Capítulo 2: Ibwa

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    Shinryu estaba preso de una hipnosis mientras observaba al insólito conejo, hasta que pegó un brinco cuando el pequeño dio varios saltos con el aparente anhelo de llamar su atención. Se dio palmaditas en el rostro. ¡¿Estaba viendo bien?! ¡¿Ese conejo era real y lo estaba mirando a él?!

    Al analizarlo con mayor detenimiento, supuso que se trataba de una de las cuatro criaturas mágicas que existían en el mundo. ¡Un ibwa!, debía de ser en este caso: un ser tan escaso que solo se podía hallar en libros, tan escaso que algunos lo consideraban un mito extraterrestre. Se destacaban por ser muy pequeños, por portar la magia de la luz y por imitar la forma del raksa que más les gustara, aunque siempre añadían un toque angelical a la formación. Debido a esto, se desconocía la real apariencia de los ibwas.

    Shinryu decidió acercarse unos pasos a él, quedando asombrado al verlo repetir el mismo avance. Las preguntas se aglomeraban mientras el miedo resultaba... ¿atractivo? Dio otro paso adelante, boquiabierto al confirmar que el conejo mantenía el comportamiento. ¿Buscaba ser seguido?

    Decidió entonces hacer caso a su aparente deseo. Por fortuna, la escuela seguía prácticamente vacía, por lo que el ibwa podía guiarlo sin mayores obstáculos. 

    Sin embargo, las dudas no tardaron en inyectar temor, especialmente cuando alcanzaron un extenso y delgado corredor abrigado por el silencio y estatuillas que parecían vigilar cada mínimo movimiento. ¿Por qué un ibwa quería ser seguido por un lugar así? ¿No podía ser un poco peligroso?

    Continuó a pesar de todo, hasta que sus pasos se detuvieron cuando el conejo le hizo toparse con un salón que dejó sus ojos asombrados. Giroscopios colgaban del techo, relojes e instrumentos metálicos que semejaban brújulas y engranajes oscilando en un delicado equilibrio métrico dentro de un escenario astronómico e inescrutable. Shinryu jamás había visto algo semejante, pero era claramente un laboratorio que analizaba el mundo más allá de la simple teoría.

     Su perplejidad se disolvió cuando el conejo dio un salto, ensimismado en recuperar su atención.

    —¡¿Ho-hola...?! ¿Eres un ibwa? ¿Está todo bien, amiguito? ¿De verdad quieres que te siga? —preguntó con su corazón danzando entre la fascinación por la magia y el susurro del misterio.

    Su pulso se aceleró cuando el conejo, en un gesto casi humano, se acercó a él; sin embargo, solo para engañarlo, ya que tomó un rápido desvío y atravesó una puerta que ante él actuó como un mero espejismo. ¡¿Los ibwas podían deslizarse a través de cosas físicas?! Tal vez, ya que sus cuerpos estaban constituidos mayormente por luz pura y espiritual, ¿no? Shinryu tampoco sabía demasiado, pues habían mantenido alejado de él casi cualquier libro que contuviera conocimiento mágico.

    Continuó, ahora hallando al conejo en el umbral de una bodega secreta. Este rápidamente se sumergió en la penumbra para aguardarlo junto a una puerta mal cerrada. Shinryu avanzó y cruzó dicha puerta, emergiendo delante de un puente que yacía sostenido por gigantescas plantas que se entrelazaban en brazos robustos. El ibwa esperaba al final de tal viaducto, a los pies de lo que podía compararse con la oscura boca de una cueva. 

    —¿Y este lugar? —preguntó Shinryu con la mirada yendo de lado a lado—. Creo que no debería ir tan lejos. Verás, soy algo débil... ¡Por ahora! —corrigió—. ¡En esta escuela me haré increíblemente más fuerte! Pero por el momento... 

