Capítulo 40: Bestia contra Mago

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

    No había tiempo para pensar, para decidir nada que fuese mejor, el avistamiento del conejo representaba algo que, a pesar de todo, era inigualable, algo que se delataba un motivo oculto y demasiado misterioso. Y Shinryu deseaba averiguarlo.

    —¡¿Qué vas hacer?! —preguntó Cyan, pálido al verlo avanzar hacia el ibwa.

    —¡Hay que seguirlo, Cyan!

    —¡Pe-pero ¿de qué estás hablando?! ¿No recuerdas todo lo que provocó esa cosa?

    —¡Sí, claro que lo sé, gracias a él conocí a tu hermano! —declaró con firmeza, con el corazón visible en sus ojos titilantes.

    —¡Y después casi te mató! Nos ha traído solo..., ¡esta cosa no trae nada bueno!

    —¡Pero Cyan...!

    —Pregúntale por qué aparece aquí y qué quiere —demandó, apuntando al conejo con otra flecha—. Los ibwas y los deibas saben hablar. ¡Que diga de una vez por todas qué está pasando con él!

    Shinryu se acercó cauteloso, agachándose ante el ibwa.

    —¿Puedes respondernos?

    Observó un estremecedor brillo en los ojos del conejo, un dolor provocado por la impotencia de quien no tiene las herramientas para expresarse. Shinryu simplemente terminó de comprender algo que había estado sospechando desde hacía un tiempo:

    —Tu voz no está aquí, ¿cierto?, está atrapada en otro lugar —preguntó con miedo a sí mismo, pues de algún modo estaba reviviendo... recuerdos y sensaciones desconocidas que le explicaban todo lo que sucedía con el ibwa, como si incluso hubiese vivido con él cuando era pequeño. 

    El conejo se sorprendió, pero no dio tiempo para analizar lo que sucedía con él; simplemente empezó a correr, dando a entender que su solicitud era más urgente que cualquier cosa.

    Shinryu lo siguió.

    —¡Shinryu! —gritó Cyan con una preocupación y miedo asaltantes—. No sabemos a qué tipo de desastre nos puede guiar.

    —¿No recuerdas lo que te dije? ¡Conocer a tu hermano fue solo un desastre en un principio, después no! —gritó con chispas encendidas en una batalla emocional.

­    —¡Maldición, Shinryu, mi hermano está enfrentando a un zein monstruoso! —respondió mientras sus manos que sostenían su arco chocaban nerviosas.

    —¡Lo sé, Cyan! —La esperanza brillaba en medio de los ojos llorosos y aterrados de Shinryu—. ¡A lo mejor el conejo nos puede ayudar de alguna forma! ¡Vamos!

    Cyan lo siguió con la respiración errática. El conejo comenzó a correr a toda velocidad, pero entregando el tiempo suficiente para ser alcanzado. Cyan no paraba de preguntarse mil veces cuál era su objetivo y también por qué guio a Shinryu ante Kyogan, el porqué de todas las cosas.

    De repente, se hizo escuchar una explosión. Los chicos observaron en la zona baja del valle una erosión de fuego y cenizas alzándose al cielo en un estallido masivo, creando una nube eléctrica en forma de hongo, para después liberar una aureola de fuego que arrasó contra los árboles próximos. Los chillidos de los raksaras se hicieron oír en un coro de angustia.

    Los ojos de Cyan y Shinryu se empañaron, dibujándose en ellos un cielo tormentoso.

    —¡Dioses, dioses..., Kyogan! —gritó Cyan.

    Shinryu sacudió la cabeza y corrió una vez más en la dirección del conejo, elevando un rezo. Hasta que Cyan, harto de la situación, lo cargó en su espalda.

    —¡Sujétate bien! —le indicó este.

    Cyan utilizó estallidos de maná, aumentando la carrera a velocidades que ninguna persona normal podría alcanzar. También contaba con otra ventaja: era muy hábil para desplazarse entre los árboles.

    Shinryu notó que el conejo lo dirigía a un costado del palacio. Argus estaba tan lejos que apenas se deslumbraba un punto blanco. Cyan se animaba a seguir al conejo mientras mantuviera esa dirección.

