Capítulo 29: Talah

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    Jinetes montados sobre majestuosas aves surcaban los cielos rumbo a las enigmáticas «puertas de los dioses». Estas, según se había demostrado, tenían una poderosa influencia sobre el funcionamiento del clima y su manipulación podía mejorar la condición actual del infodomus.

    Una de estas puertas era una de las parroquias más apartadas del mundo, noble y sin igual. La sagrada iglesia Talah se alzaba sobre una isla flotante que no tenía más de un kilómetro de extensión, isla sostenida sobre una nube mágica tejida en tonos vibrantes, como un lienzo esponjoso pintado con volutas etéreas que se arremolinaban y entrelazaban en un fluir celestial. Los filamentos de gases seguían un flujo marcado por una gracia divina, como un poema cósmico. Los árboles y el follaje se mecían bajo el masaje de los aires etéreos.

    Los jinetes sintieron paz apenas arribaron, hallándose embriagados por una atmósfera espiritual. La iglesia más increíble de Sydon encendía en ellos una conexión con lo divino, haciéndoles evocar los recuerdos de su consagración, cuando se inclinaron con sus espadas ante las estatuas de los dioses para entregar sus vidas. Todo alrededor representaba el equilibrio que necesitaba el mundo. Los pilares en su entrada se erguían como centinelas talladas en piedra y en detalles meticulosos, entre arcos y trazos de celeste cristalino, hombres alados y dragones cósmicos.

    Los jinetes se observaron con la certeza de que su visita había sido guiada por órdenes sin sentido. ¿En verdad necesitaban imponer orden sobre esta puerta? Supuestamente se había descontrolado, influyendo sobre el viento, pero todo lucía perfecto.

    —Soldados y manejadores, ¿nada más? —interrogó una sacerdotisa después de chequearlos con la mirada—. ¿O hay algún vidente entre ustedes?

    —Sí, mi señora —contestó el líder del escuadrón, quien le hizo seña a una de sus compañeras para que pasara al frente. 

    La sacerdotisa se mostró aliviada por un segundo al ver a la joven muchacha.

    —Señorita vidente, ¿escucha usted un sonido metálico constante?

    Todos se extrañaron ante la pregunta.

    —Me parece que no —respondió la vidente después de analizarlo.

    —¿Cómo es posible que no lo perciba? —La sacerdotisa bufó estresada.

    —¿Me podría explicar mejor de qué se trata?

    —Hace más de una semana estamos sintiendo que algo está chocando contra este lugar, algo que se abalanza una y otra vez sobre todo lo que protege la iglesia de Talah. Pero no se puede ver nada, ¿cierto? Por supuesto que no, porque el ataque viene desde el mundo místico, desde aquel lugar en el que ustedes todavía no creen aún con todas las pruebas lanzadas sobre sus caras.

    «¿El mundo místico?», se interrogaron varios, relajándose, pues en efecto poco y nada creían en ese mundo, porque no era mencionado en los textos divinos como tal, solo insinuado y entregado a libres interpretaciones que usaban los más desesperados.

    —Ja, claro, puedo percibir sus pensamientos incrédulos —atajó la sacerdotisa a la vez que sus arrugas de la edad se acentuaban—. Creerán en cualquier cosa menos en el mundo místico. ¿Debo sentirme recompensada de algún modo, entonces? Porque la insistencia que nos está atacando a todos está siendo mucho más fuerte y detectable de todo lo común.

    »¡Vamos, señorita!, concéntrese y cierre los ojos. Si es una verdadera vidente podrá percibir algo que suena como unas gigantescas campanas chocando contra esta iglesia.

    La vidente se concentró, dejándose absorber por cualquier presencia del mundo invisible. Y entonces logró escucharlo: un estruendo metálico que chocaba contra una cúpula de aparente cristal, un estruendo de algo gigante y acorazado que embestía como una bestia que iba y venía, buscando la manera de destruir el orden del lugar, su protección que consistía en una magia cual agua formando una cápsula.

