Capítulo 10

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Para cuando Xin y Amir lograron salir de la cripta de Sphendadates, la noche estrellada estaba postrada en el cielo junto a la compañía de una enorme luna llena. Lo que en un principio habían sido solo sueños extraños, lo habían terminado por guiar hasta su encuentro con Arash, y la revelación de la razón de su existencia...

—Una flecha —murmuró distraído ahora que podía respirar el aire fresco.

—Una flecha especial —lo corrigió Amir, entendiendo sus palabras, y rompiendo el silencio que los había envuelto desde que Xin había matado al demonio—. Y con un trasero redondito y sexy.

Xin no dijo nada y solo se rió de la impertinencia de Amir a pesar de todo lo que acababan de vivir, sin lograr entender cómo se las arreglaba para siempre estar de buen humor.

—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Amir mientras se acercaba al águila gigante y le acariciaba el rostro.

—Volver a Hong Kong y poner mi vida en orden de una vez. Pero antes debo volver por mis cosas en Teherán para poder pagarte —completó al final.

Amir bufó con algo de fastidió al escuchar aquello último.

—Olvídate del pago. Ya no hace falta.

Xin lo miró sorprendido.

—A los amigos no se les cobra —explicó Amir—. Mucho menos si son tan guapos como tú.

—¿Hablas en serio?

Amir asintió sonriente.

Pero antes de que el hombre pudiera decir nada, Altair metió su pico por debajo de la chaqueta del hombre para luego dejar caer al suelo un enorme collar de oro y piedras preciosas que brillaron indiscretas bajo la luz de la luna.

—¿Ese no era el collar de Sphendadates? —preguntó Xin sorprendido antes de girarse a ver a Amir con el ceño fruncido.

—Pajarraco chismoso —regañó Amir al ave; esta soltó un graznido indignado.

Amir recogió el collar del suelo y lo volvió a guardar consigo.

—Pensándolo mejor, considera el collar como el pago por mis ser...

Pero Xin lo interrumpió tomándolo de las manos para darle la daga en la que se había convertido Arash.

—Por favor, prométeme que vas a cuidar esta daga.

—¿La Dagarash? —exclamó Amir sorprendido.

—¿Dagarash? —preguntó Xin conteniendo la risa.

—Es una daga hecha con Arash, o sea, es la Dagarash.

—No sé si él estaría de acuerdo con el nombre —comentó Xin.

—Tampoco es como que podamos preguntarle, ¿no?

—Supongo que no —admitió Xin—. ¿La cuidarás?

—Creo que Arash querría la tuvieras...

Xin negó suavemente con la cabeza.

—Arash quería proteger a su gente, y más o menos, eso es lo haces tú... y no lo haces tan mal —confesó Xin sonriente—. Quiero que, si Arash debe estar en algún lugar, sea aquí, para seguir defendiéndote a ti y a los tuyos de los gusanos blancos, o de cualquier otro peligro. En mi casa solo sería un adorno, pero contigo, puede seguir cumpliendo su propósito.

Amir sonrió de vuelta con algo de tristeza.

—Así que, definitivamente no te quedarás, ¿verdad?

Xin volvió a negar con su cabeza.

—Dishi me está esperando...

Esta vez, su guardaespaldas asintió con mirada salvaje. Xin le sonrió y, cariñosamente, se acercó hasta su rostro para darle un beso en la mejilla.

—Bueno, hora de volver —dijo Xin separándose y mirándolo a la cara.

De pronto Amir se quedó en silencio y se fijó en el ave mítica de Arash, Altair, luego miró en todas las direcciones posibles, y tras un par de segundos, volteó a ver una vez más a ver a Xin y Altair, quien se estaba acomodando las plumas con su pico:

—Ehm... ¿Tú sabes cómo volar esa cosa?


「 心 」


Cuando Xin regresó a Hong Kong lo primero que hizo fue llegar a casa de su madre. La mujer se sorprendió mucho al verlo en la puerta de la casa, con las maletas del viaje y el rostro un poco quemado por el sol. Inmediatamente se arrojó sobre él para llorar en su hombro y envolverlo en un abrazo lleno de afecto.

Tras desayunar juntos subieron a la montaña. Él no quería otra cosa que caminar de la mano con ella en el parque, reír juntos como cuando era un niño. Dejando de lado todo lo relacionado a la magia, Xin le contó todo lo que vivió durante su viaje. Al pasar cerca de una hora, el chico habló a su mamá con voz profunda:

—Quiero que visitemos la tumba de papá —dijo de pronto.

Ella apartó su vista de la ciudad y lo miró por un segundo con ojos ensombrecidos.

—Xin... —murmuró algo inquieta.

—Solo quiero despedirme de él como se debe —contestó él con calma—. Eso es todo.

—Eso a tu padre le gustaría mucho —sollozó su madre sin poder contener sus emociones—. Era muy duro contigo, y nunca aprendió a abrirse como sí lo hicimos tú y yo... Pero en el fondo solo tenía miedo de perderte, de no hacer lo mejor para nosotros. Te amaba mucho, aunque no supiera cómo hacerlo...

La mujer escondió la mirada apenada, pero Xin no se lo permitió, tomándola por las mejillas con cuidado. En ese momento, por arte de la pura magia que ya había experimentado, Xin vio en los ojos de su madre algo que nunca antes había notado, pero que le resultaba familiar... como si lo hubiera visto antes en un sueño.

—Yo también lo pienso —le aseguró Xin—. Y no quiero dejar de pensarlo...

Con uno de sus dedos el chico limpió una de las lágrimas de su madre mientras esta le besaba las manos.

—Aun así, eso no cambia el pasado, ¿sabes?

—Lo sé, mi niño, y nunca me perdonaré por no haber sido una mejor madre cada vez que pude —respondió ella aferrándose a las muñecas de su hijo—. Crees que... ¿tú si puedas perdonarme? ¿Alguna vez?

Xin sentía la intensidad de su mirada y una vez más, aquellos ojos le parecieron familiares. Eran bondadosos, pero fuertes y llenos de amor. El chico ya no pudo contener las lágrimas y esta vez fue ella quien tuvo que abrazarlo con fuerza para calmar los temblores de su cuerpo a causa del llanto.

—No hay nada que perdonar —contestó él satisfecho—. Por cierto, después que visitemos la tumba de papá, me gustaría presentarte a alguien...

—¿A quién? —preguntó ella distraída antes de fijar la mirada de nuevo en su hijo.

La sonrisa en sus labios se veía reflejada en su mirada.

—A mi novio —dijo Xin para luego aguantar la respiración y apretar las manos sobre sus piernas.

Por un momento ella no dijo nada. Tan solo lo miró con la cara llena de sorpresa. No había rabia, reclamo o reproche, solo sorpresa. A pesar de que siguió callada otro par de segundos, sus manos buscaron las de su hijo, que seguían apretadas en puños férreos, hasta que sus dedos se entrelazaron.

—Me encantaría poder conocer a tu novio —dijo antes de sonreír—. Solo espero que él quiera venir a comer contigo a nuestra casa.

Su madre le acarició la mejilla con afecto y Xin la abrazó tratando de no llorar, aunque fuera de felicidad.

—Estoy seguro de que le encantará la idea.


「 心 」


Luego de una respiración profunda y de sacudir un poco el cuerpo para darse valor, Xin llamó a la puerta.

—Un momento —escuchó que le contestaba la voz de Dishi desde el otro lado. Xin no pudo evitar sentir cómo el pulso se le aceleraba al mismo tiempo que una sonrisa tonta se dibujaba en sus labios.

A los pocos segundos Xin escuchó como alguien trabajaba los cerrojos de la llave al otro lado hasta que por fin la puerta se abrió, y los ojos de Dishi se conectaron con los suyos.

—¡Xin! —exclamó Dishi sorprendido, sin poder dar crédito a sus ojos.

—Hola —lo saludó el chico con el corazón en la garganta y el cuerpo luchando para lanzarse sobre el chico frente a él.

Al ver que Dishi no reaccionaba tuvo que insistir

—¿Puedo pasar?

Dishi se hizo a un lado para dejar pasar a Xin mientras intentaba organizar un poco el desastre de periódicos y ropa sucia que había en todas partes.

—No sabía que ya estabas en Hong Kong. De haber sabido que vendrías, habría limpiado un poco antes —trató de disculparse antes de girarse para volver a ver a Xin—. ¿Cuándo volviste?

—Hace poco —contestó Xin—. ¿Están tus papás?

Dishi solo negó con la cabeza.

—Se fueron con Ju al pueblo para visitar a mis abuelos por las fiestas.

Al saber que estaban solos, Xin se acercó a Dishi sin miedo y sin cohibiciones de ningún tipo.

—Discúlpame por no avisarte antes, pero estaba visitando con mi madre la tumba de mi papá —dijo mientras le peinaba el cabello alborotado al otro chico—. Quería que fuera una sorpresa.

—Desapareciste un mes, Xin...

El comentario de Dishi fue un reclamo disimulado, por demás justificado.

—Lamento haberte preocupado —dijo Xin mientras escondía el rostro en el pecho de Dishi lo envolvía con sus brazos.

Lentamente Dishi le devolvió el abrazo.

—Estaba muerto de miedo, y no sabía a quién llamar. ¡Yo...! —Dishi dudó por un momento, pero luego siguió hablando—. Incluso llamé a tu casa, pero tu mamá tampoco sabía nada, ¡y yo...!

De pronto, las palabras de Dishi fueron interrumpidas por los labios de Xin, quien acababa de robarle un beso fugaz. Ambos se olvidaron de sus problemas por el efímero tiempo que duró el beso. Al terminar, con mucho cuidado, Dishi acarició el rostro de Xin, notando el bronceado sobre su piel por primera vez.

—¿Qué tal Irán? —preguntó—. ¿Te sientes mejor ahora?

—Sí.

—¿Y? —insistió Dishi queriendo saber más.

—Gracias a un par de amigos que conocí por... internet, pude superar el rencor que sentía hacia mi padre, y eso me dio mucha paz —dijo Xin con sinceridad.

Dishi sonrió sorprendido.

—¿En serio? Pues desde este momento te aviso que la próxima vez que necesites hacer un viaje de introspección a donde sea que vayas en el planeta, me esconderé en tú maleta para ir contigo —dijo apretando a Xin con fuerza entre sus brazos y levantándolo en el aire—. No pienso dejar que te separes de mí así nunca más.

—De hecho —Xin dijo una vez que la risa lo dejó hablar y que Dishi había dejado de abrazarlo—, quería invitarte a hacer un viaje... ida, sin vuelta...

—¿Cómo dices?

Xin sacó unos papeles del bolsillo interno de su chaqueta

—Son dos pasajes para Australia —dijo Xin mientras el rubor le pintaba la cara de rojo—. Uno tiene mi nombre y el otro... tiene el tuyo. Creo recordar que era Australia a donde querías que nos fuéramos. Pero si no era Australia, siempre los podemos camb...

Pero otro beso, esta vez por parte de Dishi, empujó las palabras dentro de la boca de Xin. Cuando sus labios se despegaron los dos estaban jadeando en busca de aire, hasta que la respiración de Xin se convirtió en un murmullo.

—Te amo —dijo por primera vez mientras veía a Dishi a los ojos y este le sostenía la mirada.

Otra vez tomó el rostro de Dishi entre sus manos para que sus ojos se volvieran a encontrar y cuando pudo ver su reflejo en la mirada del otro, repitió lo que acababa de decir:

—Te amo.

—Yo también te amo —respondió de vuelta Dishi, abrumado por el arrojo de su novio.

—Entonces... ¿Quieres escaparte conmigo?

—Por supuesto.

—¿A Australia?

—A donde sea —asintió Dishi.

Dishi posó sus labios sobre los de Xin con ternura. Finalmente, una lágrima se escapó de sus ojos.

—Sin miedos —afirmó Xin quien también estaba llorando.

Dishi lo miró a los ojos por un instante solemne que pareció durar siglos, aunque solo fueron segundos.

—¿Sin miedos?

Contestó al final, y los labios de ambos se volvieran a juntar:

—Nunca más...

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