Capítulo 30: El narrador que se enamoró de la protagonista.

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Ethan.

No entendía que alguien como Val pudiera verse tan atemorizado. Pero el miedo ataca a la cabra igual que al león.

—Mi nombre es Nión, ayudante temporal de Daniel Clinton. Escritor Matthew Davis, tengo un favor que pedirle —suplicó el chico, sonriendo ladeado.

No podían dar una sonrisa completa, pues no nacía de ellos. El ayudante explicó toda la situación disculpándose cuando tomaba pausas y suspiraba. Habló de la forma en que Daniel cuidaba de sus ayudantes y narradores, cada vez que buscaba métodos diferentes de escritura los desechaba, haciendo que aquellos que pudieron experimentar una nueva vida la perdieran para volver al ciclo natural.

Igual que un escritor tirando sus viejos escritos horrorizado por métodos pasados.

Siempre buscaba la evolución, y por ello Val iba a ser el ayudante reciclado de este año. Nión dijo que él estaba bien, que llevaba poco tiempo trabajando con Daniel y que quizás le quedaba más trabajo que hacer, por eso no iba a dejar a quien le dio la vida hasta que su trabajo concluyera.

—El favor que deseo... —el chico murmuraba, con miedo a levantar la voz—...quiero al Val que conozco lejos de aquí.

Matt me miró, enseriado.

—Mi trabajo es que un aparente extra sea dueño de su propia vida. —Fue la respuesta del escritor.

~•~•~•~

Corrí por Evelyn hasta donde mis piernas pudieran llegar. Después de resolver algunas cosas en la editorial, pedí un tiempo muerto para buscarla, mientras los otros se gritaban y lanzaban amenizadas de muerte que Matt trataba de parar en la oficina.

Jadeé del cansancio, sin estar acostumbrado completamente a él. Las bocanadas de aire me mareaban en vez de ayudar. Paré frente a la puerta con cristales de su casa, en una calle amplia de doble sentido. A un lado habían ventanas, pero no era tan subnormal como para asomarme o gritarle.

—Debería estar abierto —opiné, tratando de forzar la cerradura.

Empujé la puerta aplicando esfuerzo al darle cuenta de que efectivamente, estaba abierto, o eso creí. Golpeé a alguien con la madera, y asomé la cabeza para asegurarme que no hubiera causado una lesión. No pude ver pues la puerta se regresó aplastando mis dedos acusándome de ladrón.

—¡AHHHH! —Hasta Matt pudo escuchar mi grito desde la comodidad de su oficina.

—¿Quién eres, jovencito? —La voz del otro lado era ronca y expectante.

Oh, así se siente el miedo.

Saqué los dedos mi boca y levanté la cabeza al escuchar de quien se trataba. El hombre volvió a abrir la puerta, viendo mi apariencia terrible con seriedad. Creí que podría matarme en cualquier momento. Suspiré por no estar vivo, pero el hombre creyó otra cosa pues entrecerró los ojos.

—Largo, aquí no hay vírgenes. —Fue ocultando su rostro mientras cerraba la puerta con lentitud.

—Eh... —alargué el sonido todo el tiempo que se tomó cerrar la puerta, un tiempo congelado. El anochecer llegaría antes que la probabilidad de entrar.

¿Qué?...

—¡Oh, ¿viene a ver a Evelyn?! Por Dios, amor, no lo dejes afuera —oí la voz melosa de una mujer en el interior, acercándose a la puerta con rapidez. Entreabrieron, mirándome ambos con sospecha—. ¡Evelyn ha conseguido a una belleza! Pasa, joven, ahorita le llamamos.

—Gracias. —Farfullé, arrastrando los pies para asentarme al lugar. Las paredes eran de un amarillo claro y en las paredes habían muchas pinturas de pioneros. Traté de no permitir que la mirada del hombre me comiera vivo, tomé asiento en silencio, recargando mis manos en mis rodillas.

