Capítulo 12: Sucesos extraños

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    Ocurrió algo muy extraño esa mañana. El conserje principal de Argus, Vincent y a la vez guardabosques del valle de los reflejos, se acercó a la profesora Midna con un rostro que destilaba terror y asombro. Midna era la morena mujer encargada de impartir la clase de Raksa y criaturas especiales. Estaba en la granja de Argus, acariciando unos caballos que en vez de pelo tenían plumas blancas, cuando él se le acercó.

    —Profesora... no creerá lo que vi.

    —¿Qué ocurrió? —preguntó intrigada.

    —Vi el reflejo de miles de insectos formándose en las nubes.

    Midna parpadeó en una expresión aturdida.

    —¿Qué... está diciendo?

    —Cuando faltaba poco para la madrugada, el cielo se llenó con nubes oscuras, entre ellas se formó como... una legión de insectos voladores, ¡muy, muy visibles!, moscas y cucarachas bajando del cielo.

    Parpadeó varias veces más, intentando procesar lo que oía.

    —Vincent, ¿está todo bien?

    —¡Señorita Midna, sé que suena a estupidez, pero dígame usted, ¿cada cuánto se forman criaturas tan claras en el cielo y a través de nubes?! —reclamó él, liberando sus manos en ademanes bruscos.

    —¡Pues claramente no es común! Y por lo mismo no le creo nada. No sé de qué está hablando.

    —¡Por favor, por algo el valle se llama de los reflejos!

    —¡Así es, señor Vincent, sé que hay muchos que creen que se dibujan cosas con los reflejos! —respondió alterada—. Pero ¿criaturas totalmente claras en las nubes? ¿Insectos? ¡Eso sí que no! Eso ya es alcanzar una superstición sin una pizca de justificación.

    »Y no me venga con eso de que los reflejos sí son definidos. Las fotos colgadas en el comedor ni siquiera se pueden entender por lo amorfas que son.

    —¡Le juro, le juro que es así! —lanzó molesto mientras alzaba los brazos de forma protestante.

    Y de esa manera se alejó:

    —¡No tengo por qué mentir con algo así! ¿Quién más vio insectos en el cielo, quién más? ¡Eran tétricos, como una legión de maldad! Parecían de huesos afilados. Me dio un escalofrío que no puedo explicar. ¡No puede ser que yo haya sido el único despierto a esa hora!

     »¡Buscaré a Rodan, ese viejo marrano de seguro sí tiene una explicación!

    Midna sentía más que perpleja: la información que le había dado Vincent no lograba encajar en ninguna parte de su cabeza. Estaba convencida de que incluso el profesor Rodan, experto en astronomía, no podría dar una respuesta lógica para algo tan absurdo. 

    El valle que rodeaba el palacio era, sin lugar a dudas, un lugar lleno de misterios y maravillas, un territorio donde lo extraordinario a menudo coqueteaba con lo cotidiano, pero tampoco había algo realmente sobrenatural y la ciencia mágica tenía una explicación para todo lo que sucedía en él.

    Bueno, para casi todo.

    Un sentimiento de inquietud comenzó a invadir a Midna, una sensación inesperada de penumbra que parecía arrastrarla hacia abajo, como si una oscura fuerza le arrebatara su habitual optimismo y empañara el futuro. No lograba entender la razón detrás de este cambio repentino en ella. ¿Sería simplemente el resultado de un estrés acumulado?    

    Kiran, gracias a la herida en la mejilla de Shinryu, se convenció más que nunca de que el muchacho estaba siendo acosado por sus compañeros, así que, decidido, llevó su preocupación a una reunión de profesores en la oficina central. Allí su frustración alcanzó un punto crítico al enfrentarse a Syra, quien opinó descaradamente que la cicatriz en la mejilla de Shinryu era algo positivo, una señal de fortalecimiento y masculinidad. Kiran, considerando que no podía existir una mujer más imbécil en esta tierra, no pudo contener su enojo.

    —¡¿Cómo es posible que seas profesora de esta escuela?! ¡Inepta, que con gritos piensa que puede educar a los jóvenes! —exclamó después de golpear la mesa con una potencia abrumadora—. ¡¿Y ahora justificando una situación de acoso con una de las personas más vulnerable que tenemos?!