    Al expresar esto, todos entraron apresuradamente a la iglesia y después al salón de donde fluía el hechizo ancestral. Era un vórtice que, según se decía, consistía en el aliento de Tharos, el dios de la fuerza, el cual impregnaba el cielo con su dominio para equilibrar el flujo de las nubes. Era como un portal sostenido por dos manos gigantes y escultóricas. El aliento solía fluir con tranquilidad, pero hacía días expulsaba ferocidad a cada minuto, como si gruñera de angustia ante fuerzas oscuras.

    Una dolorosa sorpresa se reflejó en los guerreros de Sydon, pues contemplaban una prueba real de un desorden espiritual preocupante. Su causa, algo desconocido. 

    Los manejadores del imperio, aquellos que tenían un alto dominio para manipular hechizos ya creados, siguieron las instrucciones apresuradas de la sacerdotisa para menguar la fuerza del vórtice. La mujer también aseguraba que había que redimirse como única forma de apaciguar la oscuridad que estaba superando la luz desde hacía muchísimos años. Varios sacerdotes se reunieron junto a los enviados de Sydon para arrodillarse y clamar al dios Tharos con tal de obtener su calma y el perdón por las maldades humanas.

    De alguna forma, eso trajo calma: los vientos comenzaron a tranquilizarse al cabo de unas horas.

    Pero algo más sucedió. A la sacerdotisa le pareció escuchar a alguien riéndose de ellos en un conjunto de carcajadas que resonaban en un timbre chillón y perforador, como los gritos de victoria de un ser maligno que se gozaba de los dolores humanos y de la inútil esperanza que los mantenía en pie.

    Lo más escalofriante y extraño de todo fue sentir, o visionar, que esa risa provenía de un insecto.

    Y en efecto, sobre la esfera terrestre, criaturas insectoides y fantasmales que no podían ser visibles para ningún ojo humano, charlaban. Una de ellas tenía largas antenas y mandíbulas que goteaban veneno.

    —¡Dejémoslos en paz por un tiempo! ¡No arruinemos lo que ha de venir!

    Otro, con alas desgarradas y ojos que parecían pozos sin fondo, seguía alejándose de la iglesia, molesto por la oración de los humanos.

    —¿Tharos, Tharos? ¡Puaj! ¡Me da asco!

    Kyogan caminaba alrededor de Shinryu en el Valle de los Reflejos, concentrado en un hechizo de agua que rodeaba al paciente como un conjunto de espirales rosados que escudriñaban su condición. El color se debía a la cantidad de etherio que absorbían del charco donde ambos chicos tenían sus pies.

    La lluvia había cesado, pero sus rastros aún se hacían notar en cada rincón del valle a través de cúmulo de charcos desordenados, hojas y ramas caídas, montículos de barro y, por supuesto, el perforante olor a humedad.

    Kyogan, quien tomaba notas de lo que veía, buscaba la manera de perforar los misterios que envolvían la enfermedad de su compañero. Shinryu se mantenía inmóvil, haciendo todo lo posible para no provocar algún movimiento que lo interrumpiera.

    Se podía apreciar que Kyogan disfrutaba manipular hechizos curativos y analizar un caso tan extraordinario. Sin embargo, tales emociones eran solo destellos que se filtraban a través de su dura máscara. Desde los rincones de sus labios escapaban gestos de profunda intriga y asombro, pero se borraban rápidamente para ser sobrepasados por una actitud fría y profesional.

    «Ay, Kyogan», suspiraba Cyan, quien observaba cada detalle, sentado arriba de unas grandes rocas.

    Analizaba esas chispas que, pese a todo, eran muy difíciles de presenciar y le hacían recordar al antiguo Kyogan, al chico que una vez fue... aquel que perdió. 

    De todas formas, Cyan había anticipado esta actitud, con la diferencia de que había creído que Kyogan se debatiría de forma más notoria entre esa tonta reticencia a enseñar gestos humanos versus las actitudes antipáticas que usaba para reafirmar sus corazas. 

    La situación ya era peculiar de por sí, pero se tornó aún más intrigante cuando algo pareció impresionar repentinamente a Kyogan. Pero en lugar de compartir su descubrimiento, adoptó una actitud de mesura altiva, como si optara por guardar un secreto que no estaba dispuesto a revelar todavía. Las incomodidades que antes manifestaba, como los suspiros de queja al sentirse observado durante una tarea que requería cierta cercanía, se disiparon sin más.

    Cyan colocó especial atención —sus orejas prácticamente se elevaron— cuando Kyogan pronunció el hechizo que escaneaba el interior del cuerpo humano. Shinryu también acentuó su mirada cuando el agua empezó a recrear desde el estómago a su cabeza, el cerebro y finalmente sus ojos. Aunque no se formaron figuras tan claras como las que podía crear Trinity, podían ser comparadas con bocetos de un dibujante experimentado.

    Cuando Kyogan finalizó, se alejó hacia su mochila. Allí, sus ojos se dirigieron a Cyan mucho más agudos de lo normal, reflejando una mezcla de sorpresa y secretismo, como si intentara entregar un mensaje oculto. Luego, cargó la mochila en su espalda.

    —Eh... ¿no vas a decir nada? —preguntó Cyan—. ¿Qué fue lo que viste?

    —Pues... no tiene nada, a decir verdad.

    —¿Cómo así?

    —Ajá, eso, nada. ¿Regresamos al palacio? Seguiré analizando después.

    —¿Pero...? —parpadeó desconcertado, mientras acomodaba una mano encima de su rodilla flexionada—. Explícate acá, es mejor.

    —¿Qué más quieres que diga? Está sano —respondió a la vez que advertía silenciosamente con sus ojos y rabiaba con los dientes. Algo intentaba comunicar, un mensaje que explicaba todo, pero ni siquiera Cyan podía traducir algo tan intrincado.

    —¿Sano? —inquirió Shinryu.

    Kyogan lo miró por encima, como si lo hubiera descubierto en algo incalculable, pero luego observó hacia otro lado para no hacer el gesto tan notorio.

    Cyan no lo estaba aguantando. ¿Qué rayos le pasaba a su hermano? ¿Había descubierto algo muy grande y raro?

    —No tienes nada —Kyogan le explicó a Shinryu, refunfuñando un poco—. Ningún daño en algún nervio óptico, ninguna palpitación extraña, ninguna inflamación. ¿Se entiende? Tu cerebro tampoco muestra una sola lesión. ¿Y en cuanto a tu estómago?, pues normal igualmente. Sea lo que sea que tienes ahí dentro, no ha producido daño a ninguna parte; solo había mucha actividad en los neurotransmisores.

    —¡¿En los neurotransmisores?! —preguntó Shinryu en modo de alerta—. ¿Y eso por qué?

    —Porque seguramente estabas nervioso. En la zona del vientre hay demasiadas neuronas que se activan de distintas formas cuando uno anda ansioso.

    —¡Oh...!

    —Pero si está bien, ¿entonces por qué perdió la vista? —indagó Cyan, penetrando con una mirada atenta con la que no terminaba de creer.

    Kyogan se masajeó bruscamente los ojos, sintiendo un pinchazo en la frente al ver que Cyan aún no podía entender, lo cual lo llevó a buscar otra forma de explicarse.

    —No sé, supongo que es como... ¿un mal de los príncipes sin maná? —sugirió de la nada.

    —¿Ah? —Cyan abrió los labios en una mueca desalineada.

   —¿Qué? —preguntó Shinryu, elevando unas cejas fruncidas.

    —A ver..., pues —empezó Kyogan con un suspiro estresado, esforzándose para armar palabras—. El maná no solo da resistencias físicas, también metabólicas, ayuda a soportar el estrés. ¿Se entiende o no? Sumándole a eso lo delicado que eres, puede ser coherente tu ceguera. Hay personas a que les pasa de todo cuando andan afectadas por la ansiedad. Y si esa persona es tan debilucha como tú, es posible que le pase algo así.

    »Solo escuché de esto una vez: hubo una persona que perdió la vista por un rato, una cría tonta que expulsaron de Argus porque no rindió bien en las últimas calificaciones douma, le dio un ataque de nervios. Tú eres esa niña, pero en versión hombre y con quince años —aseveró—. Aunque no, creo que eres menos porque por lo menos ella tenía maná y los profesores no se la pasaban encima, cuidándola.

    De un momento a otro, Kyogan descubrió algo que lo llevó a sonreír de manera burlona y maligna.

    —¿Sabes?, creo que te calza bien lo de... «príncipe delicado». ¿Entiendes por qué? Deberías saberlo. Viene de los tiempos en los que reinaban los magos. Como la magia no es hereditaria, sus hijos nacían normales, así que los reyes ponían a todo el castillo a cuidarlos. Por eso los príncipes se hacían delicados y solían tardarse en despertar el maná, porque no entrenaban nunca.

    Un sentimiento de perplejidad se extendió en Shinryu y Cyan como un manto aplastante. El mayor parpadeó un par de veces mientras sus labios se abrían y sus cejas se elevaban apretadas. Shinryu sin palabra alguna. Luego, ambos compartieron una mirada donde parecieron intercambiar el asombro y las interrogantes, hasta que Cyan sacudió la cabeza al considerar que las palabras de su hermano habían sido más tontas y burlonas de lo habitual.

    «Ay, Kyogan. ¿Qué te pasa ahora?»

    Shinryu comenzó a mostrarse poco a poco ofendido.

    —Pero... Kyogan, ¿cómo puedes decir eso? —preguntó, y Kyogan de inmediato alzó una ceja que no admitía cuestionamientos fácilmente—. ¡Lo-lo que quiero decir es que mi caso es distinto! O sea, yo sí entreno, y mucho, todo lo que puedo, quiero decir.

    —Pero igual eres un poco delicado, admítelo.

    Shinryu empezó a estudiar su propio ser en profundidad.

    —No —concluyó.

    —Ah, ¿no?

    —Bueno... —Bajó la mirada de forma pensativa—. Es que mi condición puede interpretarse incorrectamente; no tener maná me hace propenso a muchas cosas. Pero...  creo que ser delicado es algo diferente.

    —Lo eres —afirmó, buscando amedrentarlo, mientras unas brisas paseaban alrededor, refrescando su rostro maldadoso.

    —Pero Kyogan, lo que quiero decir es que creo que debilidad y delicadeza son términos distintos —argumentó incómodo.

    —Yo creo que solo una persona delicada podría escoger un panyabi, por ejemplo. —Sonrió con un destello macabro y socarrón.

    —¡¿Qué?! —Shinryu abrió la boca—. ¡No es eso, yo escogí al panyabi porque es una criatura de gran corazón y muy amistoso con los demás!

    —Pero es una porquería a la que llaman adorable, un peluche apto para niñas.

    Los chicos continuaron debatiendo. Cyan, sorprendido, debía admitir que Shinryu tenía una valentía... difícil de definir, ya que nadie le argumentaba de vuelta a Kyogan, pero Shinryu lo hacía y de una forma con la que buscaba no calentar la discusión. De todos modos, Cyan empezó a irritarse por enésima vez en la vida con los comentarios tontos y hasta machistas que usaba su hermano. 

    Sin embargo, no hubo necesidad de intervenir, ya que Shinryu decidió cerrar la discusión con sorprendente madurez:

    —Está bien, Kyogan. —Cedió—. Entiendo que pienses así, lo respeto y lo comprendo, pero... yo solo espero cambiar tu opinión algún día.

    Incluso Kyogan se sorprendió, pues estaba acostumbrado a ganar odio a cambio de sus ataques, no esto. 

    Shinryu, quien se había sumergido en un análisis hacia su personalidad, había empezado a estudiar aspectos que no le estaban gustando de sí mismo. Al llegar a Argus, se consideraba mucho más fluido en su hablar. Ahora titubeaba mucho más seguido mientras sentía una orden en su interior que le decía que debía desaparecer o esconderse, proteger su barco de insultos que ya no llegaban. Pero como siempre, allí estaba ese fuego parlanchín que a veces manipulaba su boca, y ahora el deseo de dar una imagen mejor de él, con Cyan mirándolo.

    —No sé si al despertar el maná las cosas puedan cambiar, no puedo asegurarlo, pero... lo importante es que lo intentaré —dijo—: Y cuando eso pase, quiero ser de ayuda en todo lo que pueda, pero en trabajo mutuo, ¡como-como ha enseñado tanto la profesora Linah! —se adelantó a corregir. 

    »Quiero ayudar al que lo necesite. Yo sé lo que significa ser débil, por eso quiero... darle una mano a cualquiera que lo necesite —continuó sin pensar demasiado en lo que decía. 

    »Tal vez... —titubeó gacho, mirando hacia un lado, chocando con los ojos de Cyan de vez en vez, preguntándose ante él si estaba haciendo bien y ganándose su apruebo—, deba mostrar más actitud, pero esa es una decisión que tiene que brotar de mí mismo, como algo personal, ¿creo yo? De todos modos, yo aún no he renunciado a mis sueños. Espero un día tener la fuerza de quienes admiro.

    Observó a Kyogan a través de un rostro más apacible y profundo.

    —Repito, Kyogan, respeto mucho tu opinión, pero me esforzaré y ojalá algún día logre... proyectar algo mejor. Tengo que hacerlo por muchas razones, y ahora tengo esperanzas, por lo que me acabas de decir. No entiendo aún por qué perdí la vista, pero si tú dices que el motivo puede ser este, entonces... —Guardó silencio sin saber qué más decir, pero al final añadió—: Lo importante es aferrarme al hecho de estar sano. ¡Y solo debo seguir siendo paciente y esperar a Trinity!

    Cyan observaba con las cejas formando un arco, permitiendo que sus ojos se abrieran más de lo necesario. Miraba a su hermano, miraba a Shinryu, mientras sentía un piquete en el pecho, sin saber claramente por qué.

    Por su lado, Kyogan escudriñaba con reserva, articulando muecas en las que mezclaba una pizca de comprensión, un sentimiento de extrañeza y repudio, algo de rabia, perplejidad; muchas cosas.

    —Ya..., ¿y quién te preguntó? —lanzó con antipatía.

­    —Oh... ¡disculpa, Kyogan!, yo solo quería... aclarar mi posición al respecto, por así decirlo —explicó Shinryu, sintiéndose cada vez más avergonzado por todo lo que había dicho. ¿Por qué habló así?

    —¿Y para eso tenías que soltar tanto la lengua? ¿Quién te preguntó por todo lo que dijiste?, ¡dioses! —refunfuñó.

    Shinryu continuó pidiendo disculpas.

    —¡Bah! —Kyogan lanzó un brazo en un ademán cortante.

    Cyan, después de analizar un poco más, suspiró comprendiendo algo, por lo que saltó desde las rocas para posicionarse entre los chicos.

    —A ver, mantengamos la calma y dejemos de lado esto, ¿vale?, porque no le veo el caso —aconsejó, después guardó silencio, sacudió la cabeza, y dijo—:  Porque en serio, no le veo el sentido. Cada persona es distinta, Kyogan, entiende eso.

    »Yo mejor les propongo algo: me pagaron mi último sueldo, así que podríamos ir al comedor a merendar algo. ¿Les parece?

    El ofrecimiento llenó a Shinryu con un ataque de nerviosismo, sin embargo, se quedó en pausa, como si creyera haber oído mal y necesitara una confirmación. 

    —¿Tú hablas en serio? —cuestionó Kyogan con una expresión dibujada en desasosiego.

    —Sí, Kyogan —respondió Cyan, mirando a su hermano con paciencia.

    —¿Y a qué vas? ¿Desde cuándo ofreces dinero para ir al comedor?

    —Bueno, es mi dinero, y yo sabré qué hacer con él, ¿no te parece?

    —Te quejaste hasta el cansancio, hiciste el escándalo por unos cuantos geones que gasté, ¿y ahora te las das de dadivoso? ¿A ti qué te pasa ahora?

    Cyan sonrió con la calma más falsa posible, mientras unas venas se le hinchaban en las sienes. Varias cosas pensaba a la vez: «¿Unos cuantos geones, dices? ¡Me dejaste casi en la quiebra! ¡Y deja de poneme peros, maldita sea, que yo sé por qué lo hago!»

    —Es mi último sueldo y puedo usarlo como se me venga en ga... —dijo, pero se detuvo para corregir—: considero que debo usarlo a mi manera, y en algo útil. Por otro lado, se acercan los exámenes douma y hay que aprovechar estos días libres. 

    »¿Tú qué dices, Shinryu? —preguntó, volviéndose a él.

    —¿Eh? ¡Ah, claro, o sea sí, o sea... como digan! Sí, yo, no. ¡Sí!

   Manteniendo una sonrisa por un rato, se encaminó hacia Kyogan para discutir un rato con él. Su hermano no cedió, no hasta que Cyan le hubo susurrado algo secreto al oído.

    Entonces así, los chicos se encaminaron para compartir una mesa juntos por primera vez. A pesar de su reticencia a no gastar demás, Cyan entregó más geones de los que pretendía con tal de hacer que ese ambiente se hiciera mejor, sintiéndose extrañamente expectante al estar comiendo con una persona más. Le seguía agradando la dulzura de Shinryu, su respeto, la felicidad que emanaba. Por dentro, el chico sin maná se deshacía en lágrimas mientras utilizaba los utensilios con torpeza y agradecía, demostrando que una simple escena como esta le era fascinante.

    Por su parte, Kyogan demostraba una máscara de rabiosa resignación y todavía de perplejidad.

    —¿Tú prefieres lo salado o lo dulce, Shinryu? Disculpa, no te pregunté antes —consultó Cyan.

    Shinryu miró a Kyogan, pidiendo permiso para responder, pero este estaba muy ocupado en sus cavilaciones y disgustando sus dulces como para prestarle atención.

    —Eh... lo salado, ¡pero como cualquier cosa, a decir verdad!

    Cyan continuó cobijando un maduro espíritu durante el resto de la comida. Kyogan, atento a él, percibía algunas cosas que le ayudaban a entender por qué actuaba así.

    Antes de venir al comedor, Cyan le había susurrado:

    «Esta es mi forma de controlarlo.»

    Sabía que su hermano mayor poseía una oscuridad diferente, menos directa, raras veces agresiva y en ocasiones tan bien... actuada. Solo Cyan podía ser, en su manera, agradable con alguien a cambio de algo, pero sin llegar a ser falso del todo. Para lograrlo, tomaba todas las herramientas que le ayudaban. En este caso, Kyogan podía percibir que deseaba recompensar a Shinryu por haber resuelto las instrucciones de invocación, así como también buscaba hacerle ver qué tipo de recompensa le esperaban si seguía guardando su palabra. 

    Kyogan gruñía debido a la gente que no paraba de observarlos con poca prudencia. Sin embargo, concluyó que la situación lo beneficiaba, ya que las personas empezarían a habituarse a esa imagen y considerarían menos forzadas las visitas de Shinryu al Valle de los Reflejos.

    Pero todo era tan... extraño. 

    Por si fuera poco, hubo un momento en el que Kyogan se quedó súbitamente paralizado, con el tenedor suspendido en el aire. Su rostro perdió todo color en un instante, y sus sentidos, antes agudos y precisos, se distorsionaron, sumergiéndolo en un mundo donde solo existía un pitido agudo. 

    ¿Qué le sucedía?, se preguntaba, sin hallar respuesta. Su interior estaba lleno de distintas voces, susurros indecibles revolviéndose en un bucle eterno.

    A veces, Kyogan sentía que no se conocía... ni siquiera a sí mismo.

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