—Estaba arriba llorando, ¿eres tú el culpable? —Interpeló el hombre, sentándose a mi lado mientras extendía un vaso tornasol con agua. Su espalda ancha y su cabello oscuro sin canas me intimidaba más de lo que quería.

—No —contesté, apartando la vista—. Está llorando porque la vida es cruel y todavía le quedan muchos años tristes para vivirla, tiene que pagar cosas, no tiene trabajo, y usted no la va a mantener por siempre.

—PRINCESITA DE MIERDA, BAJA AHORA. HAY UN CABRÓN AL QUE LE VOY A DISPARAR SÍ NO BAJAS —sus gritos potentes y su forma de hablar me dieron un escalofriante déjà vú.

—ALLÁ VOY, VIEJO CARA DE CULO. —La voz de Evelyn iba a compañía de fuertes pisadas en el piso de arriba, acercándose con lentitud a las escaleras.

—Ay, son un encanto. —Habló la mujer, posando sus manos en sus mejillas expresando felicidad.

Madrastra de Evelyn, estos de encanto no tienen nada.

—¿Qué quier...? —Me miró fijamente, deteniendo su pie de golpe antes de su pisar otro escalón, haciendo que el cabello negro se le viniera a la frente.

—Hola, loca. Necesitamos hablar afuera.

¿Qué? ¿Pensaron que le hablaría diferente porque su padre tenía una navaja dentro de las almohadas del sillón? Este dios nunca caería tan bajo.

—Claro, idiota. Dame un minuto, voy por mi sudadera. —Puso la palma en la cíen, haciendo el saludo de palma a la vista como un militar, volviendo arriba.

—¿Hace cuanto comenzaron a salir? —Cuestionó su madrastra, retirándose el mandil rosa de su cintura. Su estilo era un clásico de los 50s, pero le quedaba a la perfección.

El padre desde su asiento movía con rapidez su pierna, mostrando su enojo por mi inaceptable presencia.

—No salimos. Solo somos conocidos por la obra de hace unos días —procedí con cuidado, pero el padre parecía molestarse más. Él no había asistido aquel día por estar en la ciudad vecina trabajando, como de costumbre.

—¿No salen? ¿Por qué no? —se puso de pie, alegando ariscamente—. ¿No te gusta? Es hermosa mi princesa, ¿por qué no te gusta? ¿Te gustan los hombres? ¿Los animales? ¿Qué no te gusta? ¿Por qué no te enamoraste de ella...? —sus ojos diabólicos cerca de los míos comenzaron a asustarme.

—Yo... tengo novio —respondí, angustiado y perdiendo altura cada vez más.

—Amor, no lo intimides así. Pobre chico. —Apartó a su padre de mí, sonriéndole tiernamente para conseguir calmarlo.

Básicamente, no era mentir, pues yo me amaba a mí mismo.

—¡Viejo de mierda, ya deja de molestar a Ethan, por tu santa madre!

Evelyn volvía a la planta baja, regalando a su padre mientras él le respondía con ofensas que quería censurar. Mientras se gritaban, elevaban los brazos y se daban cariñosos abrazos diciéndose entre groserías que se cuiden, que hace frío, y que cuide que la madrastra no queme la casa por accidente... otra vez.

Vagamos por el vecindario diciendo cosas cotidianas, ella maldiciendo y yo corrigiendo cada palabra que decía. Evitamos muchos temas sabiendo que el ambiente podría ser incómodo, y nos concentramos en lo poco que decía el otro. Yo me quejaba del frío, ella me sermoneaba sobre acostumbrarme a llevar un suéter a todas partes.

—Supongo que ya no queda nada que hacer —sus palabras fueron como echarle leña al fuego, pero mantuvo la compostura mientras subía su bufanda a mi cuello para cubrirme.

—Lo siento —me lamenté, dejando que acomodada con cuidado la prenda bordada con corazones morados y negros.

El esfuerzo que todos habíamos invertido en ese cliché estresante se había ido a lo profundo del mar.

