Capítulo 28: El conejo

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    El conejo que una vez guio a Shinryu corría exhausto a través de un bosque envuelto en un manto de irrealidad. El paisaje se fundía en una paleta de grises y azules translúcidos, como si la realidad misma se hubiera diluido en un lienzo onírico. Los árboles, el follaje y hasta el firmamento parecían estar compuestos por sustancias etéreas, mientras se mecían al compás de brisas espectrales.

    En este extraño reino, siluetas evanescentes danzaban en un ballet sin fin ni sentido aparente, reflejándose en la corteza de los árboles y en la tierra misma. Era como si el bosque entero fuese un caleidoscopio, con cada superficie transformada en un espejo que capturaba el fluir de vidas ajenas, almas transitorias y escenas del pasado. Los árboles brotaban de la nada y se desvanecían en el aire.

    El ibwa sorteaba entre los obstáculos y seguía corriendo, hasta que se detuvo un momento para descansar, sin embargo, se vio obligado a seguir avanzando al sentir a miles de gusanos enloquecidos persiguiéndolo a una velocidad vertiginosa, gusanos largos y negros desplazándose uno encima del otro en un tumulto de desorden, suciedad y frenesí.

    —¡Atrás, insectos de la oscuridad, atrás! —gritó el pequeño ibwa. Su voz era la de un bebé angelical lleno de determinación.

    Los árboles se modificaban al gusto del conejo a medida que continuaba corriendo, formándose puentes o puertas para su beneficio y murallas que obstaculizaban el avance de los insectos. Aun así, estos eran tantos y se aglomeraban de tal forma, que podían escalar cualquier barrera.

    De pronto, los insectos hablaron en susurros, usando un conjunto de voces que se enredaban la una sobre la otra; voces de adultos, de niños, de mujeres, de ancianos. Todas eran burlescas y malévolas, como almas que padecieron un sufrir tan grande, que resultaron desquiciadas.

    —Queremos las partículas que conforman tu cuerpo, porque no son tuyas, porque no deberías tener este dominio sobre lo etéreo. Se nota que eres un cachorro consentido de la luz. ¿Eres tú el ibwa que una vez Erebo buscó tanto?

    —¡Yo no tengo cuentas pendientes con Erebo! ¡Pero sí soy un enemigo de ese mediocre ser! —declaró con decisión mientras seguía corriendo.

    —¡¿Le dices mediocre al ser más descomunal de la actual existencia, al único dios, al dios oscuro?!

    —¡Sí, porque soy un guerrero de la luz que dice lo que piensa y no teme!

    —Valiente y tonto eres. Debes ser tú el ibwa que una vez Erebo buscó hace diecisiete años terrenales, el que encontró un vacío en las leyes divinas e interfirió para llevar información al mundo físico, donde la ocultó. Tú formaste alianza con una maga cuando los ibwas habían pactado no aliarse con los magos. ¡Has fallado a tu propia raza y mereces ser castigado!

    —Sí, debe ser él —afirmaron más gusanos, todos con voces acopladas y turbulentas, mientras su avance ominoso continuaba, facilitado por las sustancias viscosas que fluían de sus cuerpos.

    —Al dios del castigo debes ir, gran Erebo. ¡La luz que comerá de ti le ayudará a construir su anhelada omnipresencia!

    —Pero el ibwa no debe morir sin que antes le informe a Erebo todo lo que ha escondido. ¿Qué tratos hizo con una maga y para qué? —indagaron otros insectos.

    —Y algo más esconde, estamos seguros, es un tesoro en forma de hombre, siento yo. Está preocupado por la vida de un joven en el mundo físico.

    —¿No será el joven que Erebo...? —preguntaron otros gusanos con sorpresa.

    —¡Debemos informar ya! ¡Dejemos de perseguirlo!

    —¡Ustedes no harán... nada! —dictaminó el conejo, deteniéndose para mirarlos con una fuerza fulminante, con los ojos enrojecidos.

    Con esta fuerza, se impulsó hacia el firmamento, donde se transformó en una estrella diminuta y ardiente. Desde su cuerpo proyectó un fuego sagrado que empezó a devorar todo con la ferocidad mágica de un dragón desatado. Los gusanos se desvanecieron en el abrazo de su luz, desintegrándose hasta no quedar rastro de ellos.

    Cuando el conejo finalizó su ataque, cayó en medio de un árbol, recibiendo graves golpes en el transcurso de su caída. El precio del poderoso hechizo utilizado también se había hecho evidente: gran parte de su luz se había desvanecido y varias partículas que componían su organismo se destrozaron.

    Se tumbó, llorando como un niño que temía perder la vida, aun así, se reincorporó, incluso cuando la sangre cristalina que goteaba de él. Con una fuerza casi agónica, continuó caminando.

    —Shinryu, ¿me miras...? —preguntó, desvariando—. ¿Estoy por alcanzarte?, ¡qué bueno!, porque no sabes lo mucho que me gustaría que volviésemos a saltar juntos por los bosques.

    »No, no, reacciona —se ordenó a sí mismo, sacudiendo la cabeza—. Shinryu, percibo un pedacito de ti en este lugar... observándome. ¡Aprovecho para decirte que no te dejes debilitar tanto! Cuídate, duerme bien o lo hecho se desajustará y los insectos podrán encontrarte.

    »Quisiera contarte tantas cosas, pero estoy en una frecuencia diferente. Solo te pido tener mucha fe porque hay una fuerza mayor de nuestro lado.

    »También te pido mantenerte cerca de Kyogan. Como tú mismo has predicho, no te llevé a él sin ninguna razón. Sopórtalo, por favor, él no lo sabe, pero proyecta un campo que mantiene alejados a los insectos. 

    »Te necesito en pie, porque hay algo más: se acercan dos magos a Argus. Es fundamental que tú y Kyogan los conozcan para que puedan cumplir con el objetivo principal... representan el lado izquierdo y derecho de Kyogan.

    »Algún día te contaré cómo lo sé, cuando vuelva... —Los ojos arrugados del conejo se cerraron—, a tener voz...

    Entonces cayó de costado, desangrándose lentamente y perdiendo cada vez más luz y vida.

    «Porque no sabes lo mucho que me gustaría que volviésemos a saltar juntos por los bosques», Shinryu despertó de un aletargado sueño con esa frase en el corazón, sintiendo un agujero en el pecho y una nostalgia embriagante, como si se hubiese perdido en una atmósfera acogedora, aunque mezclada con un extraño caos.

    No lograba discernir nada bien. Lo único que tenía relativamente claro era aquella frase; aunque parecía más bien el resultado de emociones y pensamientos intrincados.

    Intentó mover los ojos, distinguiendo un techo blanco iluminado por unas lámparas con forma de coral. Estaba tan entumido que hasta sus huesos parecían sometidos bajo los efectos de una droga. Al desesperarse, provocó que un pitido a su lado izquierdo se acelerara, anunciando los latidos de su corazón. 

    De pronto, se abrió una puerta y se hizo ver... ¿un joven con chaqueta negra?, quien caminó hasta quedarse a un costado de la cama.

    —¿Kyogan...?

    Shinryu descubrió que estaba en una cama de la enfermería de Argus, en una de las tantas habitaciones que se les entregaba a los pacientes que habían sobrevivido batallas.

    El mago tomó algo parecido a un lápiz, desde cuya punta resplandecía una pequeña perla. Con los dedos en la base, suministró maná, provocando que la perla se iluminara con un color verdoso. Con ella empezó a analizar las pupilas de Shinryu.

    —Así que se te fue la ceguera —murmuró.

    Shinryu recordó que había perdido la vista, sumergiéndose así en una de las mayores desesperaciones que le habían golpeado nunca. El pitido a su lado indicó otra subida en su ritmo cardíaco, ahora mucho más frenético.

    —Necesito que me digas... a ver, maldita sea —empezó Kyogan—. Vas a llamar la atención—. Su actitud revoloteaba entre la confusión y el enfado, entre la incomodidad y algo que se acercaba a una preocupación que no comprendía—. ¡Hey, ya, quieto, quieto! Estás en la enfermería y nadie escucha nada. Dime qué carajos pasó. ¿Cómo perdiste la vista?

    Shinryu empezó a calmarse un poco, aunque seguía sudando profusamente.

    —Estaba... en el cuarto, intentando dormir, pero no podía, ¡y entonces...!, me empezó a doler mucho la cabeza —relató con la garganta seca y los ojos cristalizados.

    —¿Y después de eso simplemente dejaste de ver o cómo?

    Aún le costaba distinguir el rostro del mago con claridad, así que no supo si su pregunta fue acompañada con una expresión de desconfianza, seriedad o inquietud. Atribuyó a excusarse:

    —No sé qué pasa, Kyogan, pero hace unos días he empezado a sentir que se me nubla la vista. ¡Es muy, muy raro...!, es como si los colores se empezaran a oscurecer y algo me aprieta mucho, mucho la cabeza.

    Al masajearse los ojos una vez más, pudo ver a Kyogan con el entrecejo demasiado fruncido y con muecas expresando todo tipo de extrañezas.

    —¿En serio te quedaste totalmente ciego? —indagó, sin despejar sus ojos de él.

    —Sí, Kyogan. En serio, te lo juro, por favor —rogó con miedo a no ser creído.

    Al parecer, Kyogan no entendió por qué le habló de ese modo, ya que miró al igual que un criminal preguntándose por qué su víctima le dedicaba temor.

    —No te estoy pidiendo juramentos. ¿En serio? —reclamó; luego sacudió la cabeza, se llevó una mano a la frente y gruñó—. Ya sé que te pasaba algo en los ojos. Tenías las pupilas jodidamente dilatadas.

    Dolor, agradecimiento y alivio recorrieron esos cristales celestes que lo observaban. Así, una vez más, las expresiones de Shinryu hicieron flaquear las oscuridades de Kyogan.

    —También mencionaste algo de un insecto, ¿no?, algo de que habías visto un...

    Fue interrumpido por alguien que abrió la puerta de un tirón. Una chica de la elite superior se presentó sin siquiera esperar su aprobación.

    —¡Kyogan!, en unos minutos llegará Esaú —acusó en voz alta—. Tienes que rendirle cuentas a él, ¡porque te recuerdo que no tienes autorización para tratar a ningún paciente!

    —¡Te dije que no lo estoy tratando, imbécil! —respondió con tanta rabia que con sus ojos pareció estudiar la manera más efectiva de torcerle el cuello.

    —Entonces no deberías estar aquí. Como siempre buscas los problemas —concluyó ella.

    —¿Y por qué te tengo que explicar algo a ti? Alaia está muerta y tú no eres nadie.

    La chica se cubrió la boca, distanciándose, incapaz de soportar la manera cruda con la que Kyogan había lanzado esas palabras. Era como si estuviese aprovechando la muerte de un ser humano para hacer lo que se le antojara.

    —¿Te debo respeto solo por ser alumna de rango siete o qué? —continuó Kyogan—. Los profesores no impusieron a ninguno de ustedes sobre la casa de los kyansaras. Aquí mandan las tontas reglas de siempre o hasta que Trinity se digne a...

    La alumna se retiró horrorizada y con un portazo, dejando al chico con las palabras en la boca.

    «¿Y a esta qué le pasó?», se preguntó extrañado.

    —Bah.

    Shinryu, por su parte, se intentaba acomodar para ver si era capaz de tomar asiento. No podía, pues su cuerpo parecía aplastado.

    —Esto... ¿Kyogan? 

    —¿Y bien?, dijiste que habías visto un insecto cerca de tu oído.

    Palideció a causa de un miedo que sufría contra sí mismo. ¿Había visto un insecto? Sí, pero...

    —Revisé tus dos oídos y no tenías nada, ninguna picadura o algo —informó Kyogan con los ojos entrecerrados, como un médico al que no se le escapaba nada.

    Shinryu no sabía cómo explicarle lo que le había sucedido, porque no había visto nada nítido o conocido y tal vez ni siquiera tangible. Al momento de notar que algo insectoide estaba caminando por encima de su oído derecho, manoteó sin hallar nada más que una confusión estropeando todos sus sentidos. ¿Y luego?, pues ni siquiera recordaba bien. Había sentido una araña caminando, y entonces perdió la vista.

    —¿En serio no tengo nada? —murmuro, tocándose las orejas.

    —No.

   Cuando Kyogan estuvo a punto de indagar más en la situación, un relámpago impactó contra el palacio. Sin saber qué pasaba ahora con el mundo, caminó hacia la ventana para mover la cortina y ver cómo la lluvia seguía azotando las murallas de Argus, con el viento golpeando y alejándose en direcciones caóticas.

    Luego vino algo peor: percibió un extraño desorden que se estaba desatando entre esas colosales nubes negras: era un bullicio que iba más allá de los truenos. ¿Era un... griterío viajando a través del cielo?

    Sacudió la cabeza, buscando deshacerse de esas percepciones que estaban más alocadas que nunca. A veces deseaba arrancarse un órgano con tal de acallar esto.

    Shinryu, por su parte, se miraba las manos mientras se preguntaba por qué su ceguera había desaparecido.

    —De verdad me pareció ver un insecto... —confesó con el cuerpo estático, aún arriba de la cama.

    —¿Y qué forma tenía? —preguntó Kyogan, observándolo de soslayo.

    —Era como una araña.

    —Pues tal vez sí estuvo, pero no alcanzó a picarte.

    —Eh, sí —afirmó, con una gota de sudor resbalando por su mejilla.

    Kyogan se dio cuenta de que algo más le sucedía, pero no dijo nada al respecto.

    —¿Crees poder levantarte? 

    —Sí, creo que puedo —respondió con un suspiro exhausto.

    —No te puedo analizar aquí —murmuró, mirándolo con secretismo—. ¿Quieres un...?

    Alguien volvió a interrumpir al golpear la puerta y entrar sin permiso.

    —Vaya, vaya, ¿cuál es el nivel de maldad de hoy que incluso han tenido que recurrir a mí?

    A través de sus ojos consumidos, Shinryu vio a un sujeto de no más de veinticinco años que dejaba ver unos brazos relativamente musculosos y unas dagas que sobresalían en forma de X sobre su espalda. En sus ojos caídos destellaba una picardía propia de una persona muy juguetona. Sonreía, sacando un poco la lengua, mientras unos mechones rebeldes y rojos muy oscuros caían en medio de su frente.

    —¿Qué tal, Kyogan, cómo te va? ¿Cuántos siglos sin verte?

    Kyogan lo observó con ojos casi muertos, como si viese al cansancio encarnado.

    —Me comentaron por ahí que andas pasando por encima de todos y que estás tratando a un paciente. ¿Ya lo abriste? ¿Le queda algún órgano al pobre o alguna pierna funcionando? —Jugó el chico de veinticinco años.

    —¿Eso te dijo la maldita lunática esa? —protestó.

    —Eh, sí, eso me dijo. Y que te hiciera recordar que te quitaron la credencial que te permitía tratar heridas de grado dos. De hecho, creo que ya no tienes ninguna credencial, ¿no? Ah, ¿pero por qué no me extraña? 

    El menor chasqueó la lengua con fuerza.

    —Huy, bueno, señor —Sonrió el aparecido—, usted sabe por qué le quitaron las...

    Se detuvo cuando vio a Shinryu, momento en el que su mirada se agrandó con asombro y preocupación, ya que notó ese rostro ansioso y devastado del muchacho.

    —Ay, ¿pero qué le paso a este chico, Kyogan? —pidió saber a la vez que se acercaba al paciente, después le preguntó—: ¿Qué pasó, corazón, por qué esa carita?

    Acto seguido, le acarició la cabellera café y sutilmente anaranjada. Shinryu se contrajo al no haber esperado algo así ni al estar acostumbrado. El sujeto le dedicó una sonrisa dulce.

    —Aw, tranquilo, peque, no quise asustarte. Dime: ¿qué pasó?, ¿por qué esa carita tan menoscabada y por qué estás en la enfermería? ¿Qué daño te hicieron?

    No hubo respuesta, entonces el sujeto se volvió a Kyogan para reclamarle:

    —¿Sabes?, hay un límite para todo. —Le hizo saber en tono firme—. ¿Qué le hiciste a este pobre muchacho? Si no me explicas a detalle, le daré mi apoyo a la chica que puso el reclamo. ¿Y bien?