   Syra, lejos de retractarse, contraatacó con el rostro enrojecido:

    —¡Lo que pasa es que tú agravas todo y miras a los alumnos como si fuesen tus hijos, cuando no lo son! 

    —¡Te recuerdo que estamos en una institución que aún avala la creencia hacia los dioses divinos y hacia Loíza, quien respalda el humanismo y la protección a los indefensos! Pero tú, en cambio, te comportas como una seguidora de Erebo. ¿O necesito más pruebas? ¡Deberías llevarte a un vidente para saber cuál es tu verdadera esencia!

    La discusión se agravó, degenerándose en una serie de acusaciones, mientras los demás profesores, en su mayoría, solo buscaban tranquilidad. A Kiran le ardía que no lo apoyaran realmente, como si en el fondo de sus corazones solo se dejaran llevar por las circunstancias.

    Así que, afligido a un punto más extremo, decidió aplicar una solución con sus propias manos. 

    Apenas encontró a Shinryu, lo apartó a una zona del campamento, encima de los campos de césped, para brindarle un entrenamiento personalizado. Shinryu le pidió, con una seriedad impropia de él, que no hiciera tal cosa. Kiran, entrecerrando los ojos, preguntó la razón.

    —Si no es mucho pedirle, solo me gustaría recibir un trato más... igualitario.

    Kiran analizó a su alumno en profundidad, notando que había dicho una... ¿excusa? Percibía una fortaleza distinta en Shinryu, como una cáscara que ocultaba una transmutación incorrecta. Detrás de esto, sin embargo, veía a ese mismo chico de siempre, dócil, amable, un pequeño sol de ser humano. Seguía sin entender cómo ningún compañero quería acercarse a él. Sí, había un sistema oscuro, pero no todos en Argus lo seguían. 

    ¿Sería acaso que los alumnos influyentes habían metido mano? Se sentía decepcionado de sí mismo, pues como profesor debería estar más atento a los movimientos de esos estudiantes. ¿O sería que la influencia del imperio estaba llegando a puntos extremos?

    —No puede haber igualdad de trato cuando tu condición ni siquiera se compara a la de otros —le explicó Kiran—. Te trataré como a todos una vez tengas maná.

    Shinryu comenzó a perder espacio en sus argumentos, como si un juez empezara a entrar en su refugio.

    —Sé que te están acosando, muchacho —aseguró Kiran con los ojos fijos en los suyos—. Ese moretón en tu mejilla me lo confirma. No puedes decirme que fue un accidente en el baño, porque no soy así de ingenuo. 

    El menor empezó a sudar, cada fragmento de su cuerpo estaba en tensión. 

    —No, profesor, yo le jur... —Se detuvo. Mamá le había enseñado con tanta fuerza que jamás debía jurar en vano, que era más bien un programa que estructuraba las fibras de su personalidad—. Es que... a veces también puedo ser muy torpe. Me pasa desde niño, o sea, no siempre, pero cuando ando con la cabeza muy cargada.

    Kiran no necesitaba habilidades perceptivas para notar que Shinryu era malísimo para mentir.  ¿Tanta nobleza podía haber en su corazón? Y no era fingida, sino algo intrínseco, una esencia forjada en lo más hondo de su ser, como si fuera un diamante nacido de las profundidades de la tierra, cuya pureza había sido forjada bajo la presión implacable del sufrimiento, y cuyo brillo no podía ser extinguido, aunque la oscuridad más densa lo persiguiera.

    Al sentir que su mentira era cuestionada, la coraza que había creado Shinryu para resistir, empezó a flaquear. Se había preparado para aguantar a los alumnos, pero no a un profesor, que hasta el momento habían actuado como vigilantes en los momentos que no era perturbado por Regan. 

    A partir de entonces, Kiran se acercó a él y se sentó de cuclillas para estar más cerca de su altura. Con sinceridad y elocuencia, le empezó a pedir disculpas por haberlo dejado muy de lado en este tiempo, excusándose en su duro itinerario. También explicó que aún había fe en los dioses divinos y que los profesores estaban dispuestos a guiar, porque el proceso de madurez e independencia tampoco era instantáneo. Loíza, quien amparaba la bondad, el humanismo, estaban aún en la escuela. 

