Capítulo 4: Un escritor mentiroso.

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Mi nombre es Matt Davis.
Y soy... un maravilloso escritor al borde del suicido con terapias... que desperdicia su tiempo escribiendo clichés o comedias absurdas. Incluso intenté escribir comedias oscuras y terminé con depresión.

Soy terrible.

Sonó el despertador, rompiendo mis tímpanos y despertándome de mis extrañas pesadillas, arruinando el bello momento en el que me suicidaba en el sueño para poder ser libre de mi horrible realidad donde solo había pepinillos en la nevera y comida mexicana congelada.

—¡Pip, pip, pip, despierta estúpido escritor! —estoy seguro de que la había configurado diferente— ¡Sé que me amas!

Cierto, olvidé que mis personajes tienen acceso a mi hogar y a todas sus funciones.

Levanté mi mano lentamente y aplasté al diminuto despertador como una mosca varias veces, esperando que se callara o se rompiera en pequeños pedacitos, cualquiera sería buena idea si aquella máquina se había atrevido a levantarme. Porque nadie salía vivo si perturbaban mi sueño.

Aún medio dormido saqué mi celular y revisé los votos de una de mis novelas. "Una gran cicatriz" Hermosas frases, trama intensa, historia confusa, desesperación... Todo lo que amaba escrito en mi historia, todo lo que deseaba escribir diario y poder ser alimentado por ello.

¡¿Por qué diablos solo tiene 7 malditas estrellas?!

Miré la hora fijamente, esperando que aún faltaran minutos para pararme y poder dormir un poco más en mi incómoda cama rellena de periódico y pocas plumas. Sí, eran vacaciones... significaba más trabajo cuando eres escritor. Eran solo las 6 a.m. y yo tenía que trabajar horas extras en la oficina.

Aventé la cobija a un lado e intenté levantarme de golpe, como un personaje sacado de cuento, pero mi persona media dormida se enrolló el tobillo con la sábana y se estrelló en el suelo, golpeando mi cabeza con los zapatos y el plato de tacos que me eché la otra noche. Miré estrellas un buen rato.

—Es mentira que las personas se levantan de un salto —mascullé con la cara aplastada en el suelo, de manera irritable—. Excepto a Near, a él le sale de maravilla...

Referencia a Como ser un acosador en 90 días—.

La cobija terminó por caerme encima y cubrir mi rostro, al igual que mi dignidad quebrantada.

—Odio los libros —susurré, cerrando los ojos.

~•~•~•~

Tomé una larga ducha intentando no tocar las heridas en mi rostro causadas por el impacto que rompió el plato. ¡¿Cómo era que en mis historias a los personajes no les dolía tocar una herida de navaja y a mí me dolía el alma con un raspón?! Estaba muy seguro de que no era tan fácil como parecía. ¡Debería ahogarme justo ahora para dejar de sentir aquello!

Comencé a oír mi celular sonar del otro lado del vidrio. El mismo tintineo acompañado de flash como las notificaciones de mis historias.

Me apliqué un poco de shampoo en el cabello. —NOOOOOOO, EN LA BOCA MATT—.

Probablemente sean comentari...

El shampoo me cayó en los ojos y entró en mi boca al comenzar a gritar. Sabor a frutas... y jabón.

—¡Maldición, mis preciosos ojos! —exclamé tallando las manos contra mis ojos aún más, pero el ardor solo se intensificó—. ¡Ahhhh, ¿dónde está la maldita toalla?!

Después de ducharme en medio del desastre causado dentro del baño, mis ojos quedaron hinchados y mi rostro marcado por los golpes que me di contra los azulejos cuando resbalé con el jabón. Era como una típica escena en la que te tropezabas y el chico bañándose contigo te pasaba el jabón y entonces se enamoraban, la diferencia es que en mi baño no había ningún chico a menos que me fuera una noche de fiesta.

Me miré en el espejo y articulé una sonrisa, intentando ver claramente a través del vapor.

—Sí, soy una completa cagada —susurré viendo el pueblo fantasma que tenía como ojeras, al estilo panda drogado.

Probablemente Ethan me hubiera censurado o me habría dicho que soy hermoso... pero no tanto como él.

Retiré el agua de mi cuerpo y até la toalla a mi cintura. Caminé un poco más hasta el closet para sacar la ropa.

Odiaba perder el tiempo en estas cosas, por lo general en mis historias escribía que el protagonista tomaba algo de rápido y salía con esos outfits. Claro, una perfecta combinación de ropas que iba de acuerdo a su personalidad. Ellos tenían un talento natural para agarrar y poner.

Yo lo intento y salgo vestido como payaso.

Solía comprar solo playeras y camisas blancas, negras, y grises, todas básicas del mismo modelo, pantalones negros y zapatos negros. De todas formas, me tomaba 10 malditos minutos en escoger el color de la playera por mis dudas de cuál quedaba mejor con mi piel de hoy.

Me perfumé de un bote de vainilla que me regalaron los protagonistas en una celebración por la publicación de cierto libro, y tomé media hora en acomodar mi desastrosa cabellera.

Y aún así se ve como si no me hubiera peinado y un nido de pájaros se murió ahí después de instalarse, vaya, vaya.

Salí del baño con la mirada en mi reloj y las manos en mis cordones. 7 en punto. Creo que era el hombre que se tomaba más tiempo en arreglarse. Tenía muchos problemas, pues no tenía vida social, pero debía verme presentable ante mis ayudantes al fin y al cabo era algo parecido a un jefe.

Bajé las escaleras a prisa, sacudiendo los barandales que tenía tiempo sin limpiar. Ojalá me cocinara unos huevos, picara fruta, o algo por el estilo, yo que sé, un desayuno saludable que pudiera ingerir. Lastimosamente, solo sabía hervir agua y la última vez que lo hice la evaporé, así que no.

¿Cómo es qué hay personas que desayunan a veces carne? Yo con un pan en la boca y té en la mano estoy bien.

Tomé una manzana mordisqueada del refrigerador y una rebanada de queso. Saqué el relleno del pan con una mirada apagada, lo metí a mi boca y luego metí queso en el hoyo que quedó. Siempre que hacía tales movimientos para mi destino prefería apartar la mirada. No, no es que fuera un pervertido, pero el meter y sacar me daba mucha risa y más si era lo sucedido un día antes.

Saqué mi té frío del congelador y...

¿Lo metí en el congelador...?

Lo miré fijamente, agotado. Me encogí de hombros.

—Se descongelará... o le pediré a Ethan que me haga uno.

Pateé la puerta desesperado y crucé la calle corriendo intentando tomar un taxi o ver si la estación de autobuses estaba vacía. No había ni uno... bueno, en realidad nunca hay taxis cuando los necesito, AHHHHH, pero cuando quiero estar en casa todo el día pasan como 20 y un secuestrador.

Opté por la opción de marcar a un taxi tecleando mi teléfono con rapidez. En ese momento pasó mi salvación. Claro, aparece ahora que voy a llamar a uno, ridículo.

—Buenas. ¿A dónde va?

Azoté la puerta.

—Editorial WP. Evite la avenida 11, escuché qué hay gente rodeando el bosque verde por problemas con un "monstruo".

—Claro.

La enorme plataforma de escritores. Hacía tiempo que los escritores podíamos ser parte de nuestros mundos cuando descubrieron los famosos puentes cueva que tenías que cruzar para gobernar el otro lado, moldeando un mundo que ya existe, llamado el universo literario. Era lo mismo que el nuestro, pero la diferencia era que ellos estaban encerrados en un libro que podías moldear con un poco de tinta.

Dependiendo de tu imaginación se te otorga cierto universo descabellado. El mío tenía mortales corrientes, otra dimensión con demonios y ángeles, otras con dioses, otra que era un verdadero infierno, y mi favorita en la que los inanimados están vivos al igual que los trastornos y enfermedades.

Una semana allí, era un día aquí. Podía dormir y venir, estar ahí una semana y para mí era solo trabajar un día lleno de cafeína. Los demás envejecían menos, los ayudantes y el escritor.

Pero era un trabajo muy pesado la creación de algo.

Y más cuando tus ayudantes son unos completos inútiles que solo saben escribir fan service. Y con eso te lo digo a ti, HISTORIA RIDÍCULA CON CLICHÉ.

Mei: Tú lo escribiste. Estás consiente, ¿no?

~•~•~•~

—¡Matt, te necesitamos acá! —gritó Mía, intentando apagar el fuego del hermoso pastel tan purpura como los grandes ojos de Evelyn Clark con media servilleta enrollada.

¿Cómo quemaste un pastel fuera del horno?...

—¡¿Qué hiciste?! —corrí hacia ella intentando ayudar. Saqué un pañuelo blanco con detalles dorados de mi pantalón pero este se quemó como Armin recién lo acerqué al fuego.

N/A: Ups, eso es pasarse con los spoilers.

—¡Solo prendí los fuegos artificiales y cayeron aquí! —respondió casi por reventar en lágrimas. Todo su cabello blanco se metió en su boca y fue sucio de saliva.

Acomodé mis lentes intentando no gritarle por la escena tan trágica. Nunca era cruel con Mía, era como mi hermana y en algunos casos mi hija.

Ethan apareció detrás mío sacudiendo su flequillo y poniendo su engreída sonrisa cuál león en un anuncio de shampoo popular.

—Compré dos pasteles pensando que resultaría quemado o aplastado el otro —sonrió con otro pastel entre sus manos, igual de púrpura que el anterior.

—Mi salvación. —Le devolví la sonrisa.

Comencé a oler el tabaco del otro lado del buffet, grandes nubes de humo comenzaron a formarse en el lugar. Corrí deprisa por la reluciente arcilla para ver qué sucedía.

—¡Kei, cuantas veces te tengo que decir que dejes fumar, eres un perfecto creador de escenarios terroríficos, pero por Dios, el cigarro te mata! —grité golpeando su cigarrillo causando que cayera al suelo y se terminara de consumir... con el buen humor de Kei.

Él fingió una gran sonrisa espeluznante, y respondió molesto:

—Si sabes que no puedo morir, ¿cierto, jefe anciano?

Oh, lo había olvidado.

—¡Matt, las escaleras tienen un hoyo, ¿quieres que lo cierre?! —gritó Percy al otro lado del salón, con su amable sonrisa, como de costumbre. El único cuerdo hasta ese entonces y que apreciaba mucho.

—¿No quieres que yo le meta algo grande y...? —preguntó Demian con voz seductora recibiendo el salvador puño de Percy en su rostro.

Esto es más bien un infierno.

~•~•~•~

La fiesta puede ser un éxito, pensé.

Todos parecían estar felices platicando acerca de la publicación, el guion, y ese tipo de cosas. Algunos escritores a los que nunca había visto estaban presentes, y otros eran los mismos que me apartaron cuando mi fama creció a nivel nacional. Ethan discutía con Evelyn acerca de su alimentación y el problema de las "S" en su pronunciación. Aunque sea alguien si estaba haciendo su trabajo.

Antes de que Ethan estuviera aquí, nunca me imaginé que fuera capaz de reír y hacer chistes. ¿Siempre tuviste tan alto ego...?

El editor Billy se detuvo frente a mí con una rebanada de pastel en su mano y en la otra el tenedor en su boca.

—Buena fiesta, Matt.

No esperó mi respuesta y siguió de largo. Un personaje extraño, siempre vestido de negro y con el cabello largo. Su lentes le hacían ver serio y a mí un estúpido.

—¡Matt, ya terminé el traje de Evelyn, para que cuando lleguen los ensayos ya pueda entrar en el papel! —clamó Mía con el traje delante mío. Sonrió tiernamente—. ¿Te gusta...?

Mía... ¿Tú siempre fuiste así?

—Oh, censura. —Mía me miró confundida por mi mal lenguaje—. Disculpa, estoy un poco distraído últimamente. Y... te quedó hermoso, has hecho tu mejor trabajo.

Después de agradecerme por mis palabras corrió emocionada a mostrarle a los demás el traje. Mi cuello dolía y me sentía cansado como si hubiera participado en un maratón de 11 kilómetros. No había descansado muy bien, he estado 6 horas aquí y en mi mundo han pasado como 7 u 8 minutos, tal vez.

Pasé mi mano por la nuca intentando darme un auto-masaje.

—¿Eres un anciano? —volteé a ver a Evelyn quien se acercaba con ojos bromistas y un mal tono—. ¿Eres un viejo, no? Vives más que nosotros aquí, has de estar cansado.

—Que directa —puse una mueca ante la pregunta tan extraña que me acababa de hacer—. En mi mundo tengo casi la misma edad que tú, así que no hay razón por la que me llames así —respondí volviendo mi vista adelante.

Ella se sentó a mi lado. En aquella época tampoco lo sabía, pero ella cambiaría muchas cosas y en un punto se transformaría en mi salvación deseada.

—¿Por qué no quieres ser una protagonista? —pregunté irritado. Esta chica estaba jugando con mi libro y desperdiciaba el tiempo de Ethan, no podía permitirlo.

—¿Sabes? La vida de un protagonista siempre parece fácil; pasado perfecto que ellos fingen que es oscuro, se levantan con hermosas mañanas, se bañan súper rápido, no se peinan y solo echan su cabello para atrás, desayunan comidas extravagantes, y pasan sus materias sin estudiar. ¡Yo ni si quiera pude pasar la clase de deportes!

¿Es cómo yo? ¡Existen protagonistas con vidas desastrosas, que maravilla!

—Ah, pero mis respetos por tu protagonista Hiray. Las mañanas son una censura pero para él es otra hermosa mañana a la cual sacarle provecho con su rostro añiñado —comenzó a reír. Me atraganté con el refresco al escuchar esas palabras—. Amo ese libro porque es fácil de leer y lo puedo descargar en mi celular, y a él de repente lo veo por aquí... ¡Una vez lo vi corriendo en todo el campus siendo perseguido por el club de fútbol americano!

—Gracias —mascullé ocultando mi sonrisa—. No sabia que lo leías. No sabía que podías leer, más bien...

—Oye, tengo una duda —su voz era confusa.

Si me pregunta algo sexual, juro que la corro de esta fiesta. Lo juro por mi madre.

—¿Por qué ese tipo de allá tiene el cabello negro? ¿No se supone que todos los ayudantes literarios deben parecerse a ti? Todos los demás tienen el cabello casi blanco y ojos azules como gatos. Oh, pero sus rasgos son diferentes a los que veo usualmente. Y... —casi me ahogué de nuevo con sus preguntas extremadamente rápidas.

Dudé un momento, pero quizás el cansancio me hizo descuidado.

—Te contaré un pequeño secretito —respondí pasando la yema de mis dedos por el vaso de refresco, evitando aplastarlo—. Ellos están muertos.

Muertos... Muertos... Y muertos...

—¿Eh...?

Giré a verla con lentitud. Sus pupilas estaban contraídas y su pulgar comenzaba a temblar.

—Los escritores escogemos personas literarias que han pasado por ciertas cosas antes de morir —tomé un trago de mi vaso como si fuera alcohol—. Cuando ellos mueren decidimos a quién queremos de nuestro lado, con ciertas características especiales y claro, el físico que deseemos.

—Pero... ¿Cómo...? —la interrumpí.

—Ethan usaba lentes y era un escritor fracasado que vivía hundido en su depresión, pero al morir su vida se restaura. Intenté cambiar su físico a mi semejanza, pero no pude cambiar sus rasgos —dirigí mi vista hacia Mía—. Ella era una chica que leía muchas novelas románticas pero nunca tuvo una vida como esa, era común —volteé a ver a Demian—. Él era un músico callejero que fue abandonado en un orfanato y murió atropellado.

Sonreía moviendo mi cabeza de un lado a otro y mis ojos se dirigieron a Percy—. Él era un chico abusado y explotado por su madre, que amaba leer cuentos infantiles, y se colgó de una cuerda cuando todos los dejaron abandonado. —Señalé a Kei—, él era un amante del terror que terminó muriendo de sobredosis. Fue el único al que no le pude cambiar su cabellera negra, solo cambié sus ojos azules.

Aún recuerdo bien cuando lo elegí, supuse que sería bueno ayudándome con el terror que tanto me fallaba. Volteé a ver detrás de Evelyn.

Erick, quién está atrás de ti, era el típico badboy que leía a escondidas de los demás y murió cayendo por las escaleras de un centro comercial —suspiré, elevando mi vista al techo—. Y por último Silver, un joven que vivió toda su vida atrapado en un laboratorio de pruebas militares en el género steampunk, hasta que dejaron de llevarle comida. Es perfecto para los escenarios tétricos.

Agaché mi cabeza con una gran sonrisa para no ver su reacción. Me daba tanta vergüenza recordar el tiempo en el decidí aquello, avergonzado de cambiar como idiota la vida de los demás. No supe si ella me veía tan triste, pero dijo intentando levantar mi ánimo:

—Pero... ¡Les diste una nueva vida, ¿no es así?! —inquirió ella poniendo su mano en mi hombro—. ¡Una segunda oportunidad para vivir y cambiar!

—No, les negué la oportunidad de llegar a lo que llamamos la segunda vida. Les negué la oportunidad de morir, de sentir frío, o de enamorarse. Son olvidados por los demás pero son eternos —respondí sin voltear a verla—. Vivirán una vida solitaria y vagarán en este mundo cuando yo ya no esté aquí para escribir y reír junto a ellos.

—¿Y?, Ellos son felices ahora, ¿no? —preguntó, intentando sonreír nuevamente.

—Todos los escritores les dicen que están muertos y dejan sus recuerdos vivos —volteé a verla, sonriendo amargamente—. Supuse que estarían deprimidos así que destruí sus recuerdos y les dije que los inventé. Una idiotez, ¿cierto?

Su sonrisa cambió completamente al ver mi expresión. Ethan se acercó a lo lejos con un vaso de refresco y Erick pegado a su espalda como garrapata.

Me encorvé cabizbajo. Moví el vaso de un lado a otro jugando con el refresco.

—Ese es nuestro secreto —sonreí sin quitar mi dedo del plástico—. Soy un mentiroso escritor.

—¡Matt, renuncio, quiero y necesito un cambio! —los gritos de Ethan aventando a Erick de su espalda y ordenándome sus cambios eran como cohetes al cielo— ¡Y tú, Evelyn, ve a probarte el traje!

Soy un mentiroso, ¿no es así?

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