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Su poder no es absoluto, hay quienes nunca han sufrido su control. Aquellos que se han ganado un odio injustificado, quienes sienten un repudio sin explicaciones al acercarse a su influencia. Los necesitamos.

De las notas de Zelif.


Azel consideraba que la idea de infiltrarse en el castillo de Nehit en plena oscuridad era pésima.

—¿De verdad quieres hacer esta locura? —gruñó Azel, su voz era ronca.

Xeli asintió con firmeza.

—Pues no te separes de mí ni un pelo y sigue mis instrucciones —ordenó Azel con severidad—. Conozco los movimientos de los soldados y sus rondas, debemos ser rápidos y listos. Nada de irse por las ramas. Y lo más importante, prohíbo que uses la Evaporación.

Xeli entornó los ojos y cruzó los brazos con desafío.

—¿Por qué? Ya me salvó una vez.

—Tuvo que ser un milagro. Aquí te vas a topar con soldados curtidos que te van a dar pal pelo en cuanto vean que no sabes defenderte. Además, no podemos permitirnos dejar rastro de sangre por ahí.

—¿No llevarás la espada? —preguntó Xeli, señalando el arma que reposaba al otro extremo de la habitación—. No tenemos otras.

Azel negó con la cabeza, evitaba mirar la hoja de la espada. Los gritos del sacerdote aún resonaban en su mente. «¿Qué has hecho? Él debía salvarnos... ¡Lo mataste!» Las voces lo atormentarían siempre, no importaba lo que hiciera ni el tiempo que pasara.

—¿Y si nos encontramos con lady Cather? —insistió Xeli—. ¿Cuál será nuestro plan?

—Huir —respondió Azel de inmediato.

Xeli bufó, se acercó a la espada de sangre y la empuñó con destreza. Luego miró a Azel desafiantemente mientras ceñía la espada a su cinto.

El asesino alzó una ceja con escepticismo.

—¿Sabes algo sobre esto? —preguntó, señalando la espada.

La joven soltó una carcajada.

—Ojalá —respondió irónicamente—. No, Ril solo me enseñó a sostenerla después de sorprenderme practicando sola. Casi me parte en dos, pero aprendí a portarla.

Xeli blandió la espada, apuntándola hacia Azel con una postura sencilla, incluso más básica que la enseñada por el asesino a Gezir y los otros en la bodega.

—No la saques. Quizás crean que eres una matona y lo piensen dos veces. Si piensan que mataste a dos sacerdotes, te respetarán y andarán con ojos. Pero al ver que eres novata, no te darán tregua. Te enseñaré a usarla cuando regresemos. Así que, por el momento, no la uses a menos que vayas a palmar.

La joven guardó la espada, asintiendo.

—¿Nos vamos ya? —preguntó Azel.



La noche susurraba a los Hacedores de Sangre. Sus poderes vibraban en sintonía con la Devastación, aumentando como una llama que ardía con más fuerza de repente. Para Azel, sin embargo, los verdaderos señores de la noche eran los Espectros, los Evaporadores.

El asesino utilizó las disciplinas de la División y la Expulsión, su cuerpo se tornó etéreo y se deslizó sigilosamente por las calles. Sonaron pasos cercanos y Azel, con la elegancia de una sombra bailarina, se escondió en la penumbra. Un grupo de soldados pasó sin decir palabra, solo escudriñando la noche. El asesino percibió algo extraño en ellos, aunque no logró identificar qué.

Continuó hacia el castillo de los Stawer, recordando las palabras de Xeli sobre un jardín secreto. La seguridad había aumentado y no podía arriesgar a Xeli en esta incursión. Si la descubrían, sin la Evaporación, solo podría huir o enfrentarse a los guardias, quedando sin opciones para un segundo intento.

Decidió ir solo y dejó a Xeli escondida en un callejón cerca del castillo.

De repente, un ruido lo detuvo. Se ocultó confiando en las sombras y en la Evaporación. Los soldados se acercaron y sus lanzas brillaron bajo la luna. Azel observó sus rostros, tenían miradas apagadas, vacías.

Rodeado de una bruma de sangre vaporizada, Azel era irreconocible en la oscuridad. Sin embargo, por un momento, pensó que, con o sin Evaporación, estos hombres no lo verían de igual modo, como una extraña inseguridad que lo recorría.

Aun así, los soldados parecían...

«¿Muertos?», murmuró Daxshi.

—La noche... —susurró Azel, luego sacudió la cabeza—. La noche no es para todos.

El asesino respiró hondo y corrió cubierto por un manto de sangre vaporizada. La sensación de libertad era siempre inusual.

Avanzó sin sentir la presión de matar, sin las voces de dolor y culpa. Se movía en la oscuridad como una extensión de ella. Al llegar a los jardines de los Stawer, se agazapó al escuchar a varios hombres. Los guardias tenían la misma mirada ausente. Era extraño, pero no quería investigar y arriesgarse a ser descubierto.

Azel avanzó con precaución por los jardines. Si quería encontrar una manera de ingresar al castillo, primero debía encontrar una forma de escapar. Esperaba que, si todo salía bien, lord Rilox los ayudaría con este último paso. Sin embargo, antes debían eludir a los guardias.

Los jardines, llenos de arbustos y vegetación, serían un buen escondite para Xeli. Los guardias se dividían entre los que custodiaban las entradas y los que rondaban. Azel trazó mentalmente una ruta hacia una torre del castillo, notando que solo tres grupos de guardias patrullaban esa zona. Halló momentos oportunos para reunirse con Xeli y se retiró rápidamente hacia la salida de los jardines. Avanzó con cautela por las calles, desactivó la Evaporación y se detuvo donde había dejado a la joven.

Pero Xeli no estaba.

Un latido agitado invadió su pecho. Oyó pasos, un grupo de al menos cinco soldados se acercaba. ¿Habrían atrapado a Xeli? Masculló una maldición y se ocultó en un callejón. Los hombres avanzaron arrastrando sus lanzas. Entonces, alguien tocó su hombro.

Azel se desvaneció en la Evaporación, se deslizó para quedar detrás del atacante. Xeli cayó al suelo, ahogando un grito.

—¿Estás loco? —susurró ella con mal humor.

Azel desactivó la Evaporación y ayudó a Xeli a levantarse. Ella se frotaba la cabeza, entrecerrando los ojos.

—¿Qué coño hacías? —preguntó Azel.

—¿Dónde más podría ocultarme? —respondió Xeli—. Poco después de que te fueras, regresaron las rondas de soldados. Tuve que alejarme por si me veían. Recuerda que todavía no puedo usar la Evaporación.

Azel bufó.

—Vamos, encontré un camino.

Xeli salió precipitadamente del callejón, avanzando hacia el castillo. La joven se movía con destreza en la noche, como alguien experimentado. Solo al verla, Azel comprendió que los rumores eran ciertos: a lady Xeli le gustaba vagar por las calles oscuras de la misma manera que los aristócratas paseaban por las galerías.

Pero había algo más en los movimientos de Xeli. La chica se esforzaba por no hacer ruido al caminar, manteniendo pasos firmes y precisos en todo momento, gráciles como los de un bailarín que conoce a la perfección su escenario. Azel apretó el paso, se dio la vuelta y notó que ella hacía lo mismo. Xeli avanzaba rápido, más rápido de lo que una persona normal podría sin agitarse.

«El Hervor», comprendió Azel.

Daxshi, posado en su hombro, mostraba una sonrisa. El ser se revelaba en su elemento, entre la noche y la oscuridad, como si hubiera ansiado este momento durante mucho tiempo. El nevrastar incluso desplegaba sus alas ocasionalmente, dando la impresión de estar a punto de emprender el vuelo en cualquier instante. Azel se preguntaba si era posible que pudiera volar. No estaba seguro, pero sabía que con una criatura así no podía dar nada por sentado.

—¿Qué te parece ella? —preguntó Azel en un murmullo.

«Buena persona—susurró la criatura, quizás para que Xeli no lo oyera. No estaba seguro de cómo funcionaba eso—. Buena como Azel.»

El asesino no respondió.



Azel se asombró al descubrir que, durante su travesía por los jardines, poco tuvo que guiar a la joven señora para que se ocultara. Xeli se desplazaba con cautela y se escondía en los matorrales cada vez que el asesino le advertía de la cercanía de los soldados. El proceso, sorprendente, resultó mucho más sencillo de lo esperado. Sin duda alguna, la joven Xeli poseía experiencia en escapar por los jardines de los Stawer. Quizá por eso lo había sugerido. ¿Cuántas veces lo habría hecho ya sin que nadie lo notara?

—¿Y ahora qué hacemos? —murmuró el asesino, mirando el torreón con recelo—. Ya llegamos al maldito lugar que dijiste. ¿Cómo entramos? He visto las puertas, todas custodiadas por dos guardias. Seguro que alguno trabaja para lord Hacedor de Sangre.

