Capítulo 3: El mago de Argus

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     Nada parecía moverse alrededor de ese oasis, a excepción de la respiración pausada de Shinryu y los ojos del joven sombrío que estremecían un brillo como si un centenar de pesadillas surgiera desde los calabozos más profundos de su mente, y se estrellara contra él, deslizándose a través de un sismo.

    Shinryu aún no lo podía creer. ¡¿Un mago en Argus?! A pesar de que se educaba a cada joven en el imperio para enfrentar la posibilidad de encontrar uno, la realidad superaba con creces la expectativa, especialmente para alguien como él.

    —¿Cómo es que no...? —Las palabras del joven con magia se quedaron en el aire.

    En un gesto acelerado, recogió dos dagas del suelo y apuntó a Shinryu con el semblante oscilando entre la ira, el temor y una falta de control que le hacía temblar incluso los labios.

    —¡¿Quién eres?! —exigió saber. El más mínimo movimiento de Shinryu desataba otra ola de pánico en él—. ¿Cómo carajos llegaste aquí y sin que...? ¡Pero ¿qué...?!

    —¡Por la diosa Loíza de la vida, el dios Tharos de la fuerza y la diosa Arcana de la comprensión! —gritó Shinryu, causando un choque emocional, pero no le importó, él solo continuó invocando a todos los dioses. 

    Pero se detuvo en seco cuando el joven le demandó explicaciones con una voz más áspera, alta y tenebrosa, como si varios demonios se hubieran congregado en su garganta.

    —¡Me llamo Yaid Izari Akari Shinryu! —respondió con los pelos de punta—. Tengo quince años. Nací un dieciocho de dusem, en el centenario treinta y dos. ¡Por eso uso el centenario para decirlo!

    »O sea, nací en el año tres mil doscientos; el dieciocho de dusen. ¡Aunque mi acta de nacimiento dice que nací el cuarenta y tres de carsem! Pero eso ya lo corrigieron. —Una sonrisa se dibujó en él mientras el sudor perlaba cada centímetro de su rostro.

    El joven mantuvo una sorpresa tétrica enterrada en su semblante, algo que se interrumpió cuando Shinryu gritó un: «ay», seguido de un aleteo de manos. Tal actitud lo desconcertó de lleno, quizás porque solo esperaba respuestas llenas de agresión, terror y desesperación; por el contrario, Shinryu estaba demostrando una recuperación bastante rápida del miedo, y ahora se veía ligeramente... ¿entusiasmado? 

    —Disculpa, estaba... —Shinryu señaló hacia la izquierda, luego hacia atrás y al techo tejido por plantas, todavía sentado—. Estaba siguiendo a algo..., no sé qué. ¡Oh, dioses! ¿Te parece si...? Lo básico, ¿tú cómo te lla...?

    —Estás solo, ¿no es así...?

    Una intensa preocupación se abalanzó de vuelta hacia Shinryu, desequilibrando sus expectativas al ver los ojos, ya salvajes del chico, tornándose aún más amenazantes. Además, el lugar, antes apacible, se tornó más oscuro y vívido, como si cada hoja, rama y tronco se impregnarán de una consciencia siniestra. ¿Era algún tipo de magia?

    —Lo estás —concluyó el mago, y en breve Inició una aproximación cautelosa, cargada de una intención asesina y vengativa, como un depredador buscando el mejor ángulo. La adrenalina de Shinryu se disparó.

    —¡En realidad, no importa, en realidad, me da gusto conocerte! —declaró sin pensarlo. Se arrepintió al instante al observar el ceño del joven fruncirse de manera monstruosa—. No quise decir eso; bueno, sí... quiero decir...

    —¿Gusto conocerme...?

    —¡Lo que intenté decir fue...!

    Lo siguiente que ocurrió dejó a Shinryu entumido en perplejidad fría: una daga fue lanzada, cortando el aire antes de rasgar su piel, dejando un rastro ardiente que se deslizó junto a su oreja. Una segunda daga, hermana de la primera en su propósito mortal, surcó el espacio y marcó su mejilla, pintando un río carmesí que empezó a brotar con la calma de una verdad que se revela lentamente.

    —Disculpa... pero ¿por qué? —preguntó, mientras se toqueteaba la sangre con las manos.

    Fue en ese momento que el verdadero horror se surgió; no solo por el acto del mago o por las amenazas que colgaban de cada uno de sus gestos, sino por el tumulto de barbaries que Shinryu percibió detrás de sus ojos verdes, un caos de emociones que rasguñaba la razón, abismos de sufrimiento que liberaban guerra contra las pocas cadenas que lo volvían humano.   

     Fue así que un recuerdo vino a Shinryu: una vieja conversación que tuvo con un profesor hacía mucho tiempo, quien expuso palabras que aún lo cortaban con el filo de espadas acumuladas:

    «Hablar con un mago enfermo es como que pedirle a un volcán que se calme con palabras. ¿Acaso crees que solo matan? No, utilizan su gran poder para torturar, para lanzar hechizos de desfiguración corporal; mutilan, corrompen y agrietan la mente con imágenes espantosas a través de sus magias etéreas. Incluso hay casos de canibalismo. Si te acercas a cualquiera de ellos, no quedará rastro de ti, especialmente de ti, porque con tu condición no sobrevivirías ni a un raksa».

    Se contrajo por completo cuando el mago cerró los ojos e inhaló profundamente, vistiéndose con una oscura resignación mientras parecía buscar armas internas y una conexión con el entorno y la esencia de la naturaleza. Cuando se miraba se hizo ver una vez más, el espacio se transformó en una cárcel espiritual que no dejaba escapar suspiro.

    —¿Para qué la confirmación? Es tan obvio que viste lo que estaba haciendo y sabes todo, si no muy distinta sería tu actitud —dijo para después recoger dos cuchillas de un bolso en sus pies. 

    El chico estaba vestido nada más que con un bóxer negro, dejando observar unos músculos definidos que se extendían a lo largo de su cuerpo esbelto. Eso significaba una cosa: era un chico muy entrenado, un mago entrenado. Y por la forma en la que manejaba sus cuchillas, podría deducirse que poseía la maestría de un sagaz asesino.

    «Dioses...», tembló Shinryu.

    El mago se cubrió con una chaqueta negra a través de una calma inquietante, cuyos pliegues cayeron sobre él con elegancia. 

    —Veamos. —Inclinó la cabeza con una sonrisa que temblaba por la adrenalina, haciéndolo ver más desquiciado—. Antes de cualquier cosa, quiero saber cómo encontraste un lugar que ni siquiera los profesores han encontrado nunca. Dime, ¿cómo quieres que te saque las respuestas?

    Solo hubo silencio.

    —Podría cortarte algún dedo, ¿o qué tal si termino de mutilarte la oreja? —Estiró la sonrisa con sadismo—. ¿O prefieres que te desuelle la mejilla? Así te dejará de molestar esa piel herida, pero a cambio no tendrás rostro. Dime, ¿o prefieres que te entregue a los raksaras para que tu muerte sea más... espontánea?

    La mente de Shinryu se deshacía y rearmaba al mismo tiempo, incluso perdía toda noción de sí mismo, tanto que olvidó cómo llegó a Argus y qué era lo que tanto buscaba de la vida. Lo único que resonaba en su mente eran las palabras de su antiguo profesor:

    Solo unos cuantos magos bastaron para destruir naciones e islas enteras, así que... ¿cuánto poder crees que tienen?

    Asesinan sin razón, odian la vida y disfrutan del dolor ajeno. ¿Por qué? Todo el mundo culpa la enfermedad, pero en realidad ellos nacen con un problema grave en el alma.

    ¿Qué crees que te ocurrirá si ves uno? ¿Y especialmente a ti?

    —Tal vez si te abro la boca con una daga...

    Shinryu se golpeó la frente con un puño reiteradas veces, provocando que las amenazas del mago se pausaran de golpe. Sacudió la cabeza y, con un temblor exagerado de manos, como si fueran gelatina en vez de carne, redirigió una mirada vidriosa a él.

    —Por los tres dioses que construyeron este mundo..., entonces es cierto: eres uno de ellos. —Sonrió con una cordura que también lucía decadente—. Un mago.

    Los ojos del joven, pozos verdes que ahora contemplaron a Shinryu, perdieron filo y brillaron con un dolor profundo, con una carga inmensurable que solo arrastra una persona que ha sufrido todos sus años en la vida, junto con el deseo de escapar de la realidad que le ha sido impuesta. 

    Bastó esa expresión para que Shinryu supusiera algo fundamental: este mago no estaba loco, aún no. Había, a pesar de todo, coherencia en sus expresiones. Un mago que había empezado a enloquecer, en cambio, enredaba la lengua, se olvidaba de cosas, empezaba a tener ideas agresivas, pero sin sentido. La oscuridad en este chico podía ser algo más bien natural de él y un arma para proteger su secreto. Era muy probable que aún no alcanzara los diecinueve años. 

    ¡Eso significaba que... Shinryu podía hablar con él de alguna forma! ¿Cierto?

    —¡Espera, espera, yo no se lo diré a nadie! —aseguró Shinryu con los puños apretados.

    —Claro... —refunfuñó, teñido en incredulidad.

    —¡Verás, porque yo soy como los demás! Te lo puedo jurar por cualquier cosa que me pidas. ¡Podría jurar por...!

    —Nunca creo en juramentos, nunca.

    El mago continuó acercándose.

    —Por favor..., no lo hagas, ¡no es necesario! —rogó Shinryu, levantando una mano—. ¡Yo no tengo nada en contra de las personas como tú! —añadió, causando otro impacto en su persecutor, uno que lo volvió a llenar de ira.

    —¡Empezaré con tus malditos dedos!

    —¡Estaba siguiendo a un ibwa! 

    El mago se detuvo con una mueca torcida. Shinryu aprovechó para explicarle lo sucedido con el conejo, consciente de que nada sonaría creíble, después de todo, los ibwas estaban casi extinguidos.

    —Los ibwas pueden imitar cualquier forma, ¿cierto? Eso he leído en libros que me traía mi vecino a... escondidas. ¡Muy bueno él, muy buena persona! —El corazón se le había transformado en una masa recogida al no entender ni lo que decía—. ¡Yo te juro que tampoco entiendo! ¡Es que ni siquiera había visto un ibwa en mi vida!

    —¿Te crees muy fuerte solo porque sabes camuflar tu presencia? —cuestionó con una compostura rencorosa.

    «¿Qué?», se preguntó Shinryu sin entender una pizca.

    —Déjame demostrarte... quién es realmente fuerte aquí, estúpido.

    Antes de que el mago se abalanzara sobre él con solo salto, el tiempo se condensó para Shinryu, como quien presencia la muerte antes de que le desgarren el alma del cuerpo. Lo sintió: el frío instantáneo en las entrañas, una presencia oscura lamiéndole el alma, mientras todos los sueños se escapaban de sus manos en un segundo, rodando a un abismo.

    Y así, en medio de ello, se hizo una pregunta que tenía atrapada en el pecho: ¿Por qué el ibwa lo guio a esto? ¡¿Por qué?!

    Con ayuda de su espada de dos manos, intentó alzar un desesperado muro entre él y las dagas del mago, pero bastó un golpe certero del joven para que la hoja metálica saliera volando y se estrellara en algún lado. La muñeca de Shinryu, con el impacto, se convirtió en un compendio de dolor que ya no podía sostenerse ni a sí misma, ni a esperanza alguna. Así el mago se posicionó encima.

    Fue entonces que Shinryu se vio forzado a revelar uno de sus tantos secretos, sin importar lo imposible que resultaría ganar una diminuta mota de credibilidad en alguien como su agresor.

    —¡Soy hijo de una maga, una maga demasiado especial!

    El joven se irguió con los ojos abiertos.

    —¡Por eso puedo entender tu preocupación por ser delatado y ser llevado a una cárcel! ¡Sí, sí, soy hijo de una maga al igual que tú, y aun así vine a Argus...!

    Las siguientes explicaciones ni siquiera fueron escuchadas: el mago había sido arrebatado por un trance al no querer encajar más en este mundo de enemigos plagado de mentirosos que eran capaces de decir cualquier cosa para salvarse el pellejo. En breve regresó con un grito para agarrar el cabello de Shinryu. Un chillido interminable escapó desde lo profundo de él cuando le quebró el brazo izquierdo, causando un abrupto crujir que le dejó el brazo deforme, situación que invocó un torrente de lágrimas inmediato.

    Y, aun así, el mago no se calmaba, más continuaba decidido a destrozarlo por lo que él aseguraba eran mentiras.

    Un segundo chillo brotó: el dedo índice y medio de la mano izquierda de Shinryu habían sido rotos, quedando en ángulos antinaturales. Los alaridos que lo siguieron no solo dañaron los oídos del mismo mago, sino que reverberaron en el lugar como si la naturaleza misma lamentara la brutalidad del acto. El rostro de Shinryu era ahora un río de sufrimiento humano: sangre que arrastraba consigo el dolor más agónico.

    Luego, volvió a gritar con toda la potencia de su garganta, en un colapso de terror, cuando una daga empezó a entrar en su oreja.

    Pero fue ahí que, finalmente, el ibwa que había causado todo esto se asomó desde el techo para caer al lado de los chicos.

    La incredulidad petrificó al mago, convirtiendo sus ojos en frágiles esferas a punto de fracturarse bajo el peso de lo imposible. Al empezar a dimensionar lo que veía, aflojó el agarre de Shinryu con un cuidado magistral, y las miradas entre ambos, mago y criatura etérea, se entrelazaron en una conversación de preguntas mudas. Hasta que el conejo cobró distancia, incitando una persecución.

    —Pero ¿qué...?

     Saltó entre los tallos que rodeaban el lugar, desapareciendo en la penumbra. El mago dejó caer la cabeza de Shinryu.

    —¿Ese era el ibwa que dices que te guio a mí? ¡¿Ese?!

    Shinryu apenas emitió un murmullo. 

    —Pero ¿por qué te guio a mí? —preguntó—. ¡Mierda, espera aquí!

    Dio una orden mágica para que Shinryu fuese amordazado con plantas, y se lanzó a buscar al conejo con una urgencia subrayada por la ansiedad. 

    ¿Pero podría alcanzar a tal criatura? Sabía que eran muy escurridizas.

    Corrió mientras el bosque se convertía en un laberinto donde cada segundo podía significar la pérdida de la enigmática criatura. Las teorías colisionaban en el interior del mago. ¿Un ibwa? Tenía entendido que eran seres extraterrestres cuya composición física escapaba de los elementos conocidos por los humanos. Los mágico-científicos pagaban una fortuna por ellos. ¿Qué tenía que ver una criatura tan apartada de la humanidad en una situación como esta?

    Avanzaba incontables metros por el bosque, pero, por mucho corriera, saltara y derrapara, el conejo se escapaba deslizándose a través de la realidad física gracias a su contextura etérea; era un maldito destello fugaz que se burlaba de las leyes. Finalmente, ascendió hacia el cielo, abandonando la tierra.

     El mago se posicionó sobre la rama de un árbol ancestral con el aliento entrecortado, lleno de frustración. Meditó un momento hasta que finalmente se vio forzado a regresar al lugar de partida, ahora con su mente suspendida en el aire, desnuda de muchas reacciones, pero llena de otras.

    Shinryu aún estaba preso por las plantas, como un retrato de angustia que se balanceaba en el filo de la histeria. El dolor que se arrastraba por su brazo y mano izquierdos era una orquesta de sensaciones punzantes que jugaba con su carne. Cada intento de movimiento era una promesa de agonía adicional que podría rebanarle la propia consciencia. 

    Detuvo la respiración cuando los tallos que rodeaban el lugar se separaron con la magia de la planta para darle lugar al mago. La amenaza que el joven irradiaba aún era tan tangible como la humedad del aire, pero ahora estaba envuelto en un aura de desasosiego.

  Sus miradas se encontraron en un estanque de reflexión y cuestionamiento, hasta que el mago se dirigió delante de la laguna con tal de rebuscar entre sus pertenencias y vestirse con un pantalón.

    —¿Tú tienes algún zein? —preguntó fríamente, sin despegar los ojos de su amenaza.

    «¿Zein?» Shinryu no comprendía por qué buscaba saber si había capturado a la única criatura capaz de prestar magia a aquellos que habían nacido sin ella. Era la única forma para que una persona ordinaria se pareciese levemente a un mago, permitiéndose ocupar una o dos magias como máximo, pero Shinryu sabía que nunca podrían compararse en realidad, ya que un mago poseía todas las magias, como este joven, que había usado apenas cuatro: agua, electricidad, planta y fuego; akio, rakio, fioria y kira. 

    Había sido la cantidad de magias lo que realmente delató su verdadera identidad, no el simple uso de ellas.

    Shinryu negó lentamente con la cabeza.

    —¿No tienes la magia de luz contigo? Quizás capturaste a un zein que te está prestando la magia —siguió el mago—. Dicen que los ibwas se sienten atraídos hacia la magia de la luz. ¿Seguro no tienes...? Ya sabes lo que pasará si me mientes.

    Shinryu negó una vez más, ahora mucho más rápido. 

    El mago se sentó y formuló varias preguntas con las que empezó a comprender la debilidad de Shinryu y que había dicho algunas verdades.

    —Está bien —concluyó con un tono que sugería una resolución tan pacífica como desoladora—. Pero lo sabes, ¿no?, independientemente de lo que esté pasando con ese ibwa, no te puedo dejar ir vivo de aquí, o si no me delatarás.

    Shinryu alzó su rostro, y en el fulgor de una lágrima solitaria, reflejó su tristeza. El mago, por su parte, se presionó la frente, atacado por la incertidumbre y por una irritación que se deslizaba en un titilar de sus ojos. 

