Capítulo 13: Danza de persecuciones/ Fin 2° parte

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    El grupo de Regan estaba dispuesto a todo para salir de esto.

    —Hasan, tú conoces el contra hechizo, ¿no? —susurró Regan, escondido cerca de los árboles que cercaban la cancha alfombrada de césped en la zona de entrenamiento.

    —Claro que sí, lo aprendí a escondidas en la casa imperial —respondió con el pecho en orgullo.

    —¡Bien!

   Toda la clase B2 empezó a desprenderse de su maná, mientras Kiran continuaba charlando con Shinryu, buscando motivarlo. Kiran, al conocer muy bien a sus alumnos, sabía que Hasan no era realmente diestro en el manejo de la espada; solo buscaba llamar la atención y ganar popularidad entre las chicas, así que estaba convencido de que Shinryu podía ganarle. Sin embargo, este se veía más pasmado que dispuesto. Decidió entonces acercarse con mayor confianza, hasta que Shinryu le preguntó repentinamente si todo lo que habían dicho los profesores respecto a su salud era cierto.

    El profesor, extrañado en un principio, le confesó que solo una parte de los rumores lo era. Sí, una barrera invisible bloqueaba la metabolización del etherio en las células de Shinryu sin ninguna explicación. Pero Alaia y Gadiel jamás dijeron que Trinity no podía ayudarlo; por el contrario, era un caso perfecto para ella, ya que Trinity logró lo que casi nadie en el mundo había conseguido: obtener un zein dracónico que le prestaba tres magias idóneas para la curación: agua, planta y luz; akio, fioria e iyan. Normalmente, los zeins solo otorgaban una o dos magias, por lo que el caso de Trinity era icónico a nivel mundial.

    Shinryu volvió a revivir una furia similar como cuando vio a Regan rompiendo sus peluches. Una vez más, Regan y los demás habían jugado con su mente. ¡¿Cómo había podido creerles de lleno?! ¡¿Y por qué estaban tan obsesionados con hacerle daño?! Se estaba dando cuenta de demasiadas cosas. Suponía al fin que también le habían mentido sobre la influencia de la asociación de padres sobre Argus y quizás con cuántas cosas más. 

    Kiran, perplejo ante la rabia desatada, decidió aprovecharla como una fuente de motivación. Además, le preguntó si tenía a alguien por quien luchar.

    Esa pregunta fue la real clave.

    El chico abrió los ojos, con sus pupilas que se estremecieron en un sismo de recuerdos. Creyó, incluso, que Kiran había expuesto esa pregunta gracias a un susurro divino, para refrescar su mayor fuente de inspiración. ¿Tenía a alguien por quien luchar? Por supuesto que sí. 

    ¡Mamá!

    Sin embargo, allí estaba ese susurro diciéndole que el sufrimiento era...

    ¡Basta!, se dijo a sí mismo, y se recordó cuánta determinación había forjado en su vida, y los propósitos de ella. ¡Estaba en esta escuela para crecer, no para retroceder más! ¡Estaba aquí para conseguir fuerza, obtener un zein y rescatar a su madre! 

    Después de una batalla titánica donde logró doblega sus miedos y entender que esto era necesario, y a costa de la incredulidad de todos, se encaminó hacia su duelo con una espada real en alto, aunque su pecho temblaba con cada suspiro. Le resultó desconcertante notar una leve vacilación en el rostro de Hasan. ¿A qué se debía? ¡Aunque daba igual! ¡Lo único que realmente importaba era que debía dar todo para demostrar, ya sin palabras, cuánto valía y que merecía respeto! Se miraron durante unos segundos, hubo un mutuo incline de cabezas, y comenzaron.

    En principio, la batalla fue de lo más rara e incómoda, incluso patética, porque Shinryu actuaba muy esquivo cuando no era necesario y Hasan ejercía extraños esfuerzos para contener su fuerza, cual robot: un movimiento, pensaba, siguiente movimiento y volvía a contenerse. Varios compañeros rieron, preguntándose qué sucedía.

    Pero poco a poco los duelistas consiguieron ritmo, incluso feroz. Shinryu recordaba todo el sufrimiento que había soportado con las burlas de Hasan y los demás. ¿Y por qué? Sus ojos ardieron, reflejando la rabia y el dolor. Además, nunca los perdonaría por haberle robado sus peluches.

    Tacleó con velocidad hasta remeter un corte oblicuo, logrando dañar la superficie del vientre de su contrincante. Hasan retrocedió sin poder creerlo.

    Determinación, era algo que aún vivía en Shinryu. ¿Acaso iba a permitir que unos estudiantes le impidieran salvar a mamá? «¡No!», se gritó a sí mismo. «¡No!» «¡He sido un tonto y ya no más!»

    «Por mamá...»

    «¡Por ti, mamá!»

    Se lanzó contra Hasan, comprobando que sus fuerzas eran iguales mientras ninguno tuviera maná. 

