Capítulo 30: ¿Eres invisible?

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    Kyogan evadía las preguntas de Cyan y en más de una oportunidad su atención se mostró extraviada. A pesar de que la fuerza se mantenía en él, retocándolo con imponencia, había gestos que provocaban una atmósfera taciturna y casi frágil a su alrededor. Era como si una parte de él se hubiera desviado del camino, necesitando redirigir su atención en sí misma.

    Kyogan analizaba el resultado de todo lo sucedido en los últimos meses. Los ojos de su alma parecían centrarse en una espina que, aunque aparentemente pequeña, se hacía sentir tan molesta como cualquiera, abriéndose paso entre emociones que había creído desechas.

    Otra parte analizaba el tumulto de sensaciones que lanzaban las magias etéreas sobre sus sentidos. En este momento, Kyogan tenía magias que se especializaban en interactuar con todos los materiales invisibles del ser humano. Su mirada podía pasearse por el alumnado, escudriñando sus reales emociones e incluso parte de sus pensamientos, sin necesidad de utilizar hechizos y sin que nadie lo notara —a menos que quisiera leer emociones profundas y no las superficiales que escapaban del aura—. Con la magia yain podía detectar toda emoción relacionada con la oscuridad (odio, rechazo, rencor), mientras Iyan analizaba las vinculadas a la luz (felicidad, gratitud, bondad). Teóricamente, podía observar todo sobre las almas circundantes.

    Esta pesada e increíble habilidad también ayudaba a que las percepciones sin explicación continuaran cayendo con mayor molestia. Sin embargo, parecía que aquel griterío perturbador que una vez sintió entre las nubes se hallaba más ahogado y distante. ¿Por qué? No tenía idea.

    Sobre la punta de un peñasco solitario en el Valle de los Reflejos, Kyogan continuaba con este análisis. Le había dicho a Vincent, al guardabosque de Argus, que necesitaba entrar para recolectar plantas medicinales, tarea habitual para un kyansara.

    —¿Pero por qué te cuesta tanto avisar que vendrías a este lugar en específico? —reclamó Cyan, quien apareció por su espalda—. Ya, sí, dices que vas a recolectar plantas, pero no dices cuál de los tres lugares escogiste.

    Suspiró, buscando calmarse.

    —Mira, Kyogan, no cuesta tanto. A la otra solo dime a qué sector vendrás. No puedo andar detrás de ti adivinando todo.

    Kyogan lo miró por encima del hombro. Por sus ojos vidriosos y oscuros, Cyan supo que había vuelto al mal humor, a las mezclas y confusiones.

    —¿Me piensas explicar qué está pasando? Estaba todo relativamente normal y de repente te vuelves a hundir en ti mismo.

    Kyogan no le respondió.

    —Sinceramente, Kyogan, no te entiendo. —Cyan exhaló profundo en señal de derrota, luego supuso algo—: Dime la verdad, te está afectando, ¿no?, el tener otra vez lo que tú sabes —murmuró—. ¿Por qué no nos sentamos a analizarlo mejor?

    El menor negó con la cabeza, dejando caer un suspiro cortante, dándole a entender a Cyan que no estaba comprendiendo nada.

    —¿Podemos hablar con total tranquilidad aquí de asuntos?, ya sabes... —consultó Cyan mientras miraba hacia los lados del paisaje, hallando solo verdor y rocas roídas en musgo.

    Al no obtener una respuesta, la exigió:

    —¡Kyogan, responde, vamos!

    —¡Que sí! 

    —Vale, entonces... a ver... Mira, ya sé por qué quisiste romper el sello, pero sigo en absoluto desacuerdo y más si te veo así. Dime realmente, ¿tanto vale la pena? Puedes vencer al zein usando solo las dos magias elementales que tienes permitido usar; no necesitas una sobrecarga de dos magias etéreas que no sirven para nada.

    —¿Para nada? —ironizó Kyogan.

    —Sí, para nada —aseguró con la mandíbula endurecida—. Porque las magias etéreas solo te traen un mal innecesario. ¿De qué te sirve percibir tantas cosas de los demás? Vamos, Kyogan, no se puede vivir así; es mejor no ver lo que los otros sienten o piensan, ya sabemos cómo son las personas, lo hemos vivido. ¿Para qué necesitas confirmarlo día a día?

    El rencor de Cyan en sus ojos se proyectaba aún más, ya que las magias etéreas tenían mucha culpa detrás de la personalidad oscura de Kyogan, por eso las detestaba.

    —Que no se trata de esto, ¡maldita sea! —Kyogan se hartó.

    —¡¿Si no es eso entonces qué?! —respondió calentándose por su alzamiento de voz—. ¡Dímelo, Kyogan, porque no soy un maldito adivino ni siento las cosas como tú! ¡Además, sabes demasiado bien que la única forma que tienen los demás de descubrir lo que eres es detectando tu percepción! ¡Por los dioses, para, Kyogan! ¡Para!

    El menor se restregó el rostro entero, un tapiz de desesperación, dejando que el silencio se adueñara del espacio.

    —Sigues queriendo hacer todo a tu antojo, ¿no? —concluyó su hermano mayor, también haciendo sentir dolor—. Nos vemos a la noche. A ver si ahí se te antoja hablar.

    —Shinryu no tiene...

    »Esaú nos estaba espiando —informó antes de que Cyan diera un salto para bajar del peñasco.

    —¿Qué? —cuestionó, deteniéndose de golpe.

    —Por eso no podía hablar antes, pues. Intenté hacértelo notar, pero nunca captaste. Esaú estuvo todo el tiempo viendo lo que hacíamos.

    —¿Y lo pudiste percibir? —preguntó con los ojos agrandados.

    —Ajá, pude porque las inútiles magias etéreas me ayudaron.

    La sorpresa de Cyan escaló hacia una altura escalofriante, rozando las nubes del miedo. Esaú no era solo el asesino de Dyan ni aseguraba ser más fuerte que Kyogan sin ninguna razón; era uno de los mejores a la hora de apagar su presencia a través de un hechizo no mágico. Era tan hábil que ni siquiera algunos sanukais podían detectarlo, pero aquí estaba Kyogan, pudiendo hacerlo.

    —¿Cómo pudiste detectarlo?

    —¿Te olvidas cómo me entrené? —preguntó con el rostro en alto, formando un semi cierre con los párpados, un semblante de alguien que había recorrido demasiado en la vida pese a su corta edad—. ¿Cuánto tiempo estuve con las magias etéreas selladas?, ¿cinco años? Ya no soy un maldito crío, Cyan, ahora soy mucho más. Por supuesto que puedo percibir a Esaú.

    En algunas ocasiones, Cyan parecía olvidar que su hermano era un mago con las doce magias, alguien que rompía con todos los conceptos de la magia, situación que le revolvía las tripas.

    —¿Qué es eso de: «Shinryu no tiene...»?

    —Ese es otro asunto —contestó de mala gana mientras contemplaba al verde paisaje que se desplazaba por debajo del peñasco, el exuberante bosque lleno de vida y tranquilidad.

    —Dímelo de una vez por todas —pidió, saturado—. Esto ya me está cansando.

    —Alma, quise decir. Shinryu no tiene alma.

    Cyan apretó el entrecejo en un profundo gesto de interrogación. No entendió nada y, aun así, un escalofrío bailó en su espalda.

    —Explícate.

    Kyogan estuvo a punto de responder, pero entonces se percató de algo increíble:

    —¡Creo que... acabo de subir otro nivel! —comunicó con sus ojos dirigidos hacia su palma derecha, examinándola como si leyera el flujo de su maná a través de las venas—. ¡Cyan, mi maná subió otro nivel!

    Cyan se halló diminuto ante los juegos de la vida y sus decisiones espontáneas. «Lo que hacía falta», pensó. Su hermano había alcanzado el nivel sesenta y nueve, quedándose a un punto para ser igualado con los zeins de menor nivel. Sin embargo, era una noticia esperada: su maná se había estancado hacía meses y los profesores sabían que aún le hacía falta potenciarse. 

    Lo realmente alarmante era otra cosa: seguiría subiendo de niveles

    Todos límites de las personas siempre se posicionaba en dígitos que terminaran en «9», ya sea «39, 49, 59». El número en el que hallaban el primer límite variaba de persona en persona. Lo común era encontrarlo en el 39 o 49, pero Kyogan, supuestamente, lo hallaría en el 69, tal cual como le sucedió a Dyan.

    El primer límite siempre era más sencillo de romper, por eso Dyan subió con facilidad desde el 69, potenciándose aún más, hasta que halló su segundo límite en el 79, donde se topó con una barrera cien veces más difícil de romper. Pero la rompió, lo que lo llevó a titularse como uno de los hombres más poderosos de Evan.  

    Lo desconcertante de Kyogan era que presentaba un primer límite difuso y engañoso. Parecía que en él estaba una barrera tan fuerte como si fuese un segundo límite, pero en otras ocasiones decía sentir en su ser un camino llano en el que podía seguir escalando. Los profesores no sabían esto; solo lo comparaban con Dyan.  

    Ver la sonrisa de su hermano impregnó en Cyan una sensación agradable, pero en el fondo, había un yacimiento con un centenar de astillas que hacía falta por barrer. 

    —Sigues haciéndote más fuerte, Kyogan.

    El menor chasqueó la lengua al percibir su ambivalencia.

    —¿Qué tanto te preocupa o qué? 

    Cyan cerró los ojos un momento.

    —Mira, en parte me alivia, porque hora tienes más posibilidades de vencer al zein. —Suspiró hondo.

    —¡Obvio que sí!

    —¡Solo espero que no se te siga subiendo a la cabeza y que tengas el debido cuidado, porque sabes lo que significa subir de poder, sabes cuáles son las condiciones al respecto! —advirtió, apuntándolo con un dedo.

    —¡Dioses, eso ya está resuelto! ¡Deja de preocuparte tanto! ¡Sé perfectamente lo que hago!

    Kyogan necesitó alejarse de Cyan para que no le amargara más la alegría y lo dejara disfrutar un rato. Cyan lo dejó jugar con un hechizo que le permitió ver el maná circulando a través de la sangre.

    —Hablaremos después de esto, Kyogan. Por ahora, quiero saber qué pasa con Shinryu.

    —Pues, según las magias etéreas... —Se masajeó el cuello, luego los hombros—, no tiene alma. Si no te lo comenté antes era porque lo estaba analizando mejor.

    Cyan seguía sintiéndose incapaz de entender. Por su lado, Kyogan expresó unos ojos extraviados una vez más.

    —¿Pero cómo es posible que alguien... no tenga alma? —indagó Cyan, mientras las imágenes del rostro expresivo de Shinryu asaltaban su mente.

    —En realidad, sospechaba de algo así desde antes.

    »Cyan —se volvió a él, mirándolo fijamente—, termina de entender algo de una buena vez: haber sellado mis magias etéreas no significó que las anulé por completo, más bien permití que se adormecieran, lo que me impidió ocuparlas en cualquier tipo de hechizo. Pero seguían allí, susurrándome sobre algunas emociones de los demás, aunque de manera muy distante y casi siempre imperceptible. En algunas personas me era más difícil leer algo porque tenían la mente más engorrosa de lo normal o porque se protegían con maná sin darse cuenta. En cuanto a Shinryu, nunca pude sentir una pizca. ¿Por qué?, ¿acaso tiene una mente muy complicada? En realidad no, lo que pasa es que no tiene alma.

    La afirmación de Kyogan se enterraba en Cyan como una espada de hielo.

    —¿Por qué crees que me descubrió Shinryu en primer lugar? —continuó Kyogan, caminando hacia él—. ¿Por qué no pude detectar sus pasos cuando se estaba acercando a mí en la laguna? ¿Por qué ninguna magia me comunicó nada a pesar de que siempre ando alerta? Cyan, Shinryu tiene muy poca presencia para todas las magias, pero especialmente para las etéreas, tanto que pareciera ser inmune a ellas por muy impresionante que eso te suene.

    »Escucha —continuó, ahora con un dedo en alto para jalar mayor atención—, cuando Shinryu me descubrió, pensé que había utilizado un hechizo no mágico para apagar su presencia y por eso desconfíe más de él. Pero no fue así. Fue después que supe que ni siquiera tenía maná, ahí deduje que estaba la explicación de todo, porque las magias son sensibles al maná de las personas, que es la esencia de cada uno. Cuando alguien no tiene maná, la persona se transforma en un objeto más para la naturaleza y por eso puede camuflarse en medio de ella.

    »Me di el tiempo de analizar todo esto —explicó con las manos en los bolsillos—. Resulta que otros profesores también se han dado cuenta de que Shinryu tiene poca presencia, pero ellos creen que es por su falta de maná. Como ellos no tienen tantas magias ni pueden percibir como un mago, no le han dado importancia. Yo sí.

    Kyogan escudriñó lo que Cyan estaba sintiendo en ese momento, notando que latía un recelo en medio de un remolino de preguntas.

    —Aquí tienes otro motivo del porqué quería romper el sello —aclaró Kyogan—: quería utilizar las magias etéreas en pleno y sacarme la maldita duda. Vale, pues, al fin lo hice, pero las magias se negaron a mostrarme cualquier pizca de alma en Shinryu, como si fuera una existencia totalmente vacía. Es más, he sentido que las magias quieren alejarse de él y no sé por qué.

    »Es como si Shinryu fuese... un ser invisible para las magias etéreas y alguien opaco para las elementales —concluyó—. Es como si tuviera dos tipos de camuflaje.

    Cyan tenía un ramo de espinas extendiéndose por su mente, clavando en ella una incertidumbre honda que jamás había sentido.

    —¿No me crees o no me entiendes? —interrogó Kyogan, algo dolido—. Dime entonces, ¿cómo es posible que pueda percibir a Esaú y no a Shinryu? ¿Cómo alguien como Shinryu puede hacerse más imperceptible que un jodido asesino? Ni siquiera los sanukais logran algo así, ¡maldita sea!

    —No digo que no te crea..., es que esto tiene tan poco sentido, no es... normal —titubeó, mientras una saeta metafórica le atravesaba el pecho y algo le apretaba la garganta—. ¿Es remotamente posible esto? Por supuesto que no.

    —Te diría lo mismo si no lo estuviera viendo... ¡yo mismo! 

    Kyogan exhaló, sacudiendo sus brazos, hasta que se obligó a sosegarse.

    —A ver, el problema de Shinryu tiene que ver con la esencia, y el maná es una manifestación de ella, ¿no? ¿Qué pasa con Shinryu? Tiene una oscuridad que obstaculiza la metabolización del maná. El etherio recorre cinco fases antes de convertirse en esta energía. Shinryu desarrolla solo dos fases. Creo que la oscuridad que tiene dentro las está dañando, logrando que se altere el mismo núcleo de Shinryu, lo más hondo de su esencia, provocando el fenómeno de que tenga menos presencia que un objeto.

    »Esta sería una buena explicación, ¿no? Pero no la es.

    —¿Pero por qué no? —preguntó, parpadeando un par de veces con fuerza.

    —Porque no explica de dónde viene esa sensación de que las magias etéreas quieren alejarse de él. ¿Acaso las magias no quieren tratar con algo que sea menos que un objeto? Eso es más ridículo que imposible. Además, ya examiné a Shinryu y no vi alteraciones en sus dos fases de etherio.

    »Por eso no sé, Cyan. Sigo preguntándome qué mierda está pasando. ¡¿Ahora entiendes mi maldita confusión?! ¿Entiendes por qué no sabía cómo empezar a explicarte todo esto?

    Por primera vez en muchos años, Cyan lo entendió plenamente. Aunque una duda aún inquietaba: ¿Por qué Kyogan no agredió a Shinryu al descubrir todo esto? 

    —Y mira, hasta he pensado en una supuesta inmunidad —añadió Kyogan—. Pero de ser así, sería selectiva.

    —¡¿Inmunidad selecta?! —interrogó, sintiendo cómo cada palabra de Kyogan aumentaba la red.

    —Shinryu ya ha sido tratado con magias etéreas por parte de Trinity, por iyan, la luz. Ella pudo tratarlo normalmente sin que hubiera ninguna oposición... ¡Oh, mierda! —gritó de pronto, con un impulso de sorpresa y revelación. Cyan pegó un brinco con los hombros.

    —¡¿Qué?!

    —¡¿Cómo carajos no pensé en esto antes?! ¿Qué rayos me pasa? ¿Ando subnormal? ¡¿Cómo no lo noté?! —decía mientras caminaba de lado a lado entre los arbustos del lugar.

    —¡¿Qué cosa, Kyogan, qué?!

    —Cyan —le llamó—, Trinity estuvo horas analizando la condición de Shinryu sin encontrar nada en él más que «paredes invisibles», hasta que forzó la luz y una oscuridad apareció en su estómago. Trinity lo describió como un cáncer oscuro que se esparcía con extremo sigilo. ¡¿Sabes qué pasó luego?! ¡La oscuridad de Shinryu reprendió sus hechizos, los anuló! 

    »Cyan, ahí está el repelente del que te hablo: ¡la oscuridad que tiene Shinryu es el repelente, busca, no sé cómo, esconderse de las magias e inclusive alejarlas! En un comienzo, Trinity lo interpretó como un «silencio impenetrable», pero en realidad se equivocó; es una fuerza sigilosa que repele y se potencia si intervienes más en ella.

    »Oh, mierda, ¿qué significa esto? —Se preguntó, desplazándose por el peñasco con los brazos cruzados.

    A partir de ese momento habló solo consigo mismo, quedando choqueado al recordar un dicho al que había sido renuente: «Siempre hay una explicación para todos los casos mágicos, incluso para la maldición de los magos; solo se nos oculta y a menudo en la simpleza.»

    Kyogan entendió que lo que estaba detrás de la condición de Shinryu era un hechizo específico, ¿pero cuál de todos?

    —No puede ser hechizo de larga duración, ¿o sí? Carajos, ¿o uno ancestral? ¡Es que no puede ser!

    —Kyogan —intervino Cyan.

    —¿Se sacrificó un alma para conseguir esto? No, pero debo considerarlo, porque para un caso así es posible, ¿pues de dónde más se sacaría el maná para mantener esto?

    —¡Kyogan!, explícate, anda, me tienes la cabeza hecha un lío.

    —Oe, Cyan —dijo, ahora repentinamente decepcionado­—. ¿Desde cuándo la oscuridad puede actuar como un repelente? Ahora que lo pienso, tampoco tiene mucho sentido.

    —Dioses, ¿y eso por qué? 

    —¿De ser así, no crees que sería un hechizo, digamos, mucho más conocido?

    —¿A qué te refieres?

    —¡Mierda, Cyan!, porque estamos hablando de un caso de aparente invisibilidad, ¡ni siquiera los sanukais logran algo tan codiciado! La inmunidad a la magia es una de las cosas más buscadas en el mundo entero y nadie ha podido obtenerla.

    —Pero esto no es una inmunidad, solo es aparente —refutó con decisión—. Tú mismo lo estás diciendo.

    —Aun así, tiene cierta similitud. ¿Cuánto crees que darían los sanukais para ser invisibles ante los magos, ante otros sanukais y ante los zeins? 

    «Posiblemente sacrificarían un par de vidas en rituales malditos», pensó Cyan.

    —¿Entonces dices que este hechizo está camuflando el alma de Shinryu? ¿Entonces tiene alma? —preguntó con un destello de alivio.

    Kyogan bajó la mirada, llevándose una mano alrededor del mentón.

    —Puede que sí —murmuró—. ¿Pero qué saca con camuflarla? ¿Qué beneficios le ha traído todo esto?

    —Yo no veo ninguno —respondió—. Según lo que dices, el único «beneficio» que obtuvo fue descubrirte.

    El rostro de Kyogan palideció de súbito.

    —En ese caso... quien le puso esto fue una persona, ¿no? —planteó con cautela—. ¿Y esa persona estaría interesada en que Shinryu... descubra magos?

    Por un instante, la conjetura de Kyogan demostró ser de lo más sólida posible, y temible, pero rápidamente se torció, ya que, si hubiera una persona que instaló este hechizo con la intención maligna de que Shinryu delatara magos, sería su padre, quién se hacía llamar uno de los sujetos más inteligentes y enemigo de los nacidos con magia. Sin embargo, sería contraproducente afirmar algo así, teniendo en cuenta que Shinryu había guardado silencio.

    Todo lo que había sucedido con el chico hasta el momento, cada recuerdo que hablaba bien de Shinryu, se extendía ante la mente de Kyogan y Cyan, confundiéndolos aún más. 

    Por otro lado, estaban los costos de los supuestos beneficios que obtenía Shinryu. No tener maná era algo que sin duda deterioraba la vida de cualquiera. ¿Valía la pena tal sufrimiento a cambio de sus capacidades?

    El conejo que una vez guio a Shinryu también se hizo presente en la memoria de Kyogan. El ibwa, junto a la habilidad de Shinryu, habían creado las condiciones necesarias para que pudiese ser descubierto por primera vez. Pero, ¿por qué?

    —¿Y qué hay de la madre de Shinryu, Kyogan?

   —¿Qué pasa con ella? —preguntó, rígido.

    —¿No pudo haber sido ella la que instaló este hechizo en Shinryu? ¿Por qué la obvias?, es como si intentaras olvidarte de ella.

    Kyogan se halló envuelto en enredaderas mentales, pero fingió no sentirse afectado. 

    —No la obvio. ¿Pero entonces qué?, ¿dices que ella es la causante? ¿Significa que estamos creyendo en lo que es?

    Cyan no dijo nada; se halló simplemente en un terreno inexplorado, como si se viera ante un paisaje fascinante y a la vez turbio y alarmante. 

    —Mira, no sabría decirte, pero asumamos que esa mujer sí es una maga ilusionista. En ese caso tuvo todo lo necesario para hechizar a su hijo. ¿Con qué motivo?, pues obviamente no llego hasta ahí.

    »El asunto es que no sabemos lo que realmente tenía o tiene esa señora en su cabeza. Shinryu era apenas un crío cuando estuvo con ella como para conocerla de verdad, ¿no te parece?

    Kyogan halló mucha razón en las palabras de su hermano. Irónicamente, esto le hizo sentir peor, ya que fue recibir más piezas sobre un rompecabezas que ya pesaba bastante por sí mismo. 

    —¿Tú crees que ella estaba interesada en que Shinryu descubriera magos, entonces...?

    —No lo sé, Kyogan —contestó Cyan, escuchándose ahogado por la frustración que le provocaba no tener respuestas.

    Kyogan se pasó la mano por la cabeza con ansiedad, causando un revoltijo entre los mechones negros y burdeos que caían sobre su frente. También se sentía irritado, porque supuestamente era un mago cono las doce magias. ¿Cómo era posible que Shinryu significara tanto lío para él? 

    —Cálmate, Kyogan —pidió Cyan, utilizando una voz tranquila—. Y mejor aprovecha para decirme una cosa: ¿todo lo que dijiste sobre la buena salud de Shinryu, fue mentira?

    Kyogan tambaleó ante la pregunta, pero confesó de todos modos:

    —Tampoco todo fue mentira. Te digo en serio, la salud de Shinryu estaba bien, pero ajá, obviamente no perdió la visión por estrés. 

    —¿Entonces por qué la perdió? —indagó Cyan.

    —Supongo que la oscuridad está dañando otras áreas de su vida, áreas invisibles, espirituales, y ahora creo que el alma.

    Un viento gélido se arrastró por encima del peñasco, barriendo hojas y erizando la piel de Cyan.

    —Según las investigaciones mágicas... el alma puede afectar el cuerpo —continuó Kyogan, sonando sabio, mientras miraba hacia el suelo y volvía a toquetearse el mentón—. ¿Y sabes qué? Lo creo: el alma es como el motor de la vida, y al dañarla puedes lastimar el cuerpo de forma casi instantánea. Es el principio de muchos hechizos etéreos. Hay zeins demoníacos que se especializan en eso.

    »La oscuridad de Shinryu se esconde demasiado. ¿Cómo lo hace? Creo que tiene un pie en el plano etéreo y otro en el real.

    »Pero como siempre, son solo conjeturas; no tengo manera de darte nada sólido.

    Cyan miró hacia el cielo, buscando un respiro, alguna luz que le hiciera sentir que el mundo no siempre perseguía un ritmo de dificultades. 

    —Bien —dijo en tono decidido— Vamos a aclarar esto. 

    —¿Y cómo?

    —Cuando medites podrás ver todo, ¿no?

    —Debería, ajá —respondió con los hombros tensos—. Ten en cuenta que puedo meditar cada tres meses, por ahí, porque es lo máximo que aceptan las magias en su dominio, así que no puedo fallar. Ahí nada debería escapárseme, porque prácticamente viajaré al reino de las magias y hablaré con ellas.

    »El único problema es que el maldito Esaú pueda espiarnos justo en ese momento.

    —Yo me encargaré de él —determinó Cyan, sorprendiendo a su hermano—. No te sorprendas tanto; yo también quiero que esto se aclare de una buena vez. No me gusta que haya una incógnita ahí tan fuerte con Shinryu. Y entiendo que tú eres el único que puede resolverlo.

    La expectativa se apoderó de Cyan, retumbando en su ser como truenos amenazantes. Antes, había creído que la invocación del zein solo consistía en eso, en una invocación, pero ahora sentía vislumbrar un mismísimo cambio de vida.

     Enormes respuestas se abovedaban en un tesoro que se aguardaba tras una batalla a muerte. Cyan podría tener un zein que cambiaría su percepción de la magia y lo llevaría a ser útil para situaciones de alta envergadura; Kyogan podría recuperar su estadía en Argus y evolucionar como kyansara, Shinryu podría tener maná. Pero por sobre todo, si se descubría lo que había detrás de él, se podría incluso presenciar qué secretos se ocultaban en su gestación, y si su madre era realmente una maga... inmune

    Si lo era, más bien habría un cataclismo, primero personal y luego mundial.

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