Capítulo 11: El futuro incierto

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    Desde que Dyan despertó su maná a los trece años, su crecimiento se hizo notar extremo como si las manos del destino lo hubiesen esculpido para la misma magnificencia. En aquel entonces ya había alcanzado el nivel cincuenta y ocho, un logro que lo convirtió en uno de los adolescentes más poderosos de Evan.

    Pero, ¿qué hizo ante tal poder? Dyan, un niño endurecido por la mala vida de un orfanato, donde tuvo que luchar por un trozo de pan o un rincón para dormir, optó por el camino de la venganza. Armado con espadas robadas, se dedicó a asesinar magos sin importar la edad que tuvieran o si lo superaban en fuerza. Guiándose por la información desparramada entre los carteles del pueblo, buscaba cualquier rastro de ellos, sin preocuparle la paga ni cuán sucia fuera la tarea.

    Con una frialdad inhumana, acabó con la vida de un mago de diez años, abandonado a su suerte por sus propios padres, quienes lo habían amordazado sobre una montaña de paja en un granero. La espada de Dyan encontró su cuello múltiples veces, mientras el niño no hizo nada más que dejarse llevar por el liberador alivio del dolor.

    En los días siguientes, su espada cayó sobre magos adolescentes, todavía libres de la maldición, pero condenados a robar comida para sobrevivir. Dyan les arrebató la vida con un talento siniestro para después entregar sus cabezas como trofeos sangrientos a cambio de generosas sumas de dinero.

    El clímax de su brutalidad se manifestó en un combate contra un mago recién caído en la locura. Dyan empleó cada parte de sus músculos hasta transformar al mago en una masa irreconocible de carne y hueso, mientras su propio cuerpo apenas se erguía bañado en sangre, casi partido en pedazos gracias a heridas profundas causadas por las magias elementales de quien había sido su enemigo.

    De esto trató la adolescencia de Dyan, cimentada en una sed insaciable que recién comenzaba. Su salvajismo era tal que estaba dispuesto a cortarse una mano o quitarse los dientes solo si con ello lograba destruir a otra persona nacida con magia.

    Hasta que un día todo cambió en su vida, cuando conoció a una mujer de misteriosa procedencia, de una raza desconocida, muda y aparentemente de otro mundo. Cuando ella al fin se expresó con él, sus palabras estuvieron cargadas de amor y perdón, resonando en Dyan como el canto de un ángel entregado, marcando el inicio de un nuevo capítulo, una senda hacia la redención y la luz.

    Trinity.

    El mago condujo a Shinryu a una terraza elevada que ofrecía una vista panorámica hacia las majestuosas torres de Argus, protegida bajo el abrigo de techo piramidal dorado. La luces lunares danzaban sobre la arquitectura del palacio, intensificando su esplendor en la quietud de la noche. Kyogan se acomodó en el borde de la semi-pared que circundaba la terraza, sin temor a caerse desde semejante altura.

     Allí, abordó dos cuestiones cruciales respecto a Shinryu, como si estuviera en busca de piezas clave para completar un rompecabezas. Lo primero que quería saber era por qué Shinryu admiraba a Dyan.

    La pregunta tomó a Shinryu por total sorpresa, sin embargo, sabía que su veneración hacia Dyan había sido evidente y que la duda de Kyogan era de lo más normal. Hacía tiempo le hubiese gustado aclarar cualquier duda al respecto. Pero, a pesar de que tenía una respuesta formulada, no estaba seguro de si sería entendida. 

    —Primero, porque sufrió algo similar a mí —respondió después de haberse armado de valor—. Dyan fue una de las pocas personas en este mundo que tardó tanto en despertar su maná: tenía trece años y seguía sin tenerlo, pero luchó demasiado y a esa misma edad logró despertarlo. Admiro que haya trabajado tanto a pesar de que todos lo miraban como al más débil y defectuoso —explicó mientras su voz ganaba firmeza, pese a la ansiedad—. ¡Admiro que con toda esa debilidad haya superado todos los obstáculos! Es increíble que ahora sea líder de Argus y que haya obtenido mucho, mucho más nivel en su maná.

    Un recuerdo asaltó a Shinryu, una imagen que le hacía reencontrarse con una esperanza rota. Entre las cuatro escuelas principales, había elegido Argus, no solo por su necesidad de encontrar a Trinity, sino por creer que aquí encontraría más empatía, ya que su rector había atravesado una condición similar a la suya.

    Pero había encontrado todo lo contrario.

    —¿Solo por eso lo admiras? —preguntó Kyogan, penetrando su alma con sus ojos, orbes malditos, que seguían conteniendo un valle embrujado por brumas desconocidas.

    —Sí, por eso... —murmuró Shinryu, buscando comprender los enigmas que conformaban la mente del mago.

    El ambiente se estaba volviendo tenso y peligroso, como si la oscuridad emergiera del corazón de Kyogan y susurrase sus desconfianzas. Aun así, Shinryu continuó:

    —Kyogan, tal vez te extrañe mi admiración... porque Dyan odia a los ma...

    El mago agudizó una advertencia en sus ojos.

     —No sé si acá pueda hablar de ciertas cosas —dijo y Kyogan le indicó que podía continuar—. Las cosas que no me agradan del señor Dyan, no se las puedo culpar del todo si entiendo las causas —explicó y de inmediato se amurró un poco, con los hombros apretados y las manos resbalando la una sobre la otra.

    —¿Qué? —Kyogan murmuró sin comprender.

    —No apoyo su odio por los magos, pero lo comprendo.

    —¡¿Qué?!

    Shinryu cerró los ojos un momento, acompañado por un suspiro que indicaba la búsqueda de su fuerza interna. A pesar de estar muy herido, halló un pedazo. Pero ¿por qué apenas uno, cuando él solía tener mucho más?

    —Kyogan, todo lo que te conté a ti deseo decírselo a Dyan en algún momento, porque quiero que me ayude a encontrar a mamá —explicó con mayor claridad—, y no solo él, Trinity también. Esa es otra de las razones por las que quise entrar en Argus más que en cualquier otra escuela.

    »Sé que quizás debí habértelo dicho antes..., es que te había dicho demasiadas cosas. Y pues... creía que era mejor esperar hasta que volviéramos a hablar. Y pues... recién ahora hablamos.

    Shinryu tenía los músculos tirantes, menos confiado en el poder de sus diálogos, temeroso de desencadenar una avalancha de ira en Kyogan. Pero, para su sorpresa, solo vio un brillo de asombro danzando en sus ojos verdes. Y el alivio se hizo mayor cuando Kyogan le permitió continuar con su explicación. Así, compartió cómo su admiración por Dyan se había desvanecido al conocer la crueldad de sus acciones contra los magos. Fue doloroso para él descubrir que alguien con quien se había identificado pudiera albergar tanto odio. Sin embargo, dos razones cambiaron su percepción:

    —Primero, porque conozco la historia del señor Dyan, sé por qué odia tanto a los magos, sé lo que lo llevó a sufrir un trastorno mental, porque es un trastorno, Kyogan, no un simple... «odio».

    Kyogan agudizó su escepticismo, pues la historia de Dyan era un secreto muy bien guardado, algo conocido solo por unos cuantos. ¿Cómo era posible que Shinryu supiera de él?

    En Argus, solo se suponía lo que le había sucedido a Dyan para que se sintiera motivado a degollar a cualquier mago que se le cruzara en el camino. Los alumnos debían contener sus comentarios y respetar el posible dolor que le causaron los magos. Esto era algo oscuramente sagrado. El imperio de Sydon imponía la empatía hacia todo aquel que había sufrido a causa de los malditos. El dolor era un estandarte para encender la venganza y justificar el control y las leyes.

    Kyogan dejó escapar una carcajada dolida que se desvaneció en el aire frío de la noche. Preguntó con una voz débil, pero cargada de molestia:

    —Ah, ¿sí?

    —Sí.

    —¿Y cómo puedes saber eso? —cuestionó, elevando su irritación.

    —Mi padre conoce su historia, al igual que sus sirvientes. Uno de ellos es un asesino y conoció a Dyan desde pequeño, porque vivieron juntos en el orfanato donde se criaron.

    Una mueca descuadrada se formó en los labios del mago.

    —Mi papá tiene a varios sirvientes, Kyogan, entre ellos... a varios asesinos —explicó Shinryu, sintiéndose mal e incómodo por la confesión—. Yo sé que conocer el pasado de una persona tampoco justifica sus actos, pero te ayuda a comprender de dónde vino todo.

    »Kyogan, la historia de Dyan es algo que no puedo contar, pero ante ti puedo romper esa promesa porque el juramento que hice contigo es superior a todo. Si deseas, en este mismo momento te puedo contar qué hizo que Dyan odiara tanto a los magos.

    Shinryu notó la tensión en Kyogan, que mantenía los brazos cruzados y una mirada más abierta de lo normal, casi asustada, como si la sorpresa se hubiera convertido en un entrometido golpe que sacudió ese pozo de emociones conflictivas guardadas en él.

    Luego suspiró seco, convenciéndose de que las palabras de Shinryu eran una estupidez y que nada podían causar en él. Además, no era tan difícil imaginarse lo que vivió Dyan.

    —¿Qué te hace pensar que quiero escuchar una historia así? ¿Te lo estoy... pidiendo, acaso? ¿O te he dado a entender que te creo de cabeza?

    —No, no es así, Kyogan —respondió Shinryu, agachando la mirada como un cachorro entristecido—. Solo te lo ofrezco en caso de que lo consideres necesario. Como siempre..., creo que no tengo otra prueba más que las palabras.

    »Pero... aquí estoy por si quieres...

    Kyogan, sumergiéndose en una dualidad interna, reflejaba el deseo de retirarse del lugar, pero la insatisfacción no era algo que quisiera dejar sin resolver. Una vez más, su aura monstruosa se enredaba en sí misma, entre el deseo de consumir todo o darle una pequeña oportunidad a lo insólito.

    Shinryu se atrevió a irrumpirlo y explicarle la segunda razón que lo llevó a apreciar a Dyan. Fue gracias a una reunión secreta que solo presenciaron algunos imperiales y la emperatriz en persona, incluido Shinryu, quien asistió siendo muy niño para estar al lado de su padre. En la reunión, Dyan se alzó ante un estrado para decir algo que marcó el oscuro corazón de todos los imperiales presentes. Sentenció con sus manos contra el pulpito y habló como alguien que había explotado.

    —...gracias a Trinity también me di cuenta de algo más: el odio no sirve de nada por mucho que ustedes digan que el anhelo de venganza termina siendo un control que el imperio puede proveer. ¿Por qué no somos más honestos y menos miserables? ¡Solo digan que quieren que este sistema siga funcionando porque les endulza seguir teniendo cuerpos de magos que pueden utilizar como se les antoje! El ministerio de salud e investigaciones gana inmensas cantidades de dinero inyectadas por gente ilusionada ante la idea de que encontrarán una respuesta para el peor mal de la humanidad.

    »¿Por qué no admiten que los órganos de los magos suelen ser más resistentes y duraderos? ¡Ustedes, demonios del dios oscuro, usan órganos de los malditos para traficarlos o incrustarlos en soldados que se ofrecen como experimento! ¡Ustedes son el mal encarnado y fingen actuar por la humanidad, fingen respetar las leyes de amor y bondad impuestas por Loíza pero a escondidas hacen todo esto! ¡Por eso no se merecen el perdón de nadie, sino el desprecio del mundo entero! —rugió con una cólera que lo poseía por completo, con una valentía que dejaba una herida profunda en los testigos.

