Capítulo 8

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Xin aún no podía creer que el Airianem Vaejah fuera un lugar tan vivo y poblado de maravillas. Era tan así, que a medida que lo experimentaba, a lo largo de cada hora de viaje, le era imposible encontrar un momento que lograra finalmente pasar desapercibido ante el anterior.

La magia en él había despertado, y al estar de ese misterioso otro lado, sintió como si por primera vez viera el mundo plenamente, tal como era. Sus ojos estaban abiertos. Todos sus sentidos respondían con solemnidad ante sus instintos alguna vez dormidos; ahora el llamado de Arash era más evidente que nunca.

Incluso Amir pudo ver cómo el fuego de la voluntad ardía cada vez más fuerte en Xin. En varias ocasiones, durante las noches, escuchó cómo Xin hablaba en sueños y recitaba recuerdos lejanos de conjuros e invocaciones en persa antiguo, una lengua imposible que él supiera. Ahora más que solo por el pago de sus servicios, quería proteger a Xin; quería hacerlo porque de verdad le había agarrado cariño con el transcurso de los días. Incluso llegó a preguntarse si el chico lograría finalmente encontrar la paz que necesitaba en Arash, y en la Persia de los tiempos actuales, y en él mismo, de alguna forma.

Ya habían visitado varias aldeas de ancestros, repletas de espíritus y bestias, y también se habían encontrado ya con campamentos de magos rebeldes, que acampaban en áreas lejanas para no poner en peligro a las comunidades de los Reinos Ancestrales. Xin se fascinaba con todo lo que descubría como un niño verdaderamente en vacaciones.

—Sí, Xin... Este es el camino al Reino de Jorasmia —decía Amir fastidiado.

—¿Seguro?

—Mucho...

Xin aprendió rápidamente todo lo que había que saber para moverse con relativa seguridad en las peligrosas tierras de los reinos, y es que, conversaciones más, conversaciones menos, entre las noticias de los locales y la información que conocía Amir, en el Airianem Vaejah de los tiempos actuales transcurría una sangrienta guerra, quizás no muy diferente a la de los tiempos de Arash el Arquero.

—Desde hace siglos esta tierra es muy inestable y peligrosa. Los gobiernos de nuestro lado de la realidad no colaboran en protegerla, muchas veces anteponiendo los intereses de sus agendas secretas, viles y opresivas, que hacen de puente para el apoyo a potencias extranjeras a las que no les importamos en lo más mínimo. La magia, verás, es el recurso más preciado de todos, Xin, y quien la controla lo controla todo... Y aquí hay mucha magia, muy antigua y muy poderosa, y es por eso que debemos protegerla...

Amir suspiró.

—¿Y quiénes son los ancestros?

—Son los restos de nuestra voluntad, o bueno, de la voluntad de los pueblos. Cuando una comunidad vive durante mucho tiempo en un lugar, esta impregna su energía en la dimensión en la que existe el Airianem Vaejah, y entonces, todos sus recuerdos colectivos, su esencia, sus creencias, sus costumbres, etcétera, comienzan a poblar del otro lado. Es como una especie de colonización cultural que ocurre en la otra dimensión...

—¡Vaya! ¡Qué locura!

—¿En serio? —contestó Amir sorprendido—. ¿Ahora es que vienes a sorprenderte?

El camino transcurrió, y a los pocos días, la calma comenzó a ser reemplazada poco a poco por una sutil atmósfera de peligro. Especialmente mientras más al norte se iba, y para mala suerte de Xin, era esa la dirección que daba al Amu Darya, y en donde el chico de Hong Kong tenía la impresión que sería más probable atender al llamado de Arash. Dado que su despertar mágico estaba ocurriendo, Amir no dudaba de la veracidad de su corazonada.

Xin sentía que quería descubrir más y más de toda la historia del lugar, de los ancestros, de los reinos, de los gusanos blancos, y de las muchas bestias que se encontraba. Todas eran, según lo que podía deducir de las explicaciones de los ancestros y de Amir, versiones mitificadas y grandiosas de los animales de la fauna local histórica, como el mismo guepardo, en peligro de extinción en la realidad, que los había acosado antes de cruzar por la grieta mágica, u otros animales ya extintos del pasado.

Xin atesoró con particular cariño a unos pequeños asnos con cuernos y pelaje rojizo, los mismos del oasis de sal, y a las aves increíbles, que aunque no podía distinguir con toda claridad, tenían colores sumamente vivos, que se confundían placenteramente con el cielo anaranjado y morado del atardecer y el amanecer.