—Recuerdo la primera vez que conocí a Mía. ¡Trató de besarme! —Exclamó, subiendo la manos creyendo que podría atrapar las nubes—. También cuando intenté matar a Demian, cuando tomé con Erick y... escupía con Dave.

—Esa última es asquerosa. —Apreté los párpados para olvidar los momentos perturbadores—, pero como dice Matt: Las cosas asquerosas son las más graciosas.

—Ay, también recuerdo la primera vez que crucé palabras con Matty. Fue la fiesta de bienvenida, cuando él me miraba como: Sí me preguntas por algo sexual te saco de aquí, vieja loca.

—Por alguna razón nunca ha podido escribir erótico —subí los hombros y alcé las manos, sin entender porque alguien lleno de relaciones como él ni sabía cómo escribir una corta escena de ese tipo.

Miré con atención las casas a nuestro alrededor siendo cubiertas por los últimos rayos de sol. Todas tenían construcciones similares pero colores muy diferentes, entrelazándose por las cercas decorativas y los muros altos. Algunos árboles se asomaban a través de las vallas.

—¡Oh, cuando Kei casi me mata y Silver solo reía de mi estupidez! —Llevó una mano en alto, fingiendo lanzar golpes al aire mientras zarandeaba la cabeza como poseída—. Y cuando Percy le dio unos vergazos a ese pollo. Y lo que nunca olvidaré es cuando te vomitaron encima o aquella ocasión cuando casi te ahogas.

—Gracias por recordarme esa basura, Evelyn —rechisté, dándole un empujón para que su tobillo se doblara, pero mantuvo bien el equilibrio.

Se detuvo un momento al ver el final de la calle, obligándonos a bajar por unos escalones. Sostuve la barra desgastada que daba señales de chicos con skates, dando pasos lentos para que ella pudiera seguirme el paso. En vez de continuar tomó asiento en un escalón, haciéndole volver a su lado.

—¿A dónde vamos, Ethan? Me está dando depresión post-libro —hizo una mueca, llevando sus manos a la cabeza para darse un golpe en la mejilla.

—Vamos a donde quieras ir, es tu vida —enarcó las cejas, apartando un mechón detrás de su oreja—. Tú dijiste que los escritores deben darle un final a los personas, y pues... un malnacido ruin nos robó la historia que tanto te ha costado. Tú debes saber a donde quieres ir.

Mis palabras parecían darle más miedo. Puse mi mano sobre su hombro, intentando calmarla.

—Pero ahora no sé qué quiero... No me arrepiento de haber conocido a alguno de ustedes, pero la idea de no verlos me matará más rápido de lo morirá Matt. ¡Por mi madrecita, antes mi rutina era comer y ver televisión mientras apuntaba al matrimonio con un rico! —De nuevo señalaba al cielo, como sí maldijera al escritor que antes tanto amaba.

—¿Por qué no eres actriz? Tu actuación es agradable —sugerí, haciendo que volteara a verme con emoción.

—¡¿Puedo besar a Robert Dawney Jr.? —Sus ojos se iluminaron al imaginarse cerca de ese hombre.

—Vale, para ya. Me queda claro que te gustan mayores —le respondí, perturbado por su mirada llena de fantasías y suspiros.

Estás completamente loca.

—Evelyn Clark —me puse de pie, sacudiendo la pierna con nerviosísimo. Elevó la cabeza confundida por mis movimientos, y le sostuve la mirada evitando el miedo de lo que estaba apunto de decir—. Me gustas. Sal conmigo.

Un segundo...

Dos segundos...

Tres segundos...

—Me gustas. Sal conmigo. —Repetí, seriamente extendiendo la mano.

Cuatro...

Cinco...

Seis...

—Me gustas. Sal con...

—¡Sí, ya te escuché, pendejo! CÁLLATE. —Gritó mostrando los dientes y escupiendo, lanzando una patada en contra de mí rodilla con toda la intención de tirarme para que dejara de repetir lo mismo.

—Me gus... —en mi dolor traté de continuar, pero se pudo de pie dispuesta a cachetearme. Sus ojos daban vueltas y eso mostraba sólo más su enojo.

—¿A qué estás jugando, idiota? —Estaba furiosa, decidida a lanzar otro golpe según mi respuesta—. ¿Quieres algo? Porque sí es así, lo estás haciendo de la peor manera. Por mi madre, acabo de experimentar sentimientos no correspondidos por dos personas y ahora me vienes con esta... dos personas...

¿Dos personas?

Moví la cabeza a un lado, cuestionando lo que sucedía. Traté de mantenerme serio, los halagos o las plantas de aliento no eran mi mío. Lo peor de toda la situación es que sí ella no era seria me costaría a mí serlo también, por ello lo dije de golpe.

Dejó caer de nuevo su peso contra el escalón, golpeando su cabeza con las manos, intentando vaciar la poca inteligencia que le quedaba. Daba mucho risa verla en ese situación, pues Evelyn Clark era todo menos pensativa.

—¿Hay otra razón para rechazarme? —Cuestioné, mirando su cabello desde arriba. No quería mutarme ante lo que fuera a decir, yo realmente lucía serio cuando era necesario.

—Cuando mi madre falleció mi padre aumentó su trabajo y raramente aparece en casa —supe que venía una larga historia, pero no la interrumpí—. Comenzó a salir una mujer, se casó con ella, y ahora es mi madrastra. Es un encanto, nos ama a ambos, y es feliz a lado de mi padre. Pero él dio un paso rápido, tan rápido que no le dio tiempo de enamorarse de esa mujer y olvidar a mi madre. ¿Pero sabes algo que ni siquiera él nota? Podría amarla más que a mi madre, pero solo lo sabría si la perdiera. Porque sí, la ama, pero nunca olvidamos los primeros amores aunque brillen con menor intensidad que los presentes.

Traté de indagar en los libros que había leído o las notas que Matt había escrito, pero no había nada en la biblioteca de mi mente. No entendía porqué alguien podía amar más el presente pero creer aún que está enamorado del pasado.

—No te entien... —Me interrumpió, levantando la voz.

—Tengo miedo de darte una oportunidad como se la di a Val. Porque al final lo quería más que a Matt, pero di ese paso rápido. Y ahora él no está, nos mintió a todos, y te lastimó, haciendo que lo odie un poco —Evelyn hablaba muy rápido, pero al final pude entender lo que quería decirme en su temor—. Pero nunca he podido odiar a alguien completamente, porque nunca sé cuánto estará más en este mundo.

—¿Y sí pudieras dar un paso rápido a donde irías? —Le sonreí, ladeando la cabeza para que el último rayo de Sol cubriera sus ojos brillantes.

—Iría hasta donde mi corazón pueda llegar —esperó un momento—. No idiota, eso es muy sentimental. Iría pues hasta que me cansara y me detuviera a orinar. Pero a donde sea que la verga me lleve, allá voy a parar.

Estoy orgulloso de ti, maniática grosera. Estoy tan orgulloso que podría llorar, pero no dejaré que me veas.

Me incliné hasta estar en su altura, tomándola de los cachetes para darle aquel golpe que me debe desde nuestro primer encuentro.

—Ya, la oíste. ¿Es suficiente, novato? —Levanté la cabeza, posando mis ojos sobre sus párpados caídos.

La imagen de rebelde compulsivo que distinguía a Daniel había desaparecido de él. Un pequeño chico como yo, dando un paso de prisa hasta donde la nueva vida lo vaya a parar.

—¿Por qué?... —Susurró Evelyn sin apartar la vista de mí.

—A veces debemos hacer cosas que no nos gustan por ver feliz a alguien más. ¿Qué tal suena ahora?

Asintió sin responder. Evelyn me dio un empujón mientras maldecía, levantándose y girando en sus tobillos para verlo de frente.

—¡NECESITO ROMPERTE LA MALDITA CARA, HIJO DE PE...! —corrió hasta él simulando ser alguna jugadora de artes marciales, hasta chocar con su cuerpo y abrazarlo—. ¡No vinistes a la maldita obra y yo tuve que actuar sola, abandonada, y triste porque tú y tu estúpida cara de perro decidió no aparecer!

—Viniste. —Corregí, cruzándome de brazos a un lado de ellos.

Val no respondió, solo asintió con la cabeza.

—¡Que te disculpes, chingada madre!

Val volvió a asentir, agachando la cabeza para que lo golpeara.

—Eh... Val —irrumpí el momento, dándole un golpe en la cabeza—. Puedes hablar, el escritor Matt no mata a sus ayudantes sí opinan. Es más probable que él se mate antes de que nosotros desaparezcamos.

Volvió a asentir, haciendo que me irritara el doble. No era tan atractivo como yo, parte de su supuesto personaje era la personalidad desagradable que sostenía, pero ese no era él.

—Lo... siento... mucho... Evelyn... —dijo lentamente, haciendo que Evelyn se acercara para oírlo mejor.

—¿Ves que fácil es evitar un golpe, Ethan? —Su palabra fue un clavo en la herida, pero de todas formas me reí por el mal chiste—. Val... No eres Dicks, ¿cierto?

Él negó con la cabeza.

—Bien. No quiero que mis bendiciones tengan tan terrible apellido, pero me alegra tu imagen.

Toqué su hombro, mientras Val se mantenía cabizbaja—. Zopenca, nosotros no somos estériles...

Me miró sorprendida—. Bueno, podemos adoptar después de casarnos, ¿no? —Val asintió.

Hace planes escalofriantes...

Volví a tocar su hombro—. Estamos muertos. Legalmente no podemos casarnos.

—Oh, entonces estemos juntos hasta morir de viejos... —volví a tocar su hombro—. Sí sigues entrometiéndote en nuestros planes te cortaré la mano, solito Ethan.

—Disculpa, lunática homicida, pero solo te iba a informar que Val envejece al ritmo de Matt ya que los hemos ligado en la editorial, por ende envejecerás antes y también morirás primero.

Abrió su bocota como la primera vez que descubrió su papel de nerd. Miró con esa cara a Val, quien también me miró sorprendido.

—¡¿No sabías eso?! ¡¿Eres zopenco?! —le devolví la sorpresa, haciendo que se asustara por mi actitud—. Y este no es el Val al que conociste, estaba en su papel. Sí fue amable, tal vez sí era él, pero no estoy seguro, loca. ¿Estás de acuerdo con ello?

Evelyn asintió, mirando a Matt como un muñeco que del mundo tenía mucho que aprender. Había vivido pocos meses, sin siquiera saber lo que era en realidad. La idea de ese tipo de vida era escalofriante, pero yo había sido escogido por el mejor escritor que pudo salvarme.

—¿Tú estás de acuerdo con eso? —Le preguntó a Val.

Evelyn siempre quería arreglar cosas, y aunque sonara terrible, era la mejor forma de hacerla feliz. Tal vez era feliz porque era lo único que sabía hacer, como la ESTÚPIDA que es. Ja, una grosería fea.

—Últimamente he querido vivir más del tiempo límite —respondió, dándole una lección de como deben ser las respuestas románticas. Debía anotar eso para la siguiente historia.

Evelyn lo tomó de la mano, mirándome de reojo—. Entonces caminaremos hasta donde podamos llegar. ¿Te parece? Y estaré cerca, paseándome por la editorial para hacerles la vida imposible hasta que use bastón como usted, anciano —se dirigió a mí, riendo como tonta—. ¿Qué soy? ¿Una antagonista? No les saldrá nada barato que yo sea la villana.

—No —respondí, siguiéndole el diálogo con una sonrisa.

—¿Extra?

—Tampoco.