    —¡Escúchame, Shinryu! ¡No importa dónde te guie ese conejo, yo iré a la escuela!

    —¡¿Qué harás?!

    —¡La única manera de salvarnos de ese zein es avisándole a Dyan!

    —¿Pero tu hermano estará bien si aparece él? ¡Debe estar dando todo de sí para defenderse de Vicarious! ¡Sus magias...! ¡Dyan podría descubrirlo...!

    —¡No te preocupes por eso ahora! —gritó, con sus ojos conmocionados.

    Cuando estuvo a punto de alcanzar unas rocas aplanadas, algo sucedió sin que sus sentidos pudieran reaccionar; solo escuchó un disparo y, en un instante, Cyan cayó de costado sobre las rocas, totalmente inmóvil. Shinryu perdió la consciencia por un momento al volar y caer al otro extremo de él. Sus manos se hallaban ahora humedecidas con sangre, sus codos adoloridos y llenos de tierra. Intentó levantarse, sintiendo el crujido de sus heridas, hasta que a través de su visión borrosa notó a alguien muy delgado saltando con regocijo.

    —¡Eres un maldito genio, Ravus! ¡¿Cómo diantres pudiste suponer que había pendejitos espiándonos solo con un par de cabellos bicolor?!

    Era al que llamaban alimaña, aquel que se dejaba los dientes amarillos por gusto. A su lado se acercó un hombre con una armadura robusta que cubría cada sector de su fornido cuerpo, con colmillos de raksaras elevándosele desde las hombreras. El sujeto se retiró el casco, revelando un rostro cubierto de cicatrices hondas y desordenadas.

    —Solo tomo precauciones cuando lo presiento, en realidad —contestó, halagado.

    —¡Eres maravilloso, hermano, eres maravilloso! —El sujeto delgado seguía saltando.

    Shinryu ahogó un gemido agudo al ver a Cyan intentando ponerse de pie a unos metros de distancia, mientras cubría un sangrado que fluía desde sus costillas izquierdas. Ambos temblaron desde diversas partes de sus cuerpos al notar la nueva calamidad que se alzaba ante ellos. 

    Los mercenarios.

    —¡Y tu puntería es excelente, mi cuñadita! —admiró el de dientes amarillos.

    Se acercó una mujer contoneando la cadera, sonriendo con orgullo a la par que sostenía una pistola que disparaba concentraciones de maná artificial o maná propio del dueño. Era la novia del líder.

    —¿Por qué huían así, mis niños? —Jugueteó, victoriosa—. Me imagino que pensaban dar aviso a la escuela. No, no, mis nenes. ¡Nosotros no queremos nada con los profesores!

    Cyan estaba de rodillas, con la mirada baja y extraviada, como si una parte de él hubiese sido evaporada al comprender lo que le amenazaba.

    Luego, se acercaron dos mercenarios más —los últimos del grupo—, una mujer de apariencia vulgar que mordía un chicle, y un sujeto muy gordo que solo vivía para consentirla.

    El líder se acercó a Cyan para preguntarle quién estaba enfrentando al zein.

    —También tengo sabido, se escucha mucho en Álice, que en Argus hay dos alumnos ardanas extremadamente fuertes. Uno de ellos se llama... Malec, oh, el tan conocido Malec que ha vencido a zeins por sí solo, el alumno preferido y predilecto de Dyan, el más poderoso de todos los estudiantes, con un maná que supera al nivel ochenta. Una maravilla, a decir verdad, el alumno más codiciado por el imperio y todas las chicas y chicos.

    »Lamentablemente... —Ravus sacó de su bolsillo una servilleta. Al abrirla, reveló dos cabellos que alzó entre sus dedos—. El cabello de Malec es dorado y rojo. Este, en cambio, es negro y burdeos, por lo que el ardana que efectivamente nos estaba espiando es el otro, uno que acusan de demonio. Kyogan, ¿verdad?

    Una puñalada traspasó el corazón de Cyan, comprimiendo en él un gesto.