    »Y si me van a atacar por decir la verdad, ¡háganlo, aquí estoy! —provocó, abriendo los brazos para exponer su propia vida—, porque sé muy bien en nombre de quien hablo, por la diosa Loíza. ¡Atáquenme y terminen de demostrar que son hijos de Erebo y no de la luz!

    Sus palabras habían resonado como un trueno, cortando el aliento de los imperiales hipócritas, alzándose como espadas ardientes frente a la injusticia y la maldad de los gobernantes. Cientos de miradas llenas de odio se clavaron en él, pero Dyan no se inmutó: sus ojos desafiaron a todos con una determinación férrea.

    En ese momento, Shinryu se había dado cuenta de que en Dyan habitaba una necesidad ferviente de justicia, como si llevara consigo el deseo oprimido de todos aquellos que sufrieron bajo el yugo del imperio.

    Y entonces, en un acto de humildad que dejó perplejo a todos, Dyan se arrodilló para reconocer sus propias fallas y manos manchadas de sangre. Lloró por los horrores que había cometido en su vida, pidiendo perdón con la esperanza de redimirse y encontrar la paz en medio del caos. Declaró que su primera víctima había sido apenas un niño que ni siquiera supo por qué sus padres lo habían odiado tanto. Confesó que llevaría por siempre en su corazón la mirada destrozada de aquel pequeño que sonrió ante la muerte que él le propinó.

    Shinryu, quien estaba acompañado por asesinos de Alec Kathilea al fondo de ese lugar, lloró con el corazón desgarrándose.

    Al finalizar esa reunión, Dyan fue arrestado en mazmorras secretas. Se le reintegró a sus labores después de haber sido obligado a entender que sus palabras no debían ser expuestas al público; solo ante imperiales de confianza. También se rumoreaba que la emperatriz lo había respaldado gracias a una extraña estima que le guardaba desde antaño. Era todo lo que Shinryu sabía, pero fuese como fuese, estaba seguro de que Dyan seguía pensando de la misma forma. 

    Por estas razones lo admiraba tanto. ¡Dyan era el hombre de mil agallas!, considerado un estúpido por miles, pero jamás superado a la hora de enfrentar al mal.

    Y por eso necesitaba hablar con él, para contarle que mamá era una maga inmune y que debían rescatarla para descubrir por qué la maldición no la afectaba. Ella era la respuesta que la humanidad tanto clamaba.

    Kyogan observaba con los brazos caídos, impactado, y costándole una montaña creer que Shinryu tuviera las agallas de insistirle sobre la inmunidad de su madre directamente en su cara. 

    —Dyan ha hecho todo lo posible para demostrar su palabra desde ese discurso. No ha asesinado a magos desde entonces —añadió Shinryu.

    Shinryu examinaba a su compañero, tratando de detectar algún destello de credulidad, pero le resultaba difícil descifrar los cambios complejos de su expresión. Kyogan, tras unos segundos, había caído en un silencio profundo, como si una parte de su ser se hubiera sumergido en un paisaje olvidado, con algunas chispas de contrariedad, como si tuviera uno y un millón de recuerdos que analizar.

    Kyogan sopesaba cada acción, cada palabra, e incluso reflexionaba sobre aspectos de sí mismo, evaluando diferentes caminos y conocimientos.

    Finalmente, apartó la mirada de Shinryu y la posó en los paisajes que se extendían ante ellos. Las tres lunas, con sus colores amarillos, rosados y celestes, se derramaban sobre los techos del palacio en una danza cósmica. La expresión del mago se tornó repentinamente más serena y conclusiva.

    —Tú no conoces tu elemento afín, ¿no? —preguntó de un momento a otro.

    Shinryu se halló desnudo de respuestas.

