Capítulo 9

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Al amanecer, todos partieron. Mientras cruzaba el cielo a toda velocidad, Xin no pudo dejar de pensar en lo mucho que su vida había cambiado desde que el viaje a Irán había comenzado, pero cuando un súbito viento le caló hasta los huesos, su mente le escupió una verdad abrumadora. Lo cierto es que todo ya había cambiado desde mucho antes...

«Todo cambió desde la muerte de papá», pensó y se ocultó tras la espalda de Arash.

—El mundo ya es lugar lo suficientemente cruel como para que nosotros le facilitemos el trabajo, Xin.

La voz de Arash sonó fuerte y profunda, aun por encima del rugir del viento. Los tres iban montados sobre el lomo de una enorme águila bestial, de ojos anaranjados, que atendía a las órdenes del arquero. Se dirigían a Hashtrud, no sin antes sobrevolar el Damavand por el puro placer de los recuerdos, desde donde hacía más de dos mil quinientos años atrás, Arash disparó la flecha que le devolvió la paz a su pueblo.

—Confieso que jamás pensé que volvería a realizar el mismo viaje en dirección contraria —dijo Arash, sonriente—. Recuerda que una vez tú y yo fuimos uno...

—¿Tuviste miedo? —preguntó Xin sin perder detalle de lo que le estaba contando Arash.

El arquero, intuyendo la dirección de sus palabras, se adelantó a preguntar:

—Por supuesto, joven Xin. ¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso es eso lo que estás sintiendo?

—Es que —dijo Xin de pronto mientras lágrimas brotaban de sus ojos—. Lamento mucho decepcionarlo, pero yo no creo que sea el más adecuado para ayudarlo, señor. No quiero fallarle, y yo no soy la flecha que usted hizo. Yo no... no sé que debo hacer o qué estoy haciendo aquí... yo debería...

—Deberías respirar —intervino el arquero con suavidad—. Respira con tranquilidad, no como si estuvieras huyendo de la vida. Vamos, respira. Aprovecha el aire fresco que Altaïr nos permite sentir...

Xin obedeció y respiró profundamente el aire frío de la montaña.

—Eso es, muy bien —lo alentó Arash—. Por supuesto que tú no eres una simple flecha, Xin, y la verdad es que hace mucho tiempo que lo dejaste de ser. No tienes que seguir otra dirección más que la tuya propia...

—¿Eso qu-qué quiere decir?

Arash le sonrió con afecto.

—Te he visto de lejos, y así como tú has visto mis recuerdos, yo he visto los tuyos —murmuró—. Desde que saliste disparado de mis dedos, no te has detenido ni por un segundo, y con cada vida que vivías, más te alejabas, hasta que un día, ya no pude seguirte el rastro. Lamento si por culpa de la distancia, nos llegamos a perder. ¿Me perdonas?

Xin solo pudo asentir mientras recibía una sonrisa paternal de parte de los labios de Arash.

—Nunca has sido solo una herramienta, y no te estoy pidiendo que lo seas ahora, Xin. Solo te estoy pidiendo que me acompañes mientras concluyo este último capítulo de mi vida, y ambos, como alguna vez lo hicimos, le ponemos fin de una vez a tanto sufrimiento. Quizás cojas impulso otra vez, o quizás esto no pase de un recuerdo extraño para ti. Como sea, quiero que confíes en mí una última vez. ¿Crees que podrías hacer eso?

—Creo que sí —asintió Xin—. Eso me gustaría...

Aquello fue suficiente para el anciano, quién soltó una mano de las plumas del águila para acariciar el cabello de Xin. Ambos podían notar cómo el sol viajaba casi juntos a ellos en su carrera por abandonar el cielo. En poco más de un par de horas el sol se ocultaría y la oscuridad se los tragaría, como augurio de que el final de la aventura se acercaba.

Y aunque las palabras de Arash lo habían calmado un poco, ahora que solo podía escuchar el viento ensordecedor, su mente había quedado aislada para una nueva oleada de recuerdos amargos protagonizados por su padre: «Si fallas, estás destruyéndome a mí, a tu madre, y a todos nuestros ancestros con tu error...».

