Epílogo. Christian

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Desde que esas dos pruebas rápidas de embarazo en Las Vegas confirmaron el embarazo de Anastasia, la emoción y el temor se reflejan en nuestros rostros.

Ayer aterrizamos de vuelta en Seattle y lo primero en nuestra mente es acudir con la ginecóloga para asegurarnos que el bebé está bien y que Anastasia tiene las vitaminas que necesita.

Pongo ambas manos sobre su vientre todavía plano mientras ella mira ansiosa la pantalla de la ecografía. La doctora Greene pone gel sobre su abdomen y sonríe.

—Ahora, señora Grey, voy a presionar el aparato contra su vientre y veremos aquí su útero.

Señora Grey.

Maldición, me encanta como suena eso y la idea de que sea mía al fin me hace calentar la sangre.

—¿Se verá el bebé? —Ana pregunta con los ojos fijos.

—Si.

La imagen gris se distorsiona cuando el aparato se mueve sobre la piel de mi mujer, cambiando por algo que parece una cavidad en tono negro con algo pequeño dentro.

—¡Ahí está! —la doctora señala—. Ese es su bebé.

Mierda, es pequeño. Hacer que Anastasia se mantenga en completo reposo es mi nueva prioridad para que ese pequeño punto en la pantalla se convierta en el bebé que ella desea.

Los ojos de Ana se entrecierran.

—Parece un frijol.

—Lo es. —Greene se ríe—. Tal vez un poco más grande que eso, pero crecerá bastante rápido en las próximas semanas.

—Oh. —su bonita boca se mueve.

Si mirada sigue puesta en la pantalla mientras intento anticipar los riesgos a los que Ana podría estar expuesta y debo evitar a toda costa para conservar al bebé.

—¿Cuándo podremos saber el sexo? —pregunto, pensando en la decoración de la nueva  habitación para la casona.

—Cerca de la semana 16 se verá con mayor claridad el sexo del bebé. Podría haber... —se interrumpe mirando y pasando el aparato de izquierda a derecha—. Oh, esto es fantástico. No puedo creerlo.

—¿Qué? —la cabeza de Ana se levanta—. ¿Hay algo malo con el bebé? ¿Es eso?

Sus ojos preocupados se mueven hacia mi y yo quiero gritarle a la mujer de la bata por preocuparla.

—Doctora Greene... —digo, pero ella se gira para mirarnos con una gran sonrisa.

—Lo siento, permítanme encender el altavoz para que puedan escucharlos.

Presiona algo en el tablero y un sonido que parece un blip resuena, tan acelerado que comienza a preocuparme.

La doctora sigue sonriendo.

—Esto justo aquí es su bebé. —señala en la pantalla al pequeño punto que se mueve—. Y este otro es su otro bebé. Hay dos latidos.

¿Otro bebé?

Carajo.

¿Dos de ellos?

Los ojos azules de mi mujer se abren tan grande que parece que se van a salir de sus cuencas.

—¿Dijo dos?

—Si. Felicidades señor y señora Grey. Parece ser que tendrán mellizos.

Qué carajos.

—Pero, ¿No es eso poco común?

—Si, pero en ocasiones hay una predisposición familiar a los embarazos múltiples. Señora Grey, ¿Algún antecedente en su familia?

—No que yo sepa. —se apresura Ana a contestar.

—Tal vez es solo suerte. —la doctora Greene sacude la cabeza—. Su ovario liberó dos óvulos en lugar de uno.

Bueno, mierda. Creo que esas vitaminas de fertilidad que estuve agregando en sus licuados dieron resultado por partida doble.

—Vaya.

La mirada de asombro en Ana se dirige a mi, luego se transforma en una de lágrimas que espero que sean de felicidad. Me estiro para tocar su mano.

—Es maravilloso, nena. Sabía que pasaría tarde o temprano. —evito mencionar mi participación en el asunto—. Y creo que lo mejor ahora es que permanezcas en reposo absoluto para asegurar que esos pequeños se quedan ahí dentro.

Su mirada cae y me maldigo por recordarle a nuestro primer bebé.

—Eso no será necesario, señor Grey. Pero vamos a ordenar algunos exámenes de laboratorio para verificar que el estado de salud de la señora Grey es óptimo.

—Por supuesto.

Saco el móvil para mandar un mensaje de texto a Andrea para que me consiga todos los malditos libros disponibles sobre mellizos o embarazos múltiples.

Cuando guardo el móvil, la doctora Greene está midiendo algo en su ecógrafo y Ana se limpia el gel del vientre, con sus lágrimas corriendo libres por su cara.

—¿Estás feliz? —me apresuro a ayudarle y bajar la blusa.

—Si.

Estoy seguro que a los Grey y al señor Steele les encantará la nueva noticia. La doctora se mueve hacia su escritorio para elaborar la receta de las vitaminas y Ana y yo la seguimos, pero antes de que me siente, mi móvil timbra con una llamada entrante.

Welch.

—Lo siento, nena. Tengo qué tomar esto. —señalo el móvil.

—Esta bien.

La beso y salgo de la oficina al mismo tiempo que pulso el botón verde.

—¿Si?

La voz rasposa de Welch llena la línea.

—Señor Grey, buenos días. Sé que está ocupado, pero hay algo importante que creo que debería saber. —él espera hasta que confirmo para continuar—. El Seattle Times hizo una publicación esta mañana sobre usted y la señora Grey.

—¿Qué publicaron?

Welch duda y eso no es malditamente bueno.

—Es sobre la relación que la señora Grey tuvo con Elliot.

Mierda.

—¿Quién carajos lo escribió? ¿Quién es la fuente?

A Welch le toma un suspiro responder.

—Katherine Kavanagh, señor. Su padre es el dueño y editor en jefe.

Giro para mirar la puerta del consultorio donde está mi esposa, y sé inmediatamente que la noticia le causará mucho estrés y preocupación porque el jodido Elliot sigue dando problemas después de muerto.

Un momento... Elliot.

—Welch, reúne la información que me diste y envía una copia a los otros periódicos importantes de la ciudad. Que todo sea publicado de manera anónima. —si la reputación de Elliot y Kavanagh tienen qué caer para que mi esposa sea absuelta, que así sea—. No omitas nada respecto a la participación de Katherine Kavanagh como el enlace entre ellos dos.

Que ella tuvo la idea del falso compromiso está implícito.

—Por supuesto, señor Grey. Yo me encargo.

Termino la llamada justo a tiempo para ver a mi esposa salir de su consulta con una receta y una gran sonrisa.

—Christian, ¿Está todo bien? ¿Hay algún problema con la empresa?

—No, nena. Ninguno. —paso mi brazo por su cadera y la atraigo hacia mí—. Solo estaba pensando en comprar una nueva empresa.

—¿Oh, si? ¿Cuál? —su expresión es de asombro.

—El periódico local. —la beso para distraerla—. Ahora vayamos a compartir esa maravillosa noticia con tu padre y luego podemos pasar nuestra luna de miel en Aspen en completo aislamiento.

Con suerte, para cuando estemos de vuelta, todo este puto escándalo habrá quedado atrás.

Por el bien de Ana y de nuestros bebés.

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