—Sígueme.

Azel frunció el ceño, escéptico, pero obedeció.

Siguió a la joven señora mientras ella bordeaba sigilosamente el torreón y palpaba minuciosamente cada ladrillo de piedra, buscando algo. El asesino se impacientaba, consciente de la despreocupación de la chica y los pasos constantes de los guardias alrededor. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que uno de ellos cambiara su patrón y recorriera esta zona? Azel no quería descubrirlo.

Entonces, un chasquido resonó.

Una de las piedras se deslizó hacia el interior del torreón y, en un parpadeo, un túnel se reveló ante los ojos de Azel. No era demasiado amplio, pero suficiente para que ambos entraran uno detrás del otro.

—¿Ves? Tenía un plan —dijo Xeli.

Azel gruñó, pero se dejó guiar hacia el interior por la joven señora. La entrada se cerró poco después, sumiéndolos en oscuridad perpetua. Xeli palpó uno de los muros y extrajo una pequeña lámpara de petralux. Pronto, la luz inundó el lugar.

—Debí imaginarlo... —dijo Azel.

—Son los túneles de los Stawer —dijo Xeli, orgullosa—. Los pasillos secretos del castillo para emergencias.

—¿Cuántos de estos hay? —preguntó mientras avanzaban.

—Demasiados. Además de esta entrada en el torreón, hay más en otras secciones del castillo. Algunos solo los conoce mi padre.

—¿Pueden llevarnos a cualquier parte? —preguntó Azel.

—A cualquier parte del castillo —respondió Xeli—. Y tal vez incluso fuera de la ciudad, pero nunca he explorado todos los pasajes. Es fácil perderse aquí. Este es uno de los pocos caminos que conozco.

Efectivamente, perderse en esos pasadizos intrincados era fácil. Los túneles no seguían una arquitectura simple ni coherente en muchas ocasiones. Los caminos presentaban docenas de encrucijadas y diversas rutas que llevaban a destinos desconocidos. Algunas subían con peldaños de piedra, mientras que otras descendían por escaleras. ¿Qué distinguía unas de otras?

Curiosamente, algunas descendían en un pozo profundo de oscuridad, y aún ahí, surgían más rutas. Azel comprendió por qué Xeli le mostraba este lugar con tanta facilidad. No era solo por confianza, sino también porque sabía que, sin un mapa, Azel no podría usar estos túneles en su beneficio. Algunos caminos no llevaban a ningún lugar, y otros simplemente devolvían al punto de partida.

—¿Sabes lo que son estos pasillos? —preguntó Xeli con emoción, alzando la lámpara. Su rostro se iluminó con el reflejo del petralux y sus ojos brillaron—. Son más antiguos que el Héroe. Los Stawer los construyeron durante la Cantata del Fuego, cuando los demonios arrasaron Sprigont. Fue el único refugio para los habitantes de la ciudad. ¡Pertenece a una era anterior, así como Nehit!

» ¡Ya casi llegamos! Es por aquí, mira. ¡Vamos, vamos, asesino!

Azel gruñó, pero obedeció sin discusión. Ascendieron por una escalera de piedra pulida. Xeli extendió la lámpara hacia un muro, y se encendieron más luces, una tras otra. Una serie de piedrecillas junto a la joven señora se iluminaron, creando un camino de luz. Azel se sorprendió al notar que el muro que debería estar a la izquierda había desaparecido, y en su lugar, solo había un abismo letal para cualquiera que se resbalara.

Azel siguió cerca de Xeli.

La joven se detuvo al llegar a un muro sin salida. Azel bufó; Xeli parecía haberse equivocado de camino. Pero entonces, la chica comenzó a examinar la pared, palpando los ladrillos con cuidado. Tras un chasquido, se abrió una entrada ante ellos.

«Ah, por supuesto», pensó.

Entraron y se encontraron en la parte trasera de una chimenea. Xeli la rodeó y Azel la siguió. Al asesino le costó adaptarse a la luz tenue de las lámparas tras la oscuridad de los túneles. Pronto comprendió que estaban en los aposentos del heredero.

En el escritorio, el hermano de Xeli se frotaba los ojos mientras sostenía una pluma. El joven tenía varios documentos frente a él y parecía insatisfecho con todos.

—Ril —dijo Xeli, casi en un susurro.

El heredero se incorporó, sorprendido, y miró en todas direcciones, entrecerrando los ojos.

—¡Xeli! —exclamó con alegría, levantándose de inmediato. Pero su sonrisa se desvaneció al ver al asesino junto a ella—. Tú...

El heredero, Rilox, permaneció inmóvil, observando al Hacedor de Sangre con recelo, como si esperara su próximo movimiento. Azel, curtido en su oficio de asesino, percibió la amenaza que representaba para el joven.

Entonces, Xeli corrió a abrazar a su hermano.



Era Ril.

Xeli sintió cómo su corazón latía con fuerza en el pecho. Había pasado mucho tiempo desde que vio por última vez a su hermano, y muchas noches soñando con este momento. Por fin, él estaba frente a ella, vivo y sano. Ella lo había extrañado tanto que se olvidó de todo lo demás: la guerra, el poder de la sangre, el asesino. Corrió hacia sus brazos con un grito ahogado.

Ril se quedó atónito al ver a Xeli abalanzarse sobre él, con los ojos llorosos y una sonrisa radiante. A pesar del desconcierto, él también la estrechó contra su pecho.

—Nos has tenido en vilo, hermana —comentó Ril, intentando recomponerse—. Jamás pensé que nuestros padres reaccionarían así.

Xeli se apartó un poco de su hermano, frunciendo el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Poca información se tiene de ellos desde que la Caballera Dragón te acusó de la muerte de los sacerdotes y cómplice en la muerte de Zelif —explicó Ril, mirando con recelo al asesino, acomodado en un sillón—. Nuestro padre se ahoga en vino y cerveza, balbuceando que no eres culpable, que eres su niña. Y nuestra madre... se ha aislado del mundo, encerrada en su despacho entre pinturas, apenas come y rechaza salir. Cuando alguien intenta hablar con ella, les grita que se marchen.

Xeli retrocedió hasta el escritorio de su hermano, buscando un apoyo. Su pecho dolía, no por una herida física, sino por algo más profundo, un abismo que la arrastraba hacia la oscuridad, una asfixia. La culpa la consumía. Miró a su hermano con ojos vacíos. Ril no mentía; su mirada estaba más agotada de lo que ella recordaba.

—¿De verdad? —preguntó, incrédula.

—Nadie esperaba esa noticia —respondió Ril con una sonrisa triste—. Ni siquiera las chicas. Vexil está furiosa con todos, te aborrece, pero odia más que te culpen por el asesinato. Y Kisol no entiende por qué ahora no puede ver a sus padres ni a su hermana. Está confundida.

—Yo lo lamento —dijo Xeli.

—Pero dime, ¿estás bien? Creía que ibas a morir. Los soldados no dejan de buscarte.

—Ella no hizo nada —intervino Azel desde la penumbra de la estancia, donde solo se distinguía su imponente silueta—. Soy el culpable.

—¿Por qué estás con mi hermana? —rugió Ril con aspereza—. ¿Eres consciente de lo que has hecho?

Azel asintió y, por un breve instante, pareció encogerse, viéndose más pequeño y menos aterrador.

—Ya, ya lo sé —soltó el asesino, con la voz ronca y agotada—. Por mi culpa, la ciudad está hecha una mierda. No quería cargarme a Zelif, ni que se cepillaran a... Malex. Lo siento, lord Stawer.

Ril observó a Azel desconcertado, evidenciando que no esperaba esa reacción de un asesino. Xeli tampoco lo había previsto.

—Él me salvó, Ril —explicó Xeli—. Cather iba a matarme. Estaba atrapada, pero él me salvó. ¡Es un Hacedor de Sangre! Un héroe.

Azel levantó la vista al escuchar esto, frunciendo el ceño y bufando. Pero sus manos comenzaron a temblar.

«Héroe», resonó Daxshi en la mente de Xeli.

Xeli sintió un escalofrío. La presencia de esa criatura siempre la inquietaba. Se calmó al recordar que eso la hacía escuchar al Nevrastar. La fuerza la abandonó, sintiéndose más débil. No vio nada en el hombro de Azel, pero sí lo vio susurrar, quizás hablando con el nevrastar.

Qué extraño resultaba todo.

—Eres una Hacedora de Sangre, ¿y ya tienes una espada? Parece que ayer no sabías manejarla —bromeó Rilox con una sonrisa irónica.

Xeli bufó.

—No es mía, es suya —aclaró, señalando al asesino—. ¿Desde cuándo lo soy? Hace unas semanas.

—Es imposible... Un Hacedor de Sangre solo puede nacer a los ocho años. ¿Cómo es posible?

—No lo sé, y Azel tampoco —respondió, señalando de nuevo al asesino—. Pero él me salvó la vida. El proceso para convertirse en Hacedor es peligroso. Sin él, yo hubiera muerto.

Rilox asintió.

—Enhorabuena, hermanita —dijo con una sonrisa sincera—. Por fin eres una Hacedora de Sangre.

Xeli sonrió tímidamente.

—No esperaba que sucediera en estas circunstancias —comentó—. ¿Cómo van las cosas en la ciudad?

—Son peligrosas —respondió Ril—. No sé cuánto resistirá esta falsa paz. Quizás no mucho. Estoy intentando evitar el conflicto, pero las cosas no van bien. Cada vez más gente enfadada demanda audiencias y el dianismo no contribuye a calmar la situación.

—¡Debes seguir intentándolo! —suplicó Xeli—. Solo necesitamos tiempo. No importa si debemos asumir más culpa, Ril... no importa. Debemos salvar la ciudad.

—Hago lo que puedo, pero no estoy seguro de cuánto tiempo más podré seguir así —dijo, mirando al asesino con recelo—. Nombrarán a Ziloh Hierático de Diane pronto, quizás en unos días. No estoy seguro. Tengo miedo, Xeli. No es lo correcto. La ciudad caerá en el caos en ese momento.

—No... —susurró Xeli, llevándose una mano a la cabeza—. ¿Tan pronto?

—¿Pronto? —replicó Rilox—. La iglesia ha estado sin Hierático al menos dos meses, Xeli. No es pronto.

—Ziloh no debería ser un Hierático —dijo Xeli con voz débil—. Manipulará a los fieles aún más de lo que lo hace ahora. Como manipuló a Azel para matar a Zelif...

—Y como manipuló a Cather —añadió el asesino.

—Ril, necesitamos a la Caballera Dragón —afirmó Xeli.

Rilox guardó silencio.

—La necesitamos. Es nuestra única oportunidad para salvar la ciudad. Si logramos hablar con ella, tal vez podamos conseguir algo. ¿No lo crees?

—Me reuní con ella esta mañana —reveló Rilox, mostrando comprensión—. Se ve distinta. Tiene miedo. Parece querer cambiar las cosas, pero no sabe cómo. Incluso sospecho que es consciente de algo malo sucediendo con los dianistas, con Ziloh.

—¿Podrías volver a contactar con ella?

—No sé cómo Cather reaccionaría ante ustedes —dijo Ril—. Está confundida y eso la vuelve impredecible. Podría matarlos a ambos. No puedo arriesgarme a que te mate, Xeli. No me lo perdonaría.

Xeli bajó la mirada.

—Pero conozco a alguien que puede ayudarte —dijo Rilox, devolviendo el ánimo a Xeli. Incluso el asesino prestó atención—. ¿Recuerdas que quería presentarte a unos amigos? La mayoría son sacerdotes de Diane que buscan la paz, no el conflicto. He estado dialogando con ellos durante un tiempo. ¿Por qué crees que Ziloh aún no es Hierático de Diane? Hemos estado retrasando su nombramiento mientras buscábamos una solución.

» Pero aún no encontramos ninguna. Ziloh ha impedido que otros opten al cargo. Es la única cara visible de la iglesia.

Azel observó a Rilox con curiosidad.

—¡¿Por qué no me dijiste esto antes?! —exclamó Xeli—. Podríamos haber buscado una solución, incluso reunirnos con Loxus. Malex y Felix me hablaron de eso, pero tras su muerte no supe más. Tampoco quería acercarme a la catedral. ¿Por qué mencionas esto ahora?

—¿Y cuándo más podía decírtelo? —contestó Ril, con los brazos en jarras—. Lo intenté una vez, y desde entonces han ocurrido mil cosas. No he tenido un momento para hablar contigo. Pero hemos contactado con un miembro del heroísmo, uno de los más influyentes. Él ha hablado con el hierático Loxus para trazar un nuevo tratado de paz y asegurarse de su permanencia. Yo mismo lo ratificaré si es necesario.

» Ahora es el momento de que hables con él. No creo que sea prudente hablar directamente con Cather, pero él puede ayudarnos. Confía en mí.

—¿Quién es? —preguntó Xeli.

—Lo sabrás a su tiempo.

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