«Vaya lugar para descubrir», pensó maravillado, a pesar de las muchas veces en esas dos semanas que tuvieron que esquivar áreas de combate entre las culturas ancestrales, o zonas rojas de la guerra contra los gusanos blancos, o campamentos de magos rebeldes que practicaban sus tácticas de guerra sucia, o, en fin, a pesar de cada oportunidad en la que tuvieron que huir de cualquier otro elemento de desestabilización en la región.

Para él, a pesar de todo, el viaje fue el mejor de su vida, y la nostalgia en su corazón ante cada montaña, cada aldea y cada pradera, fue tan fuerte como, quizás, el amor que sentía por los recuerdos de casa, con Dishi, su madre, y Arash... de alguna manera.


「 心 」


Tras días de camino, cuando ya habían cumplido con cada desviación y meta en el trayecto trazado en el mapa de Ava, Xin sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, y algo le dijo que estuviera atento. Habían llegado a una parte amplia del río, el buscado Amu Darya, donde había varias cataratas y una fosa de agua muy clara, plagada de piedras.

Les había tomado dos días bordear desde el Noroeste hasta su parte oriental, y siguiendo sus instintos, trazando vueltas de un lado al otro, siguiendo el consejo de sus sueños por la noche y en las siestas a medio viaje, parecía que habían localizado el origen de todos los llamados...

Xin lo supo al ver el lugar, tan pacífico y espléndido, y en su distancia, la silueta de alguien, una persona, quizás un hombre. Ya en ese momento su corazón latía como si supiera la respuesta. Amir y Xin entraron al agua sin miedo y caminaron en dirección de la figura, que estaba sentada en medio de la fosa, mirando al cielo. Cuando eran pocos los metros que los separaban, el hombre fijó sus profundos ojos anaranjados en Xin, y ya no hubo duda alguna...

—Ahhh, por fin —dijo el hombre, y su voz profunda resonó por encima del rumor del agua.

—A-Arash —gimió Xin tembloroso.

Frente a Xin, mirándolo de forma afectuosa y paternal, estaba el mismísimo Arash, aquel con quién el chico había estado soñando desde la muerte de su padre y su encuentro fortuito con la silueta de ojos dorados.

—¿E-eres realmente tú? —preguntó Xin sin poder contenerse, con los ojos bañados en lágrimas.

Apenas escuchó su pregunta, Arash se puso de pie, y caminó a través del río hasta que ambos estuvieron frente a frente. Visto de cerca, Xin sintió por primera vez el peso de la fuerza del héroe, y no pudo evitar pensar que, probablemente, así se había sentido el anciano frente a él en presencia de la diosa Sandaramet.

El arquero era mucho más alto que Xin y lo rebasaba por mucho más que una cabeza, cosa que no era tan difícil ya que el chico a duras penas superaba el metro sesenta de estatura. Pero no solo era la altura en lo único que diferían. Allí donde Arash tenía músculos fuertes, Xin era delicado y frágil. Y en comparación con la piel curtida y maltratada de barba espesa del hombre, el muchacho era todo delicadeza y suavidad.

—Jamás pensé volverte a ver, y mucho menos... ¡Así! —comentó Arash sonriente mientras tomaba a Xin por las mejillas.

Los dedos del arquero acariciaron el rostro de Xin, quien se sintió inmensamente reconfortado por el gesto.

—¿Realmente eres tú? ¿E-estás vivo? —preguntó Xin, conmovido y preocupado.

Cuando Arash lo envolvió en sus brazos, él chico se lo devolvió.

—Sí, soy yo, y no, no lo estoy —contestó él con simpleza—: La vida y yo hace mucho tiempo que no transitamos el mismo camino.

—Entonces, cómo es que puedo sentirte. ¿Cómo es posible que estés aquí? —preguntó el chico nervioso mientras terminaba el abrazo para ver al hombre a los ojos.

—Una pregunta para la noche, cuya respuesta sabrás mientras cenamos los tres —contestó Arash.

De inmediato saludó a Amir, con la esperanza de no ser irrespetuoso por su demora. Amir, con solemnidad, asintió, y los tres rápidamente se acomodaron y se repartieron las tareas de la caza, la guardia y la cocina.