    A pesar de que un brillo de dolor expresó incredulidad en Shinryu, Kiran continuó asegurando el lado bueno de las cosas, dando ejemplos y nombrando a varios sacerdotes de la parroquia de Argus. Sin embargo, con todo lo que dijo, no logró romper la decisión del chico de resistir por sí mismo la situación.

    A Shinryu, al parecer, ya no le importaba ser esclavo de sus acosadores. Se le habían ocurrido muchas soluciones más, pero todas requerían algo vil. Simplemente estaba esperando el despertar de su maná. Sabía que ahí todo daría un giro.

    «Nunca cambies, bajo ninguna circunstancia. Siempre sé lo que eres», le había enseñado mamá. Así que, a menos que su vida y propósito estuviesen en juego, Shinryu protegía su esencia como si fuera un tesoro tan valioso como su misma madre, como si fuese ella en él.

    Kiran intentó insistir por otros medios, pidiendo confianza, asegurando ayuda, pero Shinryu se mantuvo en su posición, agradeciendo y rechazando con nerviosismo. Kiran, con un suspiro que arrastraba un cansancio exhaustivo, tuvo que decirle: 

     —Respeto tu postura, muchacho, pero si no me dices todo lo que está pasando y ni me das la lista de quienes te acosan, me obligarás a mí y a un par de profesores a investigar a cada alumno, a uno por uno.

    —¡No, profesor...! —chilló el muchacho, elevando la voz en un eco de pánico descontrolado, algo que no controló a tiempo.

     Kiran corroboró así que todo lo que había sospechado era cierto, y la magnitud del tormento. Se imaginaba el miedo que sentía y la manipulación que habían generado los acosadores en el chico. A pesar de que lamentaba haber permitido este dilema, preparó una especie de sermón, palabras con las que incluso regañaría la actitud de Shinryu, pero su fachada de severidad ni se formó y el corazón paternal que poseía se hizo notar, el músculo más grande que tenía. 

    —Shinryu... —murmuró conmovido—, los dos sabíamos que esto no iba a ser sencillo. Nosotros te aceptamos porque este primer semestre es más teórico, pero el segundo es práctico y ahí necesitarás maná para subsistir. Lo sabes, te lo dijimos muchas veces en las cartas.

    »Te confieso que nos sentimos culpables: jamás nos imaginamos que la señora Trinity tardaría tanto. Esta es, literalmente, la primera vez que se toma tanto tiempo.

    Una brisa con aroma a campo y trigo los recompensó en medio de la angustia transmitida. 

    —Pero muchacho, no te digo esto para mortificarte, te lo digo porque es vital que hagamos algo. ¡Tienes que tomarte del lado positivo que te ofrezco! Eres un creyente como yo y hay varios profesores que pensamos así. Como mínimo, me tienes que dejar enseñarte las formas de defenderte. ¡Por favor, Shinryu, tienes que ampararte en personas como yo y no temerle al código de los alumnos! Yo sé que... nuestra ayuda puede parecerte algo limitada, ¡pero está ahí!—exclamó frustrado, conteniendo el brote de una impotencia calurosa que vivía en él desde siempre.

    Kiran no podía creer que no le pudiera ofrecer al muchacho algo que percibiera sólido, dígase una ley escolar que ampare a la víctima y penalice severamente al que acosa. En su situación, había más bien una lista de consejos, y una carta en blanco que podían rellenar los profesores con sus criterios personales, recordando, por supuesto, que había un imperio mirando. Era un enorme problema si se tomaba en cuenta la diferencia de opiniones y personas como Syra.

    Por supuesto, había castigos para los que se portaran mal, pero eran castigos leves, no acorde a la gravedad de muchos asuntos. No había ningún reglamento directo que defendiera a los alumnos contra el acoso escolar. Las reglas solo se hacían sólidas hacia alumnos con potencial, consagrados o de apellidos importantes. 

    En el fondo, el imperio de Sydon quería que los débiles se esforzaran el triple, y de no lograrlo, les convenía desaparecer. Loíza, por fortuna, imponía un freno gracias a sus leyes. El imperio permitía el espacio para los creyentes. Sin embargo, cuando reclamaban una injusticia, jamás recibían una respuesta inmediata, sino que se les hacía girar, pero tampoco eran borrados, como si en parte fuese conveniente mantenerlos.