    »A ver, es que mañana será mi primer día de clases y no quiero que los profesores me regañen, ¿entiendes, pequeñín? Como alumno nuevo debo comportarme mucho mejor aún. ¿Necesitas ayuda o algo así? ¿Quieres que llame a algún profesor?

    El conejo se adentró a la oscuridad sin importarle lo que decía.

    —¡Ay, Loíza, diosa mía!

    Pero en breve regresó para cuestionar su lentitud con una mirada que transmitía una urgencia incomprensible. Con la boca muy abierta, Shinryu se encaminó hacia esa cueva, la cual resultó ser un corredor de penumbras donde los musgos recorrían las paredes como dedos torcidos y alargados buscando la vida que se les negaba. Al final de la senda, sin embargo, aguardaba una luz prometedora. 

    Cuando Shinryu la alcanzó, se vio rodeado por una potestad de árboles perezosos que dibujaban manglares con sus raíces, arcos y senderos entrelazados que se extendían por las vías de un bosque policromático. Flores salpicaban una tierra alfombrada por un lienzo verde que no hallaba fin en la vista, mientras las hojas de los árboles se contoneaban, devolviendo los rayos del sol en un espectáculo de reflejos.

    En ese momento, arropado por la belleza sobrenatural de Argus, las sombras del mundo se extinguieron.

    —¡Eh, espera! —reaccionó al ver al conejo adentrándose en medio de las raíces—. ¿Adónde vas? ¿Qué es este lugar? Podría ser algo demasiado para mi fuerza actual ¡Ah, por favor, a mí me falta algo esencial para estar aquí! —admitió con hastío—. ¿No me escuchas?

    El conejo solo continuó su travesía.

    «¿Será que puedo entrar en este lugar sin esa herramienta? ¿Y si hay raksas? —se preguntó Shinryu, tembloroso. 

    »¡Pero tampoco puedo perder una oportunidad así! —se dijo luego—. El conejo debe querer algo..., algo súper mágico y...

    »Un súper no sé qué.»

    Sujetando su espada con fuerza excesiva, avanzó entre árboles cuyas raíces eran escaleras hacia mundos desconocidos. Trepó raíces, cruzó caminos húmedos y se desplazó sobre rocas de todas las formas, sintiendo que con cada paso componía un concierto de dudas y arrepentimiento. Pronto se vio extraviado, y ni siquiera al conejo podía hallar por los alrededores. Entró en pánico, considerándose el peor seguidor de los dioses divinos, ¡un desobediente, no, un insensato terrible! 

    Pero entonces el ibwa emergió delante de un entramado de tallos que escondían en su seno un abismo de oscuridad.

    Esta vez, Shinryu percibió un deseo intenso en los ojos de esa criatura, una necesidad que brillaba con la luz de la esperanza más pura y ferviente. Era como si Shinryu, aun siendo alguien muy sencillo y de escasa fuerza, encarnara una respuesta esperada, la pieza que completaría el rompecabezas de un misterio aún sin nombre. 

    El ibwa, después de mantener esa mirada otro segundo, se esfumó entre los tallos.

    Shinryu no tuvo reacción ni pensamiento por un momento. Hasta que, de repente, como surgida de las profundidades de su ser, una voz se hizo oír en su mente, la voz de mamá cantando una canción:

    No, no te duermas, conejito dormilón,  

    que el campo aún espera tu curiosa visión.

    Hay flores nuevas que debes encontrar....
    

    Podía oír el cántico poco refinado de mamá. Podía incluso sentir sus abrazos y ver sus sonrisas en una imagen que regresaba viva y llena de una emoción que jamás podría ser borrada.

    ¿La canción y este ibwa con forma de conejo eran casualidades?

    Con los ojos empañados, se hizo paso entre un mar de tallos, desplazándose como si abriera las páginas de un libro secreto, hasta que un lugar espacioso se reveló ante él. Al adentrarse, descubrió un oasis rodeado por troncos erguidos con tal simetría que más bien demostraban ser el fruto de una intervención humana. Sobre ellos, un dosel de hojas tejía un techo armónico, salpicado de aberturas que filtraban la cantidad precisa de luces.

    Pero lo que realmente capturaba la atención era la figura de un joven que daba la espalda, situado en el centro de la laguna. 

    En ese momento, el conejo realizó un salto acrobático hacia el techo, desapareciendo sin más.

    El aliento de Shinryu se cortó al presenciar al joven practicando magia elemental. Aves de agua volaban bajo el dosel, emulando la gracia de las golondrinas, mientras que otras, nacidas del fuego, dibujaban trazos de luz en el aire. Un ave en particular brillaba con un azul eléctrico y otra bailaba en ramas que se extendían con intervención mágica.

    —Besto nara, im akio u kira —susurró el chico de la laguna con una voz juvenil pero sobrecargada de seriedad.

    En obediencia ante su hechizo, las aves se enzarzaron en una danza de conflicto, liberando diminutos rayos eléctricos, llamaradas y chorros de agua. Shinryu observaba estupefacto, hasta que un suspiro agudo escapó de sus labios, lo cual atrajo la atención del joven. Este giró lentamente sobre su hombro, con un rostro gélido y ojos tan tensos, que demostraba temer ante el menor movimiento del universo.

    De repente, liberó otro hechizo con el cual las aves desataron un estallido de vapor que derribó a Shinryu. Atrapado en una tos interminable y envuelto en niebla, el chico no podía ver nada, hasta que un viento brusco y mágico dispersó el vapor. Al sentarse sobre sus rodillas y levantar la mirada con sorpresa, se encontró con la intensa mirada del joven, quien ya había abandonado la laguna y se alzaba a unos pasos delante.

    Fue en ese momento decisivo, como si el correr del mundo hubiera sido detenido, que la atención de Shinryu quedó hechizada por un semblante que destilaba misterio, un rostro que parecía tallado en la misma oscuridad. Los párpados del joven eran pétalos caídos de una flor nocturna, y sus labios, un trazo de café pintado por sombras, una extensión de su rigor indómito. El verde de sus ojos no era simplemente intenso, sino que ardía con la furia contenida de un bosque embrujado en llamas, dos gemas malditas; dos ventanas hacia un alma que había bebido de manantiales prohibidos y que no se limitaban a observar, sino a devorar todo ser que osara sostener su mirada.

    Shinryu intuyó, con una certeza que helaba la sangre, que estaba en presencia de una raza distinta, o quizás perdida, no solo por aquel rostro impresionante, sino por su cabellera, que fluía con el negro del abismo hasta perderse en puntas teñidas de un burdeos profundo.

    El joven de siniestra belleza ahogó un suspiro, demostrando un brote de horror y sorpresa inmensurables, como si la vida se le escapase y todo se le estuviera acabando en un solo segundo. El pecho de Shinryu se contrajo con un temor abrupto y abrumador. ¿Por qué el chico de ojos verdes reaccionaba así? Todos los instintos gritaban una alerta. ¿Por qué?

    Fue entonces que la respuesta cayó con la crudeza de un rayo en pleno desgarro del cielo. Las aves elementales, el fuego, el agua, la electricidad, las plantas movilizándose sobrenaturalmente. Tantos hechizos, tantas magias expuestas que solo podían ser manejadas por un...

    ¿El chico que tenía delante era...? No, no podía ser, pero todo indicaba que era un...

    ¿Un mago...?

    ¡¿Un mago?!

    El corazón de Shinryu se precipitó hacia un pozo interno, anidándose en el fondo de su estómago, mientras su cuerpo se tensaba hasta el dolor. Su sangre se volvía plomo y su consciencia se transformó en una bruma revoltosa.

    Porque allí, frente a él, se encontraba uno de los tantos que había despedazado el mundo con su psicótica enfermedad, «un arquitecto del caos», en el lugar menos indicado de todos: en una escuela que entrenaba a personas para combatirlos. 

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