Capítulo 27: Reunión de Sabatares 2° Parte

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    Nidel tomó todo el aire posible, y declaró ante todos con el fulgor de una pequeña pero decidida líder:

    —Esta reunión, queridos señores, ha sido aprobada por el Ministerio de Investigaciones, La Gran Casa de Amparos, La Gran Casa de los Videntes, El Ministerio de Magia y Devoción y el Ministerio de Comunicaciones y Estrategias. Todos hemos concluido que es necesario hablar sobre los efectos que han estado provocando los seguidores de Erebo.

    Gran parte de los presentes mantuvo los rostros en un concierto de desaciertos, hasta que la tensión que habían arrastrado empezó a desvanecerse rápidamente, alcanzando, incluso, el punto del ridiculísimo. 

    Pero en otra cara de la reunión, hubo otro tipo de reacciones. Una mujer gorda que sacudía un abanico infló sus cachetes con molestia, demostrando que se había sentido ofendida y ultrajada, como si le hubiesen lastimado justo en un vil y oscuro orgullo.

    —¿Para eso hemos sido llamados, para estudiar lo que está provocando un grupo de rebeldes desquiciados? —cuestionó un sanukai, con su majestuosa armadura metálica lanzando destellos plateados.

    —Me imagino por qué —interrumpió una alta anciana, imponiendo sus manos sobre la gran mesa—. ¿Los seguidores de Erebo han estado avanzando más allá de lo que debemos soportar, Nidel?

    —¿Están más descontrolados de lo que deberían, me está dando a entender? —Se hizo escuchar un robusto soldado imperial, lleno de bigotes perfilados.

    —¿Para eso me hacen perder el tiempo, para hablar de seguidores del mal? —cuestionó la mujer gorda del abanico. Se llamaba Ridisha. 

    —¡Les dije que no debíamos permitir que esas escorias sigan alzándose fuera de nuestro control! —acusó una alta imperial llamada Crisna, aquella de crudo corazón que no toleraba la oscuridad, quien asesinó a los manifestantes alrededor de Argus poco antes de que iniciaran sus clases.

    La mayoría la miró con gestos de aburrimiento y hastío, no soportando la exorbitante importancia que les entregaba a los seguidores de Erebo. Crisna vivía para asesinarlos y para decirle al mundo la amenaza que representaban.

    —¿Se burlan, insensatos? —criticó, con una furia deslizándose a través sus ojos afilados, como un demonio que decía luchar por la luz—. Los seguidores de Erebo están despertando un caos que va más allá de los precedentes. ¿Lo creerán ahora? Espero que sí —Sonrió con vileza, disfrutando de la situación.

    Hubo varios que la tomaron en serio, sumergiéndose en un abismo de horrores.

    —¡En ese caso yo mismo me haré cargo de ellos! —gritó un anciano alto y escuálido que no sonaba muy inteligente, pero era uno de los más valientes y poderosos del imperio. 

    —Siempre he sabido que los seguidores de Erebo les preocupan hondamente, Nidel y Crisna —comentó una asesina con una nota socarrona, mientras se limaba las uñas.

    —¿Acaso les parece que armaríamos esta reunión para tratar una ridiculez? —respondió Nidel con una línea de sombras atravesando sus ojos. La seriedad repentina que la envolvió dejó a todos en silencio—. ¿Cuestionan que nuestra amada emperatriz haya aceptado esta reunión por buenos motivos?

    Muchos se tensaron, aplastados por una sombra de terror, pero hubo otros que mantuvieron un alto grado de arrogancia. ¿Por qué? Porque eran demasiado poderosos y sabían que Sideria se mantenía al margen de casi todo, concentrada en su propia nube de pensamientos, donde, en esta ocasión, parecía preguntarse qué extravagancia comería cuando finalizara la reunión.

    —Solo nos da una sensación extraña, Nidel —dijo la alta anciana—. Conocemos muy bien la mala reputación de los seguidores de Erebo, pero también sabemos lo... infantiles y ridículos que pueden ser.

    —Hace tanto tiempo han dejado de serlo, Ribania, tanto que me cuesta creer lo que dices —sentenció Nidel con impaciencia—. Sus «idioteces» han ido de más en más, y ahora podríamos presenciar un mal sin precedentes gracias a lo que están despertando. 

    Varios presentes se sintieron golpeados en sus propias creencias, quedando a la deriva por un momento.

    Entonces habló un joven sentado junto a la emperatriz, llamado Itzair, cuyos ojos permanecían ocultos bajo un misterioso casco donde había dos esferas de oscuridad que los remplazaban. La simple voz de Itzair emanaba un escalofrío, pues era un vidente y tenía la capacidad para acceder a pensamientos e íntimas emociones a través de su magia oscura. Aquellos con un maná más débil que él se sentían desnudos ante alguien que ni siquiera revelaba su rostro.

    —Más de uno aquí ha escuchado hablar de los engendros del dios oscuro —dijo, haciendo oír su voz como un embrujo envolvente.

    Un silencio de extrañezas recorrió el salón real.

    —Sí —afirmaron tres hombres que estaban sentados juntos, expresándose en una mezcla de agravio y alivio, como si al fin pudieran exponer su tormento por la situación del mundo.

    —¿De qué no me he enterado? —preguntó uno de los tantos guerreros que conformaba la mesa central. Al observar el rostro del trío, se daba cuenta de que era uno de los tantos que no sabía nada al respecto.

    —Hemos recopilado diversos informes, señores —indicó el vidente al ponerse de pie—. En ellos encontrarán un resumen detallado de los acontecimientos que han afectado al imperio, tanto a civiles como gremios; incluso hay eventos que trascienden nuestras fronteras. Todos tienen algo en común: seguidores de Erebo buscando provocar el nacimiento de algo llamado «el primer engendro».

    »Si los hemos reunido aquí, caballeros y señoras de tal prestigio y autoridad, es porque se han acumulado una serie coincidencias que no podemos ignorar más. Esto va más allá de los actos desquiciados de gente oscura; son hechos que nos demuestran que lo que están provocando puede manifestarte en algo real.

    La palabra «real» resonó por el salón, como una fría espada haciendo zumbar su metal en los oídos del alma.

    —Les pido leer los informes que en estos momentos estamos repartiendo —indicó el vidente con la voz de un juez entre la oscuridad, mientras algunos asistentes del salón comenzaban a caminar de asiento en asiento para dejar carpetas.

    Con un agobio en los ojos, Trinity tomó el grueso informe que un asistente dejó delante de ella. Sabía que en esos papeles hallaría los informes que relataban lo ocurrido con Abbacan. Y en efecto, allí estaba, detallado hasta con dibujos. Los recuerdos revivieron con tal fuerza, que se vio una vez más en ese volcán explosivo, entre la inmensa cantidad de muertes que no pudo salvar.

    Su mirada se desplazaba de hoja en hoja, hallando horror en cada una de ellas. Vio una imagen que pausó su respiración y hasta detuvo su corazón: una familia de sangre bendecida yacía colgada ante palos de madera al aire libre, desnudos, con sus manos clavadas por encima de sus cabezas. Había dos padres, dos abuelos y cinco niños. Sus cuerpos relataban la tortura que habían sufrido a causa de los seguidores de Erebo: un conjunto de manchas moradas y rojas que solo podían causar los látigos y los golpes incesantes, incluso se podía observar mutilaciones en los dedos, brazos y piernas. De inmediato, Trinity contuvo el anhelo de vomitar.

    —¡Trinity! —Dyan la socorrió, colocando sus manos sobre su espalda.

    Sin explicación, la actitud de Dyan molestó a la emperatriz, quien chasqueó la lengua mientras miraba la pareja.

    Dyan observaba las imágenes en los informes y también quedaba horrorizado. ¿Niños torturados? Era incapaz de procesar una maldad tan extrema e injustificada. Llamas de euforia comenzaron a devorárselo vivo, avivando todos los monstruos que apresaba dentro, llevándolo a odiar al lado podrido de la humanidad una vez más.

    Otros miembros de la reunión lanzaban sus informes contra la mesa al no soportar tantas imágenes que demostraban la porquería humana en vivo, la basura irreal que producían los seguidores del dios oscuro: secuestros, torturas, sacrificios; todo un conjunto de rituales que buscaban el despertar del tal llamado «primer engendro». 

    Con esto al menos reconocían que habían estado demasiado ajenos a estos sucesos. Y eso que se hacían llamar gobernantes.

    Muchos, en cambio, se mostraban irritados, sin hallar dónde esconder la molestia, entre ellos la mujer del abanico, como si no soportaran hablar sobre lo que siempre estuvo debajo de sus narices y reconocer que hacía muchos años los eventos que rodeaban a los seguidores habían dejado de ser idioteces para transformarse en situaciones extremadamente preocupantes. 

    —Pueden ver todo tipo de eventos en estos informes, señores —explicó el vidente con un elegante movimiento de manos—. La mayoría son casos imposibles de perdonar. En uno de ellos, los seguidores de Erebo sacrificaron a una familia bendecida por nuestra amada emperatriz. Según dicen, porque el dolor de la sangre bendita alimentaría aún más al primer engendro, provocando que su gestación se acelere.

    »A este engendro le llaman: crueldad. Y creo que es evidente el porqué.

    Crisna lanzó un puñetazo contra la mesa, mientras las llamas del rencor y el anhelo de justicia se peleaban en sus ojos. Hubo un corto silencio, hasta que un hombre preguntó:

    —¿Y dices que... debemos tomarlo muy en serio?, ¿dices que una criatura como esta sí puede desatarse? —inquirió con cautela, jugando nerviosamente con los dedos que parecían batallar en un baile.

    —Sí —afirmó Itzair.

    Algunos continuaron mostrando desconcierto, incapaces de asimilar la magnitud de lo que se estaba revelando, aún aferrados a sus creencias. Otros se estremecieron, sintiendo cómo el frío de la realidad se infiltraba en sus huesos. Unos pocos, sin embargo, parecían ignorar las palabras, no importándoles nada más que su tiempo y sus vidas acomodadas y llenas de riquezas. 

    Nidel e Itzair empezaron a responder todas las preguntas que fueron formuladas a continuación de aquellos que buscaban entender la criatura llamada crueldad.

    —No tenemos total certeza de la forma del primer engendro. —Nidel suspiró con un peso que parecía arrastrar mil mundos—, pero todo indica que es un insecto. Algunos seguidores han señalado que tiene apariencia de escarabajo. En cuanto a los demás engendros, se sabe en realidad poco y nada. Pero sabemos que son cinco en total.

   Sus palabras sembraron un jardín de murmullos, donde florecía un caos de reacciones variadas, incluyendo risas de quienes sintieron que un engendro con forma de escarabajo era de lo más tonto. 

    —Por la paciencia de Loíza —gritó un sanukai, sacudiendo el ambiente con su inquietud—. ¡¿Qué les asegura que no hubo otro loco visionario metiéndoles ideas erróneas a los seguidores de Erebo?! Estos miserables siguen a un líder, quien normalmente es aconsejado por un grupo de videntes. El historial de visiones de esos sujetos nunca ha sido digno de elogio. ¿O acaso debemos olvidar cuando anunciaron que nacería un nuevo dios en la noche negra, cuando Cosmo, Magnus y Cyan se alinearon y sus colores crearon el negro absoluto en el cielo?

    »¡Nidel! —la llamó, apuntándola con un dedo acusador—, tú te alarmaste como ninguno de nosotros y coordinaste a mis compañeros sanukais para que vigilaran los cuatro puntos cardinales de Sydon. Triplicaste la guardia de la capital y lideraste escuadrones para las demás ciudades y pueblos. Dime: ¿qué sucedió? Nada: no hubo dios alguno; de hecho, fue una de las noches más tranquilas que jamás hubo.

    »Ahora dime: ¿cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces, diecisiete años? Y todavía seguimos esperando la llegada de ese dichoso dios. 

