Capítulo 2

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Humo, sangre, muerte...

El llanto de las mujeres que sufrían por la muerte de sus hijos inundaba el amanecer. Cuerpos mutilados habían sustituido al rocío escaso del alba en aquella tierra llena de polvo y arenas amarillas olvidadas en el corazón de Persia. Plumas negras de buitre revoloteaban en el suelo allí donde la bestia había quemado la tierra y el olor a azufre impregnaba la nariz.

—Arash —gritó una mujer con el rostro lleno de tierra, sangre y lágrimas, mientras entraba en el templo—: ¡ARASH!

La mujer gritó una vez más al no conseguir una respuesta:

—¡Sal y da la cara cobarde!

El hombre al que llamaba respondió con paciencia:

—No hace falta gritar, Shirin. Te he escuchado perfectamente bien la primera vez que llamaste mi nombre.

Parecía un cazador de la aldea. Apareció entre las sombras llevando una antorcha entre sus manos que le iluminaba la piel bronceada del rostro y sus profundos ojos anaranjados.

Estaba calmado como siempre. Eso solo hizo que su esposa se enfureciera aún más.

—Mírame bien, Arash, abre los ojos y mírame —gritó Shirin poseída por la ira abriendo los brazos—: ¡Toda esta sangre es tu propia sangre! La sangre de tus hijos, la de tus nietos, ¡la de tu propia gente!

Arash no se inmutó ante el reclamo y solo caminó en dirección a la gran fogata del templo para encenderla y comenzar con sus rezos.

—Yo lo advertí, pero nadie quiso escucharme.

El fuego de la fogata inundó las inmediaciones del templo. Shirin podía sentir la magia flotando en el aire.

—¿De qué te sirven tus dones si no los usas para ayudar a los tuyos?

—Mi magia nos ha servido para alimentarnos y protegernos durante años —contestó él mientras se sentaba en medio de una fuente para comenzar con sus oraciones—. Mi magia aún sirve para cuidar cada una de las casas de la villa. Pero, igual que las estaciones, no podemos apresurarla. La muerte, sin embargo, siempre tiene hambre, y no conoce de tiempo o afectos.

—Todo esto es tu culpa —exclamó Shirin cayendo de rodillas, incapaz de sostener su cuerpo a causa del llanto —. Mis niños, Arash, todos mis hijos...

—Todos estarán de vuelta en esta vida tarde o temprano —dijo su marido mientras sus ojos anaranjados se encendían brillando más que el fuego frente a él—. Sabes bien que tarde o temprano, todos volvemos... de una forma u otra.

En medio de las llamas, Arash observó la flecha que estaba preparando. La obsidiana parecía absorber el poder de las llamas y de su propia magia.

En el fondo él también lloraba la pérdida de sus hijos y de su gente, pero su conciencia estaba tranquila de alguna manera.

El demonio era muy fuerte, tan fuerte que el fuego sagrado por sí solo no lograría detenerlo, pero para eso Arash necesitaba tiempo... Aún más tiempo, y una flecha especial; una que nunca se detuviera.


「 心 」


—¿Xin?

—Mmm...

—¿Te quedaste dormido?

La voz de la mujer era sosegada y tranquila al hacer la pregunta.

—No —contestó Xin acostado en el diván con sus ojos fuertemente cerrados.

Estaba tratando de retener el recuerdo lo más posible en su mente.

—¿Estás mareado?

—Un poco.

—No tienes por qué esforzarte tanto —le aconsejó la mujer poniéndose de pie para servirle un vaso con agua—. El objetivo de la terapia no es causarte más problemas, sino tratar de resolver los que ya tienes. Los importantes.

Esto último Xin lo sintió como una acusación por parte de su psicóloga, y aunque le aceptó el vaso con agua, arrugó la frente.

—Pero esto es importante —protestó.

—No —contestó ella sin sutileza —. Los sueños de fantasía en donde ves a un hombre árabe...

—Persa.

—¿Cómo?

—Que no es árabe, es persa —la corrigió él—. Es un hombre de Persia.

La psicóloga enarcó una ceja sin disimular su incomodidad por la corrección, pero aun así le siguió el juego al chico.

—Correcto, entonces, los sueños con hombres persas de ojos naranja y magia no son más que una proyección de tu inconsciente que busca llamar tu atención en lo que realmente importa en este momento.

Los ojos de Xin y de la psicóloga se encontraron mientras ambos se sostenían la mirada sin pestañear, esperando por una reacción del otro.

—¿Sabes de qué te estoy hablando?

—Arash no tiene nada que ver con la muerte de mi padre...

Xin trató de escapar de la mirada de la mujer, pero se lo hizo díficil el regreso del peso en el pecho que no le dejaba respirar durante las noches, que volvía para estrangularlo de manera dolorosa.

—¿Y qué hay de Shirin?

—¿Qué pasa con ella?

—¿No crees que su dolor por la muerte de sus hijos se parece un poco al tuyo?

—No —contestó Xin tratando de contener las lágrimas—. Ella no odiaba a sus hijos.

—¿Y tú si odiabas a tu padre?

—Yo no, p-pero... él sí...

—Aun sigues soñando con él, ¿cierto? —insistió la psicóloga mientras le extiende una caja de pañuelos a Xin.

—Casi todos los días, sí.

—¿Más de lo que sueñas con Persia?

Xin negó con fuerza mientras se secaba las lágrimas.

—Sí y no —contestó—. Es difícil de explicar.

—Te escucho.

—Cuando sueño con mi padre siempre me despierto llorando, molesto y triste en partes iguales... pero cuando sueño con Persia, se siente extraño...

—Como si te llamara —intervino la mujer leyendo sus notas—. Eso fue lo que dijiste la última vez.

—Sí, como si me llamara... como si me necesitaran. Es... difícil de explicar.

—Xin, es evidente que estás pasando por un episodio de estrés postraumático al no querer afrontar la muerte de tu padre y que tu mente, en respuesta a ese miedo y a esa frustración, está tratando de crear una barrera entre tus emisiones y el recuerdo de tu padre.

Xin se dejó caer en el diván mientras se apretaba los ojos. Estaba cansado y la cabeza le daba vueltas.

—Hablemos del accidente —continuó la psicóloga—. Cuéntame qué pasó después de que te desmayaras...


「 心 」


El frío era insoportable y Xin podía sentir como le quemaba la piel. Pero, más insoportable aún que el frío, era el olor fuerte, seco y químico, y con cada intento de respiración, el chico podía sentir cómo el aroma inexistente y antiséptico le quemaba los pulmones.

—Ugh —fue lo único que salió de sus labios cuando intentó hablar.

La cabeza le dolía al punto de la desesperación. Tanto que deseo desmayarse.

—Xin —exclamó una mujer preocupada.

Ella de inmediato lo tomó por una mano. Los dedos también le dolían y en el momento que intentó moverlos, el esfuerzo apenas dio resultado.

—¡Oh, Xin! ¡Xin! ¡Hijo, oh, Xin! —sollozó la mujer que comenzó a besarle los dedos.

Las lágrimas calientes sobre su piel helada lo reconfortaron de una manera mórbida. Él intentó abrir los ojos a pesar de que los sentía muy inflamados, pero al instante se arrepintió. La luz brillante sobre su cabeza casi logró hacerle sentir que la cabeza se le abría a la mitad a causa del dolor, y justo después, el pitido de la máquina que monitoreaba sus signos vitales se volvió insoportable:

—Ma-mamá...

La voz le salió áspera y ronca.

—Ma... —volvió a llamar intentando buscar a su madre con la cabeza a pesar de mantener los ojos fuertemente cerrados.

Al instante ella se movió junto a él y sus labios le besaron la frente. Sus lágrimas cayeron sobre el rostro de su hijo malherido.

—No hables.

—Ag-gua —se quejó Xin sintiendo como cada palabra le quemaba la garganta; como si su lengua estuviera cubierta por navajas—: Agu-agua.

Xin intentó moverse sobre la superficie dura en la que estaba acostado, pero los tubos a los que lo habían conectado no se lo permitieron.

—No hables, por favor —le rogó ella incapaz de contener las lágrimas y la angustia en el cuerpo—: No hables bebé, mi Xin, mi niño...

Su madre sorbió con fuerzas por la nariz mientras intentaba acariciarlo, pero sus dedos no encontraron un espacio en su rostro maltratado en el que poder tocarlo sin hacerle daño.

—¡Ay, dios mío! Por qué, por qué —lloró mientras se cubría la boca y buscaba el agua que su hijo le había pedido.

Cuando por fin se las arregló para no temblar y poner el vaso en la boca de Xin, este sintió como el agua fría le lastimaba los labios heridos, pero al mismo tiempo, la forma invasiva y salvadora del líquido para mitigar el ardor de su lengua y su garganta.

Con la mente más despejada, Xin logró abrir ligeramente los ojos para ver a su madre, despeinada, y con los ojos rojos de tanto llorar.

—¿Qué pasó con papá? —logró preguntar trabajosamente al recordar la cara aterrorizada de su padre y el accidente que habían tenido.

El dolor destrozó a su madre antes de que ella pudiera voltearse y darle la espalda. No quería que su hijo la viera llorar, pero los temblores de su cuerpo la delataban...

—No lo logró.

—Qué c-c... —intentó preguntar Xin, pero su madre lo interrumpió con la respuesta a la pregunta que nunca logró completar.

—Tú padre murió en el accidente —dijo al final mientras caminaba hacia la puerta y dejaba solo a su hijo con aquella noticia.

«Nada».

Xin tuvo la impresión de que incluso al escuchar que su padre estaba muerto, no había sentido nada... o por lo menos así fue hasta que las pesadillas comenzaron.


「 心 」


Desde el día en que había recuperado la conciencia en el hospital, para Xin la llegada de la noche era una completa pesadilla. Los sueños con su padre y con el hombre persa fueron solo la punta del iceberg.

Cuando no lo atacaban los recuerdos del accidente, con la imagen de su padre malherido y con sangre en la boca como protagonista principal, o los imponentes ojos anaranjados de Arash, era la imagen de su madre llorando en el funeral, o los ojos de Dishi que lo miraban con ternura acostado junto a él.

Xin no podía lidiar con nada en aquel momento. Simplemente no podía. De pronto el teléfono sonó. En el cintillo de notificaciones pudo leer el corto mensaje de Dishi:

—Quisiera poder estar contigo en este momento.

Leer aquello lo había distraído de su navegación nocturna por portales de viajes desde Hong Kong a Persia. No sabía cómo terminaba en esas páginas cuando su intención inicial era escuchar música en Youtube.

Xin quería lo mismo, y leer el mensaje le hizo sonreírle a la pantalla involuntariamente, pero justo en ese instante el teléfono comenzó a sonar, y la foto de su madre apareció en la pantalla:

«Si tan solo las cosas no fueran tan complicadas», suspiró

—Madre...

—Oh, gracias a los ancestros —dijo su madre al otro lado de la línea.

Desde el accidente no dejaba de llamar a Xin todos los días, y todos los días cuando lo escuchaba contestar la llamada, decía la misma plegaria llena de agradecimiento:

—¿Estás bien, Xin?

Era la siguiente pregunta sin falta.

—Bien, sí... —contestó Xin distraído mientras sus ojos se fijaban en una oferta que no sabía que había estado buscando:

«Ven a conocer las maravillas de Irán», decía, junto a la foto de una inmensa montaña nevada que le pareció extrañamente familiar.

—Xin —escuchó que lo llamaba un hombre a sus espaldas sobresaltándolo, pero cuando se giró no vio a nadie. Estaba solo en su habitación.

—¿Xin? —volvió a escuchar que lo llamaban, pero esta vez en su oreja, y recordó que estaba hablando con su madre.

—¿Hmm? —preguntó distraídamente—. Lo siento, mamá, no te estaba escuchando...

—Te preguntaba si habías ido donde la psicóloga —repitió la mujer con paciencia.

—Sí, pero mami, tengo que colgar, disculpa.

—Sí, sí, entiendo, no quiero molestarte, pero Xin...

—¿Sí?

—Te amo —dijo la mujer con la voz fracturada por el llanto—. Pase lo que pase, nunca olvides que te amo.

—Yo también te amo, madre —contestó su hijo, y cortó la llamada.

En su cuarto vacío, en medio de la noche y frente a la computadora, Xin tomó una decisión que su padre habría reprobado por considerarla caprichosa e impulsiva. Una decisión que él mismo reconocía impropia e imprudente, pero que, sin querer pensarlo mucho, aun así quiso tomar.

De inmediato el chico entró al portal de viajes, llenó todo el formulario con los datos que le solicitaron, y diez minutos después estaba apretando el botón para confirmar el pago que desplegó una nueva pestaña:

«Pago registrado», leyó incrédulo.

Ya no había marcha atrás. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro