Introducción.

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Viernes 20 de Mayo de 2011.

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—Estoy jodido, Christian. ¡Jodido! —Elliot se pasa las manos por el cabello por centésima vez—. Mamá va a cortarme las bolas.

Lanzo un vistazo rápido a mi hermano en el asiento del copiloto y quiero gruñir de frustración por su puto drama.

—Te lo mereces, imbécil. ¿Es tan difícil ponerse el puto condón?

Me mira con la furia reflejada en sus ojos, pero no es a mi a quien debería castigar, sino a si mismo y a su aparentemente incontrolable deseo de coger todo lo que se mueve.

Incluida la hija del senador Torres.

Elliot se desliza más abajo en el asiento, cubriéndose el rostro con el brazo.

—Solo cállate, Christian, y sácame de una puta vez de aquí.

Piso con más fuerza el acelerador de mi R8 y nos saco a ambos de Seattle por este fin de semana. Portland será nuestro destino, al menos hasta que la hija del senador se haga la prueba de embarazo y salga de dudas.

Y saque de la miseria el lamentable culo de mi hermano.

—Cállate tú, idiota. Y deja de chillar. —mi eficiente asistente Andrea preparó una serie de actividades al aire libre para nosotros mientras nos escondemos.

Nos quedaremos en el Heathman, un día entero de senderismo en bicicleta de montaña y mucho alcohol es lo que Elliot necesita para olvidarse del mal trago. Espero que la chica no esté embarazada, porque entonces el jodido infierno de Elliot solo comienza.

Apenas entramos en Portland cuando los últimos rayos de sol alumbran en el horizonte. Estoy cansado y solo tuve tiempo de cambiarme de mi traje antes de rescatar al rubio llorón.

—¿Sabes qué? No puedo más, no puedo. —se endereza rápidamente y mira por la ventanilla—. Necesito cerveza, o tequila. O whisky. Malditamente lo que sea, solo necesito olvidarlo todo.

—Como si eso fuera a salvarte.

Frunce las cejas, luego señala algo en la acera.

—¡Ahí! ¡Detente ahí! ¡Veo un bar!

Empiezo a desacelerar para acercarme cuando mi estúpido hermano abre la puerta u prácticamente salta del auto en movimiento.

—¡Qué carajos, Elliot!

El imbécil ya está asomando la cabeza por las ventanas, ni siquiera espera que estaremos al bar juntos. Estacionó correctamente el auto y bajo, enviando un mensaje a Taylor para hacerle saber que estamos en el bar.

Debe venir un par de minutos detrás de mi, justo el tiempo suficiente para que la señora Jones empacara una pequeña maleta para mí.

Empujo la puerta del bar buscando a Elliot en la barra. Ya está ahí, pero su mirada está sobre una rubia que baila en el centro de la pista, sus ojos coquetos sobre él.

Jodido Dios.

—¿Es que no aprendes nada, maldito imbécil? —golpeo un lado de su cabeza—. Tu ligue del mes pasado probablemente lleva a tu bebé ¿y ya estás pensando en preñar a la siguiente? Grace debería cortar tu maldito pene.

Le hago una seña al cantinero para que me sirva un whisky, no necesito cerveza para que me embriague como a la mayoría de las personas aquí presentes. Un vaso de mi bebida sobra y basta para disfrutar y seguir conduciendo con seguridad hasta el hotel.

Cuando miro de nuevo a mi hermano, él ya está con la rubia en la pista de baile.

—Agh, idiota.

No puedo creer su maldita suerte. O su incapacidad para recordar hechos recientes. Bebo mi whisky con calma lanzando miradas ocasionales a las personas que nos rodean, pero nada llama mi atención.

Cuando termino el trago, lo dejo sobre la barra y busco el pasillo hacia los baños. Después de salir huyendo de Seattle, no hicimos una sola parada y necesito mear. Afortunadamente para mí, el baño de hombres no tiene una maldita fila como el de las chicas.

Entro y salgo en cuestión de minutos, pero mi atención se ve atraída al otro extremo del pasillo donde un chico empuja a una chica hacia la puerta exterior.

No es mi jodido asunto, pero estoy yendo en esa dirección antes de que me dé cuenta de lo que ocurre.

El tipo de aspecto latino se inclina sobre ella y apoya las manos sobre los brazos de ella.

—No sé cuándo tendré el valor de hacer esto.

—José, no. —la chica balbucea con voz cantarina—. No, no.

Intenta apartarse de él, pero el idiota la sujeta con fuerza para besarla y a mi me hierve la sangre.

—¡Dijo que no! —lo empujo tomándolo por sorpresa.

Ninguno de los dos me vió venir, el chico luce molesto y la chica me mira con grandes y vidriosos ojos azules. Sus labios se entre abren para exhalar de alivio.

—¿Quién...? —se inclina tan rápido que no reacciono hasta que ella vomita las entrañas en mis zapatos.

Carajo.

El chico latino desaparece en algún momento cercano, así que me acerco a la chica y le entrego el pañuelo que cargo en el bolsillo.

—¿Estás bien?

—¡No me mires! —chilla, luego se endereza y sus mejillas lucen rojas—. Lo siento por eso, creo que bebí demasiado.

—¿Lo crees? —no hace falta que lo diga, su estado es visible.

Se tambalea lejos de mi, intentando volver dentro del bar y balbuceando cosas que apenas distingo.

—No te preocupes... Lo lavaré. —agita el pañuelo en el aire—. ¿Y a dónde rayos se fue Kate?

¿Quién?

Sigo a la chica ebria y me detengo a su lado cuando lo hace, su cabeza girando a todos lados. También busco a mi jodido hermano pero parece haberse esfumado.

—Alto ahí, vomitona. Necesitas hidratarte. —tomo su mano para llevarla conmigo a la barra, y le pido una botella de agua.

Espero que no haya venido demasiadas copas y el agua la ayude a recuperar algo de conciencia, me sentiría culpable de dejarla sola en medio todos estos idiotas en celo.

—¿Vienes con alguien? —pregunto cuando se sienta en el banquillo y me mira, sus ojos azules se ven más claros bajo la luz de la barra—. ¿O alguien a quien puedas llamar?

Muerde su acolchado labio inferior y niega, la expresión inocente en su rostro me deja desorientado.

—Nop, solo Kate. Y José. —sus cejas se fruncen en un puchero—. Pero no quiero que me bese, ¡es como besar a mi hermano!

Sus gestos y la voz cantarina por el alcohol me hacen reír.

—Nunca he besado a mi hermano, pero seguro como la mierda que no deberías hacer nada estando en esa condición.

—¿Cuál? —hipa y me hace reír otra vez—. ¿Alegre?

—Borracha. —suerte para ella que soy un maldito caballero—. Y soy Christian.

—Hola Christian, soy Ana. —parpadea, y me pregunto si es capaz de enfocarme con claridad—. Tú no eres mi hermano, de hecho no tengo hermanos. ¿Me besarás?

¿Qué?

Estoy tentado a decir que si, pero tengo qué recordarme que es el alcohol hablando por ella.

—No mientras estés borracha.

Ella me dedica una gran sonrisa.

—Apenas tomé tres cervezas, dame un par de minutos y estaré bien.

Bebe otro trago de agua mientras busco a Elliot en la pista de baile, aunque probablemente debería buscar en el baño o en el callejón en caso de que se esté cogiendo a la rubia. Juro que su puntería va a matarlo un día.

Espero que no a manos del senador Torres.

—Creo que estoy lista. —Ana baja del taburete, luce ligeramente más despierta.

—Te llevaré. —es lo mínimo que podía hacer por ella, para asegurarme que está va salvo, me repito.

Ambos salimos del bar, luego la guió hasta mi auto. Ella se sorprende al ver el Audi deportivo en color negro.

—¿Es tu auto? —chilla.

—Si.

—Dios mío. —pasa el dedo por la carrocería, apreciando cada curva—. ¿Puedo conducir?

Ella es graciosa.

—Hoy no.

Abro la puerta y la ayudo a entrar en el asiento del copiloto, agradeciendo ahora que Elliot desapareciera de mi jodida vista para que pueda pasar un rato más con Ana.

Y sé que ella piensa lo mismo cuando tomo el asiento del conductor y me mira con el labio entre sus dientes.

—¿Vives por aquí cerca?

Mierda.

—Estoy en el Heathman. —carajo, ¿Podría llevar a Ana a mi hotel?—. ¿A dónde quieres que te lleve?

Su respuesta me deja sin aliento.

—Al Heathman.

Ella también me desea. La neblina de su mente parece haber desaparecido, o eso me digo para justificar mi desición de llevarla conmigo.

—¿Segura? —pregunto por cortesía, pero estoy deseando que ella quiera lo mismo que yo.

—Si.