    —Todos nacemos con una afinidad hacia un elemento —añadió Kyogan con un tono extrañamente explicativo. Había compartido muchas tareas con Shinryu y sabía que aún desconocía muchos aspectos del mundo. De forma irónica, sabía explicar muy bien cuando así lo deseaba—. El elemento afín de una persona se puede conocer extrayendo de su sangre una fase previa del maná: la fase cuatro del etherio, antes de que se transforme en maná. Según escuché, Alaia y Gadiel dicen que tu etherio ni siquiera llega a esa fase, así que, por lógica, nadie conoce tu elemento afín, ¿no?

    —Eh... pues no, no, Kyogan, nadie —respondió desconcertado.

    —Ya veo. —Exhaló con decepción—. ¿No te han contado Alaia y Gadiel que existen formas para forzar la metabolización de maná?

    —¡¿Qué?! —preguntó con un respingo—. No, no me han dicho nada eso.

    —Típico de ellos —refunfuñó molesto.

    Kyogan empezó a caminar de regreso a las escaleras. 

    —¡Pero ¿por qué, Kyogan, puedo saber?!

    —Por cierto..., no te conviene rondar por la escuela a estas horas, deberías liberarte antes de las tareas que te impone Regan —advirtió.

    Tras lanzar una mirada severa, agregó:

    —Ándate a dormir de una buena vez.

    De regreso en su cuarto, Shinryu no podía dejar de revolverse. Las palabras y actitudes de Kyogan se repetían en su mente. La mención de Regan por parte de Kyogan también había sido un golpe directo y humillante, pero Shinryu estaba decidido a soportarlo. Lo verdaderamente crucial residía en el contenido de la conversación. ¿Había servido de algo?

    Aún le costaba creer que hubiese hablado con el mago. Algo latía de su interior, bullicioso pero sin voz clara.

    Shinryu había amanecido mejor esa mañana, con más deseos que de entrarse y con anhelo de releer todos los libros sobre ibwas, sintiendo que su situación mejoraría. Pero había caído ante la ilusión una vez más, ya que sus acosadores no estaban dispuestos a detenerse. ¿Por qué lo harían? Esa misma tarde, Regan se las ingenió para entrar en su cuarto, hurgar en sus pertenencias personales y robarle una mochila. Al abrirla, se llevaron él y sus amigos una chocante sorpresa: había dos peluches adorables, uno de una oveja rechoncha y el otro era como un hámster de cachetes inflados reteniendo una galleta entre sus patitas.

    ¿Peluches de niño? ¿Acaso al nugot era un bebecito? Regan y los demás se sofocaban entre tantas carcajadas.

    Shinryu no tardó en darse cuenta de que alguien había entrado a su habitación y le había robado una pequeña mochila. Palideció abruptamente y corrió a buscar a los chicos sin pensarlo dos veces. Los encontró en uno de los camerinos cerca de la zona de entrenamiento, frente al campo de césped. Allí los vio riéndose mientras toqueteaban sus pertenencias.

    —¡¿Qué significa esto, nugot?! ¡¿Peluchitos?! ¿Son tuyos? ¿Te quedaste en la infancia, bebecito llorón? ¡¿O son regalitos que te dio algún novio escondido que tienes por ahí?

    —Devuelve eso, Regan —pidió con una expresión delirante, los irises de sus ojos eran pequeños dentro de esos círculos inyectados de horror.

     Cuando Regan empezó a estirarle las patas a la oveja, con la intención de rompérselas, Shinryu no lo soportó más; fue como si hubiesen enterrado en su pecho una punta de lanza hirviendo. Se lanzó contra los chicos para recuperar sus peluches. Regan, sorprendido por el repentino lanzamiento, no tuvo tiempo de reaccionar y fue empujado contra una pared.

    —¡¿Qué te pasa, enfermo?! —reclamó patidifuso.

    —¡No toques eso con tus manos asquerosas, no lo toques! —exigió Shinryu. Su grito impactó contra ese cuarto.

    Los tres chicos restantes del grupo quedaron anonadados por un momento, Hasan, Dan y Deiko.

    —¡¿Te atreves a empujarme, cosa histérica?! —gritó Regan.

    —¡Regrésame lo que es mío, ladrón! ¡Regrésalo!

    —¿Tú crees que nosotros tenemos la culpa de que seas un fenómeno en todos los sentidos?! Eres un asco —acusó, harto—. ¡Das vergüenza! ¡Ni siquiera eres un hombre, no lo eres, porque sigues actuando como un crío mamón!

    Shinryu intentó arrebatarle uno de los peluches. Regan volvió a sonreír al recordar sus limitaciones y se deleitó desgarrándole las patas a la oveja. Shinryu se quedó quieto un instante, perdido en un dolor hondo que se alargaba en segundos eternos. Brotó una lágrima de él, lo que provocó más burla.

    —¡Pero mírenlo, es un completo llorón, un crío espantoso y muy, muy patético! Dioses, no tiene vergüenza —comentó Hasan.

    Algo sucedió en Shinryu: una marea formando una ola que colisionó contra su aguante. La imagen de Dyan vino a él, recordándole su inspiración, entonces hizo algo que chocó contra la credulidad de todos.

    Le lanzó a Regan un puñetazo en la boca.

    El golpe fue demasiado fuerte, pero el maná de Regan se manifestó como una amarilla capa en torno a él, permitiendo apenas una pequeña mancha roja en un rincón de sus labios. Se desató un corto silencio, hasta que Regan se alzó fuera de sí.

    —¡Maldita mierda, pedazo de escoria! Además de que nos dañas la reputación, además de que tenemos que soportar una clase de ética por tu culpa, ¿tenemos que...?

    No pudo terminar, porque Shinryu le propinó un segundo puñete, después otro en una secuencia rápida y despiadada, sin embargo, se detuvo cuando Regan lo agarró desde la camisa y le lanzó un puño en el rostro cargado con maná.

    Los demás retuvieron el aliento al ver a Shinryu en el suelo, pues Regan había roto un acuerdo: no hacer algo que dejara una marca muy evidente, mucho menos una herida que involucrara sangre y pudiese perjudicarlos legalmente. Por fortuna, no había rastros del rojo líquido. Al parecer, Shinryu era más duro de lo que jamás habían supuesto.

    Shinryu se levantó para lanzarse contra Regan y recuperar lo que quedaba de sus peluches. Regan decidió darle una paliza, pero los demás lo apresaron, por primera vez asustados.

    —¡Solo abusas porque no tengo maná! —atacó Shinryu—. ¡Eres un ser humano despreciable y más encima un hipócrita! ¡Pareces un seguidor de Erebo, que se deleita con cometer estupideces sin ninguna razón! ¡No tienes ninguna motivación en tu vida, por eso buscas aplastar a otros, para sentir que eres alguien! 

    A pesar de ser retenido, Regan alcanzaba a darle empujones contra el suelo, pero Shinryu volvía a levantarse. Con mucho esfuerzo, Regan logró agarrarlo para estrellarlo contra una pared. Shinryu cayó aturdido. Cuando se recuperó y vio que los demás se acercaban con la intención de meterle una botella en la boca, gritó a todo pulmón, sin ya importarle nada:

    —¡Profesor Kiran, profesor Kiran!

    Regan se contuvo solo por el miedo de que el profesor apareciera, aquel sujeto que se defendía en las doctrinas divinas, especialmente de la estúpida Loíza, dizque diosa del amor, lo único que manchaba el sistema imperial de Sydon en Argus. Deiko le cubrió la boca a Shinryu con el mismo peluche, casi ahogándolo.

    —Ya no los soporto más, no los soporto. Dyan sabrá... —murmuraba Shinryu con lágrimas, cargado de impotencia, ya con la explosión abandonándolo, frustrado al corroborar por enésima vez que solo su enfermedad lo hacía menor que estos sujetos.

    Al escuchar el nombre de Dyan, Deiko agigantó sus ojos llenos de horror. 

    —Atrévete y verás cómo nos vengamos de ti... —respondió un muchacho que se llamaba Dan, el único que parecía algo más inteligente en el grupo—. Escúchame, cada día nos haremos cargo de que te detesten más y te cierren la puta boca. Y si es que nos llega a pasar algo, te aseguro, pendejo ridículo, que tú caerás con nosotros, pero no de la misma manera. ¿Por qué crees que te molestamos con poco miedo?, porque sabemos quién tendrá el apoyo aquí.

    »Nuestros padres y varios más ya están formando una queja contra esta escuela. ¿Crees que Dyan, solo por ser gritón, puede detenerlos? ¿De verdad crees que la asociación de padres no tiene influencia alguna? Entérate de que hay ahí un imperial bendecido por la emperatriz.

    Shinryu tembló arrodillado, con su cuerpo sufriendo las consecuencias de la adrenalina pasada, con sus pertenencias desparramadas a su alrededor.

    Patético, era la palabra con la que lo describían los chicos.

    Regan aún quería molerlo a golpes, pero Dan lo arrastraba fuera del baño.

    —¡Escúchame esto, nugot, me las vas a pagar! ¡Nadie me insulta sin que las pague de vuelta, así te largues de esta escuela, te voy a encontrar! ¡Y así algún día despiertes el maná voy a luchar contigo y te demostraré quién es superior! ¡Te romperé cada hueso y te haré mierda la cara!

    Shinryu recogió sus pertenencias y se retiró a su habitación. No quiso ir a ninguna clase más durante ese día, solo se dedicó a cobijar sus peluches sobre su regazo, arriba de la cama, peluches que, con tanto amor, mamá le había tejido.

    Eran lo único que le quedaba de ella.

    Shinryu había despertado un rencor ya insoportable en Regan. A este ya no le bastaba torturarlo, quería provocar su muerte, quería que el dolor fuera tan insoportable que él mismo decidiera optar por el suicidio, así limpiaría al mundo de una grandísima asquerosidad.

    Shinryu pensaba en las únicas dos soluciones que tenía: acusar a los chicos con Dyan, pero algo se lo impedía, ¿era orgullo? No quería verse derrotado ante la persona que más admiraba, llorando por algo que no era capaz de arreglar por sí mismo. No quería verse fallando ante las promesas de aguantar la presión de Argus. Además, provocaría odio en estudiantes que estaban al filo del acoso.

     La otra opción era herirse a sí mismo hasta provocar un sangrado y culpar a Regan, pero ni siquiera él estaba seguro de si una ley que protegía niños lo respaldaría. Y le daba hasta asco caer así de bajo. Tampoco tenía sentido, ya que la palabra aún tenía mucho poder en Sydon. Regan podría negar haber cometido el crimen si no había una prueba que lo involucrara. En dicho caso, habría un juicio hasta que el mentiroso pagaría.

    Shinryu simplemente entró en un estado de inercia, mezclando una decisión de aguante y sacrificio, poniéndole límite a sus propias quejas, dejando que una gran parte de él muriera para sentir menos. Quizás, si usaba su mente de otra forma, hallaría soluciones sucias, pero en primer lugar estaba su esencia, y porque muy en el fondo se sentía guiado por una instrucción que le decía que debía sufrir más, muchísimo más.

    Porque es la única manera para que el doce...

    Por eso, cada vez que era empujado de lado a lado por los chicos, cada vez que lo basureaban con asquerosidades, cada vez que lo obligaban a comer una porquería sacada de los basureros del baño, se decía a sí mismo, una y otra vez, con tal de mantener un horizonte, el timón de un barco que se negaría a toda costa caer ante la tormenta.  

    «Por mamá...»

    «Por ti..., mamá...»

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