    —Alguna razón habrá para que haya aparecido un ibwa. Mira, lo analizaré demasiado bien. Pero muy distinto fue lo otro que dijiste. ¡¿Así que hijo de una maga?! —mencionó con rabia, mostrando compasión nula, sin embargo, ya no era un asesino desquiciado.

    El mago caminó de lado a lado, buscando despejar su cabeza.

    —¡¿Y bien, vas a responder o qué?!

    La cabeza de Shinryu era un hervidero buscando salidas. Y así, en su angustia, halló finalmente una posible solución a este enorme embrollo. 

    —Creo que tengo un modo de demostrarte que todo lo que digo es verdad...

    —¿Qué? —Sonrió con macabra emoción, casi temblando—. ¡¿Cómo...?! ¿Vas a llamar a otro ibwa acaso, o al mismo? ¡¿Tienes un poder así?! ¿Existe? ¿O qué, llamarás a tu madre? —espetó burlesco, aunque en el fondo asombrado y temeroso por los extraños acontecimientos.

    —Solo necesito pedirte algo primero —dijo, suspirando con desgano, idéntico a una persona entregando sus últimos alientos.

    —¿Ah? —Abrió una mueca, arqueando las cejas de manera torcida.

    —Escúchame tan solo un momento, pero por favor, sin enojarse demasiado —pidió Shinryu sin meditarlo mejor—. ¡No, no quise decir eso! Digo... sí, pero...

    El mago se mostró perplejo.

    —Te imploro que me des solo un tiempo —continuó Shinryu, ahora con mayor determinación—, pero sin interrumpirme. ¡Es decir, no, no, quiero decir, no interrumpas demasiado!

   »Después de que termine de hablar puedes hacer conmigo lo que quieras —explicó con los ojos cerrados, mientras gemía de esfuerzo—. Una persona tiene derecho a algo antes de morir, ¿no? ¿No lo merezco? ¡Ya viste que todo lo que sucedió con el ibwa fue verdad!

    El mago dejó entrever una oscuridad espantosa en su rostro, una digna máscara de un verdugo rencoroso y a la vez un juez de todo. 

   —¡Sabes muy bien que basta con tu maldita palabra para que venga un ejército de podridos imperiales a llevarme preso a un laboratorio donde me harán mierda hasta dejarme convertido en un asqueroso esqueleto! ¡¿Así que, qué te piensas, que en este maldito mundo alguien como yo puede confiar en el simple juramento de un aparecido?! 

    »¡Además, he apostado demasiadas cosas al estar en una escuela como esta como para permitir que un nadie lo arruine todo!

    «¿Entonces es estudiante de Argus? Dioses divinos..., pero ¿cómo es posible?», se preguntó Shinryu, cada vez más estremecido y a la vez lleno de una intriga nueva y profunda.

    —Yo... sé perfectamente que basta con mi boca para que el imperio haga todo eso. Y lo entiendo, por eso asesíname una vez termine de hablar —declaró con un coraje que logró confundir las sombras el chico.

    Aunque, detrás de esa valentía, Shinryu estaba muerto de miedo, ¿pues realmente había hallado la forma de convencer al mago para que no lo asesinara? ¿Qué pruebas tenía para respaldar sus juramentos? Se miró a sí mismo y notó que no tenía nada más que su ropa embarrada y serias heridas.

    Mas así debía intentarlo, darlo todo en una sola apuesta que no aseguraba nada. 

    La respuesta del mago fue una pausa cargada de pensamientos y dudas. ¿Qué podía decirle Shinryu para hacerle cambiar de opinión? No había nada. Además, él mismo reconocía que era una persona desalmada y, aunque el aparecido hubiese demostrado una verdad, no bastaba en lo absoluto como para poner su vida en sus manos, su integridad física y todo lo que era.

    Si la acusación verbal de alguien no bastara para acusar a otro de ser mago, le hubiese dado, quizás, una remota oportunidad —aunque ni así—.

    ¿Qué debía hacer? Después de mirar directamente a los ojos del chico, notó que ardía algo curioso en ellos, como si dentro de esa mente habitara un poder; no sobrenatural, no mágico, una intensidad de alma, aunque fluctuante, como si fuese segura y a la vez no.

    Finalmente, sintió cierta curiosidad. Y, por otro lado, reconocía que incluso un infeliz tan grande debía concederle a una persona un mero deseo antes de morir.   

   Entonces accedió de mala gana, imaginándose mil cosas, ruegos cansinos y lágrimas repulsivas, pero recibió algo mucho más asombroso y desconcertante que eso.

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