Sin embargo, los ojos fríos del recuerdo de su padre fueron reemplazados suavemente por los de una mujer de piel morena y ojos que brillaban con calma mientras tarareaba una canción de cuna para el bebé que llevaba en brazos.

—Apresúrate y abre los ojos, bebé. Ya quiero que conozcas a tu papá.

Su voz era dulce y estaba llena de un amor tan profundo que Xin no pudo evitar sentir cómo su propio corazón se calentaba y sus ojos se llenaban de lágrimas. Arash notó cómo el corazón de Xin latió con dolor, y con cariño, volteó para verlo una vez más.

—Algunos demonios no son tan fáciles de espantar, Xin —dijo el arquero mientras la imagen de Shirin desaparecía de la mente del chico, y se acercaban finalmente a su destino—. Mira, la tumba está por allá...

La bestia alada sobre la que viajaban comenzó a descender con gracia hasta que sus patas se anclaron sobre una colina verde, algo seca, pero de vista hermosa, con una estructura antigua y derruida.

—Muchas gracias, Altaïr —dijo Arash mientras acariciaba el costado del enorme pico del animal

Este cerró sus ojos con placer.


「 心 」


Llegar hasta donde estaba el cuerpo de Sphendadates no fue sencillo. En el interior de la cripta había una serie de trampas dispuestas a lo largo de un laberinto de pasillos que parecían penetrar hasta lo profundo de la tierra, formando una especie de esqueleto extraño dentro de la montaña.

El suelo se derrumbaba a cada paso que daban sin previo aviso, dejando a la vista pozos profundos llenos de estacas, insectos venenosos, o ríos de serpientes. Finalmente, tras trabajar juntos para llegar al fondo, una enorme criatura de ojos rojos recibió a los intrusos con atención.

—¿Es un dragón? —preguntó Xin confundido por los cuernos y las alas de reptil del monstruo.

—No, eso quisiera nuestra bestia —negó Arash tajante mientras caminaba en su dirección sin dudar y el animal soltaba un silbido extraño de advertencia—. Un dragón jamás se desvanecería de esta forma. Ellos no envejecen, pero los demonios sí que lo hacen, ¿no es así, Zahhak?

Su lomo era el de un caballo gigante, pero su cuello y patas delanteras eran los de una jirafa. Su mirada de ojos rojos era, sin embargo, la de una ave reptil, y sus alas, de igual manera, eran dragónicas, lo que contribuía a la confusión de Xin.

—Es una Quimera, Xin —explicó Amir en un susurro—. Una que dejó de serlo hace mucho.

—Debo decir que el tiempo no ha sido tan bueno contigo, Zahhak —comentó Arash con tristeza—. Si mi antiguo enemigo pudiera ver lo viejo y débil que estás, creo que lloraría.

La bestia, que sorprendentemente era mitad jirafa, no dejaba de removerse dolorosamente en el suelo, luchando en vano, mientras de sus ojos rojos comenzaban a brotar las lágrimas.

—Al final no pude salvarte. Cómo lo siento —dijo Arash asaltado también por el llanto.

Arash acarició con cuidado la cabeza emplumada del demonio antes de reparar en los huesos de la tumba a su lado. La momia de Sphendadates, cubierta con túnicas ceremoniales y con un enorme tesoro de joyas y oro a su alrededor, yacía ahí, observándolos con la cara muerta desfigurada por el terror o el dolor.

—Y ahora, ¿qué debemos hacer? —le preguntó Xin a Arash.

—Ahora es momento de decir adiós, y de poner a todos los muertos a descansar.

—¿Tú también te irás? —la voz de Xin fue un suspiro.

Su corazón se estrujó en el pecho por el dolor.

—Sí —contestó Arash—. Ya es tiempo también para mí. Pero me alegra haber podido conocerte, Xin, y ver con mis propios ojos todo lo que has hecho.

—Pero nunca he hecho nada, apenas y puedo vivir la vida que quiero.

—Esa es la clave —convino Arash dedicándole una sonrisa—. Todo lo que un padre podría querer de un hijo es verlo vivir, y desde ese río en el que me encontraste, donde pasé tanto tiempo esperando por volver a verte algún día, soñé cada noche con disfrutar de tus recuerdos, los de una vida plena, sin ataduras, como la flecha que alguna vez voló por el viento con el propósito de conseguir la paz. No podría estar más orgulloso de ti.

—Arash —comenzó a decir Xin, pero el hombre lo sorprendió tomándolo de las manos de improviso.

—Yo no puedo acabar con el sufrimiento, Xin, por el simple hecho de que ya no tengo un corazón que pueda palpitar más que recuerdos. Pero tu corazón sí que lo hace. Tú corazón está lleno de vida, y de amor de mucha gente que se preocupa por ti. Así que no tengas miedo...

Xin enmudeció mientras veía como los ojos de Arash se encendían en una llama de luz anaranjada que desdibujaba la tumba a su alrededor.

—Yo, no...

—Jamás olvides que los demonios tienen muchas formas, Xin —continuó el cazador—. Puede que el mío sea el dragón frente a tus ojos, pero míralo... Está viejo, y tiene miedo. Tanto que está llorando.

Xin miró al demonio y notó sus lágrimas. Y cuando los ojos rojos de la bestia lo miraron, un escalofrío recorrió su cuerpo. «Papá...» jadeó en su interior. Era la misma mirada de miedo y frustración que Xin vio por última vez en los ojos de su padre. Si bien una mirada era roja por la magia, la otra lo era a causa de la sangre; aun así, las dos eran exactamente iguales.

—Deja que toda la tristeza y el miedo se diluya, querido Xin —le dijo Arash al ver como Xin también comenzaba a llorar—. Deja que la rabia se vaya, y dejemos que nuestros demonios mueran en esta tumba, el día de hoy. Alcancemos la paz por la que tanto hemos luchado...

De pronto, la voz de Arash volvió a sonar, como un susurro, mientras la luz de sus ojos cegaba a Xin, y un peso cálido en sus manos le hacía cerrar los puños.

—Qué orgulloso me hiciste, Xin... Te amo. Gracias por todo.

La voz del arquero rebotó en el aire, en las paredes de la tumba, dentro de su cabeza, y también en todo su cuerpo, hasta que al final... su imagen desapareció.

—Xin —lo llamó Amir, quien parecía perplejo—. Xin, ¿qué pasó? ¿Dónde está Arash?

Pero el chico, incapaz de articular palabra por culpa del nudo en su garganta, simplemente se limitó a levantar la daga que se había materializado entre sus manos. De inmediato Xin se giró para ver al demonio a los ojos, y este intentó escapar de él. Pero el chico, fiel a su promesa con el espíritu del arquero, se agachó junto a la cabeza del dragón, y simplemente la abrazó.

Amir veía todo con ojos tan incrédulos como conmovidos. Xin no podía dejar de escuchar la voz de su padre atemorizándolo, pero él sabía que aquellas palabras no eran ni la causa ni el dolor que en verdad sentía...

«¡XIN! ¡Este no es tu camino! ¡Yo sé lo que es mejor para ti!», volvió a gritar su padre en sus recuerdos más profundos, pero Xin ignoró el recuerdo; la verdad es que su padre estaba muerto desde hacía semanas, y si él mismo no le profería descanso a dichos recuerdos, jamás podría volver a dormir sin tener miedo a las pesadillas, a los remordimientos, o a la culpa, como sea, por las cosas que nunca fueron dichas.

—Arash tiene razón, papá —sollozó Xin con el rostro bañado en lágrimas—. Es hora de dejarnos de ir...

Con lentitud, el chico se aferró a la cabeza del dragón, y abrigado en la sensación de catarsis, atravesó la hoja plateada de la daga en la que Arash se había convertido a través de la cabeza de la criatura.

El demonio dejó escapar un chillido lastimero y horrendo mientras la hoja se hundía en su cráneo. Todo su cuerpo convulsionó, a la vez Xin lo abrazaba por el cuello con fuerzas para que la mano de la daga no le temblara, y así, quizás, pensó, incluso el demonio sabría que no había muerto en soledad.

Un minuto más tarde, Zahhak soltó su ultimo aliento y no quedó cuerpo alguno; simplemente se desvaneció en una nube de humo negro, dejando a Xin de rodillas y con las manos en el suelo, mientras lloraba como un niño en medio de la tumba.

—Sí te amé, papá... Descansa en paz.

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