No me lo dice dos veces, pongo el auto en marcha y conduzco hasta el hotel que Andrea reservó, Elliot puede llegar por sus propios medios, o puede hacer lo que le venga en gana. Tengo una atractiva chica para mí.

Para cuando entramos a mi habitación, Ana parece estar cohibida y asustada. Dejo las llaves y el móvil en la mesita junto a la cama, luego giro para mirarla.

—No tenemos qué hacer esto, puedo llevarte a casa. —o Taylor, que ha tomado la habitación de al lado.

—Quiero hacerlo. —desliza la chaqueta de sus hombros y sigue con la blusa de color verde.

Se detiene frente a mi en su sostén blanco y jeans. Ya que ha decidido hacer esto, me acerco a ella para tomar el control.

Sus manos están sobre mi cabello mientras la beso, mis manos tanteando el botón de sus pantalones para apartarlos de mi camino. Ana se aparta para mirarme con las mejillas sonrojadas y me besa de nuevo.

Es hermosa. Su piel es suave y sin marcas, la piel se eriza con cada caricia de mis manos. Lo siguiente que sé es que estoy de rodillas, bajando las bragas de algodón por sus bonitas piernas.

Ella gime, mi boca recorriendo la carne sensible entre sus piernas. Mi diosa de los ojos azules. Se empuja sobre mi rostro con la respiración agitada y su humedad tocando mis labios. Carajo, no voy a resistir.

Me levanto y la llevo a la cama, dejándola mirarme mientras me quito la ropa, sus ojos fijos en mi torso. Le gusta lo que ve, y me agrada. Justo ahora no soy el empresario millonario Grey, solo Christian.

Antes de que pierda la jodida cabeza como Elliot, rebusco en la cartera por un condón y me aseguro de colocarlo correctamente. Ana sigue mirándome con ojos brillantes de excitación y la piel sonrojada.

No voy a durar. Es preciosa y está tan apretada cuando me deslizo dentro de ella, su boca abierta jadea y gime con cada una de mis embestidas. Una expresión apretada le tensa el rostro.

—¿Ana? —pregunto en caso de que esté lastimándola.

—No te detengas. —gruñe, sus uñas clavándose en mi espalda.

Hago lo que pide y nos doy a ambos un viaje por la ruta del placer, presionando y empujando su cuerpo al límite tan fuerte que un momento después está exprimiendo la vida de mi, vaciando todo dentro del condón.

Me toma un momento recuperar el aliento. Me deslizo a su lado por un segundo antes de levantarme e ir al baño para deshacerme del preservativo. Lo retiro para anudarlo pero me detengo cuando noto las manchas rojas.

Sangre.

Jodido cristo. ¿Era virgen? Soy un imbécil tan grande como Elliot, jamás debí traer a esta chica desde el bar, por más hermosa que fuera.

Tomo una ducha fría para despejar mi cabeza, sabiendo que debo tener consideración con ella y dejarla quedarse. Por suerte, ella está dormida cuando salgo.

Me acurruco a su lado y la abrazo, sabiendo que me será imposible dormir porque nunca he compartido mi cama para algo que no sea sexo.

La madrugada es larga, y me levanto antes de que salga el sol, necesitando despejar mi mente con algo de ejercicio.

—Ana. —empujo su brazo con cuidado—. Voy a salir a correr, ¿te quedas a desayunar?

Ella gruñe algo que no entiendo del todo pero la dejo seguir durmiendo. Tendrá resaca, necesitará aspirinas y jugo de naranja, así que haré que Taylor los traiga. Encuentro mi maleta en la esquina y me cambio por pants y camiseta.

Envío el mensaje a Taylor pidiendo los medicamentos y que intente localizar a Elliot, luego pongo el móvil en el bolsillo y me dedico a correr por los próximos 20 minutos.

Me detengo en la recepción para ordenar el desayuno a la habitación, esperando que Ana tenga hambre y pueda retener la comida en su estómago. El pasillo es silencioso cuando me acerco a mi puerta, solo los cuchicheos de las mujeres de limpieza se escuchan.

—¿Puedes culparla? El tipo seguramente le mintió y dijo que era soltero. ¡Qué imbécil!

La otra voz responde.

—No está obligado a casarse, es rico, seguirá cogiendo por ahí sin tomar a nadie en serio.

Me detengo y miro la puerta de la habitación de al lado que permanece cerrada.

¿Lo vieron?

¿Elliot volvió?

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Comenzamos el día 16 de Octubre 🎉

También siguen las publicaciones de la mini historia.

Saluditos 💙

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