Val nos miraba con curiosidad, abriendo y cerrando los ojos tratando de entender lo que hacíamos.

—¿Amiga de la estúpida que no se da cuenta y anda con el drogadicto? —Supe de inmediato que hablaba de su amiga Get.

—Menos.

Puse un semblante firme, retrocediendo un poco para no irrumpir el espacio de ambos. Me recargué en un mural de hojas.

—No... —me miró con ojos atemorizados—, No...

—Sí.

—NO. —Quería reírse.

—Eh... sí. —Yo de verdad no pude evitar carcajearme mientras continuaba hablando.

—¡Lo voy a matar! —gritó haciendo señas obscenas al cielo, y por alguna razón graciosa Val no pudo evitar espantarse ante alguien tan bipolar—. ¡¿Qué se supone que es esto?!

—Novela juvenil y tragicomedia. —Cambié la respuesta.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué se supone que soy ahora, anciano?!

—Una chica sin cerebro que se enamora del escritor con tendencias suicidas pero comienza un romance tóxico con un narrador que la engañaba pero al final su amor es más fuerte que tus gritos —ahora de verdad lucía molesta con el golpe de realidad—. Acepta tu destino, asada.

—Chinga tu madre, pendejo. —Me señaló con el dedo, amenizándome de muerte—, nosotros ya nos vamos por helado, ¿verdad, Val?

Val asintió, mostrando una leve sonrisa nostálgica—. Me gusta el helado que siempre compras.

Ella le dio un empujón para emprender su camino a la heladería, mientras caminaban en la penumbra de la tarde sin sol, bajando los escalones con lentitud para llegar a su destino. Val sonreía con nerviosismo, pero Evelyn le hablaba en voz alta y llena de seguridad, tratando de mostrarle el lugar al que puede llegar. Porque al final, aunque yo soy todo menos romántico, el único lugar que él podía ver era a lado de ella.

Matt apareció por detrás finalmente, recordándome que fue justamente él quien me obligó a montar todo este número final para darle un cierre a las dos personas más raras que me habían cambiado en poco tiempo. Nos nos dirigimos la palabra, solo miramos las espaldas de aquellos alejarse.

Evelyn se detuvo un momento al terminar con las escaleras, volteando a verme hacia arriba con esa sonrisa tonta que siempre usaba cuando hacía algo malo. Elevó su puño, apuntándome. Yo lo elevé de la misma manera, sonriéndole con orgullo.

"Nos veremos en otra historia, solitario narrador Ethan", curveó los labios, antes de volver la vista a Val.

—Hay que robarle helado a un niño y...

—No me gusta robarle porque llora... —susurró Val, haciendo que Evelyn lo mirara con preocupación ante su sensibilidad.

—De verdad es hasta donde puedan llegar. —Masculló Matt, evitando carcajearse. Posó su mano en mi hombro, señalando con la otra su libreto, al cual le seguí la palabra.

No era un romance en su esplendor, era una historia sobre la amistad y la influencia de una sola persona en muchos. Evelyn Clark era la chica que me demostró lo que realmente importa y mi mejor amiga, de quien siempre estaré orgulloso aún con su poco talento para vivir. Y Val era mi nuevo compañero poco convencional, la prueba viviente de que los extras son dueños de sus propias vidas.

Oí las voces de los otros ayudantes que se ocultaban en los arbustos, escribiendo notas y grabando el momento para dar los toques finales. Les sonreí a todos, diciéndoles que ya era tarde y a esa hora apuñalaban chicos guapos.

Y allá iban ellos dos, como tontos pateando latas invisibles, dando pasos de prisa hasta que agotaran sus piernas. Ella sonriendo a su lado y él nervioso ante su presencia. Porque al final del día él era el famoso badboy no tan malo, y ella la nerd que reprobó matemáticas y todas las oportunidades de su vida, pero se amaban de una manera peculiar:

El narrador estafador que se enamoró de la protagonista estúpida.

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