Capítulo 1

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—La cartelera aún no ha cambiado —dijo.

Su voz, la del chico detrás del mostrador, fue brusca, y Xin pudo ver en sus ojos negros el reproche.

—Solo necesito distraerme un rato y... pensar.

Articuló mientras la cabeza le daba vueltas y luchaba, aunque no fuera cierto, contra las náuseas. Xin supo desde que se despertó aquella mañana que salir de su casa no era una buena idea. Todavía no había terminado de recuperarse del accidente y, por si eso no fuera suficiente, el reporte del clima había previsto lluvia la noche anterior. Aun así salió.

—¿En el cine? —farfulló el vendedor mientras movía los dedos sobre el teclado de la computadora, sin verlo directamente.

A pesar del tono en que dijo aquello, el chico extendió una de sus manos en dirección a Xin para entregarle su boleto.

—¿Qué es esto?

—Tu entrada.

—Pero no te dije qué película quería ver —protestó Xin tratando de sonar serio, pero su voz no obedeció y se quebró al final de la frase.

—Da igual —dijo el chico detrás del mostrador encogiéndose de hombros—. Es la única película que tenemos disponible hoy.

Xin no escuchó lo que le decía el chico. En aquel momento su mente se perdió en un recuerdo borroso que lo hizo marearse al punto de perder el equilibrio...

Era el recuerdo de su padre con el rostro afilado transfigurado por la ira mientras le gritaba: «No pienses que tienes opciones, Xin. Las alternativas son solo trampas de la vida para hacerte perder el tiempo y el rumbo. ¡Soy tu padre y yo se lo que es mejor para ti!».

—¿Estás bien? —preguntó preocupado el chico del mostrador.

Sus manos se habían aferrado al brazo de Xin para evitar que se cayera y se golpeara contra el suelo. Xin parpadeó con rapidez mientras recuperaba la fuerza en sus piernas. Los ojos negros del vendedor estaban fijos en su rostro; se veía preocupado.

—No tienes buen aspecto —continuó—. Creo que hoy deberías volver a tu casa.

Xin negó lentamente con la cabeza.

—Estoy bien —mintió—. Solo necesito sentarme y... ya compré mi entrada —dijo levantando el papel frente a sus ojos.

Esbozó una media sonrisa al hacerlo.

—Técnicamente, aún no has pagado —contestó el vendedor, también con una sonrisa torpe en sus labios.

—Mejor —asintió Xin—. Porque entonces no puedo desperdiciar la oportunidad, ¿no crees?

—Supongo que no...

El chico de la taquilla vio como Xin se alejaba en dirección a la tienda de dulces y compraba lo mismo de todas las noches, desde hacía al menos dos años, cuando se habían conocido.

Antes de cruzar la puerta de la sala, sus ojos negros se cruzaron otra vez, y ambos se entendieron sin la necesidad de palabras, usando únicamente el lenguaje silencioso de aquellos que comparten un grado profundo de intimidad.

La película era lo de menos. Al poco rato, Xin se quedó dormido, y las pesadillas no perdieron su oportunidad para aparecer...


「 心 」


—¿Y? ¿No piensas abrir la carpeta? —le preguntó su padre con voz autoritaria—. Abre la carpeta, Xin.

No fue una petición, sino una orden.

Xin no reaccionó al instante, se tomó su tiempo. Quería tomar la decisión por sí mismo; no quería apresurarse a obedecer ante la presión, ni sentirse prisionero de intimidaciones ajenas.

—No hace falta —dijo dejando la carpeta sobre el tablero del auto de su padre.

—Supongo entonces que ya lo tienes claro —comentó el hombre complacido sin dejar de prestarle atención a la carretera por la que conduce.

—Sí —admitió Xin resuelto; estaba apretando los puños para evitar que el cuerpo le temblara.

—Ya te habías tardado desde la última vez que nos vimos. Confieso que me tenías un poco preocupado. Entonces, ¿quieres que hable con los padres de Wei? ¿Te quedarás o te irás al extranjero?

—Me voy a quedar en Hong Kong.