    —Gracias por la confirmación, muchacho —contestó al sujeto con frialdad y elegancia al leer su expresión—. De igual forma, alcanzamos a ver algo desde lejos. Este ardana que le hizo frente a Vicarious es tu hermano, ¿cierto?

     Los ojos de Cyan se agrandaron sutilmente, lo suficiente como para expresar lo que sufría.

    —Creo que Kyogan tiene nivel sesenta y ocho, ¿no? Respetable, pero apenas suficiente para resistir a un zein como Vicarious. Umm —El hombre meditó con el rostro en alto. Sus ojos sucios y malvados se deslizaban de lado a lado—. Dicen que pelea con un salvajismo que preocupa al mismo Malec, y tiene un zein respetable, un mono. Me pregunto si entre el zein y él podrían dejar lo suficientemente herido a Vicarious. —Sonrió de forma codiciosa, buscando las posibilidades.

    Odio chispeó desde la oscuridad que habitaba en los ojos de Cyan, sin embargo, el chico se transformó en un mejor actor, ahogando todo tras una barrera de sutileza.

    —Valeric, Aledia, vayan a espiar la pelea contra Vicarious. ¡Pero desde lo más lejos posible! —ordenó el líder—. Súbanse a un peñasco o algo y ocupen binoculares. Son lo suficientemente valientes para hacer algo así, ¿verdad?

    —¿Con quién crees que hablas, jefecito? —dijo el sujeto gordo.

    —Entendido, jefe —respondió su novia después de reventar su chicle en los labios.

    Ambos partieron a espiar a Kyogan. Cyan aprovechó para ponerse de pie y caminar frente a Shinryu con el semblante de un guerrero herido y sutilmente demoníaco dispuesto a todo con tal de defenderlo.

    —¡Ni un paso más! —advertía la novia del líder, apuntándolo con su pistola.

    A Cyan no le importó sus órdenes; es más, desenfundó su arco y apuntó con una flecha hacia ella, con ojos llenos de resolución fría, acostumbrados a enfrentar este lado asqueroso del mundo.

    —¡Mocoso estúpido, ¿quieres morir?!

    Entonces, sin previo aviso, liberó una flecha en dirección a la mercenaria. Esta gritó antes de disparar una pequeña bola de energía que tenía la potencia de una bala y podía desatar una explosión de color. Cyan se tiró al suelo para esquivarla. Allí dejó ver una porción de su frenética mente buscando salidas. Con un rápido movimiento, tomó a Shinryu para empujarlo.

    —¡Aléjate de aquí!

    Creó una barrera con su maná azulado para protegerse de los disparos de los mercenarios. Cada uno de ellos tenía pistolas de maná. Shinryu se mostraba consternado detrás de la barrera: no podía soportar la idea de que no solo Kyogan estuviera en peligro, ahora también Cyan. Además, sabía que Ravus tenía maná nivel cincuenta y los otros mercenarios cuarenta y más. ¡¿Cómo podría Cyan soportar tanto?!

    —¡No permitan que huyan, no permitan que den aviso a la escuela! —ordenó Ravus—. ¡Les quitaremos todo lo que tienen y los mataremos aquí!

     Los mercenarios le disparaban a la barrera. Cyan se protegía con los brazos e intentaba sustentar su escudo, pero este comenzaba a quebrajarse rápidamente; algunos disparos se infiltraban.

    —¡Cyaaaan! —gritó Shinryu a toda voz.

    —¡Maldita sea, corre, aléjate de aquí y avísale a Dyan! —gruñó con un semblante que era más impropio de él, iracundo, decidido. Por un segundo, Shinryu comprendió por qué los Kuhira eran hermanos, sin embargo, Cyan parecía ser la versión correcta de Kyogan.

    La novia del líder rio a carcajada abierta.

    —¿Crees que no podremos dispararle cuando deje de esconderse detrás de tu espal...?

     Fue interrumpida cuando un pequeño destello de luz la atacó desde la nada misma, impactándola en el estómago y volcándola contra el suelo.

    —¿Qué...? —preguntó, anonada.

    El ibwa, que había estado presenciando todo, se abalanzó sobre su cabeza para darle varias patadas, dejándola aturdida. Lamentablemente, los ibwas y deibas no eran criaturas poderosas; solo sus hechizos representaban un peligro, pero solo si estaban dispuestos a pagar un alto costo.

     Con furia y lágrimas desesperadas, el conejo se abalanzó contra la mercenaria. Luego se evaporó y reapareció encima del mercenario con los dientes amarillos. Le embistió en las piernas para hacerlo caer.

    —¡¿Un ibwa?! —gritó el sujeto desde el suelo.

    —¡¿Pero cómo carajos?! —El líder apenas podía hablar debido al asombro, hasta que reaccionó—: ¡Atrápenlo, esa cosa vale miles de geones!

    —¡Sí, hermanito, sí! —accedió la alimaña, poniéndose en pie.

    Shinryu miró al conejo y alcanzó a notar algo: estaba exhausto y tenía heridas rojizas entre sus cristales, grietas que no había alcanzado a cicatrizar. Aun así, daba todo para batallar.

     El ibwa se lanzó contra el líder, pero este le devolvió un puñetazo, causando que cayera y rebotara.

    De este modo, la criatura se ganó la confianza de Cyan, así que, antes de que fuese capturada por la alimaña, rompió lo que quedaba de la barrera y disparó una flecha cargada de maná azul frío, apuntando directamente a uno de los ojos de la alimaña. El sujeto chilló, agitando los brazos con locura.

    El líder apuntó ahora con otra arma, una mucho más robusta y poderosa, que podía liberar verdaderas explosiones de fuego.

     El conejo, sin embargo, se había puesto de pie para lanzarse al cielo. Ya en él, abrió sus cuatro patas para dejar que desde su cuerpo fluyera una oleada de poder divino que impactó a todos los mercenarios, arrastrándolos, quemándoles la piel.

    Acto seguido, y ahora sangrando, corrió hacia Shinryu para continuar guiándolo. Cyan solo miraba. Al notar que Ravus empezaba a reincorporarse, le dijo a Shinryu en un tono decidido y doloroso:

    —Síguelo, pero pase lo que pase, muestre lo que te muestre, prométeme que le avisarás a Dyan lo que está pasando.

    »Y sobrevive —añadió—. Sobrevive...

    Parecía que Cyan expresaba todo en un solo momento, su humanidad herida pero en vías de recuperación, su anhelo de confiar por encima de una montaña de malos recuerdos.

    El chico sin maná lloró.

    —¡Te lo prometo por todo lo que tengo! —dijo, y huyó a toda velocidad detrás del ibwa.

    «Tú también sobrevive, Cyan, ¡por favor!», imploró.

https://youtu.be/ZVOqxobAWQo

    Vicarious estaba mezclando el fuego con el rayo, creando meteoritos eléctricos que brotaban desde la cima de su garganta y eran lanzados con la rapidez de un misil mágico con la mayor tecnología que se podría imaginar por parte de Sydon. Se tardaba en crearlos, pero ese no era un gran defecto debido a su afinidad extrema con rakio y kira que guiaban la bola mortífera hacia la dirección que él deseara.

    Lanzó un meteorito con un diámetro de siete metros. Kyogan volvió a sentir el roce de la muerte, la garra helada y su hambre insaciable escabulléndose entre el fuego y las chispas. Pero entonces, mientras continuaba corriendo, utilizó el tiempo ganado en su huida para crear una hilera de paredes de tierra con la magia ezdra, que se alzaron con imponencia, gruesas y poderosas, una fila de pequeñas torres delante de él. Kyogan saltó para cubrirse detrás de ellas, apagando la presencia a través del maná para que el meteorito de Vicarious perdiera precisión.

    Fueron segundos increíblemente cortos y dolorosos, con la adrenalina rasguñándole las paredes del corazón. Finalmente el meteorito reventó contra las primeras barreras.

    El viento huyó con fuerza huracanada, a raíz de un fuego volcánico que brotó en un segundo hongo gigantesco hacia las pocas nubes que surcaban por el cielo rojizo. Miles de brazas, plantas, rocas y hasta árboles enteros volaron a través del humo negro y tóxico que se expandía sin detención.

    Kyogan se vio obligado a crear una barrera acuática a su alrededor mientras enterraba los pies en la tierra y se disponía a resistir. Pero la onda, el fuego y la electricidad empezaron a quebrajar el escudo, por mucho que él intentara fortalecerlo. Las piernas se le arrastraban y él gritaba, desgarrándose en un esfuerzo titánico. Y es que no era solo la onda, sino los troncos, árboles en llamas y hasta cadáveres de raksaras embistiendo en su contra.

    Después vino lo peor.

    Vicarious había creado un segundo meteorito que no tardó en lanzar para que explotara a unos metros delante de él.

    Un relámpago de terror atravesó a Kyogan desde un extremo a otro. Su única opción fue engrosar y agigantar el escudo con maná puro, con cada gota que podía producir en ese momento, convirtiéndolo en una cúpula verde y cristalina. Los músculos se le anudaron, espalda, hombros y brazos, mientras sus gritos gargajosos iban en aumento, convirtiendo su garganta en un flagelo de carne.

    Mas no hubo esfuerzo válido: la resistencia duró poco. El abrazo de fulgor y electricidad no tardó en quebrajar la cúpula cual espejo cayendo en mil pedazos. Kyogan voló de espaldas al igual que una bala destrozando todo a su paso. Un árbol, dos, seis y varias rocas fueron atravesadas con su propio cuerpo hasta que quedó incrustado en la férrea base de un peñasco.

    El maná había sido insuficiente para protegerlo de las contusiones en sus brazos, fractura de muñeca izquierda y dos costillas; quemaduras en sus manos y parte del rostro; las astillas y piedras que atravesaron su espalda formando un dibujo desordenado de sangre, sudor, suciedad y restos de tela adherida a la piel.

    Se quedó allí, enterrado en el peñasco, succionado por la debilidad y la inconsciencia. El zein se acercó y le dijo:

    —¿¡Yet eara zir ana shizen?! —«¡¿Qué hace aquí un mago?!»

     »Zu davé naya or du malditae. Malditae da ri bole id an so uos besaid due morta. —«Debes estar a los pies de tu maldición. Maldición que borré en uno de los tuyos a través de su muerte».

    »Duolos or magicias, denari ada ier gardas der am, ba diele du a malditae. Dechis. —«Llenos de magias, siempre creyendo ser mejores que nosotros, pero débiles ante una maldición. Despreciables».

    Kyogan abrió los ojos, encontrándose con la mirada del zein. Aterrado, intentó retroceder, pero el peñasco que descubrió en su espalda le hizo imposible tal tarea. Con un respiro agónico, se envolvió en más maná, observando con agresividad, convertido en un patético ser indefenso.

    —¡¿Nohim retare let saramento entei shizens u zeins?! ¡Duos sarament retare li esenci o shizens! «¡¿No respetas el juramento entre magos y zeins?! ¡Ustedes juraron guardar la identidad de los magos!»

    —Yeí, per let saramento nohim levada zu vara, seolo shizen. —«Sí, pero el juramento no guarda tu vida, mago repulsivo», declaró Vicarious.

    El fuego comenzó a acumularse en la boca del zein.

    —¡No! —gritó Kyogan, retorciéndose mientras su mirada era triturada en olas de desamparo.

     Un hielo mágico acudió a él en forma de aura escarchada, presta a defenderlo y a extinguir la llama del zein. Esto enfureció aún más a Vicarious. Sin embargo, Kyogan detuvo el hechizo en un solo instante, sofocándola sin querer, pues las magias le habían mostrado una visión: dos mercenarios habían empezado a espiar por encima de unos lomos de tierra a través binoculares.

    Kyogan quedó totalmente expuesto, considerándose así inteligente o el más grande de los estúpidos, pero fue simplemente el accionar de un reflejo, el fruto de una costumbre sobreentrenada para que su identidad no fuese descubierta.

    El zein, sorprendente y afortunadamente, cesó su ataque, desatando un adrenalínico silencio.

    —¿Chiané u detein? —«¿Por qué te detienes?»

    Kyogan le explicó aceleradamente que dos personas se estaban acercando, dos de los culpables directos. Confesó que sí, ¡que estuvo en la invocación, porque quería un zein para ocultar sus magias!, pero jamás jugó con los restos de nadie. Los que se acercaban sí habían jugado con la calavera de Dermael. Si Vicarious respetaba el antiguo pacto entre magos y zeins, debía entender lo que significaba para él exponer sus magias y ser delatado por las personas.

    Pese a la mirada fúrica expresada en un comienzo, el zein denotó credulidad y la más extrañas de las comprensiones. Así, entregándole al chico uno de los alivios más grandes que había recibido en su vida, comenzó a dirigirse hacia los mercenarios, guiándose a través del calor que emanaban sus cuerpos.

    Kyogan observó con el rostro destrozado y una esperanza que no sentía real.

    Una vez Vicarious se hubo alejado lo suficiente, se despegó de ese peñasco, pero entonces, al caer sobre la tierra, se percató de que tenía un trozo de rama atravesándole la rodilla derecha, como un hueso roído escurriendo grandes gotas de sangre, incrustado arriba de su rótula, entre su piel y músculos, bajo el fémur, brotando por la cresta de la pantorrilla.

    Al removerse, liberó un grito tan fuerte que se escuchó explosivo. Cerró los ojos con fuerza y se cubrió la boca para obligarse a soportar. Luego, se acomodó de espaldas, hurgó en un pequeño bolso en su pantalón, se metió un pañuelo en la boca y con una daga intentó retirarse la tela del pantalón que le envolvía la pierna afectada. Después, colocando su mano derecha y temblorosa arriba de la rama, ordenó a la magia de fioria que adelgazara la rama. Mandó un grito desgargante cuando se la hubo retirado de un solo tirón, causando que la sangre brotara en chorros.

    En sus bolsillos había pociones, pero todos los frascos estaban rotos. Con maestría, retiró las pocas gotas que yacían humedeciendo su ropa a través de la magia acuática, para curarse la pierna, llevando su maná a un estado de fluidez y equilibrio, algo que le costó de sobremanera debido a su estado.

    No le quedaba mucho maná y había empezado a percatarse del real estado de sus heridas. Al ver sus manos calcinadas empezó a sentir el dolor comiendo de su piel, pero así se puso de pie y empezó a cojear, aunque con una sonrisa de delirio.

    ¿Qué era esto, qué era? ¿Cuándo había comenzado todo esto? ¿Qué ocurría... aquí?

    Alcanzó un árbol lejos de los sectores que parecían estar convirtiéndose en zonas volcánicas. Allí continuó curándose, dirigiendo la magia acuática a través de un movimiento de dedos, como si así les indicara a las pociones el camino que debían recorrer en medio de la carne. El alivio empezaba a entrar lentamente, la sangre dejaba de gotear y la piel se cerraba, conformando un pequeño rayo de esperanza.

https://youtu.be/uFZSh6MSXno

    Pero de pronto alcanzó a escuchar a una mujer gritar con desgarro, como si le desgarraran el alma del cuerpo:

    —¡Nooooooo!

    Las magias le mostraron una visión demasiado vívida: Vicarious estaba sosteniendo a una mujer en su hocico, a punto de devorársela. Ella sacudía los brazos con los ojos hinchados y el cuerpo ensangrentado, haciendo lo posible para escapar de la hilera de dientes, no importando todos los rasguños que sufría.

    Vicarious, lejos de mostrar piedad, empezó a incrustar sus colmillos y los gritos de la mujer fácilmente se hicieron oír por todo el valle. Vicarious se abrió paso hacia su estómago, perforándole el hígado y dividiéndole los pulmones. Entonces cerró de golpe, provocando un salto de sangre que luego cayó como cascada sobre las piedras, manchando el rostro de aquel hombre gordo que había intentado hacer todo lo posible para ayudar a pareja, con patadas, explosivos y puñetazos.

    Las doce magias unidas le hicieron sentir a Kyogan la muerte pasando por el cuerpo de esa mujer, una mano helada y huesuda.