    No.

    La de Shinryu era superior. 

    Su entrenamiento con Kiran y cada minuto de ejercicio extra físico rendían ahora sus frutos. Mientras Hasan había preferido divertirse después de cada clase, Shinryu se esforzó como ninguno.

    El choque de las espadas era certero y las respiraciones cada vez más agitadas. Hasan evadió dos ataques que casi lo tumbaron. Ya no podía resistir el bochorno que quemaba de su rostro. Shinryu lo azotó dos veces más y con mayor fuerza de sentencia. Entonces, con la mirada desorbitada y viendo que estaba a punto de perder el equilibrio y ser derrotado, se defendió con un golpe de codo que colisionó directamente contra la boca de Shinryu. De forma instantánea, le arrancó dos dientes: uno frontal y un colmillo derecho que salpicaron al suelo junto a un charco extraviado de sangre y saliva. Shinryu cayó inconsciente durante unos segundos ante de comenzar a revolverse en la tierra, deshaciéndose en dolor y alaridos lacerantes que lastimaron su propia garganta.

    Pero había algo que le dolía aún más: haber fallado.Su vida en Argus, posiblemente, continuaría igual.

     —¡No, no, no, no! —Kiran corrió a socorrerlo enseguida.

    Se desató una acalorada discusión contra Hasan, quien se defendía con decisión, pues sucedía que, en parte, su golpe sí había sido un reflejo. Lo que no sabía Kiran era que Hasan y el resto del grupo se habían guardado una pequeña cantidad de maná en el cuerpo que era tan útil como si tuvieran todo, sumergiéndolo dentro de las venas y músculos. Los chicos habían usado un contra hechizo muy complejo que solo se les enseñaba a los mayores.

    Hasan había usado fuerza extra, pero tampoco lo consideraba tan así; simplemente había triunfado el más capacitado, ¿cierto? Él y sus amigos lucían tan aliviados que no paraban de exhalar y de sonreír como si hubiesen recobrado el rumbo de sus vidas.

    Hasan se alegró al ver a Shinryu revolcándose en el suelo, aunque en esta ocasión, sintiendo una pizca de consciencia. «¡Bah, te lo mereces, maldito nugot!», se obligó a pensar.

    —¡Váyanse a los camerinos ahora! —ordenó Kiran mientras levantaba a Shinryu para llevárselo a la enfermería.

    Regan comenzó a retirarse junto a su grupo de amigos, a excepción de Hasan que tardó un tiempo en acercárseles, pues se preocupó por las consecuencias, ya que había hecho sangrar a Shinryu. Sin embargo, al alcanzar a Regan este le aseguró que Kiran no tenía ni la más mínima forma de comprobar algo porque en poco tiempo todos volverían a regenerar maná y ninguna evidencia quedaría. Además, el maná de Kiran era muy poderoso, pero no perceptivo. Había muy pocas personas con la habilidad de percibir el maná oculto de otros, era una habilidad casi exclusiva de magos elementales.

    Le dio una palmada a Hasan en la espalda y le prometió con una gran sonrisa que todo había estado perfectamente planeado, y había sido demasiado fácil. ¡Los chicos eran maestros! Emocionados, comenzaron a pensar en construir un grupo de cacería de zeins, ¡porque no podían desperdiciar tantísimo talento!

    Sin embargo, su alegría se vio interrumpida en seco cuando Kyogan, como un fantasma que había estado husmeando por los alrededores, se hizo notar a sus espaldas. En un mero instante, jaló a Regan desde la camisa y lo volteó para lanzarle un puñetazo en el rostro, causando que cayera aturdido a un metro de distancia.

    —Ay, Regan, pero qué macabro eres. —Ladeó una sonrisa juguetona mientras hacía tronar los dedos, disfrutando terriblemente del golpe dado—. Con mi puñete debí haberte sacado un par de dientes, pero oye, ni siquiera estás sangrando. Me pregunto: ¿cómo es eso posible?

    »Ahh... —Suspiró, fingiendo aburrida resignación—. Ni modo, no me queda de otra que creer en lo que acabo de escuchar: todos ustedes se guardaron maná y juran que nadie se dio cuenta.

    Los tres amigos de Regan se habían alejado con sobresaltos. Al verlos así, Kyogan soltó una carcajada que mezcló con un gemido de perversa excitación.

    —Quizás Kiran no perciba, pero ¿acaso olvidaron que yo soy rakysara y sé apagar mi presencia?, por lo tanto, puedo escuchar cosas tan interesantes, sin que nadie se dé cuenta. ¡Ay! —Gimió alegre, abriendo los brazos como un artista preparándose para dar un espectáculo ante una enorme audiencia—. ¡Ajá... ajá! ¡Por los tres dioses divinos, qué excusa me han dado estos tipos! ¡Porque al fin..., al fin puedo explotar!