    Era un sistema gubernamental calculado, a veces descaradamente oscuro, pero con una dosis justa de luz, útil para cuando necesitaban fingir que hacían el bien.  

    Kiran arremetió una vez más, hasta que volvió a amenazar al chico con buscar a los acosadores si no aceptaba su ayuda.

    —¡Pe-pero profesor, por favor! Además... ¿de qué sirve un entrenamiento en mi caso? —inquirió Shinryu con la voz entrecortada—. Por mucho que siga fortaleciendo mis músculos, nunca voy podré superar a una persona con maná. Yo solo me comparo con los niños de nueve a once años, que no tienen maná o lo tienen demasiado débil. ¿Dice que debo entrenar con ellos?

    Kiran recibió un alivio tácito al escuchar a Shinryu abrir la puerta justa. Lo siguiente que dijo, fue algo que había planeado de antemano, palabras que sabía que serían de ayuda:

    —Primero déjame comentarte algo, Shinryu, he hablado con el profesor Zimmer y Gadiel y nos hemos dado cuenta de que no estás siendo consciente de algo. Aunque no lo creas, no tener maná otorga una gran ventaja.

    El menor removió la mano con la que se había estado molestando la nariz, para observar, sintiéndose muy choqueado.

    —Tú no dependes del maná y eso te ha obligado a potenciar otros instintos —continuó Kiran, escuchándose con una nueva motivación—. El cuerpo es inteligente: cuando carece de una habilidad desarrolla otras para hallar su equilibrio. Tú has formado una dependencia a tus músculos, sentidos y reflejos. Eso es algo que las personas como yo tenemos que trabajar, porque hemos acostumbrado a nuestros cuerpos a depender del maná desde que lo despertamos. Y eso es peligroso. ¿Qué pasa cuando se nos agota tras una batalla? Quedamos desorientados, haciendo notar nuestros precarios instintos. Algunos intentan entrenar estas áreas, pero jamás se compararán con una persona que se ha visto obligada a entrenarlas para vivir.

    »Por eso, Shinryu, considero que tienes mucha similitud con Dyan.

    Shinryu dejó caer los brazos con un suspiro atónito, inundándose de asombro, como si su mente volara entre las nubes y un viento poderoso sacudiera sus certezas.

    —No se habla tanto de Dyan porque su maná sea de calidad tan suprema, se habla de él porque pelea de una forma que logras ver la fuerza de su voluntad en cada golpe que lanza, su decisión inquebrantable por romper todas las barreras que le impusieron —continuó, mientras las brisas aromatizadas con flores silvestres continuaban con sus caricias—. Y lo logró, hoy en día es la persona más talentosa que conozco. Y no he conocido a alguien que lo pueda vencer en un duelo sin maná. Eso me incluye a mí. —Sonrió Kiran con un dejo de impotencia, pero con la humildad predominando.

    »Sé que admiras a nuestro rabioso pero grandioso líder porque a él también le costó despertar su maná. —Sonrió otra vez, demostrando con sus palabras una confianza especial para Shinryu—. Pero quizás no te estás dando cuenta de otra similitud: Dyan también sufrió tus desánimos. Pero no se rindió e hizo de su debilidad una fortaleza. Tal vez él no tuvo una enfermedad, dicen que su maná fue difícil de despertar por su potencia innata. Ese fue su desafío, Shinryu, y este es el tuyo. ¿No te has puesto a pensar que tu limitación te puede traer un gran resultado a futuro? Quizás no exactamente igual al de Dyan; aunque quizás sí. ¿Por qué no? Algo misterioso esconde tu bloqueo y tal vez es un enorme poder.

    »¡Para eso debes seguir esforzándote, muchacho! Yo estoy seguro de que todo esto desembocará en un resultado único. ¡No te rindas nunca, ¿me oyes?, nunca! ¡Lucha, lucha por seguir adelante y conseguir tu lugar en esta escuela!

    El menor había comenzado a temblar. Lágrimas contundentes lo acompañaron, mientras esa cerradura que había creado en el centro de su corazón, se abría, permitiendo que ese chico soñador volviese a recibir vida.