—Bueno, una decisión muy sabia. A tú mamá le hará muy feliz poder tenerte cerca. Dime cuándo consideras oportuno discutir lo pertinente a la boda. También es necesario que hablemos sobre tu futuro profesional...

—Voy a estudiar música en el Conservatorio de Arte —dijo apretando la mandíbula.

De inmediato la cara del hombre al volante se transformó del orgullo a la ira.

—¡¿Vas a seguir con las mismas estupideces?! —gritó—. ¡Creí que ya te lo había dejado claro! No pienses que tienes opciones, Xin. Las alternativas son solo trampas de la vida para hacerte perder el tiempo y el rumbo. ¡Soy tu padre y yo se lo que es mejor para ti! Dime, ¡¿cómo es que piensas mantener a tu mujer con el salario de un trabajo de mujeres?!

Xin no lo soportó más y simplemente explotó:

—¡No pienso tener mujer porque me gustan los hombres! ¡¿Acaso es tan díficil que termines de entenderlo?! —le gritó Xin a la cara sin reparo alguno.

En ese instante pudo ver como la decepción y la sorpresa bailaban en el rostro de su padre quien había dejado de prestarle atención a la calle y ahora lo miraba con la boca abierta.

—Tú, tú no...

Pero eso fue lo último que Xin escuchó salir de la boca de su padre antes de que el estrepito de una corneta de camión los sobresaltara.

Lo siguiente que Xin podía recordar era haber visto a su padre gritar de terror mientras trataba de esquivar al camión antes de perder el control del volante, para luego salir despedidos de la calle por el costado de la vía con dirección al barranco.

Antes de desmayarse del dolor, los ojos de Xin vieron a su padre llorando con el pecho aplastado y la cara cubierta de sangre, y los ojos dorados de una silueta que los veía a lo lejos sin hacer nada más que tararear una siniestra melodía.


「 心 」


—Xin, despierta... Xin...

Xin sintió como alguien lo llamaba y lo sacudía con cuidado por uno de sus hombros para despertarlo.

—¿Ya se acabó la película? —preguntó adormilado mientras su cabeza luchaba por dejar atrás el recuerdo.

—Estás llorando otra vez.

El chico de ojos negros lo miraba con preocupación. Xin miró en todas direcciones para comprobar que no hubiera nadie viéndolos, secándose las lágrimas disimuladamente; en efecto, la sala estaba vacía. Los créditos y la música seguían en la pantalla.

—No es nada —dijo tratando de acomodarse en su lugar.

El chico, el mismo de la taquilla, se sentó a su lado.

—¿Sigues teniendo pesadillas con el accidente?

—Dishi, ¿en serio vamos a perder el tiempo hablando de eso? —protestó Xin con frustración.

Dishi aprovechó que ahora estaban frente a frente para tomarlo por las mejillas y darle un beso en los labios. Fue un beso torpe al principio. Salado por las lágrimas, y amargo por culpa del miedo a ser descubiertos. Pero apenas les tomó esos pocos segundos para perderse los dos en el frenesí.

—¿Mejor? —preguntó el chico una vez que sus labios se separaron mientras acariciaba las mejillas de Xin con sus pulgares.

Xin asintió en medio de un suspiro.

—Mucho mejor —admitió, y sonrió por primera vez en aquel día.

—No deberías estar aquí. Deberías estar en tu casa guardando reposo.

—Yo también me alegro de verte.

—No seas injusto conmigo —protestó el chico con dolor y pena en la mirada.

Xin se apresuró en disculparse:

—Discúlpame —dijo evitando la mirada de Dishi, pero él no lo dejó y lo volvió a besar.

—Sabes que ese día pensé que te perdería para siempre —le dijo al oído mientras lo abrazaba.

—Yo también —murmuró Xin aferrándose aún más a los delgados brazos de Dishi antes de volver a llorar—. Yo también —volvió a decir, y la pantalla del cine quedó en negro.

Se sentía bien ahora que estaba con Dishi, pero también tenía miedo. Pronto tendría que alejarse de él y de sus brazos para volver solo a su casa llena de pesadillas y recuerdos, como todos los días desde el accidente.

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