    Nidel agachó la cabeza, avergonzada, y con el ánimo sacudido.

    —Señores y señoras —continuó el sanukai, decidido a revivir el raciocinio entre sus pares—. Los seguidores de Erebo siguen a su líder a ciegas, no les importa cuán aberrante sean las nuevas visiones, profecías e instrucciones, buscarán su cumplimiento porque juran que estos videntes, junto al líder, se comunican con el mismísimo dios de la oscuridad. Pero ciertamente parece que se comunican con una masa de locura creada por gente tan descontrolada como los mismísimos magos. O díganme ustedes, ¿acaso dedican su fe a estos actos?, ¿acaso creen en palabras que solo salen de la boca de estos alborotados enfermos? 

   »Para mí ni siquiera hay un dios detrás de lo que hacen; solo la aberración humana. Y si les cabe duda de lo que digo, les sugiero releer los textos divinos donde claramente los tres dioses sagrados prohibieron la interferencia directa de Erebo sobre este mundo. Fue el tercer acuerdo de los cielos.

    Una reflexión empapó a la mayor parte de la audiencia.

    —Y hay un equilibrio que ni siquiera a Erebo le conviene romper —añadió la líder de la escuela del oeste, una mujer de larga cabellera blanca y cuya armadura parecía ser de hielo y de pelajes polares. Se acomodó sobre su silla, de modo que el costado de su cabeza descansó sobre un puño—. Erebo no puede sobrepasar lo estipulado a no ser que quiera desencadenar consecuencias sobre él mismo. Si ha de hacer algo indebido, los tres dioses divinos lo detendrían en el acto.

    —Y cada dios divino creó sus ikkius, los espíritus que vigilan el funcionamiento de muchos aspectos de la naturaleza, o sea, las dichosas puertas del clima —explicó un sacerdote con rostro devoto y reflexivo—. Los dioses acordaron no crear más y Erebo no puede romper dichos pactos. Además, nuestra amada Loíza advirtió que crear más criaturas les hubiese traído un costo demasiado alto a todos los dioses. ¿Qué es esto de los engendros? Es aberrante. Por favor, no le den a Erebo un poder de creación que le fue limitado antes de que nosotros siquiera existiéramos.

    —Pensaríamos similar a ustedes si nosotros, los videntes del castillo real, no hubiésemos estado visionando profecías similares a las anunciadas por los seguidores del dios oscuro —comunicó el vidente con la certeza de quien sabe que sus predicciones tienen poder en el reino del destino.

    En ese instante, dos sujetos idénticos a él se acercaron desde su espalda como sombras deslizantes. Ellos, más Itzair, eran trillizos, y los tres conformaban la cabeza de La Casa de los Videntes.

    —¿Qué? —interrogó el sacerdote con los labios torcidos en un semblante que se consternaba hasta su última facción.

    —Nunca han querido escuchar a la gran casa de los videntes y es hora de que lo hagan —dijo uno de los trillizos.

    —Hemos estado percibiendo la formación de algo que sobrepasa lo natural, un algo que se está alimentando de todo tipo de males —continuó Itzair.

    —¿Todo tipo? —inquirió Trinity.

    —Y hay un griterío, Trinity, un griterío inaudible que viene desde todas partes, alocado, caótico, un manojo de angustias que se mueve junto al viento, junto al mar y entre las sombras del cielo, un griterío que escapó de una bóveda y ahora se dirige hacia alguna parte que desconocemos —explicó el vidente, dirigiendo su cabeza hacia ella.

    Trinity recordó la visión que tuvo mientras viajaba hacia Aeris. 

    —¿Empezaremos con esto otra vez? —interrumpió un hombre de piel tan blanca como la nieve—. ¿Una vez más tendremos que disputar entre la razón contra los asuntos de percepción? Con todo el respeto que se merece la Casa de los Videntes, pero ni siquiera ustedes tienen acceso a las doce magias, por lo que les hace falta los ingredientes necesarios para que la percepción sea fiable.

    —Concuerdo con usted, mi señor de los glaciares —contestó el vidente, extendiendo sus manos sobre la mesa central—, sin embargo, cuando todos los que tenemos acceso a la percepción estamos notando lo mismo, es cuando esa percepción sí se hace fiable, y es que no solo somos nosotros tres, sino todos los que trabajan para nosotros. Y no solo ellos. ¿Qué me dice usted de los zeins?

    —¿Qué ocurre con ellos? —gruñó, molesto.

    —También tienen maná, y nacen con una o dos magias, por lo que han vivido toda la vida con ellas y pueden percibir hasta mejor que nosotros. 

    »Le recuerdo que tenemos varios zeins bajo nuestro mandato, como Krasnar, quien ha protegido este castillo por más de trescientos años. Ha sido testigo de los cambios del mundo y esta vez ha notado que algo colosal empezó a agitarse en los cielos.

    De repente, la cabeza del vidente se dirigió hacia Trinity una vez más.

    —¿Qué te ha dicho tu zein? Tú tienes uno de los pocos zeins en este mundo con tres magias. Vamos, sé que Dahara también te ha comunicado sus percepciones.

    La curandera procedió a contarle todo lo que había experimentado durante su viaje. Al finalizar, se desató un silencio más campante.

    —Creo que estamos viviendo malos tiempos en general —concluyó un sujeto a la vez que se rascaba la cabeza—. Desajustes climáticos o un desorden en las puertas de la lluvia y el viento no indica que se esté gestando... ¿un engendro? Por el momento y analizando sus percepciones, veo algo más parecido a un infodomus de grado dos o tres.

    «Infodomus», analizó Trinity. Era la palabra que se utilizaba para describir un tiempo de desastre y oscuridad general que iba de nivel en nivel. Un grado dos o tres se producía cuando las puertas del clima se desajustaban, causando desastres atmosféricos. Los textos divinos relatan antiguas catástrofes que se produjeron como resultado del mal comportamiento humano.

    Se discutió y analizó esto, y poco a poco las conclusiones apoyaron el infodomus, situación que confortó a muchos, ya que dicho mal tenía ciertos remedios. Pero Itzair se negaba a creerlo, además, el profesor Rodan de Argus, pidió permiso para relatar que el guardabosques del palacio había visto una plaga de insectos en el cielo a través de nubes, visión que fortalecía la posibilidad de que algo estaba formándose, algo relacionado con los insectos.

    —¿Pero qué significa esto, entonces? —exigió saber un sujeto—. ¿Nos está dando a entender que nos tenemos que dejar llevar por las palabras de un guardabosque? ¡Por favor!

    —Seguramente ese guardabosque que usted desprecia solo por su oficio debe haber creado la esencia de un «no mago».

    —¡Sí, quizás! —lanzó molesto—. Y en ese caso investiguen lo que quieran. Pero para mí sigue siendo evidente que toda esta patraña de coincidencias solo anuncia un infodomus. ¡¿O qué, me está diciendo que el peligro es tal que alcanza el grado de un Inferus?! 

    —Me gustaría preguntarles algo, señores. —El vidente se volvió a colocar de pie, ahora con resolución—. ¿Qué les hace creer que Erebo, siendo un dios que se nutre de todo tipo de malicias, no esté rompiendo los pactos con sus hermanos? ¿Y qué les hace pensar que no hay insectos invisibles cuando aún sabemos muy poco de la realidad mística?

    —¡Aberración! —gritó un sacerdote tras golpear la mesa reiteradas veces con la palma—. ¡En ese caso los dioses divinos se alzarían en su contra! ¿Está dudando del poder de...?

    —¿Le recuerdo cuál es uno de los acuerdos que establece la reunión de sabatares, mi señor? —sentenció, callándolo en el acto—. Aquí hablamos con la verdad que no podemos explayar ante el mundo. Y una de esas verdades es que desde hace siglos hemos estado viviendo una ausencia total por parte de los dioses divinos. ¿Tal periodo de silencio no le sugiere algo? Dígame, ¿qué cree usted que ha hecho Erebo durante todo este tiempo? ¡¿Quedarse quieto?!

    El sacerdote hinchó los ojos en un frenesí que le hacía temblar el rostro y lo teñía de rojo.

    —Hablar con la supuesta verdad no le da el derecho de cometer blasfemia. Prácticamente está asegurando que los dioses divinos ya no están o no existen. ¿Qué sabe usted, cuando su percepción inconclusa es su única herramienta? Los dioses divinos están más allá de la magia, y su supuesta ausencia puede ser un plan, o mejor dicho, una secuela que nos merecemos por haber recurrido a los magos en el pasado. ¡Así que no se atreva a juzgarlos! —Su grito estridente reverberó por el salón real.

    El vidente suspiró con impaciencia.

    —No estamos aquí para discutir sobre nuestra fe, sino para entender lo que está pasando en nuestro alrededor. Creemos en los dioses, por supuesto, pues si Erebo está, ellos también, pero es innegable que algo está sucediendo entre las divinidades y debería alarmarnos.

    —¡Suficiente! —determinó el sacerdote—. ¡No pienso escuchar más! Al igual que los demás, concluyo que esto es un infodomus.

    —¡Aún no hemos terminado! —vociferó Itzair hacia el sacerdote, quien había pretendido ponerse de pie—. Nadie tiene derecho a levantarse de esta mesa hasta que todo haya concluido. ¡Le recuerdo que es delito!

    »¡Además, hay algo último que debemos tratar!

    —Mis más sinceras disculpas —expresó el sacerdote, reconociendo que se había dejado llevar—. ¿A qué quiere llegar ahora? 

    —Hay algo más, señores. — Los círculos oculares del casco del vidente realizaron un escrutinio meticuloso del salón. Un silencio sepulcral lo oprimió antes de que se atreviera a revelar lo siguiente—: Quisiera saber si alguno de ustedes ha escuchado la palabra «Ragnarök».

    A juzgar por las expresiones de todos los presentes, nadie tenía la más remota idea sobre el significado de ese tal Ragnarök, ni sabían pronunciar las sílabas que lo componían. Aun así, una inquietud afilada traspasó sus corazones, como si esa palabra tuviera poder en sí misma, como si fuera un hechizo olvidado capaz de despertar un pavor desconocido, casi primitivo, que circulaba por corredores indecibles de sus vidas. 

    —¿Nadie?

    —¿Qué significa, vidente? —inquirió el sacerdote—. ¿Es otro mal que analizar, acaso otro engendro?

    —Dinos de una vez qué es —exigió la líder del palacio del oeste.

    —Solo de dos personas hemos escuchado este término: del líder de los seguidores de Erebo, y de mí —respondió Itzair. Sus palabras cayeron como gotas de tinta negra sobre un lago de incertidumbre.

    —Explícate, Itzair —pidió Sideria, expresándose por primera vez, e interesada.

    El vidente dio la espalda hacia la mesa con las manos unidas por la espalda. Por unos minutos, pareció perderse en un mundo de oscuridad.

    —Como está detallado en uno de los informes, estuvimos a punto de capturar al líder de los seguidores del mal en nuestra última encrucijada, pero no lo logramos —relató—. Sin embargo, antes de huir, alcanzó a pronunciar palabras que hicieron un eco inigualable en mí. «¡A nadie le tememos sino es al Ragnarök!», me gritó. «¡Tú y yo lo sabemos perfectamente, Itzair! ¡Sé que también has soñado con esa palabra y desde entonces no puedes dormir bien! El que camina entre las tres lunas la ha pronunciado y te ha hecho sentir que es lo único que le preocupa. ¿Qué será? Pero no te alarmes, ¿pues sabes quién es el único que nos salvará del Ragnarök? ¡Erebo!»

    Itzair miró hacia la mesa hexagonal, contemplando las miradas que caían sobre él.

    —Las palabras de este infeliz no hubiesen entrado en mí si yo no hubiera escuchado lo mismo en mis sueños: Ragnarök... 

    »Cuando entramos al mundo de la videncia, lo primero que se nos enseña es a entender que estamos limitados según los recursos que tenemos a mano —explicó—. Al no tener acceso a tantas magias, jamás veremos visiones totalmente nítidas. Sin embargo, podemos ver algo con claridad considerable, siempre y cuando sea inmensamente grande. Eso me pasa con Ragnarök. No sé qué forma tiene, no sé qué es, no sé si está vivo o muerto, pero logro percibir un tamaño al que ni siquiera le discierno límites. Y está allá afuera... observando desde algún lugar del universo a través de un silencio que no comprendo, desde una distancia que no calculo.

    »He logrado sentir que este dichoso Ragnarök es lo único que causa preocupación en Erebo. Esto podría explicar por qué sus seguidores quieren fortalecerlo con el nacimiento de sus engendros. Sin embargo, aún no puedo terminar de entenderlo ni confirmarlo. ¡Pero lo siento, sé que sí! Por eso considero que es fundamental que analicemos esto y la vida que pudiese existir allá afuera.

    —¿Vida fuera de nuestro planeta? —inquirió una anciana con rostro pensativo e interesado—. Pero eso es algo muy difícil de evidenciar, vidente. No es que niegue la posibilidad, pero las magias se han negado a confirmarnos esto durante siete mil quinientos años.

    —Que no deseen confirmarlo, no significa que su respuesta sea un no —expresó, con una ansiedad creciente e incontrolable—. ¡¿Qué nos hace crees que no existan otros planetas con vida y que no haya incluso otros dioses rigiendo sobre ellos?! Quizás.. de allí viene este Ragnarök.

    Los sacerdotes presentes se revolvieron ante la insolencia que relataba Itzair, quien parecía no controlar sus anhelos de expresar sus teorías. La anciana tuvo que calmar los aires, para luego decir:

    —Me parece muy valiente de su parte sugerir que pueden existir otros dioses, sin embargo, algo me dice que no tienes nada para confirmarlo, ni siquiera basado en tus percepciones. Y si ni usted, líder de los videntes, tiene al menos una noción, mucho menos nosotros. Lo lamento, Itzair, pero no podemos desgastar el resto de la reunión en algo basado solo en tus percepciones. ¿O acaso alguno de tus compañeros siente lo mismo?

    Los que acompañaban a Itzair agacharon la cabeza, admitiendo con tristeza que no habían visto nada que pudiera apoyar la preocupación del vidente. Pese a todo, se concedió la oportunidad de discutir otro poco sobre el Ragnarök, pero fue como intentar sujetar teorías de una nube. Después de otro cruce de palabras que desenmarañó la situación, se optó por una votación hacia quienes optaban por un infodomus o un inferus.

    El corazón del vidente se contrajo al ver que más del ochenta por ciento de los presentes votó por un infodomus. Él, con su capacidad de discernir mentes, pudo sentir que la mayoría temía, pero prefería no asumir que algo grave estaba sucediendo. De esta forma, podían mantener sus vidas como se les daba la gana, abusando del poder y la corrupción. Lo palpó: había ancianos podridos que preferían el fin del mundo antes que admitir sus inmundicias al púbico y reconocer que podían estar alimentando una criatura descomunal relacionada con aquella palabra incomprensible: Ragnarök.

    Dyan, por su parte, confundido aún con tantas cosas espirituales, también estuvo por levantar su mano y apoyar el infodomus, pero al ver a un sanukai, un amigo de él, negarle con la cabeza y Trinity manteniendo sus manos quietas, la bajó con cuidado.

    —Se tomarán las medidas necesarias para contrarrestar al infodomus —decidió un guerrero—. Llevaremos a los mejores manejadores mágicos e incluso a sanukais a la ubicación de las puertas del clima. También analizaremos si es necesario activar hechizos ancestrales y cuáles. Estaremos alerta ante cualquier tipo de aumento de este mal y si hay nuevos datos que nos hablen de ese Ragnarök.

    Una lágrima cayó de Trinity cuando escuchó que se le daría apenas un grado tres al infodomus que enfrentaba el mundo. O sea, nada grave.

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