    El sujeto gordo continuaba luchando y gritando en un estado de arrebato. El zein lo observó y lo azotó con el triángulo filoso de la cola, mutilándole un brazo.

    Kyogan ahogó su boca a la vez que sus ojos se cristalizaban. No quería, ¡no quería sentir cosas así...! ¡Haber meditado había sido el error más estúpido que había cometido en la historia de su vida! ¡Jamás había pretendido esto! ¡Las magias lo estaban obligando a tener una sensibilidad que no recordaba haber tenido nunca!

    Continuó cojeando, acompañado por los gritos del sujeto. Intentó correr, convenciéndose de que la vida de los mercenarios no le importaban.

    «Vas a morir», le volvieron a susurrar las magias. Y él no hallaba cómo callarlas.

    Después, como si el escándalo no fuera suficiente, algo rasguñó su pecho, como si le hubiesen cortado una parte del alma. La rosa negra que le había entregado a Cyan para que pidiera ayuda se había roto. Esto representaba una sola cosa:

    Cyan estaba en graves problemas.

    —¡¿Qué pasa, Cyan, qué?! —Se preguntó con la boca balbuceante. 

    El pánico quiso llevarlo a otra crisis, a perder la respiración. Sin embargo, recordó que había traído dos cosas que podían ayudarlo: un silbato y un relicario. Después de tomar el primer objeto desde uno de sus bolsillos, inspiró todo el aire posible y, ayudándose con eriol, sopló con tanta fuerza que un sonido sordo viajó hasta alcanzar el mismísimo palacio.

    Deus, que dormía dentro de su jaula, alcanzó a escuchar junto a varios raksaras que se sacudieron escandalosamente. El zorro reconocía ese silbato y entendió de inmediato que su querido amo lo necesitaba. Con el deseo ferviente de ayudarlo, empezó a morder los barrotes con su maná rojizo. Cuando los rompió, trepó por una de las murallas de Argus, enterrando sus garras en el concreto con fuerza tenebrosa.

    Kyogan tuvo una última visión: la sangre saltaba desde los hombros del mercenario. El sujeto simplemente decidió quedarse inmóvil; no solo por el aturdimiento, sino porque sentía que ya no había un propósito en esta vida. Ahora, con su novia muerta de ese modo, sus ojos se apagaban.

    Vicarious le cortó entonces la cabeza con un solo tajo de su cola. Kyogan casi vomitó al ver esa cabeza rodando por el suelo, chorreando sangre, aún emanando tristeza y rendición, una queja contra la asquerosa vida.

    Inconforme, Vicarious incineró su cuerpo.

    Kyogan cayó sobre su rodilla sana, con los ojos ardiendo al rojo vivo. Su cuerpo estaba reduciendo la capacidad de respuestas y en su visión veía a Vicarious caminando de regreso a él, aún furioso, aún insatisfecho.

    «¿En serio voy... a morir? ¿Qué?»

    No... su última oportunidad aguardaba en el relicario que colgaba de su cuello, un objeto que podía verse al igual que un objeto ordinario, pero funcionaba como un contenedor de maná, y no de cualquiera.

    Kyogan, como mago, sabía perfectamente que tenía una ventaja más sobre los seres humanos normales, y la última: el acceso a un segundo maná, titulado como maná puro y la supuesta y real fuente de las magias de los magos. Siendo más unido al cosmos, era muchísimo más poderoso, pero estaba muy bloqueado, atrapado bajo llaves indescifrables. ¿En riesgos extremos podía activarse, o cuando los magos destrozaban su alma? Kyogan sabía muy poco de aquellos que lo habían alcanzado.

    Nunca descubrió cómo desbloquearlo de manera natural. Era una parte desconocida de él que lo seducía día a día.

    Vio al zein. Las magias le hicieron sentir que la lucha restante sería breve antes de que la muerte se lo llevara.

    Odiaba todo, pero nada más que a sí mismo.

    —Bien —decidió, poniéndose de pie y sintiendo el vientre comprimido, convertido en un mármol.

    Puso sus manos alrededor del relicario en su cuello, y comenzó a recitar un hechizo que no era prohibido sin una razón más que válida.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro