Capítulo 34: El hada (1° parte)

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    Midna condujo a los estudiantes de la clase B2 al campamento de Argus. A pesar de algunas nubes persistentes, vestigio de la tormenta pasada, el paisaje se desplegaba como un inmenso tapiz verde bañado por la luz del día. Las brisas jugueteaban en el aire, portando los aromas silvestres que provenían del Valle de los Reflejos.

    Shinryu notó que no era el único confundido: varios compañeros se miraban el uno al no entender por qué Midna les había hecho ir a ese lugar con armas y armaduras. ¿Se había olvidado de que no era el semestre de prácticas?

    Al ver a la profesora, se sintió nuevamente acogido. Midna, con su actitud de guía para los niños, seguía catalogándose como una de sus profesoras favoritas. Era amiga de todos y también muy cercana de Kiran.

    Con una varilla en su espalda, Midna empezó a desarrollar una clase aparentemente simple y normal, preguntándoles a sus alumnos qué era lo más importante de averiguar a la hora de enfrentar a un zein. «El nivel del maná», era la respuesta de la mayoría. Y se podría decir que tenían razón.

   Midna sacó de un gran bolso para revelar una cámara de metal cuadrada con treinta centímetros de lado. Era un zenith. Con una risa divertida, explicó que el aparato, debido a su tamaño, no era nada práctico ni cómodo de utilizar, mucho menos en una batalla real.

    —¿Alguien que me quiera dar una breve explicación sobre el principio de esta cámara?

    —Se creó inicialmente para analizar el zen, es decir, el segundo maná de los magos —contestó Rain, el sabiondo—. Por eso se le llama «zenith». Tomando en cuenta que ith significa segundo.

    Shinryu reflexionó sobre el zen, palabra que lo había acompañado, especialmente antes de entrar a clases y al reparar su zenith.

    Le era alucinante saber que, investigando el zen, se había dado con un dispositivo que terminó revelando el nivel de todos los seres. Era aún más impresionante saber que los magos albergaran dos tipos de maná, lo que les otorgaba otra ventaja más sobre los humanos corrientes, y la última. Era un diseño demasiado complejo y enigmático, y posiblemente la fuente que conectaba a los magos con las magias, así como con la maldición misma. Si Shinryu deseaba desentrañar los misterios de la enfermedad, sabía que debía estudiar el zen en profundidad.

    Al pensar en esto, posó sutilmente su atención en Kyogan, sintiendo otro escalofrío de reverencia hacia los magos, porque estos, escasos y problemáticos, eran una fase evolucionada de la humanidad.

    «Mamá...», recordó con nostalgia aquel rostro amoroso que tanto cuidó de él. 

    —Muy bien, Rain, aunque me refería al funcionamiento de esta cámara, no al principio de su creación. —Midna sonrió divertida.

    Rain titubeó por un segundo antes señalar la cámara y entregar otra respuesta:

    —El zenith se dedica a observar lo que el ojo humano no puede ver, en este caso el aura, que es la emanación silenciosa del maná. Pero no solo hace eso; también observa el núcleo del maná, la fuente verdaderamente viable para analizar el nivel. En nosotros se ubica en el vientre. El zenith se podría demorar menos, pero se tarda al encontrar el núcleo, especialmente en los zeins.

    Midna asintió, satisfecha.

    —Excelente, Rain, tienes un punto adicional para tu examen douma. Recuérdamelo.

    Su mirada se paseó sobre la clase B2. La calidez de un clima agradable y el aire libre seguía proporcionando un ambiente muy ameno.

    —¿Cómo podemos saber si tenemos alguna oportunidad ante un zein desconocido y si no podemos analizar su nivel?

    Antes de que alguien respondiera, la profesora se adelantó a preguntar:

    —Akari Shinryu, ¿me ayudas?

    El chico se sobresaltó.

    —¿Cuál crees tú que sea la respuesta correcta?

    —Uh... pues... —Observó hacia los lados, costándole soportar el peso de todas las miradas y aquella costumbre de querer pasar desapercibido.

    —¿Shinryu?

    —Creo que... hay más de una respuesta correcta —musitó con dudas.

    —¿Sí?

    De pronto, Shinryu se vio analizando su vida nuevamente. Así, se obligó a recobrar ánimos y a recuperar más de su antiguo yo e incluso mucho más. Aún sentía ciertas heridas sangrando por todo lo que había vivido con Regan y sus amigos, pero cada día era un recordatorio de su libertad y de que Kyogan estaba, en cierta forma, de su lado. ¿Qué más podía pedirle a la vida? 

    —Creo que las principales respuestas serían el-el entorno y la presión.

    —¿Y en qué consisten ambos? —preguntó ella con una sonrisa amable.

    Shinryu terminó de entender que era el momento de recuperar a ese chico que solía exponer cada una de sus dudas ante los profesores y charlaba con ellos en libertad. ¿Por qué seguir llevando ese deprimente resguardo? ¡No más...! 

     Lo sintió: algo turbio y seco como una cáscara empezó a caer de él. 

    —El entorno quiere decir que..., o sea, si tenemos dudas sobre el tipo del zein, el entorno nos puede dar pistas. Los zeins, cuando caen a la tierra, tienen la tendencia a modificar el alrededor según la fisiología que posean. Es algo relativamente rápido. Si encontramos pe-pedazos de metal sobresaliendo de las rocas, es porque probablemente hay un zein metaloide cerca.

    »¡Incluso un cambio de temperatura brusco puede dar una pista para prepararnos en la batalla! Un zein fulgorio emana demasiado calor de su cuerpo. ¡Ese nivel de calor nos puede indicar cuánto poder tiene!

    »Ah, pero ya estoy hablando de... ¿presión? —preguntó, tiritando—. En pocas palabras, es difícil que al maná detecte el poder de otro maná, por eso debemos usar la «sensibilidad elemental» para detectar cuánta presión ejerce el maná del zein sobre nosotros. ¡De hecho, en la antigüedad solo lo hacían así! Todo se trataba de detectar la «presión» que ejercía una persona o zeins sobre el maná de otro.

    A medida que Shinryu continuó explayándose, los alumnos de la clase B2 se empezaron a inquietar. El chico sacó varios ejemplos de los primeros soldados imperiales y cómo, gracias a sus instintos, lograron discernir batallas y ganarlas, sin siquiera saber que el poder de los zeins podía medirse en niveles, ya que en la antigüedad no existían cámaras ni ese conocimiento. 

    Rain, aquel chico astuto, empezaba a sudar ligeramente desde la frente mientras unía sus manos en la espalda. Otros alumnos también soltaban algunas gotas de sudor.

    «¿Tanto habla Shinryu?», se preguntó uno.

    «Tampoco es necesario sacar tantos ejemplos, digo yo», pensó otro.

    Kyogan alzaba una ceja y fruncía la otra.

    Shinryu explicó cómo la presión se relacionaba a la «sensibilidad elemental». Cada elemento presionaba de una manera diferente, y las personas, acorde a sus propias afinidades, podían detectar dichas presiones. Es decir, una persona afín al agua podía detectar con mayor facilidad el nivel de un zein acuático.

    Midna, lejos de estar saturada, estaba totalmente encantada con lo que oía. 

    —Has sido muy amplio en tu respuesta, Shinryu. ¡Excelente!

    El chico apretó los brazos al darse cuenta de que se había soltado bastante para ser cierto.

    —También has abarcado ejemplos muy certeros. Nada qué decir. Todo ha sido correcto. ¡Tienes dos puntos extras para tu examen douma!

    Agachó una mirada que denotaba chispas de emoción, aunque no se atrevía a mirar a otros.

    —Pero, ¿por qué mejor no vamos a la práctica? —preguntó Midna, esta vez sonriendo con un fuerte toque de astucia.

    —¿Qué? ¿A qué se refiere, profesora? —murmuró Rain, extrañado.

    —Sé perfectamente que este semestre es más teórico que práctico, pero he obtenido el permiso de los superiores para realizar esto.

    »En este momento, ninguno de ustedes tiene herramientas para analizar el nivel de un zein más que los conocimientos adquiridos en clases. —Midna apuntó repentinamente al cielo con la varilla que sostenía en su espalda—. Bienvenidos a su examen douma, muchachos. Recuerden que la evaluación equivale al treinta por ciento. Tienen el permiso de ocupar todas las armas y armaduras que poseen en este momento.

    El cielo empezó a oscurecerse sin aviso, desconcertando e impactando los corazones de los alumnos, como si viniese un mal repentino, el tejer de un hechizo monstruoso.

    A través de su varilla, Midna parecía revolver nubes siniestras que rápidamente comenzaron a arrojar relámpagos sobre el césped. Su maná de color burdeos se elevaba al cielo para nutrir el inesperado hechizo de... ¿invocación? Los estudiantes observaban con expresiones desencajadas, mientras retrocedían.

    —Normalmente, cuando enfrentamos a un zein, lo hacemos en grupo, y esta vez no será la excepción —explicó Midna con una crudeza impropia de ella, solo visible cuando llegaba a una determinación absoluta—. Como clase B2, deben unirse de una vez por todas, independientemente de todas sus diferencias.

    »¿Cuál será la función de cada uno de ustedes? Los protectores deben proteger a los demás, en especial a los débiles. Los curanderos deben cuidar del otro, especialmente al que está en frente. ¿Qué harán los demás? ¡Pues luchar! —determinó con unos ojos afilados en autoridad, en una exigencia inquebrantable, como si colocara un ultimátum a todos los alumnos de la clase B2—. ¡Todos lucharán por el uno y por el otro! ¡Y yo evaluaré cada uno de sus movimientos! ¡Primero, integración, luego confianza mutua...!

    Kyogan separa los brazos, sus músculos se tensaban poco a poco, destacando algunas venas. Cada palabra de Midna aumentaba el grosor de las nubes, las cuales comenzaron a girar caóticamente alrededor de un círculo dorado en el cielo, como si fuera un agujero negro de color diferente, empezando a romper las defensas de la atmósfera para atraer todo hacia él.

    —¡Seguridad, compromiso por el otro, fuerza, determinación! ¡Evaluaré cómo funcionan sus comuniones de maná!

    El cielo parecía estar en pie de guerra, con cristales turquesas y rojos que comenzaban a brotar de las nubes rugientes y se dirigían hacia el agujero dorado, fusionándose gradualmente en una nueva masa, la cual no tardó en adquirir la silueta de una mujer muy femenina.

    «¡¿Estás invocando a un maldito... zein?!», pensó Kyogan, con sus ojos clavados en el evento.

    —Por cada alumno derrotado, todos perderán un punto. Quien salga de la zona del campo, será eliminado del examen con una calificación cero. Quien intente quebrar la armonía del grupo y luchar por sí mismo, también perderá un punto. —Midna observó a Kyogan, esta vez sin la paciencia que tantas veces le dedicó, sino con una exigencia totalitaria, la determinación de una guerrera que ya no le permitiría ser el mismo de siempre.

    «¿Qué rayos le pasa a esta?», se preguntó el mago en medio del temblor poco silente que teñía su rostro. Analizó con ayuda de sus magias etéreas y, una vez más, notó que algo había cambiado en los profesores. Más que entregar una simple lección, Midna buscaba un cambio desesperado, como si el mal que habitaba entre los estudiantes tuviera que ser eliminado por un... ¿bien mayor? 

    —Tú también participarás, Shinryu —añadió Midna. Shinryu miraba hacia todos lados con el rostro emblanquecido.

    «Sí, claro», pensó Kyogan con una sonrisa de ironía, convencido de que la profesora no incluiría al nugot. Sin embargo, la invocación continuaba avanzando y él seguía allí. «¡¿Qué carajos?!»

    Finalmente, unos grandes ojos se formaron en el cielo, abriéndose con una elegancia femenina mientras eran adornados por largas pestañas rojas. Los cristales de las nubes empezaron a adherirse al cuerpo en formación, creando un vestido resplandeciente. Una vez todo adquirió forma, se escuchó una risa traviesa e infantil que le hizo recordar a Kyogan su primer encuentro con los raksaras feéricos.

    A diferencia del resto, Kyogan, debido a su cantidad de magias, podía detectar las presiones elementales con facilidad y, por lo tanto, discernir el nivel de un zein. Pero la proeza requería afinidades y una alta concentración espiritual, así que incluso él tenía dificultades para llevar a cabo la tarea de lectura. Pese a todo, podía sentir que el zein era simplemente más poderoso que él.

    ¡Esto era una broma de lo más jodida y absurda!, concluía Kyogan, pero entonces el hada terminó de elevarse en una figura clara, era una mujer hecha de estrellas y piedras preciosas, con un cuerpo pequeño pero cargado de magia, acicalada con un vestido cristalino de dos colores: turquesa y rojo, que le daban un aspecto de muñeca danzante. 

    —¿Y bien? —preguntó la profesora—. ¡¿Qué esperan?! ¡Deben organizarse ya mismo! La primera observación consiste en saber si el zein es agresivo o no... Y en este caso... ¡lo es!

    Un latigazo de estupefacción azotó a Kyogan cuando el hada descendió en un vuelo vertiginoso contra los alumnos y, con un brusco movimiento de manos, cientos de cristales se desprendieron de su propio cuerpo para inundar el campo en una ola de proyectiles letales. Los estudiantes corrieron sin creerlo y sin saber cómo organizarse, mientras sus corazones latían fuera de todo compás.

    Los cristales regresaron al cuerpo del hada para volver a ser lanzados como municiones inagotables. Pronto, el fuego brotó en el césped, lo que demostró que los cristales rojos llevaban consigo la magia del fuego.

    Algunos alumnos intentaron huir de la escena, pero Midna les recordó que de hacerlo serían descalificados.

    —¡Profesora, usted se volvió loca! —aseguró una chica. Su grupo de tres amigas asintieron con rápidos movimientos en un gesto de apoyo.

    —¿Para qué creen que ha entrado a esta escuela, muchachas? ¿Para qué se han entrenado desde que eran niñas?

    —¡Pero...!

    —¡Peleen!

    Por su parte, Shinryu apenas podía soportar su propia explosión de perplejidades. Su rostro reflejaba una amalgama de asombro y terror que se traducía en una sonrisa torcida y nerviosa, como si estuviera a punto de estallar en una risa desorientada.

    Entretanto, algunos intentaron organizarse, aunque no como clase, sino como grupos aislados. La mayoría empezó a mostrarse fascinada y ambiciosa. Seis chicos que parecían llevarse bien gritaron con fervor al creer que se había presentado la oportunidad de sus vidas.

    —¡¿Nos podemos quedar con el zein si lo vencemos?! —preguntó uno de ellos.

    Midna solo sonrió.

    Entonces el grupo se abalanzó contra el zein, armados con arcos, espadas, dagas y uno de ellos con armas tecnológicas: pistolas con las cuales podía disparar concentraciones de su propio maná. El chico conformaba parte de la casa de los artilleros, una especialización que desafiaba y a la vez realzaba la simpleza tecnológica de Argus. 

    Sin embargo, ningún arma en Argus era simple, pues los estudiantes se encargaban de nutrir su armamento con materias que tuviesen afinidad con el elemento al que habían nacido más cercanos. Personas afines al fuego buscaban la piedra llamita para triturarla y pintar las armas con el polvo. De esta manera podían impartir su propio maná al arma para que se convirtieran en una extensión de sí mismos.

    Los dilemas estallaron en la clase B2 cuando diversos grupos, hambrientos por poseer el zein, comenzaron a discutir en vez de apoyarse.

    —¡Siguen perdiendo puntos, muchachos! —recalcó Midna, molesta.

    El enfado de la profesora pareció conectar con el zein, pues esta giró sobre sí misma, cual bailarina frenética y, con un movimiento armonioso pero radical de manos, apuntó hacia los estudiantes con la intención de castigarlos. Una poderosa ráfaga de aire, de un tono turquesa deslumbrante, los arrolló, casi sacándolos del campo de batalla. Inconforme, continuó lanzando afilados cristales turquesas, dañando armaduras y provocando las primeras heridas con sangre.

    Al ver el líquido rojo, Shinryu entendió que todo era real.

    Un grupo de chicas se sorprendió y hasta preocupó cuando una ráfaga de viento intentó abatir a Shinryu con un gigantesco manotazo invisible. El chico se lanzó hacia un lado con un grito.

    —¡Incluso está atacando al sin maná! —gritó una de ellas—. ¡Profesora, usted definitivamente enloqueció!

    —¡Como profesores de Argus también nos dedicamos a romper contra las barreras de frialdad entre los estudiantes, contra la deshumanización! ¡Y ustedes, mis queridos niños, son considerados la peor clase de Argus por una muy buena razón!

    »¡O se unen de una vez por todas o serán reprobados todos!

    Había un problema cada vez más grave entre todos los alumnos de la clase B2. Kyogan se mantenía de observador, preocupado por sus propios intereses, mientras conservaba una mirada sutil sobre Shinryu y la profesora Midna.

    Rain se veía consternado como si no supiera sacar sus conocimientos de la teoría y la práctica fuese su peor enemiga. Era un poderoso guerrero desperdiciado, pues tenía nivel cuarenta y nueve y era otro de los que poseía un zein en la clase. 

    Redric, el chico amable pero de manos destructivas, carecía por completo de cualquier don de liderazgo, siempre dependía de que alguien le dijera lo que tenía que hacer. Lo único que hacía era intentar apaciguar los pleitos de sus compañeros con un rostro abatido, mientras parecía no conocer a ninguno.

    De pronto, el zein se abalanzó contra Kyogan en medio de hechizos de viento y fuego. El chico evadió con una expresión de enojo y desorientación, deslizándose sobre el césped con una gracia atlética, dirigiendo la voltereta en el momento adecuado.

    Shinryu quedó asombrado ante su proeza, pero recordó que a Kyogan le costaba ejercer hechizos protectores, quizás por eso se dedicaba a evadir.

    Aun así, era evidente que era el único que podía luchar contra el zein. ¿Pero por qué no lo hacía? La respuesta vino por sí sola, como si pudiera leerle el pensamiento: Kyogan no deseaba exponerse y tampoco quería luchar a favor de otros mientras él cargaba con todo.

     El zein comenzó a girar una vez más, cual trompo, desatando un huracán descontrolado. Shinryu observó con horror cómo varios alumnos fueron lanzados al aire al igual que hojas en una tormenta.

    El hada, lejos de mostrar piedad, desató otro aluvión de cristales, tantos que esta vez incluso Shinryu corrió peligro. 

    Pero fue ahí que Kyogan, con un gruñido sonoro, se puso delante. Con las dagas envueltas en su propio maná, repelió los cristales con choques atronadores.

    —¡Un zein, Kyogan, un zein!

    —¡Ah, ¿sí?! ¡No me digas!

    En medio de la situación, Shinryu examinó con la boca abierta a los treinta y seis alumnos dispersos, y logró concluir varias cosas: si Midna había propuesto este desafío era porque sabía que la clase B2 podía vencer al zein siempre y cuando se uniera. Seguramente, había predispuesto un zein de nivel adecuado para la clase, con un nivel setenta.

    ¿Debería comprobar esto con el zenith de su espada? Aunque Midna podría considerarlo como trampa.

    Seguía analizando, hasta que descubrió algo, una revelación sin igual.

    —¡Kyogan!

    —¡¿Qué?! —rabeó el mago, destilando veneno con los ojos. Detestaba que lo obligaran a proteger a alguien, a demostrar un lado que solo enseñaba con Cyan.

    —¡Kyogan, se me ocurrió algo! ¡¿Me dejas decírtelo?!

    —¡¿Ah?! ¡¿De qué hablas?! ¡Mejor ándate de una vez a esconderte a algún lado, o qué sé yo! ¡No te pienso andar cuidando la espalda!

    —¡Pero...!

    —¡No sirves de nada!

    A pesar del comentario brutalmente sincero, Shinryu no sintió dolor: sabía que el mago estaba demasiado enrabiado y que lo que decía era verdad. Una verdad, sí, pero una que debía ser cambiada.

    Al poco tiempo, Shinryu escuchó un quejido muy sutil por parte del hada. Descubrió que Kyogan le había destrozado uno de los cristales. Estar ahí, detrás del mago, le ayudó a observar que los cristales rojos contenían una diminuta flama y los turquesas un remolino de viento puro.

    —¡Kyogan, el zein repartió su esencia y poder dentro de los cristales! ¡Son parte de ella misma! ¡Mira cómo regresan a su cuerpo! —exclamó, apuntando al hada que levitaba en lo alto.

    Kyogan observó los cristales regresando a ella para conformar parte de su brillante vestido. El chico sabía que la fisiología de los zeins era distinta a la humana, muchas veces sus armaduras conformaban parte de su propia carne. Por lo tanto, gracias a lo que había expuesto Shinryu, notó que el zein no solo era de escaso nivel si se comparaba con otros, también era de baja categoría, por defenderse poco a sí misma. Era un zein poco evolucionado, con poco tiempo de vida.

    —Mierda —maldijo, hallándose en una controversia, pues podía vencer el zein, pero eso significaría llevar a cabo un espectáculo que no tenía por qué regalar.

    A Shinryu, por su lado, se le estaban ocurriendo locas ideas. Entonces se colocó de pie para expresar una decisión; no, era más que eso, parecía su momento de transformación. ¡Sí, no tenía maná... pero tenía cerebro! ¡Por algo había sido aceptado en Argus, por algo los profesores accedieron ante su matrícula! Hasta ahora, no había podido demostrar con muy buenas calificaciones. ¿No era el momento de demostrar su valía más que solo hablar de ella?

     Recordó con una euforia nerviosa cuando Kyogan le dijo príncipe delicado. Quizás lo era, pero quería demostrar que ese príncipe al menos podía ser útil en algo,

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