. ¿Y qué es eso que escucho? ¿Otra vez dejando que gorilas penetren tus agujeros?

—Ah, no —reí con cierta diversión. Besé a Bela en los labios y ella se sonrojó disfrutando de la saliva—. Es Bela. Me la voy a follar en cuanto cuelgues.

Sabía que mis ojos brillaban por la excitación. Lo percibía cuando era muy visible. Me pasó con Lucifer en el hotel y me pasaba con la gula.

—Me alegra que esté contigo. Le pedí que cuidara de ti. —Aquello me despistó, pues noté por la expresión de la chica que lo había oído y no lo desmentía. No supe qué pensar—. No te imagines que estás conmigo mientras te la tiras ¿eh? Suerte con la investigación.

Colgó antes de que pudiera responderle. Le habría deseado ánimos para el juicio, pero si no los quería, él se los perdía. Notaba un conflicto interno. Sus actos demostraban esfuerzo por cambiar y ajustarse a mis condiciones, pero había un deje en sus ideas y objetivos que rechazaba.

Dejé el móvil sobre la mesita de noche y agarré a la coreana de los glúteos. Ella dio un brinco del susto.

—¿Puedo besarte? —pidió ella, abriendo la boca en anticipación. Las manos le temblaban por el éxtasis.

La agarré de las mejillas y la besé con pasión. Al fundir nuestros labios, percibí una sensación distinta. Olía a fresa y vainilla. Lo adoraba. Estaba tan acostumbrada a pensar en Lucifer que había descuidado la atención que solía darle a ella cuando lo odiaba, antes de la boda. La tumbé sobre la cama, agarrándola de las mejillas para darle un lametón.

—¿Era Lucifer, verdad? —añadió, jadeando por la emoción.

—Dejemos a Luci de lado un ratito ¿te parece? —Me quité el jersey y sacudí la melena hasta que los mechones salvajes cayeron sobre mis hombros. Me senté a horcajadas sobre ella—. Hoy eres tú la que está de suerte.

La puerta se abrió justo cuando iba a deshacerme del sujetador.

Celia apareció con una bolsa del supermercado en la que sonaban chasquidos metálicos. Su sigilo no pasó desapercibido, pero la posición incómoda en la que nos encontrábamos Bela y yo tampoco.

La miré y ella me devolvió la mirada. Nos quedamos paralizadas.

—Eh... ¿vuelvo luego? —La avara se tapó el rostro con un brazo. Lo hizo tan deprisa que se le cayó una caja llena de joyas al suelo.

—¿Has robado eso? —Señalé al suelo, y Bela se incorporó, divertida.

—Hola, zorra. —Levantó la mano, irritada por la interrupción—. Uh, cleptómana, me gusta.

—Estoy muy mal y necesitaba un respiro ¿vale? —La mujer se dio la vuelta para no mirarnos—. El profesor Levi se ha ido a investigar él solo. Y estoy agobiada. No paraba de toser.

Carraspeé, quitándome de encima de Bela para dirigirme a ella.

—Recuerda que nos mintió respecto a lo de tu padre. ¿Te fiarías de un hombre capaz de llegar a ese punto por interés personal? —Al alcanzarla, la agarré de los hombros para girarla. Acaricié sus curvas pronunciadas con delicadeza—. Yo cada vez desconfío de más personas.

—Perdona, pero no puedo hablar si estás... así. —Deslizó la mirada por mi ropa interior. Me relamí para provocarla.

—¿Te unes? —Le dediqué una sonrisa alegre.

—¡No! —gritó Bela desde la cama.

—¡No! —Se enrojeció Celia, entrando al baño para escapar de la vergüenza.

—¿No, qué? —protestó un Thiago desnudo, con quien chocó la avara al entrar—. ¿Quién ha llamado?

La mujer se asustó, cubriéndose el rostro ante el miembro descomunal de mi mellizo.

—¡Thiago! ¿Qué te he dicho de guardarte la pija cuando tenemos invitados? —Me llevé las manos a la cintura.

—Perdón. —Mi mellizo se envolvió la cintura con una toalla y ayudó a Celia a levantarse—. Es que no sabía que ibais a entrar.

—Ha llamado Luci, dice que está en el juicio todavía y los ángeles nos están buscando por el atraco y por otras cosas —confesé con voz monótona, regresando a la cama donde Bela se me lanzó como una leona al cuello—. ¿Amanda está ya en la universidad?

—Le envío un mensaje enseguida —contestó mi hermano en su camino hasta un cuarto anexo donde había dos camas más—. Celia, yo de ti vendría conmigo. No quieras ver lo que va a pasar con estas dos.

La mujer lo siguió sin titubear. Me preguntaba qué había sido de Hugo en aquellos días. No había respondido a los mensajes que le envié, ni a los memes de gatos que tanto le encantaban. Era grave y me preocupaba.

—Tranquilos. —Agarré a Bela de los muslos y la alcé, dirigiéndome al enorme cuarto de aseo del hotel—. Nosotras vamos a probar esa maravillosa ducha y así me cuenta lo que pasó en el concierto ¿a qué sí, querida?

—¡Por fin! —Ella levantó las manos entre risas eufóricas. Apenas notaba su peso entre mis brazos y entre la desintoxicación y la abstinencia no había engordado nada. Estaba escuálida—. Y luego vamos a algún restaurante. ¡Tengo hambre!

—Eso díselo a Mario, que es el que se los conoce. —Cerré de portazo y la solté—. Me gusta para ti. Es un chico agradable y mira que solo hemos hablado de tipos de hamburguesas en los dos días que llevo conociéndolo.

En cuanto estuvimos solas, me abrazó. Abrí los ojos con sorpresa, envolviéndola con miedo de que aquellos gemidos silenciosos fuesen sollozos. Al notar que se relajaba, la aparté para comprobar que, en efecto, lloraba.

—¿Qué pasa, cielo? —La acaricié para secarle las lágrimas con los pulgares—. ¿Y este cambio de humor?

—Tengo miedo —admitió, dejándome impactada—. Me dan miedo muchas cosas, pero sobre todo que solo ames a Lucifer. Sé lo que significa para ti, pero me duele en el alma cada vez que te veo hablar con él. Es como si a cada conversación que tenéis estuviese más cerca de perderte. —La veía suplicar con las cejas arqueadas—. Y ahora que voy mejor con mis problemas y que tengo amigos que me cuidan... Y he recuperado la fama por el concierto...

—No quieres recaer —terminé por ella con una sonrisa triste. Volví a abrazarla con cariño, acariciando su pelo—. Lo entiendo, pero te lo digo siempre, yo no te voy a abandonar.

—¿Y sí...?

—Escucha. —Sellé sus labios con un dedo—. Sé cuánto te ha costado mejorar y ya acordamos que me acompañarías en esta investigación. Ya no hay razones para estar separadas. Te cuidaré.

—El octavo pecado capital quiere corromperme y hacerse con mi cuerpo. Me dejó una marca en el brazo. —Me la enseñó, preocupada—. No quiero que me posea por ser vulnerable.

Me costó deshacerme de la imagen de Lucifer. Sacudí la cabeza, mirándola con seriedad a los ojos.

—Lo impediremos ¿vale? Nadie va a poseerte si tú no quieres.


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