    Kyogan estuvo a punto de armar una explicación, pero Shinryu interrumpió al contar que no había sucedido nada malo. El chico desconocido abrió la boca en un gesto incrédulo.

    —Tienes que decirme la verdad. ¿No lo sabes? Tengo más autoridad que este monstruito que está a mi espalda. Y soy más fuerte que él —añadió, guiñando el ojo—. Te aseguro que podré poner manos en el asunto y que él no podrá hacer mucho más que rezongar.

    —Eh, eh... Pero ¿usted... es?

    —¡Ah, disculpa!, me llamó Esaú.

    «Esaú... Esaú», el nombre le sonaba a Shinryu.

    —¡Ah, sí!, usted es Esaú.

    —¡El mismo que canta y baila! —Le sonrió con los ojos.

    —¡Usted es el asesi...! —Un azote de fría realidad le hizo perder fuerzas a Shinryu—. El asesino de Dyan.

    —Ajám. ¿Ya sabías de mí, entonces? —preguntó, lleno de un ánimo infantil.

    —Lo vi en unas fotos, pero no muy claras. —Perplejo, Shinryu observaba al asesino.

    —Odio las fotos y siempre busco escapar de ellas —comentó, risueño—. ¿Y tú cómo te llamas?

    —Me llamo Akari, Akari Shinryu —respondió con formalidad.

    Esaú parpadeó varias veces, con las cejas y ojos apretados, hasta lanzar un sobresalto. Sucedía que conocía a Shinryu a través de las cartas que enviaba para pedir matrícula y todo lo que se habló de él en el liderazgo de Argus.

    —La has tenido muy difícil, ¿no? —pregunto, tomando sus manos intrépidamente—. ¡Mas no te preocupes porque he llegado! Me pidieron que mantuviera un ojito encima de ti. Ay, nene, con tu condición y todo, lo entiendo, los alumnos han de haberse puesto muy cansones.

    —¿Es en serio? —interrumpió Kyogan, preocupado, pues no había nadie que pudiera interferir en sus planes más que Esaú—. ¿Tú de guardaespaldas o cómo?

    —Sí, algo así, ¿por qué?

    El mago no dijo nada.

    —¿Me explicarás cuáles son tus intenciones con Shinryu?

    —Maldita sea, ¿por qué siempre tienes que aparecer y joder todo? —protestó enrabiado, pasándose las manos por el cabello bicolor.

    —Por eso me llaman, Kyogan, porque soy experto en joderte —dijo, para luego largarse a reír.

    Kyogan murmuró unos maleficios, y procedió a explicarle casi todo lo que sucedía. Shinryu quedó asombrado ante la confianza con la que se dirigía al asesino, como si fueran tan enemigos como familiares. Esaú estaba muy ojiabierto al saber que Trinity había dado su permiso para que analizara a Shinryu. Concluyó diciendo: «Vale, vale.»

    —Aun así, Shinryu, ¡no temas en acusar cualquier barbarie de Kyogan! Puedo manejarlo de algunas formas. ¿No me crees? ¿Acaso no sabes que yo lo entrené en persona? —dijo, dando la sensación de que confesaba una travesura.

    Shinryu se largó a toser, poniéndose rojo.

    —¡¿Usted entrenó a Kyogan?!

    —Sí —contestó entre risas—. Y eso me ha costado unas dos mil quejas por parte de toda la escuela y el mundo. ¡Pero me da lo mismo!

    Shinryu seguía tosiendo, imposibilitado de procesar la actitud de Esaú y por sobre todo la noticia. Ahora entendía por qué Kyogan era tan diestro con las dagas, ¡había sido entrenado por uno de los mejores asesinos del imperio! ¿Pero cómo pudo acceder a dicho entrenamiento? Esaú podía verse... amoroso, pero había acabado con la vida de muchos magos.

    «¡No entiendo nada!»

    El asesino comprendió que debía retirarse gracias a las miradas del mago, quien lo echaba a insultos. Esta situación, lejos de molestarlo, parecía encantarle, como si le fascinara la actitud demoníaca de su discípulo y ser maltratado.

    Después de unas cuantas advertencias juguetonas, se marchó. 

    Shinryu deseaba entender lo que pasaba con Kyogan y Argus, con Esaú, con Trinity, con todo, pero ahora había algo más importante que necesitaba aclarar con suma urgencia:

    —¿Tú crees que mi enfermedad está avanzando, Kyogan? —preguntó con un ruego. 

    —Puede —contestó con seriedad y ojos analíticos—, porque pocas cosas explican una ceguera tan espontánea.

    «¡No puede ser, no, no!», pensaba Shinryu con horror desesperante, buscando sacar su corazón de lo que parecía ser ya la misma muerte, devastadora y cruel.

    —¿Pero te recuerdo que no puedo ver oscuridades? —añadió Kyogan con una ceja fruncida—, no tengo esa magia... así que no puedo confirmar nada. Aunque podría hacerte un examen de escaneo, de esos que hace Trinity.

    —¿Tú puedes hacer exámenes así? —masculló, limpiándose una lágrima con rapidez.

    —Ajá, pero tampoco tengo la magia de la luz, pues, así que no veo tanto como Trinity. Pero sí puedo hacer un chequeo a los ojos, a la cabeza y demás, y ver si está pasando algo.

    »Entiende, hay gente que puede perder la vista momentáneamente, por algún daño en el cerebro, en el lóbulo occipital o un golpe en la nuca. Pero bah, esas cosas hay que estudiarlas antes de concluirlas.

    »Vamos, necesito que te levantes —ordenó, sin embargo, aun con su forma tosca de hablar, un apoyo se filtraba a través de su actitud, lo cual proporcionó cierto alivio.

    Con esfuerzo, Shinryu logró ponerse de pie, desafiando las voces susurrantes que amenazaban con decirle que faltaba poco para que su vida finalizara. Su destino, una vez más, parecía encaminarse hacia el desastre a pesar de sus esfuerzos por nadar en sentido contrario.  

    No aguantaba más...

    Un frío glacial se extendía por sus venas y una descarga eléctrica recorría sus huesos, dejando su estómago apretado y hundido. Sin embargo, siguió adelante. Además, comenzó a experimentar un alivio cuando notó que su cuerpo simplemente estaba... bien, sin nada extraño. Pero no así mismo se recuperaba su alma, la cual soportaba la confusión que inyectaban los cambios inexplicables.

    Kyogan, por su lado, se hallaba cada vez más intrigado por el caso de Shinryu, así que, sin esperar más, decidió partir al Valle de los Reflejos con un propósito fijo.

    Ya en él, bajo la intensa lluvia que no cedía y el lamento de los árboles agitados por el viento, se desvistió de su camiseta y pronunció palabras seseantes en el lenguaje de la magia. En respuesta, tatuajes negros y blancos en forma de cadenas entrelazadas aparecieron en su piel. Con un segundo hechizo, Kyogan hizo que empezaran a desenredarse, como serpientes buscando un camino hacia la libertad.

    Una sonrisa se dibujaba en sus labios mientras el valle era testigo de sus conjuros prohibidos. Los relámpagos rugían sin mesura y el viento silbaba, como si la tierra misma se estremeciera ante lo que hacía.

    Entonces, las cadenas se rompieron, y Kyogan se sintió así... excitado, libre al fin. Había roto el sello de Trinity y con ello desató las dos magias que por años mantuvo atadas: las etéreas, aquellas que, por supuesto, no debería tener, ya que solo existían dos tipos de magos: los elementales, que tenías diez magias, o los ilusionistas, que tenían dos. Hasta el momento, él había dicho ser elemental.

  Pero esto era una gran mentira; Kyogan no era un simple mago, en su interior habitaban las doce magias, hecho que lo conformaba en un ser desconocido para toda la humanidad, algo que desafiaba cualquier definición de magos y del mundo.

    Ahora, con la totalidad mágica, era capaz de utilizar cualquier tipo de hechizo que se propusiera y ver absolutamente todo lo que se le antojara. Kyogan era la personificación de lo que millones de videntes habían anhelado a lo largo de la historia.

    Cyan, corriendo desesperadamente, lo alcanzó, pero había llegado demasiado tarde para detenerlo. El sello había sido roto, y con ello, Kyogan tenía vía libre para demostrar que su poder era abrumador. Con él se sentía a sus anchas para enfrentar lo que fuera que aguardara en su camino.

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