    Shinryu estaba impresionado. ¡Siempre quiso escuchar que alguien lo comparara con Dyan, pero nunca esperó que sucediera ahora!

    No pudo negarse más: se sumergió en dos horas de entrenamiento intensivo, en una experiencia transformadora que Kiran orquestó con una paciencia y dedicación que se tatuaron profundamente en él. El profesor, despojado de su maná mediante un hechizo no mágico, se enfrentó a él en igualdad de condiciones, creando un ambiente de aprendizaje muchísimo más real. Por su parte, el uso de una espada verdadera y no de madera también fue un gesto simbólico y conmovedor para Shinryu, un reconocimiento a su habilidad y un voto de confianza que nunca había recibido.

    —Noto que te desenvuelves mejor con espadas de una mano. ¿Por qué utilizas de dos, Shinryu?

    Con algo de pena y vergüenza, Shinryu le confesó que utilizaba una espada de dos manos solo porque no tenía otra arma a su disposición. Era un regalo de su vecino y único amigo y tampoco quería despreciarla.

    Kiran, al recuperar su maná, impartió lecciones valiosas sobre cómo enfrentarse a un adversario que tuviera esta energía, aprovechando la excesiva confianza. Shinryu aún no sabía cómo enfrentarse a personas de diferentes tamaños y formas, pero se mostró receptivo y ávido por aprender nuevas maneras de confrontar diversos estilos de lucha. Kiran felicitó su empeño y halagó su determinación, haciéndole sentir, por primera vez desde que había pisado esta escuela, que siempre fue un chico con talento, pero no con las oportunidades.

    Al finalizar esa clase, Kiran le aseguró que no estaba solo. 

   Cuando Regan y su grupo se enteraron de las sesiones especiales de entrenamiento entre Kiran y Shinryu, ardieron en celos, alegando desigualdad en el trato correcto que debía existir entre los alumnos, clamando por una equidad que consideraban inquebrantable. Además, Hasan y Regan eran espadachines y consideraban que Shinryu no debería estar ahí.

    Shinryu escuchó una vez más a Regan proclamándose «paladín de la justicia». Todos los alumnos debían escoger una especialización, o más de una, y él había escogido ser un guerrero que se guiaba por las doctrinas divinas. Shinryu nunca había visto tanta contradicción reunirse. Regan alzaba su espada para acabar con los «malos», con la plaga de mercenarios, con los magos, y los alumnos se lo celebraban como si fuese el héroe que tanto habían esperado.

    ¿Cuándo se haría justicia? Shinryu empezó a pedirla a su diosa.

    Entretanto, Kiran había suspendido algunas clases para estar pendiente de Shinryu. Sin embargo, al compartir sus planes en la junta de profesores, Syra se enteró y comenzó a advertir a Regan y a su grupo, diciéndoles que actuaran con cuidado:

    —Don humano anda pendiente —les susurró en una de las esquinas del palacio, antes de retirarse.

    Regan y los demás estaban asombrados con Syra. Siempre la habían considerado una persona honesta y transparente, pero ahora más que nunca reconocían su inmenso honor. Syra era sin duda la persona que transformaría Argus en un lugar impresionante, acorde a los deseos más profundos del imperio.

    Syra, en un movimiento astuto y vil, también se encargó de que Kiran tuviera problemas con Zimmer, acusándolo por suspender clases. Zimmer citó al profesor en su oficina para tratar la situación. Los reclamos de Kiran se hicieron escuchar más allá de las paredes, cargado de incredulidad y frustración ante la actitud del profesor jefe, quien no buscaba soluciones para ayudar a Shinryu.

    —Kiran, estoy seguro de que todo cambiará cuando llegue la señora Trinity —argumentó Zimmer, jugueteando con las manos—. Los alumnos se comportan distinto cuando está ella y las ocupaciones de Dyan disminuirán drásticamente. Él también podrá estar más atento. Ahora mismo no puedo hablar con él porque está en el coliseo de la capital instruyendo nuevos soldados para la conquista de Abbacan.

    Finalmente, Kiran fue castigado, así que no pudo seguir cuidando la espalda de Shinryu. 

