Capítulo 39: Vicarious

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    Ruina y desesperanza se desdibujaban en el semblante de Kyogan, demacrándole el espíritu en cuestión de segundos, el semblante, con sus ojos fragmentándose como un espejo golpeado con una calamidad visual encarnada en el monstruo más colosal que había observado nunca.

    El león proyectaba un aura de maná tan intenso que irradiaba llamas incontrolables en su contorno, anexándose a una energía eléctrica que fluía desde su cola y amenazaba con desatar una tormenta en cualquier momento. Su melena era un bosque de agujas electrificadas que silbaban, cargadas con un voltaje capaz de reducir a cenizas a cualquier ser viviente ante el más mínimo roce.

    «¿Vicarious...?», se preguntó Kyogan, mientras el aire a su alrededor parecía evaporarse, robándole el aliento, como si la mera presencia de la bestia fuera suficiente para quemar el oxígeno del Valle.

    Un relámpago de memoria atravesó su consciencia, trayendo consigo la imagen de un anciano sacerdote en la parroquia de Argus que había hablado de esta criatura cuando Kyogan era apenas un niño. Con ojos desorbitados por un fervor lunático, el sujeto relató la historia de un zein que había sido creado por el propio Tharos para vengarse de los que actuaban con injusticia.

    Un trueno mental sacudió el cerebro de Kyogan, obligándole a sostener su cabeza entre las manos como si temiera que fuera a estallar. Una sonrisa demencial se dibujó en él, una mueca que era una burla contra una historia que le sonaba tan ridícula como aterradora. ¿Un zein creado por Tharos? ¿Entonces su presencia confirmaba... la existencia de un dios?

    Sus pensamientos se deshacían al igual que castillos de arena ante una marea desatada. Su corazón latía con la frenética desesperación de un raksara acorralado. Tenía ganas de reírse, mientras era destrozado por dentro, sus convicciones expuestas ante un terremoto.

    Luego, su respiración se convirtió en un silbido cuando recordó que el sacerdote había dicho que Vicarious era una criatura milenaria con tanto poder, que fue capaz de acabar con un rey mago en el desate de la locura mágica. Después de ello desapareció para siempre.

    Hasta ahora, que resurgía.

    Vicarious liberó un rugido, provocando un sonido salvaje que remeció la tierra y las rocas de las montañas circundantes. Los sinhas, que habían intentado invocar a un zein diferente, seguían retrocediendo, postrados al igual que niños ante la furia de un titán. Luego, el zein habló con una voz tronadora, acompañada por un retumbar que viajó entre las montañas.

    —¡¿Ashga arak sin main?! ¡¿Asgha arak?!

   Exigió saber quién lo invocó.

   —Ana yab... ¡Ana Yab sin main! —Observó al horizonte, nostálgico y comprendiendo algo—. Ana yab yue antum... ¡Yue antum! —dijo, agrandando los ojos.

   Regresó su mirada hacia los sinhas.

    —¡¿Ashga due igg ridara or ashga yue?! ¿Ashga diva treria?

   Kyogan había entendido perfectamente sus palabras: «Un llamado, un llamado lleno de dolor fue el que me invocó.». «¿Quién jugó con los restos de quien me ha invocado? ¿Quién se atrevió a traicionarlo?»

    Con una luminancia súbita, Kyogan recordó a la alimaña de los mercenarios, al sujeto delgado que se dejaba los dientes amarillos por gusto, el que había jugado con la calavera de Dermael. 

    «¡Dermael invocó a Vicarious!», gritó Kyogan dentro de sí. Dermael había usado un hechizo ancestral antes de morir para pactar su alma a Vicarious con el anhelo de que se vengara por lo que le habían hecho, sin embargo, nunca había tenido la energía suficiente para invocarlo.

   Hasta ahora, gracias al maná de todos los sinhas que se unió al que él había pactado en la tierra.

   Kyogan se llevó las manos al cabello, transformando sus dedos en garras guiadas por el horror. «¡No puede ser cierto, no puede ser cierto, no, no!», se repetía con una chispa de impotencia e incredulidad que incendiaban su ser.

    Pero por un instante, un destello de valentía iluminó su espíritu, solo para ser brutalmente extinguido cuando las magias, esas voces etéreas que deberían apoyarlo, le susurraron un presagio: 

    Morirás de forma segura.

    Y ellas nunca se equivocaban, menos cuando existía una comunicación tan alta.

    Las magias azuzaban su tormento, forzándolo a reconocer la supremacía aplastante del zein. Nivel ochenta y ocho, era lo que podía percibir de su maná, mientras Kyogan tenía apenas nivel sesenta y nueve. 

   Cuando Vicarious, frustrado por el silencio de los sinhas, desató un aliento de fuego en modo de advertencia, el mundo pareció tensarse. Los pequeños sinhas huyeron en estampida, chocando contra las piernas de Kyogan en su carrera por la supervivencia.

   El instinto de Kyogan le gritaba que también huyera, pero algo lo mantuvo clavado en el suelo. Con horror, vio cómo los ojos del zein se fijaban en la montaña donde Cyan y Shinryu aguardaban. ¡¿Por qué?! La pregunta estalló en él como una supernova de confusión y miedo.

    El mundo se sumió en un silencio ensordecedor cuando el zein se lanzó hacia las montañas con una velocidad impresionante.

    Dentro de Kyogan se propagó una cacofonía de voces, un coro discordante de miedo y deber. Un pitido interminable taladró su cerebro, la lucha entre el instinto de supervivencia y la moral.

     Y entonces, cuando logró desgarrar algo de sí mismo, se lanzó tras el zein, pero Vicarious era demasiado rápido y con un par de saltos había alcanzado la base de la montaña.

    En ese momento, Kyogan actuó por un impulso primordial. Con un movimiento brusco de su mano, ordenó a las plantas cercanas atacar a Vicarious. El felino se detuvo de inmediato, alzando sus ojos de fuego líquido hacia él.

    Allí estaba Kyogan, erguido en el prado, expuesto. Su mirada temblaba, pero sus pies estaban firmemente plantados en el suelo verde.

    —¿Ei Hamal id fioria? —«¿Tienes la magia de fioria contigo?», ¿Ish zein su dar, idera hamal?—«¿Qué zein te la presta, insignificante humano?»

    Rugió molesto, pues Kyogan se había atrevido a atacarlo y a no responderle, a él, al zein de la venganza.

    Algo se terminó de desmoronar en el interior del mago, aun así, desde tantas cuevas, una chispa de oscuridad fluyó de sus ojos. 

    —Sim, nohim due egg ridara or nasha —«Sí, pero yo no jugué con los restos de nadie», Kyogan usó un tono agresivo, aunque no era más que un demonio en grandes aprietos.

    El fuego rodeó a Vicarious, revolviéndose en una ira contenida.

    —U calish en di vacao o Faraoh —«Estabas en la invocación de Faraoh», acusó.

    —Sim vi dala. U gen di vacao. Aido furore di kire loe, se bu. Deseae Faraoh, ye im vala —«Puedo sentirlo. Participaste en la invocación. Cargas con fuego en tu cabeza. Deseabas a Faraoh, pero me obtuviste a mí».

    Vas a morir, volvieron a susurrar las magias con una sensibilidad tan fuerte y efectiva que parecían tener voz propia. El horror despedazó la escasa confianza del chico como una mancha sombría adelgazándole el rostro.

    —¡Yo, Vicarious, acabaré con todos los humanos involucrados en esto! ¡Primero contigo, cobarde, y después con aquel que carga con el espíritu de Cyan, mi destructor! —proclamó el zein.

    Vicarious levantó una mirada poseída y ciega para conjurar un poder que distorsionó el viento alrededor. El maná y la energía se concentraron en su boca en un santiamén, culminando en una explosión que desató una radiación calcinante, la cual viajó por la superficie del prado con velocidad instantánea, incinerando todo.

    Humo era todo lo que podía ser observado. La vida extinguiéndose en un parpadeo.

https://youtu.be/I9MIqVWXRew

    Cuando el humo se disipó lo suficiente, reveló una escena de desolación. En medio del panorama, Kyogan emergió doblado sobre sí mismo y un brazo colgando casi inerte a su costado. Su supervivencia se debía a un escudo acuático creado en el último segundo, robando la vida de las plantas a su alrededor. Un círculo de muerte rodeaba sus pies, testimonio de su magia.

    La adrenalina corriendo por sus venas enmascaró momentáneamente el dolor atroz de las quemaduras que comenzaban a formarse en sus manos, piel carbonizándose.

    Cuando Vicarious se plantó frente a él con un solo salto, Kyogan convocó una rápida cortina de neblina acuática y se lanzó en una desenfrenada carrera cuesta abajo, con un solo objetivo en mente: alcanzar la escuela, aunque hubiese más de cuarenta kilómetros separándola de ella.

    «Esto no está pasando, esto no está pasando, ¡esto no está pasando!», se repetía, mientras sus piernas se movían con una velocidad insana. Convencido de que su fuerza era más que suficiente para huir, empezó a consumir enormes cantidades de maná para potenciar sus piernas con estallidos, marcando las venas y sobreexplotando todos los músculos. La tierra bajo sus pies se convertía en una pista resbaladiza, y cada roca, cada árbol, en un trampolín.

    Pero detrás de él, el zein había iniciado una persecución a una velocidad superior, usando su maná anaranjado para potenciar sus extremidades cargadas en fuego, dejando huellas calientes donde las llamas se sacudían.

    ¡¿Qué debía hacer?!, se preguntaba Kyogan. No podía acercarse demasiado a Argus o pondría en riesgo demasiadas cosas, amenazando la mismísima infraestructura de la escuela e incluso la vida de alumnos que había jurado no le importaban. Tampoco podía retroceder y dirigir el zein a los mercenarios a menos que sobreviviera en el intento y arriesgara la seguridad de Cyan y Shinryu. Dyan y los profesores eran sus reales esperanzas. «¡Dyan, el maldito Dyan!»

    ¡Podía alcanzarlo, claro que sí! Las magias se equivocaban al susurrarle muerte, sí, sí, ¡por supuesto! ¡Ellas no estaban considerando todos los caminos y no reconocían su voluntad endemoniada e inquebrantable!

    Vicarious lo alcanzó cuando estuvo por saltar sobre la rama de un árbol. Una vez más los ojos de Kyogan se agrandaron en una expresión de horror y ruina cuando vio llamaradas avanzando con una fuerza torrencial. Aquel árbol que pretendió alcanzar, desapareció con una sola explosión, desatando una lluvia de ramas calientes y el crujir de todas las raíces. Cayó sobre la tierra y rodó varios metros en ella, enlodándose con la suciedad del suelo, piedras y hojas amontonadas.

    Otra llamarada fue lanzada en su contra. Kyogan alcanzó a evadirla saltando hacia un lado en el momento oportuno. Rodó otro poco, sacudido por la explosión, se puso de pie y continuó utilizando estallidos de maná para saltar sobre cualquier sostén que le sirviese, con todos sus sistemas en estado de exaltación.

    Entretanto, aves, roedores, insectos, felinos, canes, todos los raksaras en el valle despertaban de su sueño y huían caóticamente, con chillidos, berreos y ladridos componiendo una cacofonía de miedo. Más de una criatura obstaculizó la huida de Kyogan al chocar contra sus piernas. El mago no representaba peligro alguno comparado con la bestia mágica que tenía detrás de él.

    El chico tuvo que ayudarse de hechizos que respondían rápidamente gracias a la alta conexión establecida con las magias. Estas leían su mente e intenciones sin necesitar de palabras pronunciadas, pero Kyogan sí requería utilizar el movimiento de sus manos como instructores para ella. Con ademanes agitados, árboles y plantas se desprendieron de sus nidos para alzarse y usar todo lo que disponían contra el zein.

    Pero de nada servía si Vicarious lo incineraba todo al mero contacto.

https://youtu.be/h_gAYBYZJfs

    Kyogan decidió usar la poca agua que alcanzaba a absorber de las plantas mientras maniobraba con sus brazos como si fuesen látigo que golpeaban el aire, logrando azotes acuáticos y lodo bajo las patas del zein.

    —¡¿Has poseído un zein con dos magias?! ¿Fioria y akio están contigo?! —interrogó el zein— ¡Invoca al zein que te ha dado las magias! ¡Lo destruiré ante tus ojos!

    Un nuevo objetivo se trazó en la mente del mago: acercarse al río que señalaba el comienzo de la zona del colegio. Empleó una cantidad colosal de maná, fortaleciendo e hinchando los músculos de sus piernas para dar un salto que reventó la roca sobre la que se impulsó, ganando así una ventaja crucial.

    Pero entonces el zein le volvió a recordar que no solo era poseedor de la magia de kira, el fuego, sino también de rakio, el rayo. Se rodeó con una delgada y azulada capa eléctrica para aumentar la velocidad y utilizar su propio cuerpo como un arma destructora contra todos los obstáculos del valle, como un toro enloquecido cargado con un aura apocalíptica.

    Cuando estuvo a tan solo unos metros de distancia, el mago se vio obligado a voltear y a mirarlo a los ojos. Allí sintió que todo transcurrió en cámara lenta. Allí comprobó que sus capacidades ni entrenamientos eran insuficientes para sobrevivir. El hocico abierto y la fila de colmillos resplandecientes a punto de devorarlo le hicieron palpar una proximidad tan real a la muerte, que sintió engullido por otra dimensión donde la voz no podía fluir.

    Fue entonces que decidió delatarse como mago, utilizando todas las magias de su repertorio, pues era eso o su vida. Convocó a eriol, el viento, para que golpease el costado del zein, y a una porción de tierra para que lo elevase desde el vientre. Vicarious tuvo que incrustar las garras para no ser elevado.

    El mago caminó dos pasos hacia atrás, intimidado por el asombro que ahora circulaba en los grandes ojos carmesí, porque evidentemente Vicarious se había dado cuenta de que su contrincante era, ahora, un mago.

    En ese momento, Kyogan recordó las palabras delirantes del sacerdote:

    —«¡Vicarious fue uno de los contados zeins que pudo hacerle frente a un rey mago!».

    Y no solo eso, el sujeto expresó que el zein había participado en ese desafío porque aborrecía a los nacidos con magia.

    Shinryu había tenido la valentía para apuntar el zenith de la espada a ese felino que había aparecido como una pesadilla en el prado. Nivel «88», marcó el aparato.

    Al igual que Kyogan, Cyan lo tenía más que claro: solo Dyan podía enfrentar a ese zein, o los profesores más aptos, sanukais o un enorme ejército imperial que estuviese dispuesto a sacrificar más de la mitad de sus hombres. Ellos, en comparación, eran insectos bajo los pies de un coloso.

    No podía pensar, sus sentidos rechinaban como pitidos desajustados a punto de eclosionar en una marea de sangre y remordimiento. Cyan no tenía el nivel suficiente para ayudar a Kyogan, pero su corazón le gritaba que fuese en su apoyo... ¡ya mismo!

    Sus sentidos emitían alaridos internos que amenazaban con desgarrar la frágil tela de todos sus caparazones. Era como si cada nervio de su cuerpo gritara simultáneamente, creando una sinfonía discordante de pánico puro. Su mente era un caos de pensamientos y miedos, cada uno chocando de manera violenta con el siguiente. Se hallaba parado al borde de un abismo, con la muerte esperando en la boca de la oscuridad, preparada para engullirlo y regodearse con tantos sueños y objetivos que hallarían su fin.

   «¡¿Qué hago, qué hago, qué hago?!», se preguntaba con los dedos rasguñando su cabeza.

    ¡¿Su hermano moriría?! ¡¿Y después, él y Shinryu?! 

    —¡Cyan, Cyan! —Shinryu le había estado gritando hacía un rato, pero como no podía oírlo, tuvo que lanzar un grito con mayor fuerza—: ¡Escúchame y mira, por favor!

    Lo siguiente que ocurrió dejó a Cyan preso de un frío glacial, como si hubiese sido atajado en medio de un tornado, donde reinaba un silencio aterrador.

    A unos metros delante de Shinryu había un conejo celestial compuesto de partículas blancas, el ibwa que...

    —No... no puede ser —musitó.

    —¡Cyan! —Shinryu lo miró con desconcierto y miedo, estaba pálido y al mismo tiempo sudaba.

    —No... puede ser —balbuceó Cyan.

    De repente, sacó el arco de su espalda y apuntó con una flecha al conejo apenas lo hubo visto dar saltos desesperados.

    —¡No, Cyan, no! —pidió Shinryu, colocándose entremedio.

    —¿Qué-qué hace eso aquí? —preguntó enloquecido, con la cabeza a punto de explotar.

    —¡No lo sé, Cyan, no lo sé!

    —¡¿Qué hace aquí?! —exigió saber, temblando con descontrol.

    —No lo sé, ¡pero no le dispares, no!

    Las dudas seguían aglomerándose en la cabeza del chico mayor. De pronto desconfió de Shinryu, creyendo que había invocado a ese conejo por razones incomprensibles, incluso pensó en herirlo, aunque pronto sintió su escaso interés en hacer algo así, especialmente al recordar que Kyogan había comprobado su esencia.

    —Cyan, por favor, no lo lastimes —rogó Shinryu.

    Cyan no sabía qué hacer. ¡No sabía! Hasta que quedó estupefacto al darse cuenta de que el conejo daba saltos con los ojos aguados, clamando por algo, por atención urgente.

    Shinryu lo había entendido: el conejo deseaba ser seguido una vez más.

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