Capítulo 22: A la mira del imperio

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    Kyogan se desplazaba con la urgencia de una sombra acosada por la luz. Sus ojos, dos esmeraldas intensas, reflejaban un incendio en el alma, cada parpadeo era una chispa de tormentas recién nacidas. Sin embargo, detrás de tal agitación, se mantenía firme como un guerrero nocturno no dispuesto a caer ante el peso del cielo.

    ¡¿Qué le ocurría?!, se preguntaba Shinryu con una punzada en el pecho.

    De pronto, Kyogan se acercó para explicarle que necesitaban hablar en el Valle de los Reflejos, el lugar más peligroso de la escuela. Shinryu sintió una pesadez descendiendo sobre él, un caos de curiosidades y preocupaciones que tensó su musculatura.

    —Vamos —ordenó Kyogan sin más.

    Se sumergieron en una travesía nocturna, con los profesores vigilando varios pasillos. La adrenalina transitaba dentro de Shinryu en un baile doloroso, y la culpa, haciéndole sentir su interior atragantado cada vez que debía guardar silencio ante el asomo de un maestro.

    «¡Dioses míos, perdónenme por lo que estoy haciendo! ¡Se los imploro!»

    Cada dirección que le obligaba tomar el mago, le hacía recordar el día en que el ibwa lo había llevado al valle a conocer a conocerlo, ya que era la misma ruta.

    Alcanzaron el laboratorio astronómico en poco tiempo, aquel santuario de metal y misterio donde instrumentos meticulosos, como manos y pájaros, buscaban descifrar el código del firmamento. Bajo sus pies, un mapa detallado de Evan se extendía, mientras el techo se desplegaba como una cúpula donde se dibujaban las estrellas de manera tan real, que era presenciar las galaxias al alcance de la mano.

    Kyogan arrastraba a Shinryu como si fuera un trapo inadvertido. La falta de destreza del chico en el arte del sigilo sumado a su escándalo interno estaba poniendo a prueba la paciencia ya escasa que tenía.

    Entraron seguidamente a la oficina del profesor Rodan, donde esperaron escondidos detrás de una puerta al igual que sombras conspiradoras —aunque Shinryu no quisiera por nada del mundo serlo— . El profesor, sentado en su escritorio, parecía trascender los límites del conocimiento humano mientras leía un libro, sin embargo, se estaba rindiendo poco a poco al sueño. En una de sus manos casi caída, aguardaba un vaso de líquido morado y misterioso que estaba a punto de derramarse.

    Kyogan intercambiaba su mirada entre ese vaso, Rodan y un reloj en su muñeca izquierda, en el cual estaban representadas las veintiséis horas que componían un día en la tierra de Evan. Cada hora estaba simbolizada por la misma estrella, pero con tonalidades diferentes, cada una con un color que expresaba la intensidad del día. En el «13» se ubicaba su mayor resplandor. «Aureón», era el nombre de la estrella. Según los textos, Aureón era una criatura espiritual creada por el dios de la fuerza, Tharos, quien suspiraba para darle vida al sol.

    Cuando el sol se escondía y comenzaba el ciclo nocturno, Aureón era remplazada por otra en todos los relojes conocidos, Nigrae, creada por Arcana, diosa del intelecto, de la noche, de la oscuridad positiva, contraparte de Tharos.

    En este momento, la manecilla del reloj apuntaba al «10», con el ciclo nocturno ya activado, faltando apenas tres horas para llegar a Nigrae con la intensidad más oscura de todas.

    —Duérmete de una maldita vez —murmuró Kyogan—. Te resistes demasiado, viejo estúpido.

    Shinryu cruzó pensamientos y entendió que Kyogan había colocado drogas en el vaso del profesor. Por eso se estaba durmiendo en contra de su voluntad.

    «¡Ay, dioses! ¡Kyogan, eso no se hace! —pensó alarmado—. ¡Dioses míos, ¿ahora soy cómplice de drogar a un profesor? ¡¿Me estoy transformando en un delincuente de alto calibre?!

    »Perdónalo, Arcana, perdónalo, Loíza. ¡Y perdónenme a mí!»

    Cuando finalmente Rodan sucumbió al sueño, Kyogan arrastró a Shinryu hacia la bodega oculta detrás del profesor, abriendo una puerta desdeñosa. Al otro lado, residía el túnel secreto y casi flotante que dirigía al Valle de los Reflejos. 

    Después de una intensa caminata entre musgos serpenteantes que parecían vigilarlos, Shinryu y Kyogan se adentraron en el corazón de un bosque de gigantes, donde los árboles se alzaban como titanes que susurraban enigmas insondables, custodiando senderos alfombrados de un verde profundo. Las flores, como diminutas lunas terrestres esparcidas por doquier, se abrazaban a la oscuridad, formando un manto de ricos aromas frescos.

    Shinryu agradecía la belleza, pero nada borraba su expresión de cordero alarmista. Kyogan no le había dado tiempo ni de traer su espada o armadura, así que su vida dependía totalmente de él. Aunque bueno, por mucho equipamiento que tuviese, no sería muy útil con su fuerza actual.

    Reflexionaba en los engorrosos caminos de la vida y en la misericordia de los dioses, cuando de repente un depredador saltó desde unos arbustos, un can cubierto con un color gris tan reluciente, que parecía estar hecho de pelos metálicos. Tres cuernos se erguían desde su cabeza con una ligera curvatura hacia atrás, como ganchos filosos. Era una criatura baja, pero con sus gruesas patas podía romper rocas.

    Antes de que alcanzara a Shinryu, el tronco de una planta ya se había erguido gracias a la magia fioria de Kyogan, enlazando el cuello de la criatura para lanzarla tan, pero tan lejos, que pareció perderse entre las nubes oscuras del más allá.

    Shinryu no supo si sintió más temor o compasión por ese pobre raksara.

    Tiempo después, apareció un licántropo con la piel acorazada y seca, como si tuviera la corteza de un árbol antiguo apilado a su piel. Sus garras eran largas cuchillas de muerte que se agitaban en el aire con una intención siniestra. Shinryu lanzó un inmenso sobresalto hacia el costado de un árbol.

    Sin embargo, la criatura, al reconocer a Kyogan, se deformó en un rostro de horror absoluto. Entonces huyó, ¡huyó a toda velocidad, como si el mismísimo Erebo se le hubiese presentado de frente! Pese a ello, Kyogan lo castigó con latigazos hechos de plantas. El chillido del raksara se disolvió en la noche, dejando un eco de miedo y veneración.

    —¡Aprende de una maldita vez!

    Shinryu estaba gélido.

    Poco después, y por si fuera poco, una manada de ranas trepadoras, criaturas corpulentas y viscosas, atacó desde la sombra de los árboles. Con una precisión militar, lanzaron sus lenguas largas y pegajosas, tejiendo una red hambrienta para atrapar la carne de Shinryu.

    Shinryu estaba absorto en lo que había sucedido con el licántropo, por lo que no percibió el peligro hasta que una lengua se adhirió a su espalda, seguida por decenas que emergían desde todas direcciones. En breve, se encontró suspendido en el aire, en un maremágnum de lenguas pegajosas.

    Entretanto, Kyogan solo miraba con los brazos cruzados.

    Shinryu pataleaba con locura y era incapaz de silenciar sus chillidos histéricos, hasta que, con un suspiro resignado, Kyogan pronunció un hechizo de akio, del agua. Sonidos acuosos resonaron desde las copas de los árboles en respuesta a la humedad del aire que era absorbida en un torbellino de movimientos elegantes. 

    Una masa de agua se terminó formando, para luego cristalizarse en sables de hielo que salieron disparados en todas las direcciones posibles. Las lenguas de las ranas fueron cortadas con una brutalidad exagerada, como si hubieran sido sometidas a un huracán de navajas. Shinryu observó con horror la lluvia carmesí y viscosidades descendiendo por el bosque.

    Fue otro trauma.

    ¿Los castigos de Kyogan no eran un poco... exagerados?

    «¡¿Un poco, Shinryu, un poco?! —se cuestionó mientras sacudía su cuerpo con desesperación para quitarse los pedazos de carne lacerada—. ¿Eran necesario matarlos a todos? ¡Sangre, sangre, sangre!

    »¡Pero te iban a comer!

    »¡Sí, pero qué horrible, qué horror! ¡Me quiero ir, me quiero ir!»

    Los raksaras restantes que encontraron en el camino huyeron en un coro de chillidos que se propagó por todo el valle, era una verdadera alarma silvestre que aconsejaba huir de la calamidad que avanzaba entre ellos. 

    Shinryu caminaba ya por inercia, como si le hubieran arrebatado el alma del cuerpo y un robot aturdido se hubiera apoderado de él, tan golpeado mentalmente que ni siquiera era capaz de preocuparse por la verdadera razón que lo había traído a este lugar.

    Junto a Kyogan, alcanzó un sector más íntimo, rodeado de grandes rocas que protegían un campo de césped y charcos cristalinos, un espacio donde solo el suave viento les acompañaba.

    —A ver... —empezó Kyogan, mientras usaba un paño para limpiar la sangre de sus dagas.

    —¡¿Qué pasó?! —Saltó Shinryu, defendiéndose con los brazos como si hubiese despertado de una pesadilla.

    El mago alzó una ceja.

    —¿Qué mierda te pasa? ¿Te traumaste o qué?

    —¿Qué? No, no, eso, eso. ¡Es que estaba... pensando en otra cosa! ¡Sí, eso mismo!

    Era la primera vez que Kyogan detectaba una mentira en su compañero.

    —Soy un asesino de raksas, un rakysara. ¿Lo olvidas?

    —No.

     Con un suspiro de molestia, y luego con líneas amargas cayendo sobre sus párpados, Kyogan dejó el tema de lado y se dispuso a hablar sobre la invocación del zein. Aclaró que dicha situación ya era conocida por Cyan, es más, él también participaría en ella.

    Shinryu sintió un remezón en el corazón al recordar a Cyan y todo lo que experimentó con él.

    —Te voy a contar algo: es posible que yo me quede con este zein —contó Kyogan. Y Shinryu no comprendió en lo absoluto, pues Kyogan ya tenía zein y nadie podía enlazarse con uno más; de lo contrario, su espíritu explotaría, pues había un rompecabezas. Sería como colocarle dos ombligos a una persona—. Te contaré esto porque te vas a enterar de todos modos: recuerdas que te dije que tengo un zein selvático, ¿o no?, uno horrible con la apariencia de un mono que me presta las dos magias que puedo utilizar públicamente: akio y fioria. —Se masajeó la frente con fuerza, y continuó—: Pues perdí a ese zein.

    Shinryu se puso rígido, como si hubiera sido prensado por fuerzas invisibles.

    —Lo perdí hace cinco meses —refunfuñó el chico sombrío, buscando restarle importancia a un asunto que le preocupaba más de lo que admitía—. Significa que estoy ocupando magias que en realidad vienen de mí mismo. Pero la gente sigue creyendo que vienen de un zein al que estoy enlazado. Escucha bien: llevo cinco meses sin invocar al zein y todo el maldito colegio cree que es porque me llevo mal con él. Y es cierto, me llevo mal con esa cosa, pero si no lo invoco es porque simplemente lo perdí.

    »El problema es que pronto voy a tener que invocarlo porque el imperio lo ha exigido. A veces se le antoja obligar a todos los jóvenes menores de diecinueve años invocar a su zein con el que han estado justificando sus magias. Así delatan a un posible mago que se esté haciendo pasar por alguien normal.

   El corazón de Shinryu empezó a latir con fuerza, en respuesta a estallidos emocionales despertando un viento caótico. 

    ¿El imperio estaba poniendo a Kyogan en aprietos? ¿Entonces, todas las preocupaciones que Shinryu tuvo en su momento habían resultado ser ciertas? Hacía meses, en la competencia que tuvo Kyogan, sospechó que podrían descubrirlo, ya que los magos formaban un lazo débil con los zeins, pudiendo perderlos con facilidad. A las personas normales, en cambio, se les hacía increíblemente difícil romper con dicho lazo, como si su sangre estuviera unida con la del zein. Kyogan no podía decirle al mundo que había perdido a su criatura sin una explicación sumamente fuerte. Lo considerarán sospechoso de haber tenido un lazo débil, lo que lo delataría como mago.

    Con los brazos cruzados, Kyogan dirigió su mirada hacia Cosmos, la luna amarilla que esparcía su resplandor dorado sobre el paisaje, iluminando un rostro donde se dibujó una sonrisa de lenta ironía.

    —¿Crees que... soy el único mago que utiliza un zein para justificar sus magias? No, habrá algunos más por ahí que aún no han enloquecido.

    »Lo sabes, ¿no? Los magos necesitamos ocupar magias de vez en cuando porque tenemos una fuerte necesidad, es como si una parte de nosotros estuviera hecha de magia. A las magias no les gusta el ahogo prolongado. ¿Pero cómo usarlas tranquilamente, pues? Hay algunos magos que aprovechan su poder para capturar algún zein débil y usar sus magias públicamente. Así satisfacen la necesidad y de paso se hacen pasar por personas normales. El problema está en que el imperio sabe que esto puede pasar, así sea algo remoto.

    Las palabras de Kyogan proyectaban un ambiente cada vez más surrealista, mientras sonreía en contra de su propia desgracia, mientras buscaba esconder un toque de vergüenza que Shinryu alcanzó a percibir. 

    Shinryu no lograba entender este descuido tan grave. No podía negarlo: consideraba poco inteligente que un mago cazara un zein, demostrara sus magias y después lo perdiera.

    Simplemente, le era incomprensible ver a Kyogan metido en un dilema así. Sin embargo, mirando bien a sus ojos, pudo percibir de algún modo que había otra historia detrás de ese zein perdido y una razón especial que lo llevó a capturarlo en primer lugar, una razón que iba más allá de la mera necesidad de utilizar magias.

    Kyogan, creyendo que no estaba entendiendo lo que sucedía, le explicó en qué consistía un lazo débil, o también llamado lazo saturado. Seguía creyendo que Shinryu sabía muy poco sobre asuntos mágicos.

    Luego, se pasó la mano por la cabeza. El viento del valle empezó a correr con violencia, como si anunciara una tempestad, un nuevo tiempo, uno difícil para todos. 

    —Como no hay muchos magos haciendo esta idiotez, el imperio no siempre lanza esta orden. Pero resulta que ahora..., justo en este año, decidió ordenarles a todas las escuelas que los jóvenes tengamos que invocar los zeins. Y solo falta un maldito mes y medio, poco después de los exámenes douma —explicó Kyogan, maldiciendo su desgracia y al mundo entero con ella.

    ¿Un mes y medio? ¡¿Solo eso?! Shinryu pensaba en todas las posibilidades, en todos los porqués, cuando de pronto una duda surgió: ¿Cómo se enteró Kyogan de una orden imperial cuando era algo secreto entre las escuelas y el imperio? 

    ¡¿Sería que Kyogan tenía sus contactos dentro de Argus o era demasiado bueno espiando conversaciones ocultas?! 

    El mago se quedó callado, sin fuerzas para reconocer que había cometido un error fatal, y admitir que, en raras oportunidades, era un tonto humano que también tropezaba. 

    —Puedo decirles a los del imperio que... perdí al zein —continuó con la mirada perdida en alguna parte, mientras la luna Cosmos entregaba un toque dorado a su piel— Si perdí el zein, entonces ya no tendría magias. Podría dejar de ocuparlas a partir de ahora. Pero el imperio me mandará a un laboratorio para hacerme exámenes hasta reventarme y hasta que yo mismo les termine confesando lo que soy.

    «Por mi amada diosa Loíza», Shinryu sentía que un dolor hilarante se retorcía en su interior.

    —El zein que estamos por invocar me va a servir de una forma u otra. Oe, Shinryu, he decidido sacrificarme —lanzó Kyogan, como si nada.

    —¡¿Qué..?! ¿Cómo?

    —¿No captas? —Los párpados del mago formaron un cierre frío, como si hiciera un esfuerzo para apagar todo atisbo de debilidad que se había alcanzado a encender en él—. Si les voy a decir a los del imperio que he perdido al zein debo darles una muy buena explicación, algo que les haga creer que sigo siendo una persona normal que perdió a su zein bajo circunstancias extremas, una de las formas es falleciendo.

    —¿Pero...? —musitó Shinryu, retrocediendo un paso. De la nada sonrió débilmente, con incredulidad, con desgano, hasta que casi tropezó.

    —Espero que el zein de las instrucciones sea lo suficientemente fuerte como para que nos matemos el uno al otro. Veré alguna forma de revivir o de rozar la muerte. Soy curandero, conozco algunas formas de revivir antes de que sea demasiado tarde —aseveró Kyogan, restando preocupación al plan.

    Shinryu parecía una estatua de hielo, pero de ese hielo que quemaba, mientras su corazón estaba en un estado similar: petrificado, sin saber cómo organizarse, ardiendo.

    —Por eso necesito que me ayudes a desenredar las instrucciones de invocación. Debes hacerlo, y ya —concluyó Kyogan con un veneno de ansiedad cada vez más intenso.

    Shinryu preguntó sin pensarlo y de forma muy exaltada:

    —¡¿Pero en serio te vas a morir?!

    Kyogan lo observó durante un tiempo. Así, de la nada, ocurrió un milagro: permitió que una humanidad más profunda y vulnerable emergiera de sus ojos, un atisbo de un joven herido que se asomaba a observar algún gesto que le hiciera creer en la decencia de las personas, en la gentilidad de las palabras y el humanismo.

    —¿Te preocupa?

    Aquella pregunta impactó a Shinryu como una bola de fuego directo al pecho, especialmente por su tono y profundidad, dejándolo desarmado. Sin embargo, una corriente de calor subyacente se agitó en su interior. Entonces, con una afirmación simple pero cargada de sinceridad, respondió:

    —Sí.

    Suaves expresiones arroparon los ojos del mago, expresiones que parecían conformar un pergamino desgastado, llenos de historias pasadas que se asomaban entre la piel, historias que por tanto tiempo estuvieron escondidas bajo la impermeabilidad de su carácter. 

    A Shinryu le pareció sentir una esencia de felino de las tinieblas, una criatura excesivamente peligrosa, pero portadora de una belleza espectral y una suavidad escondida que casi nadie podía presenciar ni mucho menos tocar.

    Kyogan bajó la mirada, luego levantó el rostro con una actitud más neutral.

    —Estás son las instrucciones de invocación —señaló, revelando un papel triturado por el tiempo. 

    Una explosión de nerviosismo atacó el cuerpo del muchacho sin maná, una tormenta de imágenes y visiones inestables.

    —Kyogan, pero ¿esto es en serio? ¿Es la única manera?

    El mago apretó la mandíbula.

    —Por supuesto que tengo otra manera. ¿No es obvia?

    «Piensa irse de Argus —concluyó Shinryu, comenzando a pensar de forma más analítica:— Si Kyogan es curandero, puede buscar una forma de morir mucho menos violenta. Pero el imperio no le creerá si su muerte es tan espontánea, sin una cantidad previa de señales que la justifiquen. Tampoco creerá en muertes estúpidas y menos entendiendo su historial, porque su maná tan poderoso lo protege de demasiadas cosas.»

    —¿Qué tan herido te va a dejar el zein? ¿Qué métodos vas a ocupar para resucitar de heridas así? ¿Usarás alguna droga? ¿Eso es seguro?

    El mago volvió a alzar una ceja.

    —Sé muy bien cómo hacer las cosas.

    —¿Pero sí es seguro?

    —Sí —respondió, observando a Shinryu con la cabeza levemente ladeada, como quien busca otro ángulo para evaluar.

    Finalmente, volvió a soltar una pregunta única en su tono, regalando, detrás de ella, un permiso exclusivo para que Shinryu respondiera con lo que quisiera, y sin ser atacado de vuelta.

    —¿Te preocupa, entonces, o qué es lo que pasa?

    —¡Sí, yo...! —Shinryu se trabó repentinamente. Era tan bueno formulando discursos, pero en ese momento se halló entre paredes.

     Emociones aún desconocidas e inmaduras empezaron a fluir dentro de él. Por un lado, no sabía cómo seguir confesándole a Kyogan que deseaba su bien. Es más, ni siquiera tenía claro qué tipo de compañerismo estaba formando con él. ¿Entonces...? ¡Sentía todo tipo de sentimientos en su interior! Algunos eran claros, pero otros como flores que ni se abrían o semillas que ni germinaban. 

    Consideraba que debía decir algo, intentar deshilar el embrollo, pero el mago no le dio más tiempo.

    —Analizarás las invocaciones, ¿sí o no? —preguntó de manera seca. La oportunidad de expresarse se había acabado y ya no había nada que podía entrar a su muerto corazón. Le daba lo mismo lo que Shinryu estuviera sintiendo en ese momento, fuese admiración, asco, o un tipo de amor raro. Todo le daba igual—. Ante todo voy a cuidar mi estadía en esta escuela y tú vas a cumplir con lo que has dicho. Y ya no necesito amenazarte, sabes tan, pero tan bien lo que soy capaz de hacerte si fallas. Y si he de alejarme de esta escuela, me aseguraré de que queden las cosas en su lugar contigo. ¿Te queda claro? —preguntó con una sentencia cruda.

    —Sí, Kyogan... —respondió desganado.

    Shinryu se acercó a recibir las instrucciones de invocación con la cabeza gacha, imaginando muchas cosas sobre su contenido —mas nunca esperando que las palabras impresas en ese papel lo impactarán tanto y para siempre—.

    «Aunque esto sea incorrecto, creo que estoy más que dispuesto a todo con tal de ayudarte contra el imperio.

   »Te seguiré demostrando que puedes confiar en mí.

    »Pero ahora también quiero saber algo... ¿Por qué eres así, Kyogan? Siento que... te has hecho oscuro no solo por ser un mago.»

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