    Por eso, mientras Shinryu esperaba otra clase especial sobre los campos verdes, se enfrentó a la cruda realidad cuando Kiran no se presentó. En cambio, el grupo de Regan se hizo visible.

    Pensó en enfrentarlos con la espada, pero todos sus instintos le aseguraron que el resultado sería fatídico, entonces huyó, pero fue rápidamente atrapado y arrastrado al baño, su lugar habitual de tormento. Esta vez los acosadores lucían exultantes. Con cruel satisfacción, Regan le reveló que había escuchado las conversaciones de los profesores Gadiel y Alaia, donde habían asegurado que su condición era incurable, pues los exámenes no arrojaban un solo motivo que explicara por qué su etherio se quedaba estancado en el proceso de metabolización al maná, era como si chocara contra paredes invisibles en mitad de sus células. Gadiel y Alaia estaban tan sorprendidos que prometieron que ni siquiera la señora Trinity podría ayudarlo.

    —¿Sabes lo que significa eso, nugot? —Se acercó Regan para preguntarle a su oído con una tóxica intimidad—. Significa que la justicia actúa por sí misma. ¡Ni siquiera necesitamos hacer más! Y para que lo sepas: si no despiertas el maná en los próximos meses, tendrás que renunciar igualmente, porque los profesores no tienen cómo educarte en el semestre de práctica.

    »Lástima..., el nugot que se esforzaba tanto tendrá que salir y morirse en algún lado porque de seguro su bloqueo lo matará. ¿Por qué mejor no te suicidas antes de que seas conocido en el mundo como la persona más enferma conocida?

    Le dieron un empujón para que cayera sobre el asiento del excusado, luego se retiraron con risas sombrías.

    Desolado en el baño, Shinryu se quedó pensando en cada palabra con un asalto de emociones punzantes que caían como un aluvión de púas. ¿Era cierto? ¿Nadie lo podía sanar, ni siquiera la mejor curandera del imperio?

    Empezó a sentir que enloquecía nuevamente, con su ser reclamando para que fuese vil y aplicara soluciones que se basaban en inteligencia fría. Pero allí estaba una vez más... esa insinuación, ese susurro silente que calaba hacia su espíritu, indicándole que solo comiera el sufrimient, que solo el sufrimiento...

    Lanzó un chillido de desesperación, ahogó las lágrimas, se mordió los labios y simplemente caminó a paso apresurado por el palacio.

    Horas después, mientras oraba en el silencio de su mente, sucedió algo que, por si fuera poco, revolucionó todo, aunque no necesariamente en el mal sentido de la palabra. Encontró una carta dentro en su mochila, que decía:

    ¿Tanto te andan molestando, manito?, porque entre alumnos se sabe casi todo. Oye, si es así no deberías ocultarlo tanto. Oye, a mí me da igual lo que digan los alumnos influyentes y te podría ayudar, pero antes me gustaría saber, ¿eres de los buenos o malos? ¿Y qué tan cierto son todas esas cuestiones que dicen de ti? Dicen que entraste porque tus padres lo impusieron, pero ninguno de ellos es bendecido por la emperatriz, así que debieron haber metido mucho dinero. No sé, ah, me parece un cuento absurdote.

    Manito sin maná, hay muchos que estamos en contra de los que hacen acoso escolar. Si necesitas ayuda puede que te la dé. Y si de verdad eres buena gente y no finges serlo, y me caes bien, te puedo llevar con una amiga a la que le gustan un poco... un poco harto los peluches. Ella te los puede reparar. Y tranquilo, que tener peluches no te hace menos masculino, macho. ¡Los hombres también podemos jugar con cosas adorables!

    Dale, entonces, si quieres hablar, ubícame mañana a las siete hora sol en la sala de descanso de la torre águila. Estoy formando un grupo que está en contra de cualquier porquería llamada acoso. ¡Seremos la bomba, manito!

    Shinryu estaba congelado mientras leía esa carta, como si presenciara la misma presencia de las deidades en las letras, como si las palabras se escribieran solas y si se movía pudiera interrumpirlas.

    No dejaba de leerla, era un sueño que no podía creer así la viese manifestado en sus propias manos. Se preguntó mil veces quién pudo habérsela escrito.

    Creía ya no tener esperanzas en los alumnos, pero se engañaba a sí mismo. Recordaba cuando Kiran le aseguraba el lado positivo. Entonces, después de meditarlo detenidamente, decidió arriesgarse y asistir al encuentro propuesto. Su corazón latía en un concierto desatado, fluctuando entre la esperanza y el temor. Estaba a punto de averiguar si la carta era una trampa o su puerta al cambio.

    Conforme se acercaba la hora acordada, las llamas de la inquietud se multiplicaban. Sin embargo, ocurrió algo impensable en la última clase de Kiran. Shinryu no supo si fue a causa de sus entrenamientos personales, sus expresiones o porque Kiran simplemente se había colmado, pues de pronto les ordenó a todos los alumnos de la clase B2 despojarse del maná para combatir en igualdad de condiciones.

    —¿Y por qué? —interrogó Regan, preocupado, con el rostro palideciendo.

    —Hacía tiempo que no realizábamos este ejercicio, ¿no, Regan? —contestó Kiran con los brazos cruzados, esforzándose para no mirarlo con desprecio.

    —¿Pero para qué? —preguntó Hasan—. Lo está haciendo por él, ¿no?, ¡lo está haciendo por Shinryu! —Apuntó al mencionado con un dedo nervioso—. Quiere que peleemos en igualdad de condiciones para que demuestre que sabe ocupar en algo la espada. ¡Eso no sirve, porque...!

    —Verás, Hasan, eres relativamente nuevo aún, así que te aclararé algo: este es un ejercicio al que yo le doy mucha importancia, ya que te enseña a depender menos de tu maná y más de tu propio cuerpo. Algo que aún les hace falta a muchos de ustedes.

    —Pero es contraproducente, y en clase de Syra...

    —Y tú, como alumno, no tienes ningún derecho a cuestionar mis decisiones en esta clase. ¡Ahora obedece y despójate de tu maná! 

    La preocupación era poco para lo que realmente sentía el grupo de Regan, ellos sabían que Shinryu tenía talento con la espada. ¿Cabía la posibilidad de que los derrotara en un combate amistoso? ¡¿Qué?! ¡Si eso llegaba a suceder, no podrían soportarlo, por supuesto que no! Se convertirían en el nuevo foco de la vergüenza y se les caería el rostro de la humillación. Preferirían irse de Argus.

    Decidieron reunirse para formar un plan rápido que pudiera salvarlos, aprovechando que Kiran se había puesto a discutir con Kyogan —como de costumbre—, porque este tampoco estaba de acuerdo con el ejercicio.

    —¿Y para qué me haces participar a mí en algo tan tonto? A estas cosas les gano igual, con maná o no —criticó Kyogan.

    —¡Jovencito! —Kiran se alteró de inmediato, enrojeciendo como la lava.

    —Pero si es verdad, Kiran. —Kyogan se preocupó ante la expresión de Kiran, pero continuó de todas formas—. ¡Después te andas quejando conmigo porque les rompí una uña a estos delicados! Kiran, con combates amistosos no se aprende nada, ¿entiendes? Como mínimo tienen que poner algo en riesgo a cambio, ¿no? ¿Por qué mejor no nos llevas a la boca de los peores raksaras en norte del valle? ¿Por qué tenemos que esperar un año más para eso? Cuando estos tipos sientan su vida amenazada, ¡empezarán a aprender!

    Kiran alzó un brazo en dirección a los dormitorios para decirle a Kyogan que se marchase... ¡ya mismo de su clase!, también le aseguró que tendrían una muy desagradable conversación en su cuarto.

    —Dioses, ¡pero tampoco es para que te enojes así! —refunfuñó Kyogan antes de retirarse con derrota y las manos metidas en los bolsillos.

    Finalmente, comenzó el evento crucial para Shinryu, pero antes tuvo una conversación con el profesor. Ahí Kiran le confirmó que deseaba que batallara contra Hasan. Shinryu contuvo unos cuantos gritos. ¿Kiran se había dado cuenta de que Hasan era uno de quienes lo molestaban?

    Al parecer sí, ya que Kiran estaba decidido en hacerlo batallar.

    ¿Qué haría Shinryu? ¿Ganaría el temor que regresaba como un búmeran o algo diferente?

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