    Se lamió los labios de un lado a otro, saboreando el momento, mientras sus ojos tomaban una forma más terrorífica, despojándose de la poca humanidad que albergaban, para dejar emerger la psicopatía guardada, como dos abismos insaciables que devoraban la esperanza de quienes anhelaban vivir sin consecuencias.

    Los chicos seguían cobrando distancia, observando patidifusos, como si no hubieran entendido una sola palabra. Dan miraba atónito y sin sangre en el rostro. ¿En serio Kyogan había alcanzado a escucharlos?

    ¡¿En serio?!

    Kyogan soltó una segunda carcajada, ahora repleta de deleite ante el dolor ajeno. Acarició su mandíbula con una perturbadora delicadeza, disfrutando cada instante. Todo era tan cautivador, tan... tan emocionante para él. Luego, su sonrisa se amplió de forma grotesca, enviando una onda de escalofríos por las espinas dorsales de quienes lo rodeaban. Se aproximó a Regan, quien aún no había logrado recuperarse por completo, y lo inmovilizó en el suelo con un pie cerca de su cuello.

    —¿Kyogan, qué te pasa, tú de qué estás hablando? —preguntó Regan, fingiendo sonar indefenso y educado—. Kyogan, escuchaste mal, muy mal. Sé que puedes esconder tu presencia, ¡no lo niego!, pero te juro que... entendiste algo distinto.

    —¿Conoces la regla del diente por diente, Regan? —Ampliaba más la sonrisa, mostraba más las encías—. Si le quitas un diente a alguien, ese también debería quitarte uno a ti. Digo, es lo justo, ¿no es así? ¡Y yo sé que tú apoyas muchísimo la igualdad de tratos!

    La sangre de Regan se heló de súbito.

    —¿Dos dientes te parecen bien? Y como todos ustedes participaron en lo mismo, habría que quitarles a todos, ¿no? ¿Pues no es hermosa la igualdad? ¡¿Pues no es hermoso el mutuo dolor?! —gritó con un gemido que resonó por la cancha.

    —¡Kyogan, ya deja, ¿sí?! —insistió, con el rostro aperlado por el exceso de sudor—. No, no la hagas. Lleguemos a un acuerdo, ¿vale, sí, te parece? ¿Qué quieres? ¡Lo que sea, solo dime!

    —¡Quiero dientes, he dicho! —dictaminó con potencia—. Y te conviene dármelos de buena manera, porque si no, puede que te arranque más de dos, digo, es que a veces me cuesta controlar tanta fuerza que tengo. ¿Te parece un trato justo?

    —¡Pero Kyogan, por favor, ¿cómo puedes decir eso?! ¡No seas así, por favor!

    —¡A las malas, entonces! —concluyó emocionado.

    —¡Espe...!

    Interrumpió las palabras de Regan con una patada en la boca, después lanzó otra, otra y otra más. El maná amarillento de Regan se manifestó para protegerlo con una capa alrededor de la piel, pero la defensa era casi obsoleta ante la monstruosa fuerza del chico élite.

    —¿Te quejas? ¡Pero si estamos recién empezando! —anunció, mientras Regan se ahogaba en las primeras lágrimas y expulsaba sangre y saliva.

   Kyogan se detuvo de golpe cuando un alumno en el camerino le gritó a Kiran para avisarle lo que sucedía.

    —¿Qué pasó con el código de no acusarse, escorias babosas? —cuestionó sorprendido, mirando a Regan—. Todos y cada uno de ustedes me las va a pagar, tú y todos tus aliados —determinó Kyogan, enseriándose a través de la oscura fuerza del rencor—. Los haré rogar para que pare, pero no pararé.

    »¡¿No era yo su monstruo favorito?! ¿No era yo del que más preferían hablar? Déjame demostrarte... cuánta monstruosidad he acumulado en estos meses, Regan.

    Kiran dejó a Shinryu en una banca para correr hacia Kyogan y detenerlo. Al verlo acercarse, Kyogan susurró un poderoso hechizo con una chispa de maná verde que fluyó de sus dedos, provocando que cientos de gigantes y torcidas plantas empezaran a brotar en un baile escandaloso para detener al profesor.

    —¡Kyogan!, pero ¿qué estás haciendo?

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    Actuó con increíble rapidez: levantó a Regan desde la camisa para lanzarle un puño tan cargado de poder y energía espiritual, que no importó maná alguno que lo defendiera ni la preocupación de que Kiran estuviese observando. El golpe se adentró hacia el interior de la boca, logrando arrancarle cuatro dientes desde la misma raíz, causando una tritura instantánea contra varios huesos de su rostro. La lengua se llenó de sangre y Regan voló varios metros hacia la lejanía. Rodó una, tres, dieciocho veces sobre la tierra hasta quedar noqueado, con los ojos casi en blanco y con el puño marcado sobre su mejilla derecha.

    Kyogan sonrió con un alivio desalmado, como si hubiera arrancado una lacra que amargaba el rumbo del universo.

    Dan y Deiko seguían huyendo. Hasan, en cambio, caminaba hacia atrás con un grito que no arrancaba de su garganta, pues lo confirmaba, tantas veces se lo dijeron, pero él nunca terminó de creerlo: la crueldad de Kyogan, su irrespeto hacia Kiran y ese maná verde y poderoso que emanaba chispas de energía oscura y pulsante.

    Dejó de respirar cuando Kyogan volteó a verlo con una sonrisa. Sin embargo, este no corrió hacia él, sino a Dan y Deiko que habían huido en direcciones opuestas y estaban por resguardarse en los árboles que bordeaban la cancha de césped.

    Pero no importó. Kyogan impulsó sus piernas con maná para alcanzar a uno de ellos con un salto relampagueante. Lo alcanzó para jugar al gato y al ratón. Dejaba que Dan se distanciara un poco, luego se acercaba a él, se reía de su miedo y repetía. Hasta que, cuando se hubo puesto frente al chico, formó una patada ladeada, precisa, para que la zapatilla se acomodara a la boca del sujeto. El tipo voló varios metros con tanta fuerza aplicada, que Kyogan tuvo que dar un giro en el aire para restablecer el equilibrio.

    El resultado de su malicia se mostró con un Dan estrellado en los pies de un árbol con el rostro desfigurado.

    Kiran también había impulsado sus piernas con maná para avanzar hacia Kyogan y detener este horrible espectáculo, pero las plantas cargadas con el maná de Kyogan se esforzaban por interponerse en su camino, golpeando la tierra y generando inmensas nubes de polvo. Los hechizos del chico superaban incluso el poder del profesor.

    —¡Kyogan! —gritó a todo pulmón, y tosiendo.

    El demonio de Argus saltó hacia su tercera víctima con un segundo estallido de maná, alcanzándola cuando estuvo a punto de escalar un árbol en el vallado. Deiko mandó un grito clamoroso antes de que un puño se hundiera en su rostro y le destrozara tres dientes y la nariz. Inconforme, Kyogan lo tomó desde los pies para hacerlo girar una y diez veces alrededor suyo para soltarlo como proyectil contra el cuerpo de Regan. Los dos parecieron estallar contra la cancha.

    Gracias al lazo con un zein de fuego dentro de la sangre espiritual de Kiran, el calor comenzó a fluir en torno al profesor para consumir las plantas, sin preocuparle si incendiaba la cancha.

    —¡Kyogan, no tienen maná y estás destrozando todo! ¡Esto no te lo voy a perdonar jamás, esto se acaba aquí y para siempre! ¡Te expulsaremos! ¿Me oíste? ¡Yo mismo me encargaré de que sea así! 

    —¡Sí tienen maná, así que no estoy matando a nadie! ¡No exagerares y solo espera! ¡Déjame terminar con esto y después haz lo que quieras!

    Kiran agigantó sus ojos.

    Kyogan aprovechó para correr hacia su última víctima: Hasan. El chico escuchó el sonido de sus ágiles pasos moviéndose a través del polvo, por lo que continuó huyendo en direcciones desordenadas. Hasta que Kyogan lo atrapó por la espalda, levantándolo. Gritó.

    —¡Suéltame! —clamó Hasan mientras agitaba los brazos, casi orinándose al imaginar lo que estaba por suceder—. ¡Te dice que me dejes! —Soltó una lágrima.

    —¿Estás llorando tan pronto? Pero ¿qué pasa, lloroncito bebé? ¡Desafíame, anda! ¿No que te gustaba tanto sentarte junto a mí?

    »Desde hace mucho quise decirte que, en realidad, no me gustan los ángeles, ¡lo que realmente me fascina es ver la cara de horror en los tipos como tú! ¡Sufre! —ordenó, apretando su columna, haciendo tronar sus huesos—. ¡Porque tú me debes una doble, me debes mucho más!

    Se contuvo para no romperle la columna, aun así, era lo suficientemente atronador y doloroso: Hasan liberaba un chillido interminable.

    —¡Kyogan! —Volvió a gritar el profesor mientras luchaba a puñetazos con las plantas—. ¡Suéltalo, Kyogan, suéltalo!

    Kyogan se posicionó frente a Hasan para verlo cara a cara y darle un golpe de gracia, un puñetazo que se hizo sonar entre sus huesos y dientes como una tronadura en cámara lenta.

    Jadeó después de mandar su cuerpo lo más lejos posible. Finalmente, mientras su pecho subía y bajaba, pronunció un contra hechizo para que las plantas desaparecieran.

    Cuando Kiran se asomó entre las nubes de polvo, Kyogan vio los truenos de furia fluyendo desde sus ojos anaranjados, así que empezó a caminar de espaldas, articulando muecas problemadas.

    —Solo fueron unos golpes para cada uno. También sabes que pude haber actuado peor, pero tuve piedad como me has insistido mil veces que la tenga. Si observas detenidamente te darás cuenta de que no fue para tanto.

    —¡Kyooogan!

    —Sí, ya, estás furioso, pero eso no es novedad, ¿o sí? Y sí, ya sé que me espera la peor cantaleta de todas. Pero al menos date el tiempo de mirar que sí tienen maná. Si no estarían muertos, ¿no crees?

    Cuando el polvo que dejaron las plantas se hubo despejado lo suficiente, se escucharon los tosidos y el llanto de Hasan.

    —¿Sí ves? Si llora es porque está vivo.

    Kiran se quedó mirando al chico sombrío con ojos que no lo concebían... ¡Ya no podía, no lo creía, ya no daba más con la actitud demoníaca y descarada de ese muchachito!

    —Y bah, puede que se me haya pasado un poco la mano con eso de las plantas, pero es que, ¿de qué otra manera podía detenerte un rato? —argumentó Kyogan—. No quería ponerme a evadir tus intentos de atraparme. Y no me puedes acusar más allá, ya que no te ataqué, solo te limité.  

    Los puños, el rostro, todo el cuerpo de Kiran temblaba, demostrando estar a punto de llenar de gritos al muchacho, pero corrió a socorrer a Hasan.

    —¡Tranquilo, muchacho!

    —Pero si solo le apreté un poco la columna —Kyogan caminó hacia ellos—. Es que nos pusimos de acuerdo, así que me dejaron lastimarlos, ¡porque ellos están muy de acuerdo con lo del diente por diente!

    —¡Cállate!

    —Pero ¿por qué me haces callar? —gruñó—. Míralo tú, Kiran...

    —¡No quiero oír una palabra más de tu bo...! —Kiran, arrodillado junto a Hasan, se silenció de súbito al ver un maná de color café pálido acudiendo a la boca del muchacho con tal de ayudar a mermar la herida recibida.

    «¿Maná?»

    Como el maná se encargaba de reducir las debilidades del ser humano, se presentaba en contra de la voluntad misma de su dueño para ayudar cuando era necesario. Hasan intentó cubrirse la boca en un intento inútil de esconder lo que sucedía.

    —No puede ser... —balbuceó Kiran. 

    Kyogan aprovechó para regocijarse.

    —¿Sí ves?

    —¡Cállate, te he dicho!

    —¡¿Oye, no me digas que los vas a defender aún viendo que tienen maná?! ¡No me lo creo! ¡Tú siempre terminas defendiendo al enemigo, siempre! ¡Te la pasas con los ojos encima de mí y nunca miras cómo...!

    —¡Esto no se va a quedar así, Kyogan! —interrumpió Regan, con voz adolorida.

    Kyogan lo miró por encima del hombro con una mirada que destelló sorpresa.

    —¿Cómo? —Comenzó a caminar hacia él.

    —¡Kyogan! —llamó Kiran.

    —¡Hey, contéstame, cosa cobarde! —exigió Kyogan, acercándose más a Regan, quien gateaba y babeaba sangre.

    —¡Tú estás loco, estás completamente loco! —acusó Regan, mientras usaba sus manos para ocultar su maná amarillo que intentaba acudir hacia las heridas de su boca.

    —Ah, ¿sí? —Sonrió juguetón.

    —Eres una maldita basura, algo muchísimo peor que un mago —aseguró—. ¡Solo tienes mierda en tu cabeza y no tenemos por qué seguir soportándote más!

    —¿Peor que un mago solo por golpear a niñatos babosos que se creen dignas cosas de la realeza imperial? No, pues, basura acorralada, lamento decirte que eso no se considera demencia en lo absoluto. ¡Pero vale, está bien!, admito que si tengo mi cabeza con mierda, pero la considero un lugar bello, especialmente si la comparo con la tuya, porque al menos no necesito hacer trampas tan patéticas para ganarle a un simple nugot. ¡Por los tres dioses divinos! ¿Tanto les daba miedo perder contra alguien que no tiene maná?

    »¡Cosa asquerosa! —Escupió cerca de él—. ¿No tienen huevos, o qué? ¡Y qué deshonroso, oh para ti y tu grupo haber roto el código de guerreros que tanto adulas, Regan, el noble paladín que necesita decirles a sus amigos que se dejen maná para ganar contra alguien que nunca lo ha tenido!

    Regan dejó caer lágrimas calientes dentro de un dolor calcinante, observando una escena que en él se marcaba: los rostros impresionados de todos los alumnos encima de él, quienes ya habían descubierto su energía amarilla.

    —Esto no puede estar pasando...

    —¡Maná, miren todos el maná que te guardabas! —Abrió los brazos al igual que un ganador—. Usaron un contra hechizo para dejarse una porción pequeña, aprovechando que nadie tiene una percepción pulida para notarlo.

    —¡Maldita sea! ¡Tú eres al que todos detestan aquí! ¡Me las vas a pagar, Kyogan, te juro que me voy a encargar de que te echen y de que te castiguen de por vida! —Por poco lloró como un niño.

    Intentó ponerse de pie e irse de allí lo más rápido posible, pero Kyogan se interpuso delante de él.

    —Nada de que yo te las pagaré a ti, ¡porque eres tú y tu maldito grupo los que me tienen hasta la coronilla! Así que les dejaré muy en claro lo siguiente: ¡tú ni nadie tiene el derecho de molestar a alguien en esta clase, porque ese es mi papel aquí. ¿Entiendes? ¡Yo soy el que abusa, yo soy el que se burla de ustedes y el que los hace sufrir cuando se me da la regalada gana! Y a ustedes no les queda de otra que seguir soportándolo. ¿Sabes por qué, Regan...? ¡Porque el débil se somete al más fuerte! Y adivina quién es el más fuerte aquí... —Inhaló todo el aire posible y declaró a toda voz, desgarrando la mente del chico, macándolo a él y a todos los presentes como una tempestad que arrasó con sus almas—: ¡YO LO SOY!

    »Así que, si vuelven a intentar quitarme mi lugar, les aseguro que pasearé sus caras por el piso, les daré todas las palizas que se me antojen y hundiré sus cabezas en todo tipo de excremento y suciedades humanas. ¡Ustedes mismos se convertirán en cerros de putrefacción! Y si tanto les incomoda, si son tan débiles y no pueden soportarlo, ¡entonces lárguense de Argus, manada de imbéciles! —Aquel insulto lo soltó con tal fuerza que jadeó por un segundo.

    Tras notar el silencio atónito que dejó en todos, una pizca de vergüenza trepó por su pecho. Pero había hecho bien, ¿no? La delicia de esos golpes era algo que nadie le podría quitar jamás.

    En la cúspide de la torre más alta de Argus se encontraban los aposentos del líder, un lugar que parecía ser una pequeña mansión extravagante instalada sobre un terrado. Dyan estaba en el salón principal de ese estrafalario lugar, sentado en un trono, respaldado por la figura dorada del sol, símbolo del dios Tharos.

    —Así que a cinco alumnos mandaste a la enfermería —empezó con los brazos cruzados, zapateando sobre la alfombra a la vez que unas cuantas venas sobresalían de su frente—. A cinco alumnos. ¡Muy bien, ¿no?, emisario de las tinieblas, muy buena forma de actuar, tan humanista y sutil como siempre, justo cómo tanto se te ha ordenado no actuar. ¡Una vez más pasando por encima de todas mis advertencias!

    —¿Cinco, por qué a cinco? —reclamó Kyogan.

    —Fueron cinco, ¿no? —preguntó con una ceja alzada—, eso me dijeron.

    —Yo le pegué a cuatro no más —gruñó.

    —¡Así que lo admites! —exclamó el líder, no pudiéndolo creer.

    «Maldita sea», se quejó Kyogan, sintiéndose atrapado en un calvario ya muy conocido.

    —¿Qué voz malévola le habló a tu mente para poseerte ahora? ¡Explícate en este mismo momento! —demandó el líder.

    Fue una gritería agobiante, aunque a ratos Dyan pausaba para articular gestos y formular preguntas curiosas, más parecido a un humano y no a un troglodita como Kyogan consideraba que era.

    Tiempo después, apareció la asistente de Dyan para aclarar que, entre los cinco afectados, estaba Shinryu.

    —¡¿Golpeaste al chico sin maná?! —gritó Dyan escandalizado, poniéndose de pie de un solo salto—. ¡¿Lo mataste?!

    —¡Te dije que solo golpeé a cuatro! —se defendió Kyogan, estresado—. ¡Dioses!

    Rechel le explicó todo al «cabeza de músculo». Cuando hubo terminado, Kyogan esperó más gritos o acusaciones, pero no fue así, pues Dyan estaba atónito al suponer que había actuado para defender al chico sin maná. ¡¿Pudiera ser posible que el demonio más insoportable del mundo hubiese defendido a alguien?! Kyogan apartó la mirada.

    Poco después, se presentó Kiran para contar su versión de los hechos. Kyogan lo escuchó, soportando una preocupación apretujada en el pecho.

    —Pero ¿cómo es posible que esos muchachitos hayan ocultado su maná? —exclamó el líder, indignado—. ¡Ya no aguanto más esto, los voy a mandar a un reformatorio a todos! Son una pandilla de Erebo. ¡Hasta creo que son peores que Kyogan!

    Kyogan chasqueó la lengua.

    —¿Por qué los atacaste realmente? —insistió Dyan—. No me vengas con eso de que te saturaron. Kyogan, ¿ decidiste defender a Shinryu?

    —¡Te digo que no!

    —¡No me subas la voz, esperpento atrevido, soy tu líder y rector de esta escuela!

    —¡Pero si te dicen una cosa mil veces y tú sigues insistiendo!

    —¡Porque tú nunca confiesas nada! —protestó Dyan—. ¿Cómo más quieres que te saque la verdad?

    —¡Porque no hay ninguna verdad, solo la tuya!

    —¡No te creo nada! ¡A ti algo más te motivó a pegarles a esos mocosos! ¡Dímelo ahora! 

    —Basta, señores, basta, por favor —pidió Kiran mientras se masajeaba la frente.

    Las discusiones entre Dyan y Kyogan era una constante en la vida del palacio, y siempre terminaba de la misma manera: con el líder lanzándole palmazos en la cabeza.

    —Dyan, yo... ya no sé qué decidir —dijo Kiran, sonando profundamente angustiado—. Kyogan traspasó todos los límites: sabe que tiene prohíbo usar magias en mi clase y atacar. Podría haberme dicho lo que descubrió de Regan, pero prefirió hacer las cosas a su manera. Dyan, hazte cargo tú. Quizás lo expulse de mi clase. Ahí veré.

    »Yo... no sé si pueda más con él y con esto.

    Se retiró de la mansión con el corazón de un padre que ya soportaba ver el rostro de quien le causaba tanto dolor. Kyogan hizo esfuerzos para esconder su propia aflicción, con los ojos gachos. 

    —Terminaste de cansar al pobre Kiran —concluyó Dyan—. En parte tiene razón. ¡¿Qué digo?! ¡Tiene todísima la razón! Pero... bueno, yo creo que...

    »Mocoso, si admites que tienes una pizca de humanismo escondida por ahí, puede que actúe muy diferente en este caso —ofreció con una sonrisa traviesa y maldadosa—. Vamos, ¿qué opinas?

    Rechel, aún presente en el lugar, se abofeteó la frente.

    —Te dije que no es nada de lo que dices —afirmó Kyogan.

    Dyan, enojado otra vez, le impuso una serie de castigos —mientras pensaba en otros mejores— : deberá reparar los daños en la cancha, atender el jardín de la mansión por una semana, pulir las armaduras de todos los líderes, recoger todas las hierbas necesarias en la enfermería.

    —¡Por ahora lárgate de aquí! ¡No quiero volver a verte en al menos una semana!

    Después de que Kyogan se marchara, Rechel le comunicó algo al líder, usando un tono desinteresado, como si fuese algo hasta trivial:

     —Ah, sí, y para que entiendas mejor por qué Kiran quedó tan dolido, fue porque Kyogan lo atacó con un arsenal de plantas para que no le impidiera pegarles a los chicos.

    La noticia fue para Dyan atronadora; sus ojos se sobresalieron con desmedida mientras se llevaba la mano al pecho, sintiendo que el corazón se le había salido.

    —¡¿QUÉ?!

    Kyogan empezó a cumplir con sus castigos sin dirigirle la palabra a nadie mientras mantenía un rostro hermético con el que parecía maquinar cosas peligrosas.

    Sin embargo, en la noche siguiente, su semblante se notó más tranquilo. Así, se dirigió al jardín de los dormitorios donde tomó asiento en el parapeto del pequeño puente artesanal que protegía el paso de un río artificial. Sabía que Shinryu se acercaría después de terminar una de sus clases extra. Y así fue: apareció, aunque en esta ocasión con costras en su boca y algo de hinchazón en su mejilla izquierda.

    Su rostro no era muy diferente al conocido: todavía mostraba una actitud reservada, idéntico al de un cachorro acostumbrado a mantenerse en su lugar, hasta que sus ojos abiertos denotaron la sorpresa de todo lo que había experimentado.

    Shinryu observó al mago, notando algo diferente en su rostro: estaba libre de las tensiones de los crudos análisis, sus párpados creaban una línea más suave sobre sus ojos.

    Ambos se miraron, introduciéndose en un viaje hacia todo lo que vivieron en estos meses, separados, pero hilados por promesas y una lucha para formar un pilar de confianza. Kyogan contemplaba los resultados, los recuerdos, cada escena. Shinryu estaba perplejo y con un centenar de sentimientos anudados, incapaz de entender por qué Kyogan había actuado de tal forma. 

    El mago suspiró.

    —No me has delatado...

    Shinryu dejó de respirar, y una conmoción ardiente se abalanzó hacia sus ojos.

    —Escúchame bien..., esto no significa que te crea en lo absoluto, hay demasiado aún por procesar y mucho cuento rayado —explicó Kyogan con una línea de amargura apagando sus ojos, como si le doliese no tener la capacidad de creer—. Pero está bien, han sido más de tres meses de silencio, así que me permití esto... Pero a decir verdad hacía tiempo tenía pensado en pegarles a esos tipos, y por otros motivos.

    »Dudo vuelvan a molestar. —Comenzó a sobarse la nuca con lentitud y presión, enterrando los dedos, nunca habiéndose imaginado estar en esta situación—.¡Ja!, no lo volverán a joder nunca, a menos, obviamente, que yo se los permita. Puede que no los deje siempre y cuando tú sigas manteniendo tu boca cerrada. ¿Te queda claro?

    Shinryu cerró los ojos con tanta fuerza que arrugó casi todo el rostro. No podía dimensionar lo que oía. Kyogan intentaba sonar duro y desalmado, pero una humanidad sutil escapaba entre sus palabras. Shinryu terminó desmoronándose ahí mismo como si al fin respirara un descanso real. Cada dolor, cada espina enterrada, la preocupación masiva, el estrés, las humillaciones, el rechazo, todo se asomó en una sola explosión.

    Sentía un... alivio inmensurable. También se daba cuenta de que había tenido mucho miedo de defraudar a Kyogan y de ser aniquilado por él. ¡Tanto, tanto miedo de no ganarse su preciada confianza! La coraza con la que había retenido todo esto se deshizo como el agua.

    Por si fuera poco, sintió algo más: una sensación de libertad arrancándole un musgo oscuro del alma, despejando el camino con una luz prometedora. Manos invisibles parecían rodear su ser, recompensándolo, acompañadas por el susurro de una voz inaudible:

    «Lo has logrado, pequeño, ya no necesitas sufrir más.»

    Cayó arrodillado como si hubiese caminado durante años entre valles de oscuridad y hallase un oasis de agua cristalina. No entendía, solo sabía que el alivio era real. Kyogan, por supuesto, se exaltó ante su actitud:

    —¡¿Y a ti qué carajos te pasa?! 

    Shinryu dejó ir un torrente de lágrimas imposibles de retener. Luego, una palabra fluyó desde todas las puertas de su corazón abierto, consciente de que Kyogan había logrado lo que él no pudo.

    —¡Gracias, Kyogan... gracias!

    —¡¿Qué, qué?!

    —¡Gracias, Kyogan, gracias... gracias!

    —¡Para! —ordenó con su lado bestial emergiendo.

    —¡Gracias... gracias...!

    —¡Cállate, oe, cállate! —insistió desesperado.

    —¡Gracias... gracias!

    —¡Haz caso, maldita sea! ¡Y yo no necesito el agradecimiento de nadie! ¿Y es que no oyes?, ¡no estoy actuando por tu maldito favor! ¡Yo... yo todo lo que hago por otros intereses! ¡Deja de llorar, por los dioses, por la mierda!

    —Es que no puedo parar, Kyogan, ¡no puedo parar! Te juro que tampoco soy así de expresivo o llorón..., pero es que todo..., todo. ¡Gracias!

    Kyogan miraba hacia todos los lados para ver si alguien estaba presenciando esa horripilante escena. Menos mal no había nadie.

    —¡Escúchame bien, lunático, actué por muchos motivos! Estuve demasiado tiempo restringido y necesitaba golpear a esos imbéciles por muchas razones que no conoces.

    —Entiendo, Kyogan, sí —asintió y continuó llorando de todas formas.

    El mago abrió la boca. Por suerte, Shinryu rebuscó en su mochila y sacó unas hojas de cuaderno para limpiarse los mocos. Kyogan dijo irritado:

    —¡Y es que todavía ni has escuchado! Yo más bien vengo a cobrarte palabras. Tienes que hacer algunas cosas de ahora en adelante y yo no iba a tolerar la presencia de esos imbéciles estorbando alrededor.

    Shinryu levantó el rostro.

    —Concluí que me puedes ser útil en algo. Hasta tu enfermedad me puede ayudar —explicó Kyogan.

    »Lo que te voy a decir no se lo puedes comentar a nadie. De hacerlo te haré sufrir algo peor de lo que te hizo pasar esa manada de imbéciles —advirtió firmemente—. Estoy analizando la manera de invocar a un zein en el valle de los reflejos. Y tú sabes demasiado de astronomía, así que puedes servirme para entender cómo llevar a cabo la invocación.

    El rostro de Shinryu pareció quedar dibujado en un finísimo papel blanco. «¿Eh?». Sus ojos se incrustaron en un recuadro de sentimientos inconclusos y atolondrados.

    ¿Una invocación? ¿Un zein? ¿Pero los zeins no eran esas criaturas imposibles de derrotar en soledad y seres que fácilmente desafiaban a los magos? Además, estaba rotundamente prohibido invocar alguno sin una autorización de un imperial jefe consagrado en la batalla.

    Shinryu alzó la mirada, leyendo las intenciones de Kyogan. En efecto, quería invocar a una criatura que podía asesinar a cientos de alumnos no preparados y personas inocentes. 

    ¿En qué se estaría involucrando ahora Shinryu?

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