「 心 」


La luna flotaba brillante sobre sus cabezas, a diferencia del primer día de excursión en el Airianem Vaejah.

—No quisiera sonar grosero, pero, ¿cómo es que ha logrado escapar del radar de los gusanos blancos? —quiso saber Amir, acercándose más a Xin y al Arquero, sentados en la fogata a orillas del río.

—No lo he hecho —admitió el hombre como si nada—. Pero aunque soy un viejo, aun tengo algo de vigor en mí, muchacho. Creo que por esa razón, y más aún en este lugar —Arash miró con amor a su alrededor, acentuando el misticismo del Airianem Vaejah—, saben que llevan las de perder...

—Disculpe, señor —intervino Xin tratando de sonar respetuoso.

—Arash, hijo mío, ya te lo dije más temprano —lo interrumpió él por un segundo—, puedes llamarme Arash.

Xin asintió apenado antes de continuar:

—Arash —corrigió—, la cosa es que... en mis sueños, podía sentir tu llamado hasta acá.

—Ciertamente, querido Xin —contestó el arquero con afecto.

—¿Por qué?

—Pues, yo no quería preguntarlo para no sonar grosero pero, ahora que estamos, esa es una pregunta que me vengo haciendo desde que llegamos y lo encontramos sentado en el río —intervino Amir.

—Pues, porque tú eres la única persona capaz de ayudarme en este momento —dijo Arash, fijando sus ojos en el chico que había viajado desde Hong Kong—. Puede que en el Airianem Vaejah mi poder permanezca, pero del lado de los humanos, no soy más que una sombra sin cuerpo ni voluntad, y mucho menos poder alguno. Y es por eso que te estaba llamando. Necesito que me acompañes a hacer algo...

—Yo... no estoy entendiendo nada...

—Verás, hace mucho tiempo, mi pueblo estaba en guerra. Manuchehr, el soberano de nuestras tierras al noroeste de Persia, fue asesinado en secreto, y su trono usurpado, por un mago corrupto que causó mucha destrucción en Varkâna, mi pueblo natal, y que ayudó a desatar la guerra contra los turanos. Se llamaba Gaumāta, y...

—Espere, con calma, que me olvido de todo —interrumpió Amir, quien había sacado un bloc de notas y un lápiz—. Después escribo un libro y me hago rico. Solo necesitaré su firma al final de todo para tener pruebas de que todo fue dictado por el mismo Arash. ¿No hay problema, verdad?

Arash suspiró, quizás, con algo de impaciencia por primera vez en toda la noche.

—Te estaba diciendo que Gaumāta, el mago de la corte de Manuchehr, asesinó a su señor, y con un hechizo de transmutación, logró asumir su forma y usurpar el trono con su rostro robado. En esos tiempos había una paz trémula entre nuestro pueblo y el de los turanos, más al norte, y quienes anhelaban robar piezas de Persia para sí mismos, y fue Frāsiyāk, un general turano-iraní, y el traidor que lideraba parte de las guardias de nuestro reino, quién aliado con Gaumāta logró liberar a Zahhak, el todopoderoso demonio del viejo Sphendadates. Nadie supo cómo, pero cuando ocurrió, cómo lloró el pueblo, ardiendo bajo el fuego de sus llamas infernales, y el temor que producían sus horripilantes ojos rojos...

Xin no podía despegar sus ojos del anciano, quien seguía contando su historia con calma y entereza, a pesar del fragor amargo de los recuerdos. Amir sonrió al notar su fascinación.

—Fue entonces que descubrimos la más temible verdad. Gaumāta era el mismísimo Sphendadates, liberado de alguna extraña manera de su prisión en Hashtrud, e impotente de liberar a su antiguo coloso Zahhak, quien yacía enterrado en una piedra de obsidiana en la cima del monte Damavand. Hay quienes dicen que Gaumāta el mago fue un pobre diablo, tonto y ambicioso, que habría intentado despertar a Sphendadates bajo las órdenes del malvado Angra Mainyu, el eterno antagonista de nuestro gran Comienzo y Final, pero el rumor prevaleció siempre por encima de la verdad, así que no hay formas de saberlo...

Arash miró una vez más a las estrellas, suspirando, embargado por los recuerdos, antes de continuar con su historia:

—Aunque antes habíamos contado con Kaveh, el gran herrero, y Fereydun, nuestro glorioso rey, esta vez, los héroes escaseaban en Persia, y el pueblo de Varkâna moría en luchas incesantes contra los turanos, y Gaumāta, y Frāsiyāk, y por supuesto, Zahhak, el temible dragón negro de ojos rojos. Ya harto de ver a mi pueblo sufrir, y convencido por los dos grandes amores de mi vida, Shirin, mi eterna amada, y Sandaramet, mi divina protectora en vida y carne, decidí luchar. Por meses estudié a Kaveh y Fereydun, así como sus magias; conocí a los descendientes de ambos, y estudié también a sus dioses, pero lo cierto es que no había tiempo para estudiar. Mi pueblo estaba muriendo, ya mis hijos habían muerto, mis nietos... Todos morían.

Xin bajó la mirada, sin poder evitar que una sensación de amargura y pesar, causada por el sufrimiento narrado de Arash, le enervara la sangre, pero entonces, el cazador reposó sus manos en los hombres del chico para calmarlo, y al encontrarse las miradas de ambos, una sonrisa afectiva prevaleció.

—La vida no es fácil, pero hay ocasiones en las que tenemos que aceptar que la injusticia nos encontrará en nuestro destino, joven Xin. Si lo hacemos, la solución para el todo puede hacerse un poco más sencilla...

Xin asintió.

—Tras estudiar lo necesario —prosiguió el espíritu del arquero—, y ante el apuro de mi amada Shirin, comencé el ritual, y un año después, en un nogal marcado por Sandaramet que aguardaba al otro lado del Amu Darya, en el rincón sagrado lo más lejos posibles de Varkâna, Zahhak quedó anclado y sellado en la mismísima tierra gracias a una flecha mágica, especial como ninguna otra. Sphendadates volvió a ser derrotado, y Frāsiyāk, tras perder el dragón del hechicero, cayó ante las fuerzas de nuestros guerreros, apoyados por los otros reinos de Persia al sur, quienes finalmente llegaron a nuestro rescate.

—Sin embargo —añadió Amir, temiéndose la siguiente explicación.

Arash le devolvió una mirada paciente una vez más.

—Sin embargo, décadas atrás, en estos tiempos tan raros a los que perteneces, desperté en la cima del Damavand, donde recuerdo que mi cuerpo alguna vez debió desaparecer y unirse con la tierra como pago por tanto poder. Y entonces, al despertar, con miedo y prisa, caminé por días y noches hasta este lugar, solo para toparme con la más terrible de las verdades. Zahhak había sido liberado... ¡Una vez más!

—Oohh —exclamó Amir, volteando a ver a Xin con ojos tan abiertos como platos.

—¿Qué? ¿Qué sucede?

Xin volteó a verlo confundido.

—La flecha de la leyenda —dijo Amir tratando de hacerlo entender.

—La flecha que vi en mis sueños —confirmó Xin, y Arash asintió—. ¿Qué pasa con ella?

Arash miró a Xin con un amor profundo en sus ojos, y lentamente le hizo una reverencia al chico de ojos achinados frente a él.

—Querido Xin, tú eres...

Pero de inmediato, Amir lo interrumpió impertinente.

—Si no hay problema, dejemos a ver si él mismo se da cuenta...

—¡¿De qué se supone que debo darme cuenta?! —exclamó Xin nervioso.

—Cuando solté la flecha y dije el conjuro que me enseñó mi sagrada Sandaramet —comenzó a explicar Arash—, la magia fue tan pesada que mi cuerpo no pudo aguantarlo como estaba previsto, quizás, porque de forma egoísta, no pude dejar de pensar en ella, en Shirin, y en nuestros hijos muertos.

Un suspiro apesadumbrado acompañó sus palabras. Amir estaba escuchando atentamente toda la historia, a la vez que confirmaba los cabos, todos y cada uno de ellos, con rapidez.

—¿Aún no lo ves? —exclamó Amir—. Si su cuerpo fue tragado por la flecha y su alma quedó sellada junto a esta... Entonces... Xin, tú eres.... —sin sutileza alguna carraspeó, esperando a que el chico lo entendiera—. ¡El cuerpo de Arash, Xin, o bueno, la flecha, el hechizo que tomó su vida! ¡Eres la parte que, según la leyenda, nunca fue encontrada!

—¿Qué? —exclamó Xin confundido—. Estás loco Amir, eso es...

—Es cierto —intervino Arash dejando a Xin de piedra y con las palabras en la boca—. O por